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El 21 de octubre de 1982, Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura durante una ceremonia en Estocolmo, Suecia. Este evento marcó un momento significativo en la historia de la literatura latinoamericana, ya que García Márquez se convirtió en el primer colombiano y el cuarto autor latinoamericano en recibir este reconocimiento desde su creación en 1901.
En la ceremonia, el secretario permanente de la Academia Sueca, Pierre Gillensten, anunció el premio y mencionó la influencia de García Márquez en la literatura a través de su obra “Cien años de soledad”. Esta novela cuenta con traducciones a más de 25 idiomas, además de millones de copias vendidas en todo el mundo.
Nacido en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927, Gabriel García Márquez comenzó su carrera literaria como periodista. Tras recibir el Nobel, el autor expresó en varias ocasiones que la literatura posee el poder de contar las historias de los que no tienen voz y de abordar problemáticas sociales.
En su discurso de aceptación del Premio Nobel titulado “La soledad de América Latina,” presentó un análisis profundo de la identidad y las realidades de la región. El relato comenzó con Antonio Pigafetta, un navegante del siglo XVI, para ilustrar la extrañeza y la riqueza de la cultura latinoamericana. Esta referencia a la crónica de Pigafetta estableció un marco histórico que reflejó las contradicciones y maravillas de América Latina, desde las leyendas de El dorado hasta las anécdotas de los primeros exploradores. En sus últimas palabras, el autor agradeció a la Academia Sueca, no solo por el honor del premio, sino también por reconocer el valor de la poesía en su obra y en la vida de los pueblos.
En nuestra Caja de citas queremos conmemorar las frases más destacadas del discurso del premio nobel.
- La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia.
- Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte.
- Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
- América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
- Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios, ni las pestes, ni las hambrunas, ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte.
- Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media.
- En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte.