Francisco de Quevedo y el paso del tiempo
Sobre la poesía de Francisco de Quevedo se han suscitado, entre otros, dos paradigmas transversales: el barroco y lo hiperbólico. Jorge Luis Borges dedicó varias páginas a este español del año 1580.
María Paula Lizarazo
Entre los tópicos quevedianos más recurrentes se han resaltado sus concepciones sobre el paso del tiempo; la vida y la muerte como algo intrínseco; y el conocimiento o aleccionamiento.
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Entre los tópicos quevedianos más recurrentes se han resaltado sus concepciones sobre el paso del tiempo; la vida y la muerte como algo intrínseco; y el conocimiento o aleccionamiento.
En el poema Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió hay una reflexión en torno al pensamiento que se expresa a través de la poesía y la consciencia que se tiene sobre ello:
“¡Ah de la vida!”... ¿Nadie me reponde?
¡Aquí los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Desde el título, “la brevedad de lo que se vive” y “cuán nada parece lo que se vivió” no sólo presenta una idea de la la vida, también en torno a algún parecer que pueda tenerse de esta. La apelación (tal parece) a lo subjetivo tiene como matriz en la historia de la literatura española a Garcilaso de la Vega, quien, por ejemplo, en sus poemas amorosos logró la benevolencia de sus lectores contemporáneos en cuanto estos se sentían identificados o interpelados por dicha experiencia amorosa, lo que entonces se desmarcó de la tradición literaria española y europea que exponía las ocurrencias amorosas de la tradición grecolatina.
“La Fortuna mis tiempos ha mordido;/ las Horas mi locura las esconde” es un diálogo del recuerdo: la acumulación de los tiempos que han sido mordidos, la Fortuna -en mayúscula- como nombramiento eterno de estos, y (continuando con el diálogo) el ahora: que transcurre paulatinamente en presente: ”las esconde” por Horas. Es este diálogo lo que conlleva que se funda la reflexión sobre el tiempo con la conciencia vívida de este: “soy un fue, y un será, y un es cansado”.
En el poema Desde la torre, Quevedo ahonda en lo que atañe a la representación:
Desde la torre
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos, libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre
abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la
emprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
La gracia de esta reflexión surge del quehacer literario: “con pocos, pero doctos, libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos”. Y la representación aparece en el último verso de la primera estrofa,“y escucho con mis ojos a los muertos”: se da a través de una imagen que a su vez inquieta sobre la forma de representar y reflexionar dentro de la poesía.
Decir que escucha con los ojos es traer a la mesa al barroco: el ojo es aquí la matriz de la idea y de la poesía misma; a través de este, lo literario -la lectura- logra su cumbre y alcanza aquella propuesta que relaciona la poesía y el tiempo: todo cuanto supera la vida fáctica. De este modo es que la pregunta por la representación es también el sustento del argumento del poema.
Pero el poema también es una lección. Borges dirá que “para [Quevedo] [...] el lenguaje fue, esencialmente, un instrumento lógico. Las trivialidades o eternidades de la poesía —aguas equiparadas a cristales, ojos que lucen como estrellas y estrellas que miran como ojos— le incomodaban por ser fáciles pero mucho más por ser falsas”.
El instrumento lógico, en el caso de Desde la torre se halla al final del poema. Como un guiño al cristianismo, el acontecimiento contado se cierra con una lección, y pudiéndose leer como un eco de la Oda a la vida retirada de Fray Luis, dice: “En fuga irrevocable huye la hora;/ pero aquélla el mejor cálculo cuenta/ que en la lección y estudios nos mejora”. Así, la reflexión sobre lo literario y el tiempo y la pregunta por la representación de ello, lleva a algo tan simple y trascendente para los siglos XVI y XVII, que no es más que los doctos libros, por pocos que sean, traerán consigo la mejora del ser.
Sobre el poema Su Tumba son de Flandes las Campañas Y su Epitaphio la sangrienta Luna declara Borges que: “no diré que se trata de una transcripción de la realidad, porque la realidad no es verbal, pero sí que sus palabras importan menos que la escena que evocan o que el acento varonil que parece informarlas”. Las palabras importan menos por la fuerza del instante (narrado):
Memoria inmortal de don Pedro Girón, duque de Osuna, muerto en la prisión
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y su cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Lloraron sus invidias una a una
con las propias nociones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole al mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
Menciona la Fortuna que alguna vez fue de España y que ahora se ha perdido, como esos tiempos mordidos por ella, ya pasados. También se retoma el barroco con la imagen excesiva -que en palabras de Borges, “mejor es ignorar que se trata del símbolo de los turcos, eclipsado por no sé qué piraterías de don Pedro Téllez Girón”- de “la sangrienta luna”.
Las referencias clásicas de Marte con el peso histórico de geografías como la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio alimentan la imagen titánica que ofrece el poema, de modo que habría de deducirse que en la empresa literaria quevediana hay un tejido entre la tradición, el cristianismo y la consciencia de un yo intrínseca a lo poético: saberse en la brevedad del tiempo, pensar sobre el mejorar del ser. Lo clave en esto es que el logro de Quevedo se ve atravesado por el recurso hiperbólico y excesivo de sus imágenes en el presente que se escapa de las manos, en la torre lejana y en la desolación que deja una guerra titánica. Hace no muy poco, alguien decía que todos prefieren a Góngora hasta que leen a Quevedo.