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                                                                                                                                  Fernando Pessoa y la ternura

                                                                                                                                  El escritor y poeta murió a los 47 años, la edad en que la vejez todavía es joven.

                                                                                                                                  Jose Hoyos

                                                                                                                                  El poeta, escritor y filósofo portugués, Fernando Pessoa, nació en Lisboa el 13 de junio de 1888. / EFE
                                                                                                                                  Foto: (EPA) EFE - Javier Lizón

                                                                                                                                  En cambio Bernardo Soares a esa edad ya era un anciano, y Alberto Caeiro era un hombre cuyo tiempo iba en sentido contrario y cada vez se acercaba más a la niñez. Si multiplicamos 47 por el número total de heterónimos que creó -que, bien visto, no vienen siendo heterónimos- sino personas con vidas e identidades propias- la edad resultante supera la de Matusalén. A qué edad habrá alumbrado Pessoa a tanta y tan notable gente. Agarró su vida y la diseccionó para entregarle un pedacito a cada una de sus extensiones heterónimas. Se restó vida para sumarse inmortalidad. Tenía la edad en que se empieza a no esperar nada, “porque es perfectamente inútil esperar… ¿qué le queda a alguien como yo si no la renuncia por modo y la contemplación por destino?”. Todas esas bocas que alimentar con palabras, todos esos modos de pensar tan amplios, todas esas índoles de expresión, todas esas urgencias de decirse por vías tan dispares (Campos es un viajero anhelante, Reis es un epicúreo, Caeiro un campesino sin estudios y Soares un contable de oficina) cómo no iban a agotarle rápido la vida.

                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                  Foto: (EPA) EFE - Javier Lizón

                                                                                                                                  En cambio Bernardo Soares a esa edad ya era un anciano, y Alberto Caeiro era un hombre cuyo tiempo iba en sentido contrario y cada vez se acercaba más a la niñez. Si multiplicamos 47 por el número total de heterónimos que creó -que, bien visto, no vienen siendo heterónimos- sino personas con vidas e identidades propias- la edad resultante supera la de Matusalén. A qué edad habrá alumbrado Pessoa a tanta y tan notable gente. Agarró su vida y la diseccionó para entregarle un pedacito a cada una de sus extensiones heterónimas. Se restó vida para sumarse inmortalidad. Tenía la edad en que se empieza a no esperar nada, “porque es perfectamente inútil esperar… ¿qué le queda a alguien como yo si no la renuncia por modo y la contemplación por destino?”. Todas esas bocas que alimentar con palabras, todos esos modos de pensar tan amplios, todas esas índoles de expresión, todas esas urgencias de decirse por vías tan dispares (Campos es un viajero anhelante, Reis es un epicúreo, Caeiro un campesino sin estudios y Soares un contable de oficina) cómo no iban a agotarle rápido la vida.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Le sugerimos: Convocatoria abierta para la selección oficial del Festival Villa del Cine

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                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Ternura es lo que sobrevive a las palabras y vence la sagacidad de los silencios. Al igual que la bondad o la redención, la ternura no es tan simple como parece. Es un sentimiento intenso hasta la ferocidad. Como un amor de otra especie. Un amor por la vida tan profundo como contenido, al que solo se llega resignando mucho de uno mismo y habiendo entibiado la frialdad con que el mundo práctico ensombrece los corazones. En Pessoa la ternura es casi una insolencia. Puesto que la vida corriente se mueve por debajo de capas y capas de rudeza, alcanzar la ternura equivale a la indefensión absoluta. “El mundo de hoy solo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la inhumanidad y la hiperexcitación”. Ni hace un siglo en Lisboa ni hoy se ha contado con suficiente coraje para la ternura. Un alma que ande sin envoltura es susceptible de enfermar y envejecer prematuramente. Si se vive tan corto de anticuerpos no queda de otra que correr a escribirlo antes de que el fatigado corazón diga basta.

                                                                                                                                  Lo mejor de escribir es sentarse a no escribir y mirar tranquilo la vida. Leer en los eventos triviales de la rutina las páginas más auténticas que puedan existir. Como ahora, cuando detengo la lectura y observo personas y situaciones allá afuera. Lo que significa que sigo leyendo ese otro libro monumental que es la vida en movimiento. Observo a un hombre que pasa por la calle, uno que siempre hace ese mismo recorrido. Tiene el pelo flechudo en redondo, espalda destemplada, hombros curvados, brazos vacilantes, usa la lentitud para que sus gestos parezcan deliberados, lleva ojos muy abiertos y labios separados, la cara de susto que ha tenido siempre, un susto ya bien aclimatado e incorporado en sus maneras. Un susto de origen psíquico. Qué trauma, qué dolor, qué injusticia, qué agresión, qué frustración, qué catástrofe padecida de niño le habrá condicionado el alma. Nada registra tan gráficamente los efectos de una vida triste como el cuerpo humano. La cara que tenemos durante la niñez es una suma constante, y durante la adultez es un resultado. Lo que vemos de una persona cualquiera que pasa por la calle, su cuerpo, es apenas la punta del iceberg de su existencia. El resto solo emerge en escasísimas ocasiones, preferiblemente a solas o cuando se está borracho. Los seres humanos somos una subterránea suma de traumas andando por ahí.

                                                                                                                                  Le recomendamos: “El club de los cinco” y algunos temas esenciales en la literatura

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                                                                                                                                  Sí, es ternura lo que despierta ante esas imágenes, pero atravesada por algo maluco, como intocable, tristeza mezclada con reverencia. También es un asunto perversamente utilitario, del tipo de utilidad que consiste en llevarse en la memoria gestos y actitudes y palabras para después armar (los dioses me perdonen) un personaje literario. Cuánto miedo produce ver la indefensión andando por ahí. Es un enigma perturbador tratar de imaginar qué traumas sufrieron esas personas durante la niñez, cosas jamás contadas a nadie, qué dolores y mutilaciones arrastran, qué secretos hondísimos les moldearon la postura corporal y los gestos, qué intenciones de vida tenían hasta el momento en que llegó el golpe que torció su cuerpo y su destino para siempre.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Podría interesarle: Mel Brooks y Angela Bassett recibirán Óscar honoríficos

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                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A veces sucia, a veces con púas, siempre aplastante, la de Pessoa es una ternura hacia toda la humanidad, la ternura y el dolor anticipado del que sabe que la vida se trata, insalvablemente, de sobrellevar cargas.

                                                                                                                                  Por Jose Hoyos

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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