Festival Equinoxio: un espacio presto a utopías
Desde hoy y hasta el 26 de septiembre se realizará la edición número 23 del certamen creado por la Universidad Nacional.
Andrés Osorio Guillott
Las ideas tienen mucho de rebeldía, pues ellas, si bien están basadas en experiencias, libros, canciones, teorías, películas, pinturas, colores o formas, van adquiriendo su camino y su independencia conforme se piensan una y otra vez para hacerse diferente a otras ideas del pasado, así que no solo es la rebeldía de apartarse, sino también la rebeldía de soñar de otra forma, de hacernos testarudos o tercos y defender esas ideas de las voces que las señalan y las quieren acabar.
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Las ideas tienen mucho de rebeldía, pues ellas, si bien están basadas en experiencias, libros, canciones, teorías, películas, pinturas, colores o formas, van adquiriendo su camino y su independencia conforme se piensan una y otra vez para hacerse diferente a otras ideas del pasado, así que no solo es la rebeldía de apartarse, sino también la rebeldía de soñar de otra forma, de hacernos testarudos o tercos y defender esas ideas de las voces que las señalan y las quieren acabar.
El Festival Equinoxio es una idea que surgió de una actitud rebelde, o por lo menos así lo definen Libia Stella Gómez y Carlos Smith, dos de sus fundadores hace un poco más de 20 años: “Éramos una generación de estudiantes muy contestatarios, de pelear por todo, éramos insoportables. Si no nos gustaba un profesor o algo, peleábamos. Creo que nos odiaban un poco. En algún momento por darnos algo de contentillo nos preguntaron qué proponíamos. En ese entonces Jorge Londoño era director de la escuela y por ahí surgió la idea del festival, era como ocuparnos para que dejáramos de joder”.
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Tanto Libia Stella Gómez como Carlos Smith -que por cierto han salvado al festival en dos oportunidades-, recordaban entre risas las anécdotas y los primeros días de un festival que, pese a los problemas que nunca faltan, se ha logrado mantener y no ha perdido la esencia de ser un espacio de los estudiantes de la Universidad Nacional, donde todos pueden participar y donde principalmente muchos encuentran la experiencia o la práctica que a veces falta en las aulas para entender cómo aplicar todo lo que se vio en cuanto a teoría e historial del cine: “Había mucho entusiasmo. La gente se apropió muy rápido del festival. Ya en la segunda edición tuvimos conciertos también. Al segundo año llegaron trabajos de otras universidades. El Equinoxio tuvo gran receptividad y eso se debe en gran parte a que no había festivales universitarios. Ahí nos dimos cuenta que hacía falta el festival, cuando ya estaba hecho, porque la gente lo recibió bien y lo estaban esperando”.
Fueron los días en los que Libia Gómez trabajaba como mesera, y no podía asistir a todas las conversaciones sobre cine en la cafetería de la facultad de artes, o en los pastizales de la Nacional, fueron los días de creer en el festival mientras se cumplía con las obligaciones diarias, de hacer realidad el espacio aún sin importar el olor a tapete húmedo y las malas condiciones del salón 114, lugar donde no solo se transmitieron películas sino que era allí donde se ralizaban las galas de esas primeras veces que difícilmente se olvidan.
“Es una buena manera de aprender. Hacer proyectos, evaluarlos. No sirve solo la teoría, la información histórica. Tienes que hacer. Y una parte de ese proyecto es mostrarlo también. Las etapas de proceso no son solo preproducción, producción, posproducción, sino también exhibición. Lo más importante es cerrar ese ciclo de aprendizaje que termina con mostrar las cosas y evaluarlas”, dijo Smith.
Y es que si hay una crítica que se escucha entre voces y pasillos, en general, sobre las universidades es que hacen falta espacios donde se aprenda a aterrizar las ideas y las teorías. para no llegar a eso que llamamos “mundo real” sin algo de experiencia o sin una especie de acercamiento hacia las obligaciones y dinámicas que cumpliremos a la hora de aplicar a trabajos relacionados con lo que estudiamos, y eso si corremos con la suerte de lograrlo, pues cada vez es más común terminar en lugares y oficios que poco o nada tuvieron que ver con la carrera que realizamos, y ni hablar de esa opción, que en este país es más bien un privilegio, de poder estudiar hasta ser profesionales.
El Festival Equinoxio funciona con un método escalera, es decir que su realización tiene en cuenta a estudiantes de primeros y últimos semestres, de manera que a medida que pasan las ediciones, los roles cambian, y así, según su avance en la carrera, cumplen diversos roles que les permiten aprender sobre las etapas de un ciclo de producción, hasta tal punto que llegan a ser directores de una edición en particular. Así, por ejemplo, llegaron Valentina Giraldo y Jeisson Méndez, quienes se encargaron para el festival este año y llegaron a este espacio desde 2018, porque si bien desde años antes lo conocieron como espectadores, fue en esa época cuando ingresaron al departamento académico, por el lado de Jeisson, y del departamento de logística, por el lado de Valentina.
“Equinoxio nos permite entender otras posibilidades de trabajo colectivo y de creación que son muchísimo más amenas. Es como una militancia. Todas las militancias son desagradecidas, y el trabajo con el festival es agotador, pero igual es una especie de presagio, como dijo el director de la edición pasada, y lo es porque está constituyendo a las personas que vamos a heredar una industria con varios problemas. (...) Hay una frase de Giorgio Agamben, que surge a partir de la revolución del 68 en Francia, y es que si hay algo que enseñó ese acontecimiento es que solo se es estudiante una vez, y que ese umbral es un momento muy presto a utopías, y Equinoxio, y otros festivales universitarios llevados por estudiantes están prestos a eso”, dijo Giraldo.
El reto en esta oportunidad, además de la esencia de estar prestos a las utopías y de hacer siempre un festival pensando en el crecimiento del cine nacional y del aprendizaje de los estudiantes, era también alternar entre la presencialidad y la virtualidad, pues si bien esta última permite quizá un alcance mayor de espectadores, la primera nos evoca algo de ese aspecto romántico que tiene volver a una sala de cine, de volver a dejarse llevar por el sonido y el encuentro de varias personas alrededor de una historia que puede romper la monotonía o que nos puede resquebrajar.
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“El festival en sus distintas búsquedas, por ejemplo en 2019, indagó por directores que fueran un poco irreverentes en cuanto a la realización, y ese es un espíritu que se ha mantenido, eso nos ha abierto puertas para acercarnos a la industria nacional e internacional por medio de miradas alternativas. No obstante, hemos tenido directores y directoras que nos acercan a lo que es realizar cine en Colombia, como Rubén Mendoza, Óscar Ruiz Navia, entre otros, y ellos nos han ayudado a entender diversas dinámicas”, concluyó Jeisson Méndez