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Hubo un tiempo en el que Jodie Foster tuvo sentimientos encontrados con relación al Festival de Cannes. Siendo una niña de 14 años se disponía a viajar a la Riviera azul junto a Martin Scorsese y Robert De Niro, gracias a su rol de Iris en Taxi Driver. Faltaban apenas unas horas para abordar el avión cuando sucedió algo inesperado: su yorkshire terrier se cayó por unas escaleras y murió instantáneamente.
La muerte de su perro “fue uno de los momentos más tristes de mi vida”, Foster recuerda sentada en el escenario de la Sala Buñuel del Palais des Festival , “sabía que venir a Cannes iba a ser importante para el resto de mi vida, pero tuve que callar la pérdida de mi amigo”, no se le desdibuja la sonrisa durante su relato y hasta hace amagos para disculparse tras los largos oohs y aaahs de audiencia que la acompañan en sus sentimientos. “Es una historia horrible, lo sé”, dice mirando hacia el público.
Desde aquel entonces han sido muchas las vivencias experimentadas, de todo tipo y magnitud. Una parte de ellas las narró a lo largo y ancho de una hora en un encuentro en el marco del Festival de Cannes. Precisamente en esta cita cinematográfica se iniciaría la carrera artística de quien hoy se destaca como una de las mejores actrices de su generación, además de destacarse como productora y directora.
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Cuarenta y cinco años después de su primera vez en los predios de La Croisette, recibiría de manos de Pedro Almodóvar la Palma de oro honorífica durante la gala inaugural. Ya con la emoción apaciguada que solamente se consigue con un par de horas de distancia, revisa qué le pasó por la cabeza la esa noche. “Nostalgia”, es la primera palabra que sale de sus labios, y es que por este festival dice que han pasado muchas personas que han sido una verdadera inspiración en su carrera.
Revive los entre-telones deTaxi Driver. Tenía 12 años cuando se rodó y debido a las características de su personaje, una prostituta, tuvo que someterse a diferentes pruebas, una de ellas un test sicológico ordenado por los organismos de protección al menor californianos. “La gente pensaba que era demasiado joven para asumir ese rol”, rememora, “a mí me parecía que era una bonita historia”, remata.
De la comedia Freaky Friday, también del 76, y a través de la cual se dio a conocer entre un público más amplio, confiesa que sintió algo de vergüenza en su momento. “A decir verdad, cuando tienes 14 años te avergüenzas absolutamente de todo, de tus padres y hasta de ti misma”, termina con una buena carcajada.
El momento de las mujeres
En Cannes el calor veraniego hace de las suyas. Jodie Foster lleva sandalias, pantalón negro y camisa blanca. Cruza las piernas y cuando habla hace círculos juguetones con el pie que le queda colgando. En su rostro y sus gestos se pueden ver a la niña que comenzó a los tres años en el mundo del entretenimiento, hasta convertirse en una estrella de cine que durante tantas décadas ha sido una habitual de la pantalla grande.
La californiana se expresa fluidamente en francés, hace bromas, es ocurrente, usa las mismas inflexiones y muletillas de los franco parlantes. De hecho recuerda que en la conferencia de prensa de Taxi Driver hasta fungió como intérprete, “¡qué arrogante!”, reconoce entre risas.
Llega el momento en el que su interlocutor le hace notar que en primera fila se encuentra una persona a quien ella le debe su destreza en ese idioma. La sorpresa se mezcla con la alegría cuando nombran a su antiguo profesor de francés. Jodie da un salto del sillón y llega hasta un hombre robusto de pelo platinado rebosante de orgullo hacia su alumna del Liceo Francés en Los Ángeles. Su fluidez en el idioma galo le ha permitido no solamente doblar directamente sus películas al francés, sino también rodar con grandes nombres como Claudel Chabrol (La sangre de otros, 1994) así como con Jean- Pierre Jeunet (Largo domingo de noviazgo, 2004).
Se agolpan los recuerdos y las películas. Entre tantos títulos quizás uno de los más emblemáticos sea El silencio de los inocentes (de Jonathan Demme, 1991). Cuenta que se sentía intimidada ante el grandísimo Anthony Hopkins, “un extraordinario actor y maravillosa persona”. Las intensas jornadas de trabajo les impidieron entablar una comunicación más fluida, pero “hacia los últimos días de filmación yo le confesé que le tenía miedo”, cuenta, “me respondió que él también había tenido esa misma sensación hacia mí”, ríe de buena gana con ese recuerdo.
Tanto El silencio de los inocentes como Acusados (de Jonathan Kaplan, 1988) representaron dos momentos significativos en su carrera. Con la segunda ganaría un Oscar como mejor actriz, pero sobre todo ayudó a sentar un presente en lo relativo a los abusos sexuales, “en un tiempo en el que eran consideradas normales las violaciones a la mujeres”, afirma Foster.
Con el filme junto a Hopkins cuenta que el éxito fue tan rotundo que decidió aminorar la marcha para dedicarse más a ella, pero también con la finalidad de cumplir una especie de sueño que tuvo a los seis años al ver al uno de sus colegas actores asumir la dirección de un segmento televisivo donde ella participaba.
“Nunca había pensado que un actor ni menos una mujer pudiese convertirse en directora”, rememora con la Palma de Oro a sus pies en el escenario. Cuenta que su madre intentó disuadirla de tal propósito, “tendrías que escribir”, le dijo. Le tomó la palabra.
Tras tantos roles asumidos, a Jodie Foster se le hizo natural el paso a la dirección y a la producción a través de su compañía Egg Pictures, fundada en 1992. De paso cumplió aquel sueño de la infancia. En EEUU, donde todavía “consideran un riesgo el encomendarle la dirección a una mujer”, tal como afirma, Foster logró ponerse detrás de las cámaras para dirigir hasta la fecha cuatro películas además de varios episodios de sonoras series de televisión. Aprovecha para revelar que entre sus inspiraciones se encuentran David Fincher y Neil Jordan, con quienes también ha trabajado.
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De Fincher dice que le fascina su dominio de la técnica, mientras que de Jordan le encanta su método narrativo y la poesía que le imprime a sus historias.
Con relación a las féminas en Hollywood asegura observar una evolución positiva. “Ahora es el momento de las mujeres”, afirma con convicción, “como también es el momento de mostrar nuestras historias. Puede sonar a cliché, pero es cierto que en lugar de complacer a los demás, tenemos que contar algo que resuene en nuestro interior”, acota quien le ha visto los lustrosos colmillos al fracaso pero se mantiene en pie de lucha desde la posición que sea. Es que ella misma se define como una persona que se va a llorar a una esquina ni que se altera cuando un mandamás de la industria intenta doblarle el brazo. Sin dudas, es una guerrera.
El tiempo se agotaba mientras se hacía más minucioso el recorrido por la carrera de Jodie Foster. Recientemente galardonada y alabada por rol de Nancy Hollander en The Mauritanian (de Kevin Macdonald, 2020), algunos de esos premios recuerda que los vio en su casa, vistiendo pijamas y con su perro en el regazo.
Pueda que esta tarde la nostalgia le haya invadido nuevamente al salir bañada con la ovación de pie de la audiencia, la segunda para despedirla. Esta vez faltaron Scorsese y De Niro, pero el recuerdo de esta nueva vivencia en el Festival de Cannes no abandonará jamás a Jodie Foster.