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Hace más de un año Alejandra Jaramillo Morales (Bogotá, 1971) me hablaba de la novela que estaba escribiendo, Las lectoras del Quijote (2022), y yo apenas era capaz de imaginarme en qué podía terminar esa trama, ambiciosa y delicada, en la que las vidas de una española y una indígena muisca del siglo XVII se cruzaban en la lectura de El Quijote. Me preguntaba cómo nos haría creíble a los lectores esa historia, qué estructuras narrativas y formas literarias utilizaría para explicarnos tantas cosas: la amistad entre una sevillana aristocrática y una muisca esclavizada, la posibilidad de la lectura femenina, la llegada de un ejemplar del Quijote en época de prohibiciones… En fin, para mí, que batallo todo el tiempo con y en la escritura, esta era una verdadera gesta. (Recomendamos: Prográmese con El Espectador para ir a nuestro estand en la FILBO 2022).
Llegó al fin el momento de ser lectora con Suánika e Inés, las protagonistas de esta historia, y supe que todas esas dudas quedaban resueltas. Pero no porque la historia esté libre de complejidad, contradicción o caos, sino, precisamente, porque nos invita –en ese pacto lector– a hacer parte de ese desbalance, a entrar en la fractura colonial. Nos hace visibles todas las dificultades que tienen que suceder para que leamos en voz alta con Suánika e Inés, pero sin el miedo que ellas sienten.
Así entonces, siento que este es un libro único, no solo en el sentido amplio y cliché de la expresión, –todos los libros son, después de todo, únicos–, sino en relación con su obra anterior. Alejandra ha publicado cuatro novelas y tres libros de cuentos, entre ellos “Las grietas” (2017), ganador del Concurso Nacional de novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y nominado al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. También dos novelas para adolescentes y numerosos artículos sobre literatura, crítica literaria y cultural. Pero, en ninguno de ellos había explorado todavía, al menos no en la manera en que en Las lectoras del Quijote lo hace, el tema de la amistad. La amistad con sombras y matices, la amistad que no nace desde la horizontalidad, pero que empuja la jerarquía. (Más: aquí puede leer un capítulo de “Las lectoras del Quijote”).
En cualquier caso, es también desde la amistad que nace esta entrevista, antesala a la conversación que tendrá Alejandra con el también escritor Juan Diego Mejía, el sábado 23 de abril a la 1:00 p.m. en la Feria del Libro de Bogotá, Sala Filbo E.
Dices al final de tu libro que le agradeces a la profesora medievalista María del Rosario Aguilar por un comentario suyo sobre El Quijote, ¿de qué se trata y cómo suscita ese comentario esta historia?
Sí, ella contó que ya se sabía que en 1605, en la primera flota de galeones que vino a América ese año venían ejemplares de la primera edición del Quijote. Entonces, a mí en ese instante me pareció que eso era maravilloso, porque era como una forma de simultaneidad impresionante. No se sabe si llegaron a Bogotá. Se sabe que llegaron a México, a Lima, y se supone que a Cartagena. Entonces, yo me quedé con esa idea y luego fue surgiendo el personaje de la española, alguien que pretende evangelizar en Las indias leyendo a El Quijote. Luego entendí que la historia se iba a tratar de dos mujeres y que la relación de ellas dos se iba a permear totalmente por la presencia del Quijote en sus vidas.
En ese momento ya estaba la prohibición del Quijote en América...
Sí, en ese momento estaba prohibido traer libros de caballería a América. Igual se traían todo el tiempo, pero estaba prohibido que los leyeran las mujeres, bien sea en España o en América, y estaba absolutamente prohibido que llegara a manos de los indígenas. Entonces, este libro reúne todas las prohibiciones: es en América, lo tiene una mujer y se lo lee a las indígenas.
Y hablando de prohibiciones, en el libro vemos constantemente “cómplices de la lectura”, gente que ayuda a que Suánika e Inés lean. Entre ellos, los alemanes Dorethee y Lothar. ¿Cómo entender la presencia de alemanes en la colonia?
Hay muchos cómplices, efectivamente. Y lo de los alemanes tiene que ver con dos cosas. Por un lado es una cuestión personal. Mi esposo es alemán y lo conocí justamente cuando vino a dar un curso sobre El Quijote, y yo lo primero que le conté es que quería escribir esta novela. Entonces, la conversación empieza por ahí, por muchas cosas que él me cuenta del Quijote que van a ser muy importantes para mí, para pensar en la novela y para seguir con la investigación.
Pero, además, tiene que ver con que la fundación de Bogotá la hacen tres personas: Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmán y Sebastián de Belalcázar. Nicolás de Federmán es alemán y es bien sabido que los banqueros en Alemania financiaban procesos de colonización que se daban en América. Cuando empiezan la conquista, los españoles aceptan que esos extranjeros participaran en el proceso colonizador. Pero ya para la época en que yo estoy contando esta historia empiezan a perseguir durísimo a todos los extranjeros. Los españoles se vuelven más xenófobos que nunca. Por eso, a Lothar lo echa el oidor y vemos todo lo que se desprende de ese regreso de Lothar a Europa.
Pensar en los alemanes, metidos en las complejas capas de poder que genera la colonia, es también pensar en el idioma, en la lengua. Hay una frase que Suánika le escribe a Inés: “la lengua que ya no será propia y en ella sabrán cantar las ruinas y las glorias de sus ancestros. Tal vez mis hijos y mis hijas, que serán adoctrinados en español, le inventarán alas y vidas a tu lengua”. ¿Qué podemos decir de eso y de los otros personajes que también tienen una relación compleja con la lengua, como los misioneros, curas y doctrineros?
Mira que para mí era muy importante que los personajes que yo me estaba inventando pertenecieran a las reglas históricas del momento. Una cosa que me encuentro es que para ese principio del siglo XVII la evangelización, pese a lo que nos han dicho, todavía era muy incipiente y mucho más en español. Casi todos se oponían a evangelizar en español porque creían que eso podía darles importancia a los indígenas o que podían malinterpretar la religión.
Asimismo, entre las comunidades religiosas tenían sus propias pugnas sobre estos y otros temas, como el de la austeridad. Pero, sobre todo, la pugna era con el poder civil; los alcaldes, los oidores. Cuando repartieron las tierras no les dan encomiendas a los curas, y por tanto no tienen mano de obra. Entonces, parte de la pelea de los curas, denunciando los atropellos que se hacen contra los indígenas e intentando evangelizar en español, puede tener una parte humana, sí, pero, sobre todo, tiene que ver con el derecho a la tierra y el deseo de obtener mano de obra. Pero, independientemente de la razón, los misioneros sí eran un lazo entre las dos culturas, porque ellos iban a los pueblos de indios donde primero estaban todas las encomiendas. Los misioneros trataban de bautizarlos, los obligaban a casarse y a hacer un montón de rituales cuando algunos ni siquiera hablaban una palabra de español.
Vuelve el tema de la lengua, el vaciamiento total de sentido…
Claro, pero también vemos que esa relación se complejiza cada vez más. Lo vemos, por ejemplo, en Suánika y en su relación con el español, una lengua que ella siente demasiado material, mientras que la suya es tan abierta a tantos mundos y formas de entender. Pero también ella empieza a querer el español a través de la lectura de El Quijote. Empieza a ver que esa otra lengua quizás también es capaz de belleza. Yo imagino que para Suánika, ella no lo dice, esa lengua inevitablemente se estaba sembrando acá y estaba produciendo otras formas de sentido.
Y es que ella no es hija del mundo anterior, sino de la fractura colonial, del mundo híbrido. ¿Qué podríamos decir, entonces, sobre la vida de las mujeres en la Santafé de principios del siglo XVII y cómo se materializa en nuestras protagonistas?
Lo primero que me implicó fue pensar cómo podía tener a dos mujeres, una indígena muisca y una española, que supieran leer. Esa fue la primera búsqueda y marcó muchas cosas, porque hizo que yo necesitara que Suánika viviera cerca de un encomendero y que su hermano trabajara con un doctrinero para que pudiera enseñarle la lengua. Era toda una construcción de un sistema familiar. Y del lado de Inés, pues las únicas mujeres que sabían leer eran las monjas. Yo al principio me imaginaba a Inés como una mujer dura, muy racista, muy despreocupada del mundo, odiando a Santafé. Pero, luego el personaje fue encontrando un sentido en su vida. Un sentido hondo, espiritual, casi intransferible con Suánika.
En ese momento Sevilla era una de las grandes ciudades del mundo. O sea, Inés deja la gran ciudad para venir a esto, que tenía que ser una cosa chiquitita, horrible al lado de Sevilla. Esta ciudad no estaba construida casi. Y, por eso, yo aprovecho para poner al Papá de Inés como un arquitecto que viene a revolucionar la construcción. Porque eso históricamente sí estaba sucediendo en ese periodo. Y sucede por un motivo claro, y es que en 1598 el rey firma una ley en la que dice que los hombres no pueden seguir viajando solos. Deben traer a sus familias. En América ya no puede seguir esto de que los hombres vengan y se amanceben. Eso cambió completamente la vida en esos años y la relación de la ciudad con las mujeres.
¿Crees posible hablar de ternura, de amor, de risa, en medio de un sistema tan asfixiante, en medio de esta fisura que impone el sistema colonial, no solamente a los indígenas, africanos, sino a todas las mujeres que son arrancadas de España para repoblar santafé?
Probablemente mi forma de comprensión del ser humano la estoy llevando yo a estas mujeres sin que yo tenga ninguna posibilidad de saber realmente cómo era. Pero, por el trabajo de documentación, sé que tenía que haber unos espacios para la alegría. Porque o si no la vida sería imposible. Y por eso a mí me parecía que Suánika e Inés tenían que ir descubriendo salidas en el encierro: la sensación de peinarse la una a la otra, el poder actuar a Don Quijote ahí en el cuarto… Siempre buscando o imaginando.
A mí no me parece que yo pueda decir a lo Aristóteles, “usted tiene un personaje, manténgalo en la misma emoción siempre: si es bueno es bueno siempre”. Pues no, porque estos están en contradicción, y por eso son personajes de novela y no de épica. De hecho, cuando Inés sale de Sevilla y ve en el río Guadalquivir flores y mierda flotando y se pregunta si la vida es eso siempre. Cuánto necesita uno lo horrible para poder ver lo bello y viceversa.
¿Cómo te relacionas tú, entonces, con esta Bogotá, que si bien es muy diferente a la Bacatá del XVII, también nos expone todavía toda esa violencia de la ciudad arrebatada, tomada, la ciudad del desplazamiento, etc.? Estando lejos me di cuenta que yo quería contar a Bogotá desde las mujeres, que para mí era importantísimo hacer literatura que hablara de esta ciudad, pero iluminando el mundo de las mujeres en ella. Y eso he hecho siempre.
Vivir la Bogotá de hoy, sin embargo, me ha implicado también darme cuenta del retorno de lo Muisca. Cuando yo era niña a uno le hablaban de los muiscas como algo que se había acabado para siempre y, de repente, pasaron los años, y ya después del 91, empieza a ver uno que no era así. Vimos ese regreso. Y fui entendiendo muchas cosas con ello, como que el tiempo para los indígenas es tan diferente de los tiempos nuestros. Por eso, yo podía pensar en Suánika escribiendo la última carta, sabiendo que esos tiempos larguísimos tienen sentido. No hemos terminado la colonia frente a los indígenas y tampoco frente a nadie, porque los sistemas de la encomienda nos muestran que este país se mantuvo perpetuando una lógica muy parecida a esa. Entonces, me parece que Bogotá es una ciudad de muchas heridas y pues eso la hace más interesante para contar historias que suceden acá.
* La novela de Alejandra Jaramillo Morales, escritora bogotana, será presentada en la Filbo 2022 este sábado 23 de abril a la1:00 p.m. en la Sala Filbo E. Ella ha publicado cinco novelas: La ciudad sitiada (2006); Acaso la muerte (2010); Magnolias para una infiel (2017); Mandala (2017), un proyecto de escritura digital, una novela construida para ser leída de múltiples maneras; Las lectoras del quijote (2022), su primera incursión en la novela histórica. Tres libros de cuentos, Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), libro ganador del concurso Nacional de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y entre los quince nominados del premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2018. Escribe novelas para adolescentes y las publica con el sello Loqueleo; Martina y la carta del monje Yukio (2015), El canto del manatí (2019) y Los mundos distópicos de Camilo Chang (en impresión 2022). Ha publicado numerosos artículos sobre literatura y cultura y tres libros de crítica literaria y cultural, entre ellos Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013). Es docente de la Universidad Nacional de Colombia donde trabaja en el Departamento de Literatura y en la Maestría en Escrituras Creativas.
** María José Peláez Sierra (Manizales, 1996) es periodista y literata de la Universidad Javeriana (2019). Graduada con Mención de Honor de ambas carreras por su tesis de grado: “Huesos y flores”, y con Orden al Mérito académico. Estudiante de último semestre de la Maestría en Estudios Literarios de la Universidad Nacional, en la que investiga el tema de las últimas palabras de los muertos en la literatura y el testimonio de no ficción. María José trabajó en la Revista Semana como periodista internacional, y ha colaborado en medios como El Espectador, El Observador, El Tiempo y Arcadia.