“Filosofar es aprender a vivir, amar y crear”: Freddy Téllez
Una entrevista muy personal con el influyente pensador y escritor colombiano residente en Suiza.
Julio Olaciregui * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Freddy Téllez abandonó una brillante carrera de profesor universitario de Filosofía en Colombia para convertirse en un libre pensador, un nómada, un exiliado. Dejó los grandes sistemas de pensamiento, que estudió en Alemania y Francia, donde se hizo doctor en Filosofía con una tesis sobre Marx y Wilhelm Reich, para atreverse a “pensar breve”, por su cuenta, y escribir en libertad sus novelas nómadas y sus aforismos, al estilo de sus admirados Nietzsche y Cioran. (Recomendamos: Reseña sobre las novelas de Freddy Téllez).
Sus ensayos se pueden rastrear en las revistas filosóficas de universidades como la Nacional, la de Antioquia, la de Medellín, la Javeriana, la de Caldas, en donde es admirado tanto por profesores como por estudiantes, gracias a su erudición y su estilo claro y didáctico. Nació hace 76 años en Bogotá, de los cuales lleva más de cuarenta viviendo en Europa.
En 1990, gracias a la escritora barranquillera Marvel Moreno, nos conocimos experimentando el mito de París y leí uno de sus primeros libros, La ciudad interior, en el que nos hace partícipes de la aventura de escribir. “Se me ocurre que la escritura es sacar algo de un cierto lugar inaccesible en períodos ‘normales’”, leemos en esta novela de pensamiento, inspirada en parte por la lectura de Henry Miller. (Más: Entender la guerra en Ucrania desde las novelas, por Nelson Fredy Padilla).
Es autor de una quincena de libros: ensayos filosóficos, crítica literaria, aforismos y sobre todo sus tres sorprendentes y osadas novelas autobiográficas, publicadas por la editorial Sílaba, de Medellín: La vida, ese experimento, El docto y el imbécil y Falah Mengu. Esta trilogía es, según sus palabras, una “respuesta inventiva a situaciones vivenciales difíciles”. En ellas explora el valor de la cotidianidad y busca reflexionar sobre lo vivido en algunas de sus historias de amor. “El amor no lo es todo, mentiras. El todo es una armonía de saber vivir, respirar, trabajar, danzar, leer, escribir sabiendo y para saber mejor y vivir mejor, y entre todo eso, impregnándolo todo, el saber amar, que no es lo mismo que amar simplemente”. En esos textos asume su condición de descentrado, de exiliado. Para él, “vivir es crear”. Escribir lo ha mantenido en pie, pues considera que la sola vida no basta. “Es escribiendo, pintando, componiendo, creando, que la vida es vida”.
Sílaba Editores le publicó también Pequeño tratado del libre pensador, una serie de ensayos con temas como la religión y la razón, la sexualidad y el mundo, la vida y la muerte, Sócrates y Jesús, y reflexiones sobre grandes acontecimientos como Hiroshima y Nagasaki, Fukushima y Chernóbil, el nazismo y el comunismo. Con el deseo de seguir escuchándolo, leyéndolo, le hice unas preguntas a las que respondió desde Suiza francófona, donde vive ahora.
Tu recorrido biobibliográfico es admirable: tus estudios, tus amores, tus libros, tus viajes... En Colombia se te reconoce, más en el medio universitario filosófico que en el literario, aunque eres tremendo novelista. Si miraras atrás, pensando en ese niño o adolescente de tu libro “La escritura: entre pornografía e ingenuidad” (Aurora Boreal), ¿dirías que has realizado tus sueños de entonces ?
Creo que he logrado hacer lo que me he propuesto en la vida, aunque el costo ha sido en general muy elevado. Pero supongo que es una ley inevitable: nada se logra sin esfuerzo, sudor y lucha. En un cierto momento, darme cuenta de todo lo que había abandonado: país, profesión estable, trabajo en universidades prestigiosas e incluso relaciones afectivas profundas, por la idea de vivir en París en cuanto escritor, me llevó a una especie de choque existencial. En La ciudad interior, el personaje principal se pregunta, gritando en sueños, ¿quién soy?, ¿quién soy?, sintiendo al mismo tiempo que alguien lo “arrastra con fuerza hacia un punto fijo del horizonte”. Esa escena expresa bien lo que sentía en ese entonces. Agrego que La ciudad interior la escribí en París, viviendo en condiciones difíciles y después de haber abandonado Caracas, donde trabajaba en la Universidad Central. En El docto y el imbécil elaboro otra faceta de ese abandono en ese país. Son libros que me ayudaron a trasmutar lo negativo en positivo.
Hablas de un intelectual tropical en uno de tus cuentos. ¿Lo fuiste, ya no lo eres? ¿O eres una fusión del lado de allá (Europa) y el lado de acá (América Latina)?
Difícil saber quién se es. Supongo que soy una mezcla de esos ambos lados, tal vez con un cierto predominio del aspecto “viejo continente”, en el que vivo. Después de todo, lo escogí a pesar de todo, cueste lo que cueste, como ya lo he dicho. Y continúo haciéndolo, aunque mi situación ha cambiado. Hoy recojo los frutos de ese esfuerzo.
Dices por ahí que tu país no te alcanza para encontrarte... ¿En Suiza, en Europa, después de tantos años, te has encontrado cómo? Creo que Nietzsche dice que el filósofo debe ser un buen alpinista. ¿Debe un pensador colombiano subir, por ejemplo, metafóricamente, a la Sierra Nevada de Santa Marta? ¿No echas de menos nuestra locura, nuestro estado de país en construcción, en devenir?
No sé si me he encontrado; solo puedo decir que me siento en paz en las condiciones y el país en que vivo. Suiza es, en muchos aspectos, un caso único. El sistema político, su democracia directa, la concordia de varias lenguas y religiones diversas son un terreno envidiable, ejemplar, en cierta forma. Vaclav Havel y otros dirigentes políticos lo han afirmado claramente. Mi relación con Colombia ha sido siempre problemática. Viví fuera del país desde muy pequeño, hice mis estudios universitarios en otro continente, me he casado con mujeres europeas: eso desarraiga a cualquiera. Cada vez que regreso a mi país me doy cuenta de ello. Por lo demás, la primera ruptura con mi situación confortable de profesor universitario, y con mi país, la hago con mi primera esposa, ciudadana de la Alemania del este con la que me caso en Berlín Oriental al terminar mi licenciatura en ese país, antes de la caída del muro. Es con ella que me regreso a París a emprender mi doctorado. Y es así como decido quedarme en Francia y clausuro mi contrato con la Universidad Nacional. Parte de esa historia constituye la trama del primer libro de la trilogía: La vida, ese experimento. Ya me he preguntado por qué no he escrito acerca del período de mi vida en la llamada República Democrática Alemana. Fue mi etapa de descubrimiento de Europa, de mis primeros viajes a París, a Estocolmo, adonde iba a trabajar para obtener dinero occidental con el cual poder abastecerme de libros en Berlín occidental. Toda una historia por reelaborar un día. Quizás. En cuanto a tu referencia a Nietzsche y el alpinismo, debo decir que, como él, pienso que la filosofía y la escritura en general provienen del movimiento, del caminar, ascensional o no. En La ciudad interior traté de inscribir en el libro mismo las huellas de ese caminar. Las columnas iniciales remiten a ello.
La Editorial Sílaba, de Medellín, ha publicado tu trilogía “El aventurero del yo”, novelas estimulantes, entrañables, valientes, que permiten a los lectores colombianos acercarnos a tu pensar filosófico a través de la literatura... el yo pensante como una ficción más... el crucial tema de la pareja. ¿Habrá una cuarta novela después de “Falah Mengu”? ¿Escribirás tus ficciones hasta el último aliento?
Escribiré hasta mi último aliento, sin duda. No me imagino la vida sin escritura. Y he continuado haciéndolo después de Falah Mengu, por supuesto. Por ejemplo, los relatos publicados por Aurora Boreal en Dinamarca que has citado, o Del pensar en voz baja, un libro inédito de aforismos y textos cortos que espero saldrá en el curso de este 2022. Ahora bien, me parece poco probable una continuación a esa trilogía, por las condiciones precisas a las que responde. La escribí para ayudarme a salir de los problemas en los que me encontraba. Pertenezco tal vez a ese tipo de narradores que hacen su miel con los problemas tenidos en lo cotidiano. No me veo escribiendo una ficción de mi vida actual que transcurre sin dificultades mayores. Es por eso que hoy mi escritura se explaya a otros niveles.
La escritura como un cruce de caminos, dices también. Tu obra se siente lejos de los novelistas colombianos que representan hoy la literatura (comercial). ¿Crees que has sufrido una suerte de censura?
Yo no diría censura; pienso más bien que el medio cultural colombiano está dominado por una cierta inercia: no se indaga más allá de los límites oficiales y comerciales impuestos. La pobreza de nuestro medio cultural se manifiesta en la ausencia de revistas, de programas televisivos y radiales, de periodistas especializados, de cronistas e investigadores dedicados a lo cultural, a remover ese terreno, a difundirlo, a mostrar las novedades, etc. Existe también otro fenómeno: la envidia. Yo la sufrí personalmente. Una publicación que piensa mal, para darte invertido su título, me negó, por orden expresa de su director, según parece, un escritor, mi propuesta de colaboración y el acceso a sus páginas. Así no más, punto. Pienso, por último, que si lo que hago no se conoce lo suficiente se debe asimismo al hecho de que vivo fuera del país. Estoy lejos de los círculos en los que hay que hacer presencia y, muchas veces, lambonería, para que se hable de ti. Pero eso no me afecta. Prefiero el silencio y el trabajo solitario a ese tipo de ambiente de aire enrarecido.
En tu “Pequeño tratado del libre pensador” te ocupas de temas que nos atañen mucho. Y quedé pensando en aquello de la filosofía de la historia, nuestra historia, nuestro devenir. ¿Cómo ves el destino nuestro, tu tierra natal desde la perspectiva de la geofilosofía?
Vasta y compleja pregunta. Espontáneamente te diría que no tengo la menor idea, pero para no defraudarte del todo, arriesgaría el análisis siguiente: Colombia es un país que vive en un cierto margen del mundo occidental, capitalista. Personalmente, me alegro de que sea una democracia, por limitada e imperfecta que sea. Quiero decir que al menos garantiza a su población elecciones libres con múltiples partidos y candidatos. Colombia ha evitado hasta hoy caer en las redes del totalitarismo gracias a esa estructura, y ello a pesar de la presencia perturbadora de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países que padecen las dolencias provenientes del viejo y desastroso modelo comunista. Además, se lo ha logrado a pesar de tener enemigos armados internos que pujan en sentido contrario a la democracia liberal. Es un éxito en términos generales, a pesar que no todo en ese cuadro sea impecable. Pienso en la violencia generalizada, los grupos paramilitares, etc. Defendamos pues ese sistema, ya sea de manera crítica. Comparto la opinión de Winston Churchill, quien afirmaba que el liberalismo, el capitalismo de tipo occidental, es el menos malo de todos los otros sistemas concurrentes. Hasta hoy, el caso colombiano confirma esa opinión.
“París no se acaba nunca” es el título de un libro de Vila Matas. ¿Se acabó la fiesta intelectual en París?
En cierto sentido, sí. Ahora vivo en la fiesta suiza. Te confieso que cuando decidí abandonar París por Lausana, me costó mucho trabajo desprenderme de todo lo que significaba para mí esa ciudad. Al comienzo, cuando inicié ese proceso, viajaba con tanta frecuencia a la Ciudad Luz, que una vez el controlador del tren me preguntó: “Pero, bueno, ¿usted dónde vive: en Lausana o en París?”. Desde hace ya quince años adopté la nacionalidad suiza y me he adaptado a su vida. Hasta formo parte de la Asociación de Escritores del cantón de Vaud. Soy el único de sus miembros que escribe en español. No está mal, ¿verdad?
Hablas del individuo errante, del pensamiento nómada, batallando, resolviendo la incógnita de la vida. ¿Sientes que, de alguna manera, has echado el ancla?
Pregunta dolorosa, porque deja entrever una especie de final de carrera. Hasta aquí llegué. Supongo que debo responder que sí. Nunca había pasado tanto tiempo en un solo país. Llevo viviendo aquí treinta y dos años, que superan ampliamente todo lo que viví en Colombia, Francia o Venezuela.
¿Qué preparas en este momento? ¿Qué autores lees hoy en día? ¿Cómo es tu rutina creativa?
Mi vida está hecha de lectura y escritura, de su lucha, digamos. Pues para escribir hay que leer, pero también, punto decisivo, hay que interrumpir la lectura durante un buen tiempo para dedicarse a escribir: es como una especie de lucha entre esas dos actividades; lucha constituida de una sabia dosificación: saber detener una de ellas para emprender la otra. Agrego que el ejercicio del aforismo y el texto corto me ha permitido entregarme a esa dosificación con un éxito relativo. Es más fácil dejar de leer para escribir una idea en su fugacidad, en su luminosidad particular. Continúo escribiendo ensayos cortos, que publico allí donde puedo. La revista de la Universidad de Medellín ha publicado, en diversos períodos, algunas de mis contribuciones, incluso recientemente, en su versión virtual, pero también en papel. Pero es una situación que varía con los cambios de director. Hasta hoy, la revista Aleph, de Manizales, ha sido una depositaria más permanente de mis escritos. La escritura de un largo texto, digamos, tipo novela, es otra cosa; exige una economía específica del tiempo y la actividad. En cuanto a mi apetito de lectura, es insaciable, aunque me inclino más del lado de los ensayos y estudios investigativos, que de la ficción. Confieso asimismo un gusto pronunciado por análisis y testimonios acerca de los campos de concentración nazis, por el Gulag ruso y las prisiones chinas, de las que poco se habla. Es una literatura del horror, en el sentido estricto del término, pero muy aleccionadora y llena de enseñanzas sobre el ser humano. Yo mismo produje dos textos al respecto: uno sobre Hohenschönhausen, una de las cárceles de la antigua Alemania del este, y el otro sobre mi visita a Tuol Sleng, el centro de tortura y exterminio de los Jémeres rojos en Phnom Pehn, Camboya. Ambos forman parte de mi libro Filosofía nómada. Itinerarios (2008).
* Grandvaux, marzo de 2022. Julio Olaciregui es colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores). Aquí puede leer una entrevista con él sobre su obra literaria.
Freddy Téllez abandonó una brillante carrera de profesor universitario de Filosofía en Colombia para convertirse en un libre pensador, un nómada, un exiliado. Dejó los grandes sistemas de pensamiento, que estudió en Alemania y Francia, donde se hizo doctor en Filosofía con una tesis sobre Marx y Wilhelm Reich, para atreverse a “pensar breve”, por su cuenta, y escribir en libertad sus novelas nómadas y sus aforismos, al estilo de sus admirados Nietzsche y Cioran. (Recomendamos: Reseña sobre las novelas de Freddy Téllez).
Sus ensayos se pueden rastrear en las revistas filosóficas de universidades como la Nacional, la de Antioquia, la de Medellín, la Javeriana, la de Caldas, en donde es admirado tanto por profesores como por estudiantes, gracias a su erudición y su estilo claro y didáctico. Nació hace 76 años en Bogotá, de los cuales lleva más de cuarenta viviendo en Europa.
En 1990, gracias a la escritora barranquillera Marvel Moreno, nos conocimos experimentando el mito de París y leí uno de sus primeros libros, La ciudad interior, en el que nos hace partícipes de la aventura de escribir. “Se me ocurre que la escritura es sacar algo de un cierto lugar inaccesible en períodos ‘normales’”, leemos en esta novela de pensamiento, inspirada en parte por la lectura de Henry Miller. (Más: Entender la guerra en Ucrania desde las novelas, por Nelson Fredy Padilla).
Es autor de una quincena de libros: ensayos filosóficos, crítica literaria, aforismos y sobre todo sus tres sorprendentes y osadas novelas autobiográficas, publicadas por la editorial Sílaba, de Medellín: La vida, ese experimento, El docto y el imbécil y Falah Mengu. Esta trilogía es, según sus palabras, una “respuesta inventiva a situaciones vivenciales difíciles”. En ellas explora el valor de la cotidianidad y busca reflexionar sobre lo vivido en algunas de sus historias de amor. “El amor no lo es todo, mentiras. El todo es una armonía de saber vivir, respirar, trabajar, danzar, leer, escribir sabiendo y para saber mejor y vivir mejor, y entre todo eso, impregnándolo todo, el saber amar, que no es lo mismo que amar simplemente”. En esos textos asume su condición de descentrado, de exiliado. Para él, “vivir es crear”. Escribir lo ha mantenido en pie, pues considera que la sola vida no basta. “Es escribiendo, pintando, componiendo, creando, que la vida es vida”.
Sílaba Editores le publicó también Pequeño tratado del libre pensador, una serie de ensayos con temas como la religión y la razón, la sexualidad y el mundo, la vida y la muerte, Sócrates y Jesús, y reflexiones sobre grandes acontecimientos como Hiroshima y Nagasaki, Fukushima y Chernóbil, el nazismo y el comunismo. Con el deseo de seguir escuchándolo, leyéndolo, le hice unas preguntas a las que respondió desde Suiza francófona, donde vive ahora.
Tu recorrido biobibliográfico es admirable: tus estudios, tus amores, tus libros, tus viajes... En Colombia se te reconoce, más en el medio universitario filosófico que en el literario, aunque eres tremendo novelista. Si miraras atrás, pensando en ese niño o adolescente de tu libro “La escritura: entre pornografía e ingenuidad” (Aurora Boreal), ¿dirías que has realizado tus sueños de entonces ?
Creo que he logrado hacer lo que me he propuesto en la vida, aunque el costo ha sido en general muy elevado. Pero supongo que es una ley inevitable: nada se logra sin esfuerzo, sudor y lucha. En un cierto momento, darme cuenta de todo lo que había abandonado: país, profesión estable, trabajo en universidades prestigiosas e incluso relaciones afectivas profundas, por la idea de vivir en París en cuanto escritor, me llevó a una especie de choque existencial. En La ciudad interior, el personaje principal se pregunta, gritando en sueños, ¿quién soy?, ¿quién soy?, sintiendo al mismo tiempo que alguien lo “arrastra con fuerza hacia un punto fijo del horizonte”. Esa escena expresa bien lo que sentía en ese entonces. Agrego que La ciudad interior la escribí en París, viviendo en condiciones difíciles y después de haber abandonado Caracas, donde trabajaba en la Universidad Central. En El docto y el imbécil elaboro otra faceta de ese abandono en ese país. Son libros que me ayudaron a trasmutar lo negativo en positivo.
Hablas de un intelectual tropical en uno de tus cuentos. ¿Lo fuiste, ya no lo eres? ¿O eres una fusión del lado de allá (Europa) y el lado de acá (América Latina)?
Difícil saber quién se es. Supongo que soy una mezcla de esos ambos lados, tal vez con un cierto predominio del aspecto “viejo continente”, en el que vivo. Después de todo, lo escogí a pesar de todo, cueste lo que cueste, como ya lo he dicho. Y continúo haciéndolo, aunque mi situación ha cambiado. Hoy recojo los frutos de ese esfuerzo.
Dices por ahí que tu país no te alcanza para encontrarte... ¿En Suiza, en Europa, después de tantos años, te has encontrado cómo? Creo que Nietzsche dice que el filósofo debe ser un buen alpinista. ¿Debe un pensador colombiano subir, por ejemplo, metafóricamente, a la Sierra Nevada de Santa Marta? ¿No echas de menos nuestra locura, nuestro estado de país en construcción, en devenir?
No sé si me he encontrado; solo puedo decir que me siento en paz en las condiciones y el país en que vivo. Suiza es, en muchos aspectos, un caso único. El sistema político, su democracia directa, la concordia de varias lenguas y religiones diversas son un terreno envidiable, ejemplar, en cierta forma. Vaclav Havel y otros dirigentes políticos lo han afirmado claramente. Mi relación con Colombia ha sido siempre problemática. Viví fuera del país desde muy pequeño, hice mis estudios universitarios en otro continente, me he casado con mujeres europeas: eso desarraiga a cualquiera. Cada vez que regreso a mi país me doy cuenta de ello. Por lo demás, la primera ruptura con mi situación confortable de profesor universitario, y con mi país, la hago con mi primera esposa, ciudadana de la Alemania del este con la que me caso en Berlín Oriental al terminar mi licenciatura en ese país, antes de la caída del muro. Es con ella que me regreso a París a emprender mi doctorado. Y es así como decido quedarme en Francia y clausuro mi contrato con la Universidad Nacional. Parte de esa historia constituye la trama del primer libro de la trilogía: La vida, ese experimento. Ya me he preguntado por qué no he escrito acerca del período de mi vida en la llamada República Democrática Alemana. Fue mi etapa de descubrimiento de Europa, de mis primeros viajes a París, a Estocolmo, adonde iba a trabajar para obtener dinero occidental con el cual poder abastecerme de libros en Berlín occidental. Toda una historia por reelaborar un día. Quizás. En cuanto a tu referencia a Nietzsche y el alpinismo, debo decir que, como él, pienso que la filosofía y la escritura en general provienen del movimiento, del caminar, ascensional o no. En La ciudad interior traté de inscribir en el libro mismo las huellas de ese caminar. Las columnas iniciales remiten a ello.
La Editorial Sílaba, de Medellín, ha publicado tu trilogía “El aventurero del yo”, novelas estimulantes, entrañables, valientes, que permiten a los lectores colombianos acercarnos a tu pensar filosófico a través de la literatura... el yo pensante como una ficción más... el crucial tema de la pareja. ¿Habrá una cuarta novela después de “Falah Mengu”? ¿Escribirás tus ficciones hasta el último aliento?
Escribiré hasta mi último aliento, sin duda. No me imagino la vida sin escritura. Y he continuado haciéndolo después de Falah Mengu, por supuesto. Por ejemplo, los relatos publicados por Aurora Boreal en Dinamarca que has citado, o Del pensar en voz baja, un libro inédito de aforismos y textos cortos que espero saldrá en el curso de este 2022. Ahora bien, me parece poco probable una continuación a esa trilogía, por las condiciones precisas a las que responde. La escribí para ayudarme a salir de los problemas en los que me encontraba. Pertenezco tal vez a ese tipo de narradores que hacen su miel con los problemas tenidos en lo cotidiano. No me veo escribiendo una ficción de mi vida actual que transcurre sin dificultades mayores. Es por eso que hoy mi escritura se explaya a otros niveles.
La escritura como un cruce de caminos, dices también. Tu obra se siente lejos de los novelistas colombianos que representan hoy la literatura (comercial). ¿Crees que has sufrido una suerte de censura?
Yo no diría censura; pienso más bien que el medio cultural colombiano está dominado por una cierta inercia: no se indaga más allá de los límites oficiales y comerciales impuestos. La pobreza de nuestro medio cultural se manifiesta en la ausencia de revistas, de programas televisivos y radiales, de periodistas especializados, de cronistas e investigadores dedicados a lo cultural, a remover ese terreno, a difundirlo, a mostrar las novedades, etc. Existe también otro fenómeno: la envidia. Yo la sufrí personalmente. Una publicación que piensa mal, para darte invertido su título, me negó, por orden expresa de su director, según parece, un escritor, mi propuesta de colaboración y el acceso a sus páginas. Así no más, punto. Pienso, por último, que si lo que hago no se conoce lo suficiente se debe asimismo al hecho de que vivo fuera del país. Estoy lejos de los círculos en los que hay que hacer presencia y, muchas veces, lambonería, para que se hable de ti. Pero eso no me afecta. Prefiero el silencio y el trabajo solitario a ese tipo de ambiente de aire enrarecido.
En tu “Pequeño tratado del libre pensador” te ocupas de temas que nos atañen mucho. Y quedé pensando en aquello de la filosofía de la historia, nuestra historia, nuestro devenir. ¿Cómo ves el destino nuestro, tu tierra natal desde la perspectiva de la geofilosofía?
Vasta y compleja pregunta. Espontáneamente te diría que no tengo la menor idea, pero para no defraudarte del todo, arriesgaría el análisis siguiente: Colombia es un país que vive en un cierto margen del mundo occidental, capitalista. Personalmente, me alegro de que sea una democracia, por limitada e imperfecta que sea. Quiero decir que al menos garantiza a su población elecciones libres con múltiples partidos y candidatos. Colombia ha evitado hasta hoy caer en las redes del totalitarismo gracias a esa estructura, y ello a pesar de la presencia perturbadora de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países que padecen las dolencias provenientes del viejo y desastroso modelo comunista. Además, se lo ha logrado a pesar de tener enemigos armados internos que pujan en sentido contrario a la democracia liberal. Es un éxito en términos generales, a pesar que no todo en ese cuadro sea impecable. Pienso en la violencia generalizada, los grupos paramilitares, etc. Defendamos pues ese sistema, ya sea de manera crítica. Comparto la opinión de Winston Churchill, quien afirmaba que el liberalismo, el capitalismo de tipo occidental, es el menos malo de todos los otros sistemas concurrentes. Hasta hoy, el caso colombiano confirma esa opinión.
“París no se acaba nunca” es el título de un libro de Vila Matas. ¿Se acabó la fiesta intelectual en París?
En cierto sentido, sí. Ahora vivo en la fiesta suiza. Te confieso que cuando decidí abandonar París por Lausana, me costó mucho trabajo desprenderme de todo lo que significaba para mí esa ciudad. Al comienzo, cuando inicié ese proceso, viajaba con tanta frecuencia a la Ciudad Luz, que una vez el controlador del tren me preguntó: “Pero, bueno, ¿usted dónde vive: en Lausana o en París?”. Desde hace ya quince años adopté la nacionalidad suiza y me he adaptado a su vida. Hasta formo parte de la Asociación de Escritores del cantón de Vaud. Soy el único de sus miembros que escribe en español. No está mal, ¿verdad?
Hablas del individuo errante, del pensamiento nómada, batallando, resolviendo la incógnita de la vida. ¿Sientes que, de alguna manera, has echado el ancla?
Pregunta dolorosa, porque deja entrever una especie de final de carrera. Hasta aquí llegué. Supongo que debo responder que sí. Nunca había pasado tanto tiempo en un solo país. Llevo viviendo aquí treinta y dos años, que superan ampliamente todo lo que viví en Colombia, Francia o Venezuela.
¿Qué preparas en este momento? ¿Qué autores lees hoy en día? ¿Cómo es tu rutina creativa?
Mi vida está hecha de lectura y escritura, de su lucha, digamos. Pues para escribir hay que leer, pero también, punto decisivo, hay que interrumpir la lectura durante un buen tiempo para dedicarse a escribir: es como una especie de lucha entre esas dos actividades; lucha constituida de una sabia dosificación: saber detener una de ellas para emprender la otra. Agrego que el ejercicio del aforismo y el texto corto me ha permitido entregarme a esa dosificación con un éxito relativo. Es más fácil dejar de leer para escribir una idea en su fugacidad, en su luminosidad particular. Continúo escribiendo ensayos cortos, que publico allí donde puedo. La revista de la Universidad de Medellín ha publicado, en diversos períodos, algunas de mis contribuciones, incluso recientemente, en su versión virtual, pero también en papel. Pero es una situación que varía con los cambios de director. Hasta hoy, la revista Aleph, de Manizales, ha sido una depositaria más permanente de mis escritos. La escritura de un largo texto, digamos, tipo novela, es otra cosa; exige una economía específica del tiempo y la actividad. En cuanto a mi apetito de lectura, es insaciable, aunque me inclino más del lado de los ensayos y estudios investigativos, que de la ficción. Confieso asimismo un gusto pronunciado por análisis y testimonios acerca de los campos de concentración nazis, por el Gulag ruso y las prisiones chinas, de las que poco se habla. Es una literatura del horror, en el sentido estricto del término, pero muy aleccionadora y llena de enseñanzas sobre el ser humano. Yo mismo produje dos textos al respecto: uno sobre Hohenschönhausen, una de las cárceles de la antigua Alemania del este, y el otro sobre mi visita a Tuol Sleng, el centro de tortura y exterminio de los Jémeres rojos en Phnom Pehn, Camboya. Ambos forman parte de mi libro Filosofía nómada. Itinerarios (2008).
* Grandvaux, marzo de 2022. Julio Olaciregui es colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores). Aquí puede leer una entrevista con él sobre su obra literaria.