El pintor y escultor colombiano Fernando Botero posa el 9 de febrero de 2001 en su estudio parisino.
Foto: AFP - MARTIN BUREAU
Las gordas y los gordos de Botero, tan colombianos. Y rodeándolos, en todo momento, esas montañas con sus volcanes y sus nevados, esos pueblos con sus coloreadas tejas de barro y sus calles estrechas y empinadas. Esas vírgenes, obispos y monjas. Esas sandías, plátanos, zapotes y naranjas. Esos batidos y esas morcillas, tan suculentas y apetitosas. Pintura para comer. También catedrales que parecen ponqués y, como si lo anterior fuera poco, banderitas colombianas que asoman por todos lados. (
Por Juan Gustavo Cobo Borda * / Especial para El Espectador
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