Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
María Teresa Gómez Arteaga, nacida en Medellín el 9 de mayo de 1943, es una reconocida pianista clásica y docente en Colombia. Adoptada a los ocho meses, creció en un entorno musical, siendo su padre celador en el Palacio de Bellas Artes. A los cuatro años, mostró un talento precoz para el piano, lo que la llevó a recibir clases formales con Marta Agudelo de Maya y Anna María Penella.
Su formación musical se inició en 1959 en la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional de Colombia, donde se graduó como concertista en 1966. Durante su carrera, ha tenido la oportunidad de estudiar con pianistas destacados como Tatiana Goncharova y Hilde Adler. Desde 1971 hasta 1981, participó en la Ópera de Medellín y la Ópera de Colombia.
En la década de 1980, fue detenida durante veinte días tras un viaje cultural a Cuba. Posteriormente, entre 1982 y 1987, se desempeñó como agregada cultural en la Embajada de Colombia en la antigua República Democrática Alemana, donde promovió la música colombiana y colaboró con músicos de renombre.
De regreso a Colombia, Gómez se ha dedicado a la docencia en varias universidades y ha continuado su carrera como concertista, trabajando con artistas como Jairo Rincón Gómez y Diver Higuita Bustamante. Ha sido reconocida en diversas ocasiones por su contribución a la cultura musical del país. En 2017, conmemoró 60 años de carrera en un concierto en el Teatro Colón de Bogotá, y en 2022 interpretó una pieza musical durante la ceremonia de posesión del presidente Gustavo Petro.
En su trayectoria, ha recibido varios reconocimientos, incluyendo la Cruz de la Orden de Boyacá en el grado de Comendador en 2005. En 2017, fue galardonada por la Universidad de Antioquia y la Gobernación de Antioquia por su vida artística.
Recordamos algunas de sus frases más destacadas:
“El racismo que yo sentía al principio no era todavía el de la música, sino el del diario vivir. Sin embargo, a través de la música, pude desafiar esas barreras y encontrar un espacio donde mi voz pudiera ser reconocida y valorada. La música se convirtió en un refugio y en una forma de empoderamiento.”
“Mi padre fue importantísimo en mi vida. Él siempre me decía, ‘siga, siga’, y eso me daba la fuerza para continuar, incluso en momentos de dificultad. Me enseñó una cierta dignidad que es tan importante, me decía que la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Esa lección se quedó conmigo y fue un pilar en mi carrera.”
“Es que para mí es antes de Bach y después de Bach. Yo decía que Bach era como el pulso del universo, ese matemático que organiza. A mí, por ejemplo, me quitaba la depresión, ahora me dan pocas.”
“En Chopin hay un desamparo, una nostalgia muy fuerte de su pueblo. De pronto puedo tener yo una nostalgia muy fuerte de mis ancestros, de mi madre. Él sufre cierto rechazo, trabaja con la aristocracia francesa. Siempre en la música de Chopin hay una dulzura muy triste, es de un romanticismo tremendo, pero también se siente enfermizo porque él sufría mucho de sus pulmones, eso tiene mucho que ver con el rompimiento con lo suyo. (Siempre que tengo que afrontar algo a mí me empieza una tos o se me cierra la garganta. Son esos faltantes que uno tiene)”
“En mi caso, cuando me enfrento a una nueva obra, esa obra me tiene que llegar a mí, emocional, técnica y energéticamente. Pero siempre hay que afrontarla con humildad, como si fuera un principiante, porque cada día hay que vivirlo aprendiendo, nunca estar al final de nada”