Fernando Arrabal: el poeta está en las Catacumbas
Mi relación con el teatro se remonta a mi primera infancia, ya que me eduqué en un colegio donde las artes en general, y el teatro en particular, tenían un lugar muy importante en el cursus escolar. La propietaria del colegio era mi propia madre quien sentía una gran pasión por las artes escénicas; siempre quiso ser actriz. En cambio fue pedagoga, directora y dueña de un colegio de gran reconocimiento en la ciudad donde nació, Manizales (Colombia).
Berta Lucía Estrada Estrada*
Más tarde, esta ciudad fundaría el Festival Internacional de Teatro; el primero que se hacía en América Latina. Fundado por Carlos Ariel Betancourt, presidente de Procultura Manizales, en 1968. Pocos años antes, en 1965, se había inaugurado el Teatro Los Fundadores; y para esa época rivalizaba con los mejores teatros europeos. Para 1969 el chileno Sergio Vodanovic escribía, palabras más palabras menos, que los manizaleños éramos locos no solo por haber construido una ciudad en el filo del abismo sino por haber creado un Festival de Teatro Universitario, cuya sede tenía un escenario y recursos técnicos innovadores e inexistentes en ese momento en Latinoamérica.
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Un Festival que en sus inicios tuvo como invitados a Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Jack Lang, Grotowsky, Alfonso Sastre, Mario Vargas Llosa (este último vendría de nuevo varios años después); entre otros escritores e intelectuales de gran renombre internacional.
Cuando Neruda asistió al Festival, el Teatro Los Fundadores se llenó rápidamente y sus puertas de vidrio fueron cerradas; entonces, los estudiantes, ávidos de ver y oír al poeta, las rompieron y entraron en manada. Yo aún era una niña para salir por las noches; así que no formé parte de esa muchachada entusiasta que derribaba puertas para oír las palabras del poeta con el que la juventud latinoamericana comenzaba a amar y a desear. Vale decir que antes de enamorarme de un hombre me enamoré del amor gracias a Los veinte poemas de amor y Una Canción desesperada. Luego, en mis años universitarios, vendrían Canto General y Residencia en la Tierra, entre muchos otros de sus libros.
En 1974, el Festival se interrumpe para aparecer nuevamente en escena en 1984 de la mano de Octavio Arbeláez Tobón; quien sigue siendo su director artístico. Sin él, el Festival hubiese muerto hace mucho tiempo. Valga la ocasión para recordar al brasileño Aimar Labaki, dramaturgo y crítico de teatro, que vino a numerosos festivales y con el que tuve el placer de hablar en varias de sus visitas. Incluso, la primera vez que vino yo trabajaba en el diario La Patria y una de mis funciones era asistir a teatro con él, hablar de las obras vistas y luego ir a la sala de redacción; él me dictaba la reseña en portugués y yo la escribía en español. Luego la revisábamos juntos y el artículo salía publicado al día siguiente. Para ese entonces, en el diario La Patria se trabajaba con máquinas de escribir que aunque no eran muy antiguas tampoco eran modernas; nadie tenía un computador, ni Internet existía. Cabe decir que en ese entonces mi conocimiento de la lengua portuguesa era prácticamente inexistente; y así y todo nos entendimos muy bien y el trabajo fluyó sin ningún inconveniente. Algo completamente surrealista si se le mira más de treinta años después. Es de anotar que es otro brasileño el que me pidió escribir este ensayo; me refiero al artista plástico, poeta, ensayista, traductor y editor, especialista en El Surrealismo, Floriano Martins. ¿Es el azar del que habla Fernando Arrabal?
Ahora bien, si hago referencia a mi ciudad y a su Festival es porque en el Teatro Los Fundadores vi al menos dos de las obras de Fernando Arrabal (Melilla, España, 1932); y si mi memoria no me engaña son Fando y Lis y El arquitecto y el emperador de Asiria. No obstante, mi primer contacto con él no fue a través de los montajes de sus obras sino en el plató de la televisión francesa. En la década de los 80, del siglo XX, él era un asiduo invitado de un programa literario que tenía lugar todos los viernes en la televisión francesa dirigido por Bernard Pivot. Pues bien, en la televisión, todos los viernes y en pleno horario triple A, y durante tres horas, se llevaba a cabo una emisión con varios autores célebres u otros que habían sido publicados recientemente; y Arrabal era uno de ellos. Siempre me llamó la atención su desparpajo, su irreverencia, sus deseos de provocar; y por supuesto su habilidad para apropiarse de la palabra. Era un duende dispuesto a saltar y bailar con tal de acaparar la atención de la audiencia. Para ese momento yo ni lo había leído ni había visto ninguna de sus obras. Podría decir incluso que su exuberancia y arrojo me molestaban; lo cual no quiere decir que sus posturas me escandalizaran. No, él no pertenece al tipo de personas que pueden escandalizarme. Lo que sí me escandaliza y me indigna son los genocidios, como el colombiano.
Hay que recordar que para entonces ya había pasado Mayo del 68 con su maravillosa frase “Prohibido prohibir”; como también había visto la película de Woodstock; ese maravilloso Festival que se llevó a cabo del 15 al 19 de agosto de 1969 y que rompió las estructuras de una sociedad anacrónica y ultraconservadora como era la de los Estados Unidos con su hermoso lema “Hagamos el amor no la guerra”. Me refiero al movimiento Hippie que lo llevó finalmente a salir de la guerra de Vietnam. Y estaba la píldora anticonceptiva que había sido autorizada en 1960. Es indudable que esta maravillosa posibilidad que se nos dio a las mujeres para decidir con quién acostarnos y con quién tener hijos marcó un hito que los movimientos de liberación femenina supieron aprovechar.
El París de los años 70 y 80, del siglo XX, no es el París de hoy en día. Como tampoco lo es la sociedad en la que hice el paso de la adolescencia a mujer joven y con deseos de vivir y de tragarme el mundo. Y si digo esto, es porque en los últimos años hemos visto como una oleada furiosa de conservatismo y fanatismo ha ido tomando fuerza. Trump, Bolsonaro, Uribe, Putin, Salvini, Vox, Marine Le Pen, Duterte, Maduro o Bukele; son solo una muestra de las ira fascista que está tratando de derrumbar la paz que se había construido después de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, están desestabilizando esa gran victoria de la Modernidad: La democracia. Así, que las posturas provocadoras de Arrabal no podían escandalizarme. La literatura me había blindado y me dio las herramientas para dudar de todo y no bajar la cabeza ante ningún troglodita ni ante ningún fanfarrón o provocador. Además, mi padre era un librepensador que me enseñó a refutar las ideas y a argumentar; y que para poder hacerlo había que leer, leer mucho. De hecho, crecí en una casa donde el lugar privilegiado era la biblioteca.
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Y es ahora, después de treinta años, que vuelvo a sentarme al lado de Fernando Arrabal; ya no delante del escenario del Teatro Los Fundadores, sino en la intimidad de mi casa leyendo algunas de sus obras y viendo entrevistas que le han hecho en los últimos años en su país, España. El país que le asesinó al padre durante la cruenta y terrible Guerra Civil; la misma España de la que huyó, lo que quiere decir que huyó de Franco, el mismo que años después lo metería preso. ¿Su crimen? Una dedicatoria escrita en un libro en que la censura franquista consideraba que había un ultraje a la patria. Es bien conocido que los sátrapas carecen de sentido del humor y que no aceptan la mínima crítica a sus actos o ideologías. Corría el año 1967, y con Arrabal en la cárcel muchos intelectuales de la época denunciaron el atropello del que era víctima. Breton, Mauriac, Arthur Miller, Beckett; y algunos autores españoles, como Cela, que incluso era cercano al régimen.
Que un dictador, cualquiera que sea, pero sobre todo si se llama Franco, encarcele a un artista o a un escritor o dramaturgo, revela hasta qué punto le teme a la pluma o al pincel. Los dictadores no solo no ríen, sino que la mayoría son ignorantes. Y digo la mayoría, ya que Stalin era un hombre muy culto; poseía una biblioteca de más de treinta mil volúmenes. Una biblioteca que era consultada a diario. Una historia que conoce muy bien Arrabal; e incluso él dice que si bien es consciente del horror del personaje –léase genocida- también es consciente de su erudición. Incluso tiene un ensayo sobre él, Carta a Stalin.
Y si bien Arrabal es encarcelado en 1967, la verdad es que ya vivía en París, ciudad que nunca ha dejado, desde 1955. En ese año recibió una beca de tres meses para estudiar en la capital francesa, donde se enferma de tuberculosis. Lo que él considera como “una desgraciada suerte”, ya que ese impasse le permitió instalarse definitivamente en la ciudad soñada por artistas, escritores y dramaturgos; antes que fuese reemplazada por Nueva York. Es de anotar que él ya escribía obras de teatro desde los años 50, cuando era un estudiante de Derecho; en ese período escribe los primeros manuscritos de Pic-Nic y El triciclo; al mismo tiempo que frecuenta el Ateneo de Madrid. Lo que denota que desde muy joven tuvo interés por estar en contacto con intelectuales y artistas.
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Y esto es importante tenerlo en cuenta cuando se escucha hablar a Arrabal. Siempre hace énfasis en que a él le han tocado “Los cuatro avatares de la Modernidad”: Los Movimientos Dadá, Surrealismo, Pánico y Patafísico.
Arrabal fue un amigo cercano de Tristán Tzara, con quien jugó innumerables partidas de ajedrez; una de sus grandes pasiones. También frecuentó a Breton, pero rápidamente abandonó el Movimiento Surrealista, ya que su talente dictatorial lo ahogaba. Es entonces cuando crea, junto a Jodorowsky y Topor, el Movimiento Pánico; también conocido como Grupo Pánico. Una alusión al dios griego Pan.
El Movimiento Pánico reúne la filosofía, la ciencia, el ajedrez, el azar, el caos y la confusión. Arrabal explica en la conferencia Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores (Madrid) que el “Azar y caos, son palabras nobles”[1]. Gracias al “azar” precisamente es que Arrabal termina instalándose en París; en otras palabras, es cuando se convierte en un “desterrado”. Él mismo dice que para escribir hay que vivir en el destierro; algo que yo entiendo y comparto plenamente. Los desterrados vivimos en una tierra ajena siempre; vayamos donde vayamos. Incluso, cuando se regresamos a nuestro propio país ya nunca somos los mismos. Yo lo llamo, “exiliado en sí mismo”. Así Arrabal no comparta la noción de “exilio”. Lo que me lleva a recordar al padre de Marguerite Yourcenar. Él era un errante perpetuo, donde quiera que fuera lo acompañaba Marguerite, su hija. Su padre le enseñó el amor por los viajes y por las culturas foráneas; hasta el punto que cuando observaba en su hija un apego especial por un lugar determinado, empacaba maletas y emprendía con ella un rumbo diferente. De esta trashumancia, Marguerite Yourcenar repetiría hasta el cansancio la frase preferida de su padre: “Sólo se está bien en otra parte”.
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Volvamos al azar, a Fernando Arrabal y a la conferencia que he citado. El azar es algo imprevisto, desconocido, no sabemos que va a pasar en el minuto siguiente, ni siquiera sabemos si vamos a estar con vida.
Desmenucemos esa hermosa palabra, AZAR:
María Moliner, en su Diccionario de uso del español (Editorial Gredos, 3ª edición, 2007), nos explica que la palabra azar viene del árabe andalucí azzárh y del árabe clásico zhar; palabras que significan dado. O sea, cuando los eventos no obedecen a decisiones divinas ni a fenómenos naturales sino a lo que pueda surgir de un momento a otro, algo inesperado, dejando así las decisiones al azar; como en un juego de dados en los que se juega la vida misma.
Es el caso de los “desterrados”. Y para hablarnos de ellos Arrabal se remonta a Averroes (Córdoba, Al-Ándalus 1126 - Marrakech 1198) y a Maimónides (Córdoba, Al-Ándalus 1138 – El Cairo 1204). El primero de origen bereber y el segundo judío sefardita. Dos hombres prominentes y respetados por sus contemporáneos; incluso ellos se leían entre sí y se respetaban y admiraban. Se dice incluso que Maimónides tuvo una gran influencia de Avicena y de Averroes; y a su vez influyó en varios pensadores musulmanes. Estos dos vivieron el “destierro”; de ahí que Arrabal se remonte a ellos para hablar de la importancia que tiene ser “desterrado” (que se arranca de la tierra. Por lo tanto, desterrado no se opone a la palabra “exilio”; del latín exilium, vocablo que viene de exsul (desterrado); y que era explicado como arrancado del suelo. Por su parte, el vocablo exul significa el que se ha ido; en otras palabras exilio. No hay que olvidar que en griego exó significa allá y edó significa aquí. Por eso, no comparto la idea que tiene Arrabal con respecto al exilio; yo diría que estas dos palabras, destierro y exilio, se complementan la una a la otra.
Por otra parte, no se puede hacer abstracción del apellido Arrabal. En castellano arrabal significa periferia, aledaño, suburbio (podría incluso decirse expulsado); en otras palabras, el arrabal es lugar que está por fuera del centro de las actividades económicas, sociales, culturales y políticas. Los arrabales son los lugares marginales de las grandes urbes y donde a menudo se reproducen las condiciones de pobreza e inequidad ad infinitum. El dramaturgo que nos ocupa lleva, entonces, implícita esa categoría de expulsado. En los arrabales, el diseño urbanístico suele ser sinónimo de caos y de confusión; no sólo sus callejuelas sino las casas que van construyéndose con materiales diferentes y con diseño que cambian con los años a medida que la casa crece, se expande.
Y hay más con respecto al vocablo arrabal. Una persona arrabalera es sinónimo de zafio, de vulgar, de tosco; e incluso puede verse como alguien estrafalario, estrambótico; en otras palabras es una persona que no es confiable. Y Fernando Arrabal pareciese que le rinde culto a su apellido. Construyó su propio mundo, su propia existencia, en la periferia cultural e hizo de su vida la protagonista principal de su dramaturgia, de su ser y estar.
Pero volvamos a Averroes y a Maimónides. El mismo Arrabal los menciona cuando recuerda el congreso organizado por Dalí en la ciudad de Barcelona y en el que participaron cien científicos de todo el mundo; con el fin de preguntarse sobre la ley del azar y del caos; más no de la confusión. Por lo que Arrabal hace énfasis en que cada vez que se habla de concordia se termina en la discordia. Una forma de vivir relacionada con la confusión (léase arrabal, periferia) en la que los seres humanos nos movemos permanentemente.
Y yo le preguntaría a Fernando Arrabal: ¿es esta otra variante del destierro? Porque no se trata solo de vivir en otro país, hablar en otra lengua diferente a la materna, integrarse a una cultura nueva y desconocida, o quedarse por fuera de ella; es también el sitio que cada ser humano logra a través de su propia existencia; como se ubica en el cosmos; cuál es la relación que establece con el espacio, con los otros y consigo mismo. En otras palabras, el arrabal que cada uno de nosotros construye o destruye a lo largo de su existencia.
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Tal vez la respuesta a este interrogante está en la anécdota que Arrabal nos comparte sobre un pintor desconocido que se acerca a Duchamp para que él le devele la fórmula mágica para vender bien sus cuadros. A lo que Duchamp le responde que “el éxito y el fracaso están en manos del azar”. En otras palabras, dice Arrabal, en manos de la confusión. E incluso inventa una palabra incompletud.
Lo que me lleva a preguntarme: ¿Qué es el éxito? ¿Qué es el triunfo? ¿Cómo huele? ¿Cuál es la sensación táctil? ¿Es áspero, es suave?
Y si me vienen a la cabeza estas interrogantes es porque el mismo Arrabal habla de las condiciones de vida de Ionesco y de Breton. Ionesco, el padre del teatro del absurdo, vivía en un pequeño apartamento de París, que en realidad era una antigua portería; (otra vez el arrabal, la periferia). Mientras que Breton, el padre del surrealismo, vivía en un estudio, donde el orden y el aseo no parecían estar en el centro del interés de Breton y de su compañera; al menos esa es la impresión que se llevó Frida Kahlo cuando los visitó en París. En algún momento, nos cuenta Arrabal, Breton le pide a sus vecinos que le presten una cava (cuarto útil) para almacenar las decenas y decenas de manuscritos que se atiborraban en su estudio; petición que le es negada; (otra vez el arrabal, la periferia). No obstante, prosigue Arrabal, después de su muerte alguien encontró uno de esos textos y lo vendió por la suma nada despreciable de un millón de dólares; una suma con la que Duchamp jamás soñó; y agrega Arrabal: “que le habría caído muy bien”.
Esto le sirve de proemio para recordarnos que si bien la revista Times publica cada seis meses una lista de las cien personas más influyentes del planeta nunca incluyen a un filósofo, un poeta, un pintor, un escritor; y no necesariamente porque su director sea un ignorante, sino porque incluirlos no representa una ganancia para la revista. Incluso, tiene la lucidez para criticar la lista que aparece cuando Hillary Clinton es la Canciller de EEUU, pero al que nombran es a su marido Bill. Un ejemplo extraordinario para hablar del caos, de la confusión. Otra forma de hacernos caer en cuenta hasta qué punto hemos perdido la brújula que nos indique un Norte; hasta qué punto hemos olvidado escribir una bitácora de viaje (me refiero, por supuesto, al viaje que es la vida); hasta qué punto hemos invertido los roles, poniendo la economía por encima del humanismo.
Y Arrabal nos explica que “influyente” es una palabra y una creación pánica. Y agrega que no estar en esa lista es un homenaje al escritor, al pensador, al artista. Y, entonces, trae a colación una anécdota que cuenta Platón con respecto a la queja de los poetas, ya que a pesar de tener a Sófocles, a Eurípides y a Esquilo, la gente prefiere ir a los estadios y no al teatro. Algo parecido sucede hoy en día, seguimos considerando semidioses a los futbolistas y lanzamos al ostracismo, a la caverna, al artista, al escritor, al poeta.
Y como colofón habla precisamente del poeta que salvó a Notre Dame de Paris. Me refiero, por supuesto, a Victor Hugo. Una forma hermosa de realzar la importancia del poeta, de su lugar en el mundo, de su rol en las sociedades y en la Historia; así a veces pase desapercibido. Y luego trae a colación una de las frases de Hugo: “Cuando el siglo tenía dos años nací en Bezançon, esa vieja ciudad española”. Otra vez, la concepción de confusión, de arrabal, de periferia.
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Para volver nuevamente a hablar del “destierro” recuerda a Teresa de Ávila, quien afirmaba que para “conquistar la gloria hay que ir a Francia”. En otras palabras, dice Arrabal, “la “gloria” solo puede existir en la poesía, en el arte, en la literatura”.
De ahí que Arrabal sostenga que “el poeta está en las catacumbas”; en otras palabras, el poeta es un “desterrado” que vive en el arrabal, en la periferia, en la confusión. De ahí que se le considere un “maldito”, y yo agrego: el poeta puede incluso estar por fuera de la ley; como Villon.
Para terminar de analizar esta soberbia y prodigiosa conferencia de Fernando Arrabal, traigo a colación el rol de los rapsodas en la Grecia Antigua, de los trovadores en el Medioevo y de los poetas en Occidente.
Por lo general, el poeta, el rapsoda, el juglar, al menos en Occidente, ha sido considerado cono un paria de la sociedad, como un mendigo, es un marginal, un hors la loi, está por fuera del status quo, es un desterrado que vaga (viaja al exilio) de pueblo en pueblo en busca de su subsistencia. Al menos esa era la visión que se tenía en la Antigua Grecia, como nos lo cuenta Hermann Fränkel:
“… el cantor iba de lugar en lugar. Acudía a muchas puertas extrañas sin saber si se le abrirían. Si era admitido, probablemente permanecería en el umbral, en el lugar de los mendigos, esperando la invitación para sentarse en el salón. Así vemos largo tiempo la mesa de las sesiones del palacio real de Ítaca por los ojos de Ulises y desde la perspectiva del umbral. En gratitud por la hospitalidad, el cantor debía plegarse a cualquier indicación del amo y de sus huéspedes para divertir a los comensales”. (Hermann Frankel, Poesía y Filosofía de la Grecia Arcaica. Impreso por Gráficas Rógar, Madrid, 1993).
Sin embargo, el poeta o cantor, como es lógico suponerlo, debía sentirse bastante humillado, puesto que estaba consciente de su superioridad intelectual frente al rey que lo acogía en su palacio. Al igual que Ulises, los poetas eran viajeros que recorrían el mundo conocido hasta entonces, por lo que aprendían otras formas de pensar y de ver la realidad. Para asegurar su sustento, al menos durante unos días, era necesario que el interés de la audiencia por el tema que estaba siendo cantado-contado no decayera, de lo contrario el poeta debía alejarse del lugar y buscar otro sitio para ser acogido. De ahí la enorme extensión de los cantos épicos y la libertad que se tenía para alterar el texto, sobre todo en la épica no escrita; lo que se conoce como interpolaciones, olvidos aparentes o recreaciones del texto anterior.
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Hermann Fränkel hace incluso alusión a un investigador bosnio de nombre Murko quien, en los albores del siglo XX, realizó un trabajo de campo con los cantores de su tierra, lo que lo llevó a descubrir que estos hombres dominaban en promedio entre treinta y cuarenta cantos, en algunos casos hasta ciento cuarenta. Y cada canto podía tener una duración de tres horas, llegando incluso a las siete u ocho; esto dependía del grado de atención que el cantor lograra captar del público; así que él alargaba o acortaba la recitación dependiendo de los espectadores que tenía al frente. Por lo tanto, el material siempre era reinterpretado, nunca era narrado mecánicamente. Según Fränkel, los cantores homéricos (rapsodas) actuaban de la misma forma.
En la Europa Medieval, eran los juglares quienes recorrían los feudos (otra vez el concepto de destierro) cantando y contando los últimos sucesos acaecidos en tierras remotas; en otras palabras, son los descendientes de los rapsodas helénicos. Y al igual que ellos, eran mirados con desprecio, a no ser que se viviera en Occitania. En dicha región, inmensamente rica, el trovador gozó de todos los honores y privilegios, ya que Leonor de Aquitania, fiel a la memoria de su abuelo Guillermo IX, El Trovador, instaura las Cortes de Amor. Lo que muy pronto dio lugar al género literario conocido como el amor cortés; siendo María de Francia, con sus Lais, una de sus principales representantes. Tanto los rapsodas como los trovadores acompañaban sus cantos con instrumentos musicales. Pero este caso no deja de ser la excepción que confirma la regla. El poeta ha sido siempre visto como un paria, un pobre loco o un soñador. Más recientemente, en el siglo XIX, los poetas fueron considerados malditos, como fue el caso de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine.
Los poetas, por salirse de todos los convencionalismos de la época Victoriana, eran condenados al ostracismo social y a la vejación. La cárcel también fue el castigo que se le impuso a Óscar Wilde, cuyo único crimen fue haber amado con locura a un hombre más joven que él; el mismo “delito” por el que fue acusado Verlaine. En otras palabras, son transgresores, en cierta forma tránsfugas; viven en el filo del abismo, son funámbulos sin vara; los atrae el vacío, Le Néant, La Nada.
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Para volver a Fernando Arrabal, el poeta vive en las catacumbas; una especie de caverna de la que habla Platón. Solo que el poeta no está encadenado ni mira solamente a las paredes de la roca. El poeta, y eso lo sabe muy bien Arrabal, es más bien un iluminado, es el que hurga, penetra y desvela los arcanos; trata de conocer la verdad aunque no siempre la comprenda.
Recuérdese que para Arrabal, el poeta vive en la confusión. No en vano dice: “Caminar, avanzar enmascarados”. Una forma de hacer alusión a Platón cuando hace alusión a los hombres que salen de la caverna y que al regresar a ella no pueden ver; ya que la luz del exterior los ha dejado ciegos.
* Publicado originalmente en Revista Agulha.
[1] Frase de Fdo. Arrabal. Este ensayo fue inicialmente publicado por Floriano Martins, directo de la Revista Agulha, No 154 (Brasil, julio 2020)
[2] El escritor y dramaturgo Fernando Arrabal habla con jóvenes escritores en Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores –Madrid https://www.youtube.com/watch?v=T77VI28Zsos
BIBLIOGRAFÍA:
El escritor y dramaturgo Fernando Arrabal habla con jóvenes escritores en Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores –Madrid
https://www.youtube.com/watch?v=T77VI28Zsos
Entrevista a Fernando Arrabal por Jesús Quintero
https://www.youtube.com/watch?v=QdXSiXIxw2M
Entrevista a Fernando Arrabal en Late Motiv
https://www.youtube.com/watch?v=Wi8ukkc1NWU
Torres Monreal, Francisco. Introducción al Teatro Completo de Fernando Arrabal. Fernando Arrabal, autor e ilustrador. Editorial Everest y F. Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Editorial Evergráficas, S-L. Carretera León-La Coruña, León (España).
Más tarde, esta ciudad fundaría el Festival Internacional de Teatro; el primero que se hacía en América Latina. Fundado por Carlos Ariel Betancourt, presidente de Procultura Manizales, en 1968. Pocos años antes, en 1965, se había inaugurado el Teatro Los Fundadores; y para esa época rivalizaba con los mejores teatros europeos. Para 1969 el chileno Sergio Vodanovic escribía, palabras más palabras menos, que los manizaleños éramos locos no solo por haber construido una ciudad en el filo del abismo sino por haber creado un Festival de Teatro Universitario, cuya sede tenía un escenario y recursos técnicos innovadores e inexistentes en ese momento en Latinoamérica.
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Un Festival que en sus inicios tuvo como invitados a Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Jack Lang, Grotowsky, Alfonso Sastre, Mario Vargas Llosa (este último vendría de nuevo varios años después); entre otros escritores e intelectuales de gran renombre internacional.
Cuando Neruda asistió al Festival, el Teatro Los Fundadores se llenó rápidamente y sus puertas de vidrio fueron cerradas; entonces, los estudiantes, ávidos de ver y oír al poeta, las rompieron y entraron en manada. Yo aún era una niña para salir por las noches; así que no formé parte de esa muchachada entusiasta que derribaba puertas para oír las palabras del poeta con el que la juventud latinoamericana comenzaba a amar y a desear. Vale decir que antes de enamorarme de un hombre me enamoré del amor gracias a Los veinte poemas de amor y Una Canción desesperada. Luego, en mis años universitarios, vendrían Canto General y Residencia en la Tierra, entre muchos otros de sus libros.
En 1974, el Festival se interrumpe para aparecer nuevamente en escena en 1984 de la mano de Octavio Arbeláez Tobón; quien sigue siendo su director artístico. Sin él, el Festival hubiese muerto hace mucho tiempo. Valga la ocasión para recordar al brasileño Aimar Labaki, dramaturgo y crítico de teatro, que vino a numerosos festivales y con el que tuve el placer de hablar en varias de sus visitas. Incluso, la primera vez que vino yo trabajaba en el diario La Patria y una de mis funciones era asistir a teatro con él, hablar de las obras vistas y luego ir a la sala de redacción; él me dictaba la reseña en portugués y yo la escribía en español. Luego la revisábamos juntos y el artículo salía publicado al día siguiente. Para ese entonces, en el diario La Patria se trabajaba con máquinas de escribir que aunque no eran muy antiguas tampoco eran modernas; nadie tenía un computador, ni Internet existía. Cabe decir que en ese entonces mi conocimiento de la lengua portuguesa era prácticamente inexistente; y así y todo nos entendimos muy bien y el trabajo fluyó sin ningún inconveniente. Algo completamente surrealista si se le mira más de treinta años después. Es de anotar que es otro brasileño el que me pidió escribir este ensayo; me refiero al artista plástico, poeta, ensayista, traductor y editor, especialista en El Surrealismo, Floriano Martins. ¿Es el azar del que habla Fernando Arrabal?
Ahora bien, si hago referencia a mi ciudad y a su Festival es porque en el Teatro Los Fundadores vi al menos dos de las obras de Fernando Arrabal (Melilla, España, 1932); y si mi memoria no me engaña son Fando y Lis y El arquitecto y el emperador de Asiria. No obstante, mi primer contacto con él no fue a través de los montajes de sus obras sino en el plató de la televisión francesa. En la década de los 80, del siglo XX, él era un asiduo invitado de un programa literario que tenía lugar todos los viernes en la televisión francesa dirigido por Bernard Pivot. Pues bien, en la televisión, todos los viernes y en pleno horario triple A, y durante tres horas, se llevaba a cabo una emisión con varios autores célebres u otros que habían sido publicados recientemente; y Arrabal era uno de ellos. Siempre me llamó la atención su desparpajo, su irreverencia, sus deseos de provocar; y por supuesto su habilidad para apropiarse de la palabra. Era un duende dispuesto a saltar y bailar con tal de acaparar la atención de la audiencia. Para ese momento yo ni lo había leído ni había visto ninguna de sus obras. Podría decir incluso que su exuberancia y arrojo me molestaban; lo cual no quiere decir que sus posturas me escandalizaran. No, él no pertenece al tipo de personas que pueden escandalizarme. Lo que sí me escandaliza y me indigna son los genocidios, como el colombiano.
Hay que recordar que para entonces ya había pasado Mayo del 68 con su maravillosa frase “Prohibido prohibir”; como también había visto la película de Woodstock; ese maravilloso Festival que se llevó a cabo del 15 al 19 de agosto de 1969 y que rompió las estructuras de una sociedad anacrónica y ultraconservadora como era la de los Estados Unidos con su hermoso lema “Hagamos el amor no la guerra”. Me refiero al movimiento Hippie que lo llevó finalmente a salir de la guerra de Vietnam. Y estaba la píldora anticonceptiva que había sido autorizada en 1960. Es indudable que esta maravillosa posibilidad que se nos dio a las mujeres para decidir con quién acostarnos y con quién tener hijos marcó un hito que los movimientos de liberación femenina supieron aprovechar.
El París de los años 70 y 80, del siglo XX, no es el París de hoy en día. Como tampoco lo es la sociedad en la que hice el paso de la adolescencia a mujer joven y con deseos de vivir y de tragarme el mundo. Y si digo esto, es porque en los últimos años hemos visto como una oleada furiosa de conservatismo y fanatismo ha ido tomando fuerza. Trump, Bolsonaro, Uribe, Putin, Salvini, Vox, Marine Le Pen, Duterte, Maduro o Bukele; son solo una muestra de las ira fascista que está tratando de derrumbar la paz que se había construido después de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, están desestabilizando esa gran victoria de la Modernidad: La democracia. Así, que las posturas provocadoras de Arrabal no podían escandalizarme. La literatura me había blindado y me dio las herramientas para dudar de todo y no bajar la cabeza ante ningún troglodita ni ante ningún fanfarrón o provocador. Además, mi padre era un librepensador que me enseñó a refutar las ideas y a argumentar; y que para poder hacerlo había que leer, leer mucho. De hecho, crecí en una casa donde el lugar privilegiado era la biblioteca.
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Y es ahora, después de treinta años, que vuelvo a sentarme al lado de Fernando Arrabal; ya no delante del escenario del Teatro Los Fundadores, sino en la intimidad de mi casa leyendo algunas de sus obras y viendo entrevistas que le han hecho en los últimos años en su país, España. El país que le asesinó al padre durante la cruenta y terrible Guerra Civil; la misma España de la que huyó, lo que quiere decir que huyó de Franco, el mismo que años después lo metería preso. ¿Su crimen? Una dedicatoria escrita en un libro en que la censura franquista consideraba que había un ultraje a la patria. Es bien conocido que los sátrapas carecen de sentido del humor y que no aceptan la mínima crítica a sus actos o ideologías. Corría el año 1967, y con Arrabal en la cárcel muchos intelectuales de la época denunciaron el atropello del que era víctima. Breton, Mauriac, Arthur Miller, Beckett; y algunos autores españoles, como Cela, que incluso era cercano al régimen.
Que un dictador, cualquiera que sea, pero sobre todo si se llama Franco, encarcele a un artista o a un escritor o dramaturgo, revela hasta qué punto le teme a la pluma o al pincel. Los dictadores no solo no ríen, sino que la mayoría son ignorantes. Y digo la mayoría, ya que Stalin era un hombre muy culto; poseía una biblioteca de más de treinta mil volúmenes. Una biblioteca que era consultada a diario. Una historia que conoce muy bien Arrabal; e incluso él dice que si bien es consciente del horror del personaje –léase genocida- también es consciente de su erudición. Incluso tiene un ensayo sobre él, Carta a Stalin.
Y si bien Arrabal es encarcelado en 1967, la verdad es que ya vivía en París, ciudad que nunca ha dejado, desde 1955. En ese año recibió una beca de tres meses para estudiar en la capital francesa, donde se enferma de tuberculosis. Lo que él considera como “una desgraciada suerte”, ya que ese impasse le permitió instalarse definitivamente en la ciudad soñada por artistas, escritores y dramaturgos; antes que fuese reemplazada por Nueva York. Es de anotar que él ya escribía obras de teatro desde los años 50, cuando era un estudiante de Derecho; en ese período escribe los primeros manuscritos de Pic-Nic y El triciclo; al mismo tiempo que frecuenta el Ateneo de Madrid. Lo que denota que desde muy joven tuvo interés por estar en contacto con intelectuales y artistas.
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Y esto es importante tenerlo en cuenta cuando se escucha hablar a Arrabal. Siempre hace énfasis en que a él le han tocado “Los cuatro avatares de la Modernidad”: Los Movimientos Dadá, Surrealismo, Pánico y Patafísico.
Arrabal fue un amigo cercano de Tristán Tzara, con quien jugó innumerables partidas de ajedrez; una de sus grandes pasiones. También frecuentó a Breton, pero rápidamente abandonó el Movimiento Surrealista, ya que su talente dictatorial lo ahogaba. Es entonces cuando crea, junto a Jodorowsky y Topor, el Movimiento Pánico; también conocido como Grupo Pánico. Una alusión al dios griego Pan.
El Movimiento Pánico reúne la filosofía, la ciencia, el ajedrez, el azar, el caos y la confusión. Arrabal explica en la conferencia Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores (Madrid) que el “Azar y caos, son palabras nobles”[1]. Gracias al “azar” precisamente es que Arrabal termina instalándose en París; en otras palabras, es cuando se convierte en un “desterrado”. Él mismo dice que para escribir hay que vivir en el destierro; algo que yo entiendo y comparto plenamente. Los desterrados vivimos en una tierra ajena siempre; vayamos donde vayamos. Incluso, cuando se regresamos a nuestro propio país ya nunca somos los mismos. Yo lo llamo, “exiliado en sí mismo”. Así Arrabal no comparta la noción de “exilio”. Lo que me lleva a recordar al padre de Marguerite Yourcenar. Él era un errante perpetuo, donde quiera que fuera lo acompañaba Marguerite, su hija. Su padre le enseñó el amor por los viajes y por las culturas foráneas; hasta el punto que cuando observaba en su hija un apego especial por un lugar determinado, empacaba maletas y emprendía con ella un rumbo diferente. De esta trashumancia, Marguerite Yourcenar repetiría hasta el cansancio la frase preferida de su padre: “Sólo se está bien en otra parte”.
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Volvamos al azar, a Fernando Arrabal y a la conferencia que he citado. El azar es algo imprevisto, desconocido, no sabemos que va a pasar en el minuto siguiente, ni siquiera sabemos si vamos a estar con vida.
Desmenucemos esa hermosa palabra, AZAR:
María Moliner, en su Diccionario de uso del español (Editorial Gredos, 3ª edición, 2007), nos explica que la palabra azar viene del árabe andalucí azzárh y del árabe clásico zhar; palabras que significan dado. O sea, cuando los eventos no obedecen a decisiones divinas ni a fenómenos naturales sino a lo que pueda surgir de un momento a otro, algo inesperado, dejando así las decisiones al azar; como en un juego de dados en los que se juega la vida misma.
Es el caso de los “desterrados”. Y para hablarnos de ellos Arrabal se remonta a Averroes (Córdoba, Al-Ándalus 1126 - Marrakech 1198) y a Maimónides (Córdoba, Al-Ándalus 1138 – El Cairo 1204). El primero de origen bereber y el segundo judío sefardita. Dos hombres prominentes y respetados por sus contemporáneos; incluso ellos se leían entre sí y se respetaban y admiraban. Se dice incluso que Maimónides tuvo una gran influencia de Avicena y de Averroes; y a su vez influyó en varios pensadores musulmanes. Estos dos vivieron el “destierro”; de ahí que Arrabal se remonte a ellos para hablar de la importancia que tiene ser “desterrado” (que se arranca de la tierra. Por lo tanto, desterrado no se opone a la palabra “exilio”; del latín exilium, vocablo que viene de exsul (desterrado); y que era explicado como arrancado del suelo. Por su parte, el vocablo exul significa el que se ha ido; en otras palabras exilio. No hay que olvidar que en griego exó significa allá y edó significa aquí. Por eso, no comparto la idea que tiene Arrabal con respecto al exilio; yo diría que estas dos palabras, destierro y exilio, se complementan la una a la otra.
Por otra parte, no se puede hacer abstracción del apellido Arrabal. En castellano arrabal significa periferia, aledaño, suburbio (podría incluso decirse expulsado); en otras palabras, el arrabal es lugar que está por fuera del centro de las actividades económicas, sociales, culturales y políticas. Los arrabales son los lugares marginales de las grandes urbes y donde a menudo se reproducen las condiciones de pobreza e inequidad ad infinitum. El dramaturgo que nos ocupa lleva, entonces, implícita esa categoría de expulsado. En los arrabales, el diseño urbanístico suele ser sinónimo de caos y de confusión; no sólo sus callejuelas sino las casas que van construyéndose con materiales diferentes y con diseño que cambian con los años a medida que la casa crece, se expande.
Y hay más con respecto al vocablo arrabal. Una persona arrabalera es sinónimo de zafio, de vulgar, de tosco; e incluso puede verse como alguien estrafalario, estrambótico; en otras palabras es una persona que no es confiable. Y Fernando Arrabal pareciese que le rinde culto a su apellido. Construyó su propio mundo, su propia existencia, en la periferia cultural e hizo de su vida la protagonista principal de su dramaturgia, de su ser y estar.
Pero volvamos a Averroes y a Maimónides. El mismo Arrabal los menciona cuando recuerda el congreso organizado por Dalí en la ciudad de Barcelona y en el que participaron cien científicos de todo el mundo; con el fin de preguntarse sobre la ley del azar y del caos; más no de la confusión. Por lo que Arrabal hace énfasis en que cada vez que se habla de concordia se termina en la discordia. Una forma de vivir relacionada con la confusión (léase arrabal, periferia) en la que los seres humanos nos movemos permanentemente.
Y yo le preguntaría a Fernando Arrabal: ¿es esta otra variante del destierro? Porque no se trata solo de vivir en otro país, hablar en otra lengua diferente a la materna, integrarse a una cultura nueva y desconocida, o quedarse por fuera de ella; es también el sitio que cada ser humano logra a través de su propia existencia; como se ubica en el cosmos; cuál es la relación que establece con el espacio, con los otros y consigo mismo. En otras palabras, el arrabal que cada uno de nosotros construye o destruye a lo largo de su existencia.
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Tal vez la respuesta a este interrogante está en la anécdota que Arrabal nos comparte sobre un pintor desconocido que se acerca a Duchamp para que él le devele la fórmula mágica para vender bien sus cuadros. A lo que Duchamp le responde que “el éxito y el fracaso están en manos del azar”. En otras palabras, dice Arrabal, en manos de la confusión. E incluso inventa una palabra incompletud.
Lo que me lleva a preguntarme: ¿Qué es el éxito? ¿Qué es el triunfo? ¿Cómo huele? ¿Cuál es la sensación táctil? ¿Es áspero, es suave?
Y si me vienen a la cabeza estas interrogantes es porque el mismo Arrabal habla de las condiciones de vida de Ionesco y de Breton. Ionesco, el padre del teatro del absurdo, vivía en un pequeño apartamento de París, que en realidad era una antigua portería; (otra vez el arrabal, la periferia). Mientras que Breton, el padre del surrealismo, vivía en un estudio, donde el orden y el aseo no parecían estar en el centro del interés de Breton y de su compañera; al menos esa es la impresión que se llevó Frida Kahlo cuando los visitó en París. En algún momento, nos cuenta Arrabal, Breton le pide a sus vecinos que le presten una cava (cuarto útil) para almacenar las decenas y decenas de manuscritos que se atiborraban en su estudio; petición que le es negada; (otra vez el arrabal, la periferia). No obstante, prosigue Arrabal, después de su muerte alguien encontró uno de esos textos y lo vendió por la suma nada despreciable de un millón de dólares; una suma con la que Duchamp jamás soñó; y agrega Arrabal: “que le habría caído muy bien”.
Esto le sirve de proemio para recordarnos que si bien la revista Times publica cada seis meses una lista de las cien personas más influyentes del planeta nunca incluyen a un filósofo, un poeta, un pintor, un escritor; y no necesariamente porque su director sea un ignorante, sino porque incluirlos no representa una ganancia para la revista. Incluso, tiene la lucidez para criticar la lista que aparece cuando Hillary Clinton es la Canciller de EEUU, pero al que nombran es a su marido Bill. Un ejemplo extraordinario para hablar del caos, de la confusión. Otra forma de hacernos caer en cuenta hasta qué punto hemos perdido la brújula que nos indique un Norte; hasta qué punto hemos olvidado escribir una bitácora de viaje (me refiero, por supuesto, al viaje que es la vida); hasta qué punto hemos invertido los roles, poniendo la economía por encima del humanismo.
Y Arrabal nos explica que “influyente” es una palabra y una creación pánica. Y agrega que no estar en esa lista es un homenaje al escritor, al pensador, al artista. Y, entonces, trae a colación una anécdota que cuenta Platón con respecto a la queja de los poetas, ya que a pesar de tener a Sófocles, a Eurípides y a Esquilo, la gente prefiere ir a los estadios y no al teatro. Algo parecido sucede hoy en día, seguimos considerando semidioses a los futbolistas y lanzamos al ostracismo, a la caverna, al artista, al escritor, al poeta.
Y como colofón habla precisamente del poeta que salvó a Notre Dame de Paris. Me refiero, por supuesto, a Victor Hugo. Una forma hermosa de realzar la importancia del poeta, de su lugar en el mundo, de su rol en las sociedades y en la Historia; así a veces pase desapercibido. Y luego trae a colación una de las frases de Hugo: “Cuando el siglo tenía dos años nací en Bezançon, esa vieja ciudad española”. Otra vez, la concepción de confusión, de arrabal, de periferia.
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Para volver nuevamente a hablar del “destierro” recuerda a Teresa de Ávila, quien afirmaba que para “conquistar la gloria hay que ir a Francia”. En otras palabras, dice Arrabal, “la “gloria” solo puede existir en la poesía, en el arte, en la literatura”.
De ahí que Arrabal sostenga que “el poeta está en las catacumbas”; en otras palabras, el poeta es un “desterrado” que vive en el arrabal, en la periferia, en la confusión. De ahí que se le considere un “maldito”, y yo agrego: el poeta puede incluso estar por fuera de la ley; como Villon.
Para terminar de analizar esta soberbia y prodigiosa conferencia de Fernando Arrabal, traigo a colación el rol de los rapsodas en la Grecia Antigua, de los trovadores en el Medioevo y de los poetas en Occidente.
Por lo general, el poeta, el rapsoda, el juglar, al menos en Occidente, ha sido considerado cono un paria de la sociedad, como un mendigo, es un marginal, un hors la loi, está por fuera del status quo, es un desterrado que vaga (viaja al exilio) de pueblo en pueblo en busca de su subsistencia. Al menos esa era la visión que se tenía en la Antigua Grecia, como nos lo cuenta Hermann Fränkel:
“… el cantor iba de lugar en lugar. Acudía a muchas puertas extrañas sin saber si se le abrirían. Si era admitido, probablemente permanecería en el umbral, en el lugar de los mendigos, esperando la invitación para sentarse en el salón. Así vemos largo tiempo la mesa de las sesiones del palacio real de Ítaca por los ojos de Ulises y desde la perspectiva del umbral. En gratitud por la hospitalidad, el cantor debía plegarse a cualquier indicación del amo y de sus huéspedes para divertir a los comensales”. (Hermann Frankel, Poesía y Filosofía de la Grecia Arcaica. Impreso por Gráficas Rógar, Madrid, 1993).
Sin embargo, el poeta o cantor, como es lógico suponerlo, debía sentirse bastante humillado, puesto que estaba consciente de su superioridad intelectual frente al rey que lo acogía en su palacio. Al igual que Ulises, los poetas eran viajeros que recorrían el mundo conocido hasta entonces, por lo que aprendían otras formas de pensar y de ver la realidad. Para asegurar su sustento, al menos durante unos días, era necesario que el interés de la audiencia por el tema que estaba siendo cantado-contado no decayera, de lo contrario el poeta debía alejarse del lugar y buscar otro sitio para ser acogido. De ahí la enorme extensión de los cantos épicos y la libertad que se tenía para alterar el texto, sobre todo en la épica no escrita; lo que se conoce como interpolaciones, olvidos aparentes o recreaciones del texto anterior.
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Hermann Fränkel hace incluso alusión a un investigador bosnio de nombre Murko quien, en los albores del siglo XX, realizó un trabajo de campo con los cantores de su tierra, lo que lo llevó a descubrir que estos hombres dominaban en promedio entre treinta y cuarenta cantos, en algunos casos hasta ciento cuarenta. Y cada canto podía tener una duración de tres horas, llegando incluso a las siete u ocho; esto dependía del grado de atención que el cantor lograra captar del público; así que él alargaba o acortaba la recitación dependiendo de los espectadores que tenía al frente. Por lo tanto, el material siempre era reinterpretado, nunca era narrado mecánicamente. Según Fränkel, los cantores homéricos (rapsodas) actuaban de la misma forma.
En la Europa Medieval, eran los juglares quienes recorrían los feudos (otra vez el concepto de destierro) cantando y contando los últimos sucesos acaecidos en tierras remotas; en otras palabras, son los descendientes de los rapsodas helénicos. Y al igual que ellos, eran mirados con desprecio, a no ser que se viviera en Occitania. En dicha región, inmensamente rica, el trovador gozó de todos los honores y privilegios, ya que Leonor de Aquitania, fiel a la memoria de su abuelo Guillermo IX, El Trovador, instaura las Cortes de Amor. Lo que muy pronto dio lugar al género literario conocido como el amor cortés; siendo María de Francia, con sus Lais, una de sus principales representantes. Tanto los rapsodas como los trovadores acompañaban sus cantos con instrumentos musicales. Pero este caso no deja de ser la excepción que confirma la regla. El poeta ha sido siempre visto como un paria, un pobre loco o un soñador. Más recientemente, en el siglo XIX, los poetas fueron considerados malditos, como fue el caso de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine.
Los poetas, por salirse de todos los convencionalismos de la época Victoriana, eran condenados al ostracismo social y a la vejación. La cárcel también fue el castigo que se le impuso a Óscar Wilde, cuyo único crimen fue haber amado con locura a un hombre más joven que él; el mismo “delito” por el que fue acusado Verlaine. En otras palabras, son transgresores, en cierta forma tránsfugas; viven en el filo del abismo, son funámbulos sin vara; los atrae el vacío, Le Néant, La Nada.
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Para volver a Fernando Arrabal, el poeta vive en las catacumbas; una especie de caverna de la que habla Platón. Solo que el poeta no está encadenado ni mira solamente a las paredes de la roca. El poeta, y eso lo sabe muy bien Arrabal, es más bien un iluminado, es el que hurga, penetra y desvela los arcanos; trata de conocer la verdad aunque no siempre la comprenda.
Recuérdese que para Arrabal, el poeta vive en la confusión. No en vano dice: “Caminar, avanzar enmascarados”. Una forma de hacer alusión a Platón cuando hace alusión a los hombres que salen de la caverna y que al regresar a ella no pueden ver; ya que la luz del exterior los ha dejado ciegos.
* Publicado originalmente en Revista Agulha.
[1] Frase de Fdo. Arrabal. Este ensayo fue inicialmente publicado por Floriano Martins, directo de la Revista Agulha, No 154 (Brasil, julio 2020)
[2] El escritor y dramaturgo Fernando Arrabal habla con jóvenes escritores en Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores –Madrid https://www.youtube.com/watch?v=T77VI28Zsos
BIBLIOGRAFÍA:
El escritor y dramaturgo Fernando Arrabal habla con jóvenes escritores en Impulsa Literatura: I Encuentro de Jóvenes Escritores –Madrid
https://www.youtube.com/watch?v=T77VI28Zsos
Entrevista a Fernando Arrabal por Jesús Quintero
https://www.youtube.com/watch?v=QdXSiXIxw2M
Entrevista a Fernando Arrabal en Late Motiv
https://www.youtube.com/watch?v=Wi8ukkc1NWU
Torres Monreal, Francisco. Introducción al Teatro Completo de Fernando Arrabal. Fernando Arrabal, autor e ilustrador. Editorial Everest y F. Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Editorial Evergráficas, S-L. Carretera León-La Coruña, León (España).