Fernando Broca: ante un mundo de apariencias, la energía de las palabras
Este contador de historias mexicano conversará en Corferias sobre la espiritualidad, la lucha y la resistencia que vienen con ella, en un mundo que está pidiendo casi a gritos la reconciliación con la Tierra y la humanidad. Su libro, “Encuentro”, es un llamado a despertar.
María José Noriega Ramírez
Un buscador, un contador de historias. Alguien guiado por la curiosidad, por los viajes, ese es Fernando Broca, un mexicano que un día está, entre comillas, en Ciudad de México, otro en Houston y al siguiente en Bogotá, porque hace años decidió hacer del mundo su casa. Esos son los cimientos de su vida. Sus pasos lo han llevado a conocer cerca de noventa países, a tener huellas marcadas en su piel de cada uno de ellos, y a recordar al Tíbet como la tierra que le enseñó que no todo tiene que ser inmediato y que la espiritualidad puede ser una forma de resistencia, de lucha; una prueba de que aún persiste en algunos la creencia de que hoy, tal vez más que nunca, se necesitan la reflexión y la profundidad, ante un mundo que parece cada vez más superficial.
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Un buscador, un contador de historias. Alguien guiado por la curiosidad, por los viajes, ese es Fernando Broca, un mexicano que un día está, entre comillas, en Ciudad de México, otro en Houston y al siguiente en Bogotá, porque hace años decidió hacer del mundo su casa. Esos son los cimientos de su vida. Sus pasos lo han llevado a conocer cerca de noventa países, a tener huellas marcadas en su piel de cada uno de ellos, y a recordar al Tíbet como la tierra que le enseñó que no todo tiene que ser inmediato y que la espiritualidad puede ser una forma de resistencia, de lucha; una prueba de que aún persiste en algunos la creencia de que hoy, tal vez más que nunca, se necesitan la reflexión y la profundidad, ante un mundo que parece cada vez más superficial.
El pueblo Santa Cruz Acatlán, cerca de la capital mexicana, o más bien, uno que la ciudad “se comió”, lo vio crecer. Se crió bajo el catolicismo y desde niño supo que su vida estaría dedicada a la espiritualidad. Incluso, pensó que sería sacerdote, uno que daría la comunión y a la vez reiki. Fue creciendo y cuestionando, y entendió que tal vez ese no era su camino, que si el cura le prohibía leer ciertos libros y también meditar, debía explorar por otro lado, salir de esas paredes y asomarse a la ventana abierta que es el mundo, y en eso estuvo acompañado por Demian, de Hermann Hesse, por esa visión de Dios que le removió sus raíces más profundas, y por los versos de Antonio Plaza Llamas, como los del poema “La voz del inválido”.
Broca lleva explorando estos caminos por veinticinco años, y lo ha hecho de la mano del chamanismo, un espacio en el que ha vivido y crecido, que lo adentró incluso en la escritura. De allí brotó Encuentro, dedicado a “los que buscan, los que sueñan, los que creen”. Hace ocho años empezó el libro, hace cinco lo tenía listo, pero hasta hace poco, en 2023, vio la luz. Lo hizo después de la pandemia, que, como a muchos, lo dejó con hambre de vida. Le dijeron que su texto no iba a ser un éxito editorial y, entonces, consideró autopublicarlo: “A quien le tenga que llegar, llegará”. Al final, no fue necesario y encontró en la editorial Océano el muelle para zarpar. Ese fue el momento preciso para publicarlo, cuando se sintió fuerte ante los miedos de su juventud, ante los temores de que lo llamaran loco.
“Coexistimos en un mundo con gran desarrollo aparente y abundancia de alimentos y, sin embargo, muchísima gente pasa hambre. Contamos con mucha tecnología y, sin embargo, hay pueblos enteros que no saben leer (...) Este es el juego de las apariencias”, escribió: “Medimos el desarrollo en carreteras y comunicación satelital, en acceso a internet y crecimiento del PIB. Dejamos de lado la unidad familiar, la solidaridad, el grado de bienestar real, la salud en el seno de una comunidad, la funcionalidad psíquica, el respeto por la Tierra y el reconocimiento de la cultura y las tradiciones propias en cada región”, y así vivimos una vida rápida y ágil, pero sin sentido y poco profunda. Una en la que existe la inteligencia artificial, que choca con la artesanía de las palabras. Una en la que no solo Bogotá, sino México, España, Estados Unidos y muchos más están sufriendo por la sequía. Una donde en las redes sociales se puede ver a alguien sonriendo, aunque por dentro esté roto. Una en la que, a pesar de todo, hay una generación a la que le importa que los vegetales vengan de un cultivo sano y que se recicle el agua, aunque estemos tarde para eso. Una que está mostrando una pequeña rebeldía, un cambio de pensamiento, que, a su parecer, es la verdadera revolución.
Él no es escritor, no es un Álvaro Mutis, que, confiesa, lo “trastorna” y le tiene aprecio. No se considera como tal. Más bien se define como una pluma joven, como un contador de historias que en algo se defiende con el lenguaje, y que llega a la FILBO para ser parte de un diálogo en el que probablemente se escuchará hablar de igualdad, derechos humanos y mujeres, pero quizá también de esperanza y espíritu: “Las palabras, para mí, son un pulso energético, y cuando entendemos que se pueden volver amigas y aliadas, se construyen puentes para una nueva realidad”. De eso y más conversará en Corferias, y lo hará con Santiago Rojas, con quien se conoce desde hace una década y a quien lo une esa afinidad por el saber ancestral, por la creencia de que somos pueblos en transformación y en necesidad de despertar.
“El ser humano ha perdido lo único que tiene: el tiempo presente”, cree Rojas. En su consultorio, entre paciente y paciente, piensa en su amigo, reflexiona sobre sus enseñanzas y se atreve a decir que nacemos sin nada y nos vamos sin nada. “Solo tenemos el instante para experimentar, es lo único que nos pertenece. La obra de Fernando busca que descubramos eso conscientemente”. El mensaje es claro, al menos para él: este es un encuentro para despertar, para recordar lo simple, y no desde el análisis ni la academia, sino desde la simple experiencia: “Debemos mirarnos a nosotros mismos, lo decían los griegos, y reconciliarnos con la naturaleza de la que hacemos parte, porque somos la construcción de la biología de ella en nuestro cuerpo. Luego debemos hacer lo mismo con la humanidad y, por último, con la sociedad”. El orden, dijo, está invertido, porque hay una serie de normas insostenibles alrededor y la igualdad está en otro lado, en que estamos hechos de la tierra y la obra de la creación está latente en cada uno.