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El arcoíris se posa imponente en el valle de Rumipamba, la Villa Viciosa de la Concepción de San Juan de Pasto. El fenómeno óptico parece un acto de justicia poética un día después de un 28 de diciembre azotado por la lluvia, justamente, el día en que se abre el Carnaval de Negros y Blancos con Arcoíris en el Asfalto, un evento en el que las calles de la ciudad sorpresa de Colombia, se cubren con motivos artísticos diseñados con tiza. Estamos en el set de grabación de la película La Carroza dirigida por el maestro José Alberto Bolaños, una idea que se puso en escena en el teatro para recrear la historia de un artesano del carnaval que durante la época de las pirámides, las empresas de papel que ofrecieron grandes retornos de inversión a finales del año 2000, perdió el dinero con el que aspiraba a construir la carroza ganadora del Desfile Magno del 6 de enero.
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El set de grabación es el taller del maestro Andrés Barrera, un curtido artífice de carrozas. Es un escenario en el que se confunden la realidad y la ficción, tal como sucede en el carnaval, pues mientras transcurre el rodaje avanza la modelación de la carroza para el 6 de enero. El traslape de realidades me produce una desorientación contextual que se empieza a disipar cuando varios actores salen a contemplar el arcoíris como un buen augurio para el carnaval y la grabación.
Entre abrazos y sonrisas de complicidad aparece mi anfitrión, el maestro Arnovi Insuasti, actor versátil, con quien nos disponemos a conversar sobre su participación en el carnaval mientras interpreta a un personaje, que agobiado por haber promovido la inversión en las pirámides, se convierte en artesano y ayuda a elaborar la carroza que anima la trama del film.
Las barriadas y Pericles Carnaval
El set de grabación es el barrio de Anganoy. Es en el contexto barrial donde el carnaval recobra vida año tras año. Retomo el relato del maestro Leonardo Sanzón, que recoge la memoria de al menos cuatro generaciones de carnavaleros, entre ellos, su padre, Gonzalo Misael, músico y murguero; su tío el “Pote” Sanzón, un personaje bohemio que escribía rimas y publicaba un cancionero de carnaval; y el “Panquiaco”, Carlos Martínez Madroñero, su tío político, uno de los creadores de la familia Castañeda, grupo trashumante y caricaturesco, que hace su entrada en el desfile del 4 de enero en medio del jolgorio popular.
Leonardo y Arnovi, con una brecha generacional a cuestas, son dos de los dramaturgos más importantes de la región. Los dos viven y juegan el carnaval desde el teatro y ambos han caracterizado a Pericles Carnaval, personaje icónico de la fiesta más importante del sur occidente colombiano. Los maestros Sanzón e Insuasti me cuentan que el personaje nace en los carnavales de la Universidad Nacional de Colombia alrededor de 1920 y que es reapropiado en Pasto en el año 1932, interpretado por Don Alfredo Torres Arellano, quien se encargó de darle la bienvenida a la familia Castañeda abriendo oficialmente los días grandes del carnaval—del 4 al 6 de enero.
Se trata del anfitrión del carnaval, que vuelve pastuso al famoso orador griego sincronizando lo apolíneo y lo dionisiaco y, que no gratuitamente, fue introducido a Pasto por un grupo de intelectuales-fiesteros. Según el maestro Leonardo, “él lee su bando o periclada donde proscribe el mal humor y la tristeza arrebatándole el mando al burgomaestre para convertirse en el mandatario de los días del festejo.” Leonardo ofició como “alcaide” de Pasto en tres ocasiones en la década de los 80 imprimiéndole al personaje su don de caminante festivo. Aquel que abriéndose camino entre las multitudes vuelve actrices a las espectadoras instándolas a recibir con vivas a la familia Castañeda.
El maestro Insuasti interpretó a Pericles Carnaval entre 2016 y 2021. En 2016 el carnaval llegó al Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá y Arnovi elaboró el guion para la puesta en escena y el bando oficial, junto a “Piero” Hidalgo y Miguel Guaitarilla (QEPD), convirtiéndose para los paisanos en “alcaide mayor”. Su impecable desempeño actoral permitió que Corpocarnaval le diera las llaves de la ciudad para encarnar oficialmente a Pericles en el Carnaval de 2017. Arnovi, con zapatos de plataforma propios del teatro clásico griego, con frac negro del siglo XVII para celebraciones nocturnas y con sombrero de copa al estilo Lincoln, caminó por las comunas de Pasto evocando el tiempo largo de la gran fiesta.
Ese tiempo largo también llamado previo, según me cuenta el maestro Sanzón, comienza después de la celebración del carnaval a finales de enero y va hasta mediados de noviembre cuando todos los ejecutantes del carnaval se reúnen alrededor de la tulpa o fogón en un ritual convocante del arte. En este ritual, los artistas refrescan la palabra y las anécdotas para evaluar sus presentaciones, aquello que estuvo bien y lo que hizo falta. Se trata de escuelas de transmisión de conocimiento en las que se empieza a planear el próximo carnaval. El taller-escuela del maestro Insuasti fue convocante de niños y habitantes de calle lo que le permitió compartir su caracterización en la cotidianidad de las barriadas donde, según me contó, fue considerado un mago. Su magnífica puesta en escena nos recordó en Nariño al socialismo andino de José María Arguedas, siempre presente, en las inmediaciones del volcán Galeras: “¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico.”
Taller y emancipación
Aunque el Carnaval de Negros y Blancos pareciese ser un flash pasajero de comienzo de año, sus raíces son profundas y abarcan la cotidianidad de aquellas que lo hacen posible. En La Fiesta es una Obligación, el estudio más riguroso de esta celebración, el maestro Javier Tobar se dedicó a estudiar durante 6 años el tiempo largo del carnaval. Esta labor incluyó el acompañamiento para elaborar el dossier que se le entregó a la UNESCO en 2009 para proclamarlo como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, entre otras razones, porque en este tiempo extendido, los hogares de los artesanos se convierten en talleres de transmisión y creación de conocimiento colectivo.
Javier me cuenta que su investigación se ha centrado en el saber-hacer de los artesanos, es decir, en la indagación de las reflexiones que los artesanos desarrollan alrededor de sus obras. En esta interacción de décadas, en la que su rol de antropólogo y cineasta pasa constantemente al de aprendiz, nunca ha dejado de sorprenderse por la profundidad de las reflexiones de los artesanos que, en su cotidianidad, investigan creando mientras crean investigando.
Este tipo de investigación-creación pasa de lo oral a lo escrito, de la danza al teatro y del canto al performance. Se trata de un saber colectivo con innumerables ejemplos, entre los resaltados por Javier está la herencia del maestro Alfonso Zambrano (1915-2011), creador de los cristos crucificados más grandes de América Latina y ganador de 18 premios a la mejor carroza, quien criticando la impostación europea en la década de los 40, revolucionó el carnaval llamando a los nariñenses a investigar lo que denominó “nuestro pequeño mundo”. Ese experimento avanzado de investigación acción contó con la participación de artesanos intelectuales y artistas, como el pintor y escultor tuquerreño Manuel Estrada (1929-2012), que ya criticaban la distinción entre arte y artesanía, como si esta última se tratará de un oficio de segunda mano. Frente a la insinuación de la falta de temas para la creación artística del carnaval, Zambrano y Estrada recomendaban retornar a los pueblos de Nariño y explorar sus mercados, sus campos y sus paisajes, pues ahí estaba todo. Al decir de Javier “los imaginarios indígenas, amazónicos, prehispánicos y la cultura popular.”
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Conversando sobre esta escuela que revolucionó el carnaval, le propongo a Javier que hablemos sobre la relación entre carnaval y revolución. Lo hago, recordando que el carnaval fusiona celebración y emancipación. Lo primero, porque en tiempos prehispánicos en el calendario agrario de los pueblos Pastos y Quillacingas en enero se realizaban las festividades a la luna. Y, lo segundo, porque en 1607 hubo una rebelión de esclavos en Remedios, Antioquia, que empoderó a los negros del Cauca para exigir un día de libertad plena. Temerosa por un alzamiento popular, la Corona española, mediante decreto real, declaró para tal propósito el 5 de enero, precisamente, el día de negros en el carnaval. A principios del siglo XIX, ya en medio de un sincretismo entre lo andino, lo amazónico, lo afro y lo europeo, se prohibieron las fiestas por temor a una rebelión indígena; sin embargo, se siguieron avivando en comunidades rurales y en barrios urbanos, para reaparecer abiertamente en los festejos de indios en la década del 30 del mismo siglo.
Así, aunque parecen contradictorios, el carnaval y la revolución son acontecimientos sociales que se caracterizan por poner el mundo al revés. En el carnaval, se habilita el inconsciente y se permite hacer aquello que las convenciones sociales reprimen. Por su parte, en la revolución se subvierte el orden establecido con la consigna de cambiar el mundo. Esta es una fusión orgánica en el Carnaval de Negros y Blancos que pasa del barrio a la ciudad y de lo individual a lo colectivo. Javier dice haber vivido esa relación en la cotidianidad de los talleres y, recordando que en Nariño aún hablamos de jugar el carnaval, menciona que en inglés play es al mismo tiempo teatro y juego. “No hay nada más revolucionario que jugar”, pues se trata de una acción de descapitalización que en términos económicos siempre producirá perdidas. El carnaval encarna dicha acción y, curiosamente, los artesanos no solo se consideran jugadores así mismos sino que también conciben a sus figuras como tales (teatro).
Retornando a la posibilidad de actuar colectivamente para cambiar el curso de la historia, más allá de las experiencias totalitarias que supusieron las apuestas socialistas en diferentes latitudes, Enzo Traverso dijo recientemente, que las revoluciones en la mayoría de los casos son efímeras pero mágicas. En una región azotada por la violencia y la exclusión social como Nariño, el carnaval sigue brindando imágenes para leer la historia y sanar los traumas colectivamente. Por tal motivo, es una revolución libertaria que, como pocas, sigue perdurando en el tiempo.
* Paulo Ilich Bacca es colaborador de El Espectador y subdirector de Dejusticia.