Florence Foster Jenkins, la diva amateur y tardía
Es considerada como la “peor cantante de ópera de la historia” y a pesar de su estatus se convirtió en una leyenda. El 26 de noviembre de 1944 murió de un paro cardiaco un mes después de presentarse en el Carnegie Hall.
Andrea Jaramillo Caro
Sus amigos le rogaron que hiciera una presentación grande por años, hasta que el 25 de octubre de 1944 la cantante amateur les concedió su deseo. El éxito de Foster Jenkins era tal que su recital en el legendario escenario neoyorquino se agotó en dos horas. Ese fue el pico de fama y lo alcanzó cuando tenía 76 años, un mes antes de morir. Se presentó en el hotel Waldorf Astoria y otros escenarios a lo largo de Nueva York y como escribe Gino Francesconi, director de los archivos del Carnegie Hall, en la página de la institución: “se convirtió en una ‘cosa por hacer’: tenías que ir a escuchar a Florence Foster Jenkins arruinar cada canción que intentaba cantar”.
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Sus amigos le rogaron que hiciera una presentación grande por años, hasta que el 25 de octubre de 1944 la cantante amateur les concedió su deseo. El éxito de Foster Jenkins era tal que su recital en el legendario escenario neoyorquino se agotó en dos horas. Ese fue el pico de fama y lo alcanzó cuando tenía 76 años, un mes antes de morir. Se presentó en el hotel Waldorf Astoria y otros escenarios a lo largo de Nueva York y como escribe Gino Francesconi, director de los archivos del Carnegie Hall, en la página de la institución: “se convirtió en una ‘cosa por hacer’: tenías que ir a escuchar a Florence Foster Jenkins arruinar cada canción que intentaba cantar”.
Su voz nunca fue su mayor talento, pero la confianza en sí misma y su determinación por alcanzar su sueño musical como cantante de ópera la llevaron a ser recordada como una figura famosa. Florence Foster Jenkins genuinamente creía ser la mejor soprano de la historia, pero la realidad era diferente y a pesar de no tener la habilidad vocal requerida para cantar la aria de la reina de la noche de Mozart, lo hizo de todos modos y su público terminó considerándola una buena fuente de entretenimiento.
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Nacida el 19 de julio de 1868 en la alta sociedad, de un padre abogado y adinerado, Narcissa Florence Foster comenzó a enamorarse de los escenarios a los siete años. Su temprano amor por presentarse en público se manifestó en la forma del piano. La “pequeña señorita Foster”, como le decían en escena, llegó incluso a dar un recital en la casa blanca para el presidente Rutherford. B Hayes.
Sin embargo, su sueño no fue apoyado por su familia. La joven pianista quería estudiar en Europa y cuando su padre se negó a darle los fondos necesarios ella se escapó de su hogar a los 17 años y se casó con Frank Thornton Jenkins, un músico 16 años mayor que ella. La primera de sus dos relaciones no duró mucho, pues ella abandonó a su esposo cuando se dio cuenta de que le había transmitido la enfermedad de sífilis.
Para 1886 ya se había separado de él, sin embargo, mantuvo el apellido de su primer esposo durante el resto de su vida. Un accidente automovilístico puso un alto a sus aspiraciones como pianista, ya que las heridas en su brazo le impidieron regresar a tocar el instrumento, por lo que se dedicó a transmitir su conocimiento. Para el inicio del siglo XX regresó a vivir con su madre en Nueva York y en 1909 conoció al actor británico St. Clair Bayfield; nunca contrajeron matrimonio, pero la versión más aceptada habla de una relación de amantes.
Al año siguiente, en 1910, fue el momento en el que Foster Jenkins vio que podría materializar su sueño de niña. Con la muerte de su padre, su fortuna pasó a ella y esto implicaba que ya tenía los fondos con los que no contaba antes y comenzó un largo camino que culminó en el Carnegie Hall.
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Antes de comenzar a presentarse frente a audiencias, la nueva socialite se unió a varios clubes sociales en Nueva York y fundó otros tantos, como el Club Verdi para “fomentar el amor y patrocinio de la ópera en inglés”. En muchos de ellos se encontraba entre la junta directiva y a la par tomaba clases de canto para retomar su carrera como cantante, en la que Bayfield sería su representante.
Como “presidenta de música” de los clubes a los que pertenecía, Foster Jenkins no desperdició ni un segundo y comenzó a producir puestas en escena conocidas como tableaux vivants, una representación en vivo de una imagen. Con estas ganó reconocimiento por sus elaborados trajes de diseño propio, que pronto entrarían a hacer parte de su imagen característica como cantante de ópera.
1912 marcó el debut privado de la nueva soprano. Con 44 años Florence Foster Jenkins decidió que estaba lista para que unos cuantos escucharan su voz y ofreció presentaciones privadas en hoteles de alta categoría. Inmediatamente su público se dio cuenta de que su voz y habilidades vocales no tenían nada de sorprendentes y, por el contrario, eran irrisorias.
Si la socialite estaba al tanto de su falta de talento aún se debate. Hay quienes dicen que sí y que ella lo tomaba como un chiste, como el maestro vocal Bill Schuman, quien fue entrenado por una de las cantantes a las que Jenkins ofreció su patronazgo. En una entrevista con la National Public Radio (NPR), Schuman afirma que “no había forma de que ella no supiera” y recuerda que su profesora Louise Frances Brickford decía que Jenkins era parte de la broma, “amaba la reacción de la audiencia y amaba cantar. Pero ella sabía”.
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Del otro lado se encuentran quienes afirman que la soprano amateur realmente no sabía que su voz y habilidades vocales no eran la razón de los aplausos de su público. La mezzo-soprano Marilyn Horne le dijo a la NPR que Jenkins probablemente no sabía porque “no podemos escucharnos a nosotros mismos como otros nos escuchan”. El autor del artículo de la NPR, Tom Huizenga, menciona que una de las causas probables también se puede encontrar en la enfermedad que padecía. Para tratar la sífilis Jenkins debía tomar mercurio y arsénico, según el documentalista Donald Collop, quien produjo “Florence Foster Jenkins: a world of her own”. Además, mencionó en una entrevista con CBS que: “Lo más probable es que tuviera tinnitus, que es un zumbido constante en la cabeza. En aquellos días se le llamaba ‘la serenata de los ángeles’. Y le impidió cantar afinado”.
Es poco probable que se sepa si todo esto fue una broma o no, pero Jenkins no permitió que nada ni nadie se interpusiera en su camino para alcanzar su sueño de infancia. A pesar de no contar con las habilidades necesarias, el legado que dejó Foster Jenkins va mucho más allá de sus presentaciones o de los cinco discos que grabó y el sueño que cumplió. A través de sus clubes y organizaciones patrocinó y apoyó a muchos de los cantantes prometedores de su momento. Schuman asegura que: “ella cambió toda la vida de mi maestra, así que le debo, en realidad, mi carrera docente. Gracias a ella, mi vida ha cambiado y también la de muchas generaciones de cantantes. Entonces, si ese es su impacto, es un impacto increíble”.