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La tesis VI dice: “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.
El contenido de esta tesis -escrita en el marco de unas reflexiones que pretenden liberar el potencial del pasado, de la memoria, del recuerdo, buscando que éstos emerjan e irradien el futuro, iluminándolo- no sólo implica que las víctimas sean revictimizadas, y que las injusticias que se han cometido contra ellas se puedan repetir, sino que llama a la absoluta irresponsabilidad de la sociedad y sus actores frente a la escandalosa violencia y el círculo dantesco de muerte en el país. Es entronar la falta de solidaridad con los muertos; es un aplauso solapado y cómplice con los verdugos; es la insensibilidad frente a las esperanzas frustradas y las vidas mutiladas, frente a los futuros y los horizontes rotos por la avaricia, la intolerancia y los odios heredados. En fin, por todos esos males constitutivos de la formación social colombiana y de los intereses mezquinos y egoístas atizados y convertidos en ley general por quienes se han beneficiado históricamente de las injusticias.
Así como en la memoria está la identidad personal del individuo, en la memoria colectiva encontramos la identidad de los pueblos, de las comunidades. En la memoria está el contenido de sus luchas, sueños, ilusiones, derrotas, pero también en la memoria está la presencia permanente de los muertos, de las muertes. Sí, esa que todo lo envía al pasado y que conlleva el cierre de toda posibilidad, todo anhelo; la misma que clausura todo futuro, como decía Heidegger. Por eso hay que preguntarse: ¿por qué se quiere decretar la no existencia de un conflicto en Colombia? ¿Por qué se quiere inducir una amnesia colectiva en las generaciones venideras? ¿Por qué se quiere borrar la realidad del país? ¿Por qué se quiere construir otra narrativa, soslayando lo que cientos de investigaciones realizadas dentro y fuera del país han demostrado, a saber, que Colombia ha estado atravesada por el conflicto por más de 6 décadas? Tal vez el mismo Benjamin ya dio la respuesta: el fascismo es enemigo de la memoria.
Hay que decir, que los proyectos deliberados de borrar el pasado, cambiarlo y modificarlo, no son nuevos: la historia está plagada de ellos. También la literatura lo ha mostrado magistralmente. En su texto “La muralla y los libros” Jorge Luis Borges nos cuenta que el emperador Shih Huang Ti, el mismo que ordenó la construcción de la muralla china, “dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él”. Borges agrega que “quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores”. Pues bien, este relato, además del clásico 1984 de George Orwell, muestra que borrar de un plumazo el pasado ha sido utilizado ni sólo por razones políticas (no de finas discusiones epistemológicas sobre historiografía), sino para controlar el presente y el futuro. El que borra la historia actúa como el “Ministerio de la verdad” de Orwell, que quiere imponer una sola versión del pasado, y que incita a sus seguidores al piensabien, seguidores “fanáticos, ignorantes y crédulos en quienes prima el miedo, el odio, la adulación y una perpetua convicción de triunfo”.
Lo que se busca con estos crímenes contra el tiempo es fundamentar una era nueva y borrar las oposiciones dialécticas que evidencian las profundas contradicciones de la sociedad o, lo que es lo mismo, sus conflictos constitutivos, tal como el conflicto armado en Colombia. Se busca, también, invisibilizar las demandas, los derechos y el clamor de justicia de los vencidos, de los muertos y los sobrevientes. De ahí que las instituciones del Estado son tomadas y utilizadas para producir en serie el olvido; también para intentar borrar el tiempo sedimentado, con el cúmulo de atrocidades que han padecido las víctimas en su corporalidad y en su psiquis.
Borrar el pasado es tratar de producir artificialmente el olvido. Éste -como dice Marcuse en Eros y civilización- si bien es necesario para la higiene mental, es “también la facultad…que sostiene la sumisión y la renuncia […] olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron- sin derrotar esas fuerzas”. Por eso, la sociedad colombiana necesita una razón histórica que actualice permanentemente lo ocurrido en las décadas de conflicto. Por eso, no hay que transigir con los asesinos de la historia que, a la vez, asesinan doblemente a quienes ya no están, a quienes no han sido redimidos por la verdad y la justicia. Hay que rescatar la fuerza del pasado, pues el recuerdo “es capaz de exorcizar los gérmenes letales del presente siempre dispuestos a repetir la historia”, como brillantemente lo ha dicho el filósofo español Reyes Mate. Tal vez así evitaremos que la violencia y la guerra triunfen de nuevo.