“Fieras”, una radiografía de la maldad humana

“Un garaje. Hombres y mujeres bailan y convulsionan, algunos se retuercen y hablan en lenguas que nadie comprende. Escupen espuma. Frenesí encarnado en una multitud que abarrota este largo salón improvisado. Un hombre dirige la ceremonia. Está oculto tras el púlpito. No obstante, la voz se multiplica en unos parlantes negros instalados en las esquinas, en la entrada y en la misma calle. La voz es suegra. Su acento: mezcla de matices, exótico. Hay quienes no sucumben al delirio, aunque observan los sucesos con una excitación que se contorsiona en sus estómagos y los hace sudar y expresar su dicha con lágrimas y temblores (…)”

Así comienza “Fieras”, la primera novela de Óscar Adán publicada por el Fondo de Cultura Económica. “Fieras”, porque el mundo está lleno de ellas. “Fieras”, porque el destino está hecho de una lucha continua contra el prójimo para sobrevivir. “Fieras”, porque el hombre es un lobo para el hombre. “Fieras”, porque incluso las madres matan a sus crías cuando no hay otra solución.

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En definitiva, “Fieras” es una radiografía de la maldad humana. La que se refleja en ojos que más parecen cuencas vacías, la que se traduce en un sablazo limpio contra el cráneo, la que se escapa por entre pensamientos destructivos y sedientos de placer egoísta, la que se arrastra alrededor de personas malditas. “Fieras”, en suma, es la historia de lo que podría ocurrir cuando se juntan todas aquellas maldades que también es una sola y que acecha por debajo de la cama, esperando el momento perfecto para poseer el cuerpo que está encima de ella.

“Fieras” también es una historia que se convulsiona, que vibra y que trepida como sólo podría hacerlo una con tanta violencia contenida y tanta resignación junta. Resignación y aceptación por un universo, una ciudad y unas calles grises, grises como el color del animal salvaje, grises como los atardeceres plomizos, grises como las noches en vilo, grises como el hierro. Es una historia veloz e inevitable, y también es una historia triste que le hace eco a la desesperación y a los arrepentimientos que nunca salieron a la luz.

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“Fieras”, sobre todo, es la exploración de un escritor que piensa rápido y habla con calma, que apoya a quienes lo rodean con un gesto imperceptible para todos excepto para quien en ese momento siente ahogarse y que, a pesar de ser consciente de toda la podredumbre que puede existir, también cree en la felicidad y en la bondad que también nace de improviso. “Fieras” es el resultado de una búsqueda por identificar los peligros que se visten de un sinfín de disfraces y un recordatorio de que no todo es gris en esta selva de cemento.

“El garaje. Las filas están abarrotadas de creyentes vestidos de negro, los nuevos adeptos esperan a que el líder comience con las letanías desde el púlpito. La brisa se abre paso y renueva los cuerpos expectantes. El pastor los observa con fascinación. Ha notado que el zumbido de la estática de los parlantes no es tan elocuente como el miedo de los súbditos. Los asesinatos de la noche anterior han impulsado sus propósitos. Pronto habrá más garajes, un auditorio quizás. El hombre saborea el pavor, pues las profecías se han cumplido (…)”.

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“Un garaje. Hombres y mujeres bailan y convulsionan, algunos se retuercen y hablan en lenguas que nadie comprende. Escupen espuma. Frenesí encarnado en una multitud que abarrota este largo salón improvisado. Un hombre dirige la ceremonia. Está oculto tras el púlpito. No obstante, la voz se multiplica en unos parlantes negros instalados en las esquinas, en la entrada y en la misma calle. La voz es suegra. Su acento: mezcla de matices, exótico. Hay quienes no sucumben al delirio, aunque observan los sucesos con una excitación que se contorsiona en sus estómagos y los hace sudar y expresar su dicha con lágrimas y temblores (…)”

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