Festival Jaguar: reconectarse con el territorio para sobrevivir
El certamen, que llegará a su octava edición el 5 de enero de 2023, rendirá un homenaje a la gaita india de San Jacinto (Bolívar) y al pueblo indígena kogui, declarado Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Danelys Vega Cardozo
Durante un tiempo, Johana Saavedra estuvo viviendo en Santiago de Chile, pero un día decidió regresar a Colombia. No quería vivir en su capital, así que compró una casa en Palomino (La Guajira) y se fue a vivir allá. Como llevaba mucho tiempo organizando festivales masivos, pensó: ¿por qué no hacer el mío? Recordó también aquella frase que reza: “A donde fueres haz lo que vieres”. Se lanzó al vacío y en 2015 realizó la primera versión de su propio festival: Jaguar. Su propósito era “rehabilitar una zona roja, de guerra y volverla turística”. Algo, que ahora, cuando mira al pasado, parece haber logrado.
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Durante un tiempo, Johana Saavedra estuvo viviendo en Santiago de Chile, pero un día decidió regresar a Colombia. No quería vivir en su capital, así que compró una casa en Palomino (La Guajira) y se fue a vivir allá. Como llevaba mucho tiempo organizando festivales masivos, pensó: ¿por qué no hacer el mío? Recordó también aquella frase que reza: “A donde fueres haz lo que vieres”. Se lanzó al vacío y en 2015 realizó la primera versión de su propio festival: Jaguar. Su propósito era “rehabilitar una zona roja, de guerra y volverla turística”. Algo, que ahora, cuando mira al pasado, parece haber logrado.
Cuando llegó a Palomino a hacer el festival, si acaso había dos o tres hostales. Hoy, aproximadamente, hay 200 y hasta hoteles de cinco estrellas en las afueras del corregimiento. El comercio se mueve: ya se acaban el pan, los huevos y la cerveza; antes eso era una preocupación para los tenderos, entonces colapsaban, pero ahora han aprendido a manejar la situación. La situación del pueblo “de 3.000 personas, al que llegan 3.000 más”.
Hubo un día, aquel de la primera versión del Festival Jaguar, en el que la cantidad fue una preocupación para Saavedra. No tenía certeza del número de asistentes que irían al certamen, sobre todo porque no había luz ni agua en el corregimiento; “típico en La Guajira”. Sus habitantes tenían trancada la vía, así que era necesario que tomara alguna acción: bajó hasta la vía, les repartió entradas y les dijo: “Mira, tómate la cerveza y ve a mi festival a disfrutar. Es el único que tiene luz”. Llegaron 1.200 personas a ese lugar que “era un paraíso terrenal escondido”.
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Ya han pasado casi ocho años desde aquella fecha y durante ese tiempo muchas personas la han ayudado con su trabajo, con lo que saben hacer, y la han “apoyado a crecer”, entre esos el pueblo indígena kogui, que le ha dado una mano en lo relacionado con la construcción del festival y los rituales de limpieza. En la octava edición, que se iniciará con una meditación, quiere rendirles un homenaje. Entonces, una familia kogui estará presente, así como una jaba (una chamán de este pueblo, pero en versión femenina), quien cura a través de sobos y masajes. En las ediciones anteriores, los koguis solo bajaban a disfrutar de la fiesta, pero para esta ocasión quiere, a través de ellos, hacer un trabajo más espiritual, de reconexión con el territorio, “con lo elemental”. “Si tenemos una reconexión con la naturaleza podemos estar preparados para cualquier cosa que pase. También es salvación de tanto estrés y enfermedad que da el trabajo, las ciudades y la monotonía”.
Desde que llegó a Palomino, ha vivido entre koguis, pues ellos se asientan en la Sierra Nevada de Santa Marta. Cuando bajaban de aquella montaña, les compraba hayo tostado (hoja de coca) para hacer productos naturales como tés y cremas. “Los indígenas han vivido más que nosotros. Seguramente, van a seguir existiendo y nosotros, por nuestras dependencias, vamos a morir”. Dependencias que, en su caso, ha tratado de ir soltando, gracias a lo que ha aprendido del contacto con los koguis, quienes se relacionan como hermanos. “He aprendido de ellos que la forma de sobrevivir es eso: ayudarse y acompañarse. Es más sencillo vivir así”.
De tanto entablar conversaciones con ellos, se dio cuenta de que le tenían mucho miedo al tigre, que en la Sierra vendría siendo el jaguar. Ese animal que los ha resguardado, pues evitan salir de noche, porque si no se los puede comer el tigre. “Creo que el jaguar es el protector, el mamo”. Y, desde hace un par de años, es quizá también el encargado de proteger el festival que lleva su mismo nombre.
El festival en donde los ritmos electrónicos y caribeños son los protagonistas y se reflejan también los intereses de Saavedra, porque durante su etapa universitaria se volcó hacia los bailes canta’os del Caribe como el bullerengue, la chalupa, el fandango, la tambora y la cumbia, e incluso llegó a cantar el primero de la lista. Por eso, al festival, ha llevado a representantes de la gaita negra como la agrupación musical Paíto, de la cumbia sabanera a Carmelo Torres y de San Basilio de Palenque al Sexteto Tabalá. Aunque ha querido, no ha podido traer a la reina del bullerengue, Petrona Martínez, debido a su estado de salud. Muchas veces, pensó en invitar a Totó La Momposina, pero era muy costoso hacerlo y, ahora, ya ni modo.
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Tiene una deuda pendiente que pagará el 5 de enero de 2023, fecha en la que se realizará el Festival Jaguar. Está endeudada con la gaita india, porque no le ha hecho un homenaje, así que invitó a Los Gaiteros de San Jacinto, quienes, “desde los 50, tienen el sabor ancestral heredado”. Ellos estarán tocando y, quizá, Juan Chuchita los acompañe desde el cielo. De paso, convidó a un palenquero a que se uniera a la fiesta: Charles King, uno de los creadores de la champeta. Habrá otros más que también se integrarán, entre ellos algunos DJ que tienen influencia de ritmos tradicionales en su música electrónica.
Desde su llegada al pueblo, hay cosas que permanecen, que no han cambiado. Sigue sin haber un sistema de recolección de basuras y un acueducto, entre otras cosas. Entonces, cada año, durante el festival, trata de implementar eso de la responsabilidad social, sobre todo, en niños y adolescentes. El 4 de enero, a la entrada de Palomino, algunos niños estarán recolectando y separando basura en el espacio en donde, minutos después, habrá un mural de un jaguar, donado por una empresa de paneles solares. En otro sitio, unas matronas barranquilleras dirigirán un taller de derechos sexuales y reproductivos por medio de una profesora de champeta, quien les enseñará a bailar a las adolescentes este género musical mientras les habla sobre el tema central. Y, para finalizar, en el espacio llamado “Jaguaritos”, habrá una pantalla de 30 metros que se encargará de acercar el cine a los niños de ese pueblo. “En esta zona, esa oportunidad de las artes no es muy fácil a nivel económico. A los niños, les toca ir hasta Santa Marta y eso es muy costoso”.
—¿Por qué apostarle a la responsabilidad social?
—Porque son los hijos de la guerra: lo único que han visto son pocas oportunidades, poca educación y cero artes (…) Ese es mi pagamento con los niños y jóvenes.
—Entonces, para usted, ¿cuál es la función del arte?
—El arte hace que la vida sea más bonita.
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Si tuviera dinero para hacer el festival tres veces al año, lo haría, “para seguir regalándole esos momentos al pueblo”. Espera que a futuro aquel espacio se convierta en el Estéreo Picnic del Caribe, al lado de palmeras y mar. Mientras tanto, seguirá trabajando todo el año para poder realizar el Jaguar, con la esperanza “de que algún día llegue una empresa y me diga: ‘para de sufrir, ya tienes una marca’”.