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La exposición, dirigida por los artistas colombianos Omar Castañeda y Hernán Barros, interpreta la alimentación en contextos de agitación social y política alrededor del mundo, como las consecuencias del accidente nuclear de Chernóbil en la comida o la alta inseguridad y pobreza alimentaria en el Reino Unido, que afecta a 4,2 millones de personas según datos de Food Foundation.
“A través de pintura, escultura, experiencias e instalaciones gastronómicas, El viaje prohibido, evoca el acceso y el consumo de alimentos en regiones afectadas por el conflicto, invitando a los visitantes a un viaje a través de momentos y lugares de relevancia histórica y ambiental como Chernobyl, en Ucrania; la Amazonía colombiana y el tratamiento de desechos en las calles del Reino Unido”, afirma un comunicado de prensa.
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Por ejemplo, una “ruleta soviética” decidirá si toca una manzana comestible o una manzana contaminada con radiación, mientras que una montaña de más de unos 40 kilos de azúcar recuerda la cantidad que consumimos cada año a través de la comida procesada (entre 35 y 50 kilos para un adulto). La muestra reúne 19 artistas de diferentes países y como invitados especiales trae al colombiano Raúl Marroquín y “la abuela del performance”: Marina Abramović.
Además de Castañeda, Barros, Marroquín y Abramovic, en la muestra estarán presentes los colombianos Mario Vélez, Adriana Ramírez e Ismael Manco. Ellos estarán acompañados del argentino Ricardo Cinalli, la venezolana Andreina Fuentes, la ucraniana Zinaida, la española QuintinaValero, los ingleses Jürgen Dance Groomer, Gabriela Sonabend, Harriet Poznansky, Rupert Early y Saskia Craft-Stanley, el español Juan Cabello, el cubano David Palacios y el estadounidense Alex Simon.
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“Después del proceso de paz muchas partes del Amazonas se abrieron y, por ejemplo, los indígenas empezaron a comer más azúcar y empezaron a encontrarse con productos enlatados que los veían de lujo”, cuenta Omar Castañeda delante de sus obras.
Nacido en Bogotá, el artista de 44 años ha combinado en una de sus creaciones la taxidermia de animales con algunas de las latas que han comenzado a llegar estos últimos años a las comunidades indígenas del Amazonas, afectando sus hábitos de alimentación y llevándoles a preferir las conservas y productos procesados a los alimentos frescos y naturales.
La exposición es una retrospectiva con pinceladas de varios proyectos que ha hecho Food of War en los últimos años y las obras exhibidas se venden este miércoles en una subasta en línea, cuyos beneficios se darán a una organización sin ánimo de lucro que quiere promover los proyectos de los artistas.
“Es un momento muy interesante porque la gente está viendo directamente cómo la problemática de la guerra está afectando a la comida. No solamente asociando guerra con hambre, sino también con bloqueos”, apunta Hernán Barros, director de Food of War, en referencia a la invasión del presidente ruso, Vladímir Putin, de Ucrania.
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"Hay locales rusos que los han cerrado aquí en Londres, hay una animadversión por todo lo ruso. Esto se refleja a la hora de comer. Lo mismo pasa con Ucrania al ser productor de trigo, suben los precios del trigo en muchas partes del mundo y el maíz, en consecuencia, se vuelve más popular", agrega, invitando a reflexionar sobre el peso político que acarrea tener un alimento u otro en el plato.
En el centro de la sala hay una instalación con cubos de basura y conejos de peluche en referencia al “Plan Conejo” que el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro implementó en 2017, una insólita medida que buscaba abastecer de carne a las familias ante la escasez de alimentos. “La gente vio al animal como una mascota y acabó siendo una boca más que alimentar”, observa Barros.
Algunos de los postulados del colectivo son: “La comida se revela ahora como un discurso, como una estrategia, como un enunciado, es más, como un menú que plantea problemas, desarrolla conceptos, concluye con ideas y estimula el alma dejándola con más hambre que antes”. Ademas, “la comida se ha convertido en un objeto/sujeto político muy cargado por su capacidad de dar sentido y hacer conexiones. La comida disuelve con eficacia la mayoría de las distinciones preconcebidas entre naturaleza y cultura, lo individual y lo colectivo, la paz y la guerra, el cuerpo y la mente”.