Friedl Dicker-Brandeis, la inspiración en medio del horror
En medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en el campo de concentración Terezín, una mujer encontró en el arte una forma de escape para los niños que allí eran retenidos. De sus alumnos pocos sobrevivieron, pero su legado se conserva en 4500 obras.
Andrea Jaramillo Caro
“Ella amaba enseñar arte, pero nunca soñó que estaría compartiendo su conocimiento en la habitación 28 a los niños en el campo de concentración nazi de Terezín. Un lugar donde para un niño pequeño, una vez identificado al mundo en un poema notable llamado: “Nunca vi otra mariposa”, incluso encontrar papel para pintar era difícil. Pero cada día los niños de la habitación 28 pintaban. La mayoría eran deportados a Auschwitz, pero algunos alumnos de Friedl Dicker-Brandeis, la profesora de arte de Terezín, sobrevivieron para contar sus extraordinarias historias”, decía un discurso del Centro Simon Wiesenthal en un homenaje a la maestra en 2001.
Al ser deportada al campo de concentración le advirtieron que habría un límite de peso para sus pertenencias. Mientras otros llenaban sus maletas con elementos valiosos, ropa o herramientas del diario, Dicker-Brandeis decidió llevar apenas unos artículos de vestimenta y en el espacio sobrante empacar materiales de arte para cumplir el propósito que continúa marcando su legado.
Cuando la muerte la alcanzó, en 1944, en Auschwitz, había entregado los últimos años de su vida a otorgar un escape momentáneo a través del arte y el dibujo a los niños que habían sido llevados al campo de concentración checo. Con su trabajo guardó unos 4.500 dibujos que sus alumnos realizaron, unos que soñaban con el mar y otros que dibujaban lo que veían día tras día. Hoy muchos de estos se encuentran en el Museo Judío de Praga.
Su nombre no era Friedl. Fue conocida en principio como Frederika Dicker. Fue estudiante de la escuela Bauhaus, pero poco se conoce de su trabajo como artista antes de la guerra. Nació el 20 de julio de 1898 en Viena y desde joven encontró la pérdida y la tragedia. A pesar de que su madre falleció cuando ella apenas tenía cuatro años, su creatividad y pasión por el arte comenzaron a crecer junto con ella.
A pesar de que su camino la llevaría a estar intrínsecamente relacionada con las artes, su familia no podía ofrecerle las mismas oportunidades que otros tuvieron, pero su situación no impidió que se inscribiera en cursos de fotografía antes de llegar al departamento textil de la Escuela de Artes y Oficios, donde recibió clases de Franz Cizek y Johannes Itten. Dicker se unió en 1916 a la escuela privada de este último, quien veía el arte como “la transferencia del movimiento interior del alma, pero el fin del arte era el progreso espiritual”, según el artículo de Elena Makarova en el Archivo Judío de Mujeres.
La joven artista no se detuvo ahí. Mientras estudiaba con Itten conoció a Franz Singer y Anny Wottiz, dos amigos y compañeros con los que desarrollaría varios proyectos. En 1919, siguió a su maestro para estudiar en la escuela Weimar Bauhaus hasta 1923. Fue esta experiencia la que marcaría el resto de su carrera artística. “El director de la Bauhaus, Walter Gropius, elogió más tarde ‘la naturaleza multifacética de sus dones y su increíble energía’, y afirmó que ‘ya en su primer año comenzó a enseñar a los principiantes’”, según escribió Makarova.
Cuando finalizó sus estudios, Dicker fue a parar a Berlín, donde construyó junto a Singer su Taller de Bellas Artes. Los trabajos sobrevivientes de este período incluyen cubiertas de libros, juguetes y prendas. Sin embargo, no hizo su vida en Berlín, pues regresó a Viena en 1925, donde comenzó a trabajar con Anny Wottiz. En 1926 retomó su relación laboral con Singer al establecer otro taller en esa ciudad austríaca. Con este nuevo prospecto comercial comenzó a diseñar apartamentos, casas y tiendas de lujo, y al mismo tiempo desarrollaba proyectos sociales como jardines infantiles, anticipándose a su labor en Terezín como profesora de arte y, en ocasiones, figura materna. De acuerdo con Makarova, en 1931 empezó su carrera de docencia en Viena. Sin embargo, fue arrestada tres años después por actividades comunistas.
Cuando se casó con Pavel Brandeis, en 1936, continuó trabajando en Viena, hasta que dos años más tarde decidió mudarse con él al norte de Praga. Allí comenzó el principio del fin. Con las nuevas leyes antijudías sus exhibiciones disminuyeron en número y frecuencia, aunque continuó trabajando como diseñadora, mientras ejercía como profesora de arte para los hijos de familias judías.
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Cuando la futura maestra de Ela Weisberg llegó a Terezín, en diciembre de 1942, esta ya había perdido a parte de su familia y sido separada de su madre. En el barracón de niños, Dicker-Brandeis encontró su nuevo hogar. Según recordó su alumna, “personas famosas comenzaron a enseñarnos, no oficialmente: una de ellas era Friedl Brandeis. Ella amaba nuestra habitación, estaba allí casi todos los días. Nos emocionaban los momentos con ella y saber qué quería que pintáramos”.
Dicker-Brandeis y su esposo nunca tuvieron hijos. Sin embargo, su tiempo en el campo de concentración le permitió a la artista formar esos lazos con sus estudiantes al hacerse la pregunta: “¿Cómo puede un niño hacer frente a tal realidad?”. Su respuesta la encontró en el arte y el dibujo. Enseñó a cientos de niños e incluso diseñó disfraces para los niños en dos ocasiones para puestas en escena que organizaban en Terezín para mostrar como fachada al mundo exterior.
“Como profesora de arte en Terezín, Friedl vio que su objetivo era restaurar el mundo interior sacudido de los niños. Usó un sistema Bauhaus modificado para desarrollar la concentración emocional a fin de compensar el caos del tiempo y el espacio. En su trabajo con los niños, fusionó todos sus recursos: su personalidad carismática, gran energía, métodos de enseñanza innovadores, habilidades artísticas refinadas y una visión profunda de la psicología infantil”, escribió Makarova.
Así, la artista desarrolló una terapia artística sobre la cual afirmó en una intervención en un seminario para docentes en el campo: “¿Por qué los adultos quieren hacer que los niños sean como ellos lo más rápido posible?… La infancia no es una etapa preliminar e inmadura en el camino hacia la edad adulta. Al prescribir el camino a los niños, los alejamos de sus propias habilidades creativas y nos alejamos de la comprensión de la naturaleza de estas habilidades”.
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Con los pocos materiales que había logrado empacar, Friedl Dicker-Brandeis se convirtió en un bálsamo y un conducto para que los niños entendieran la realidad que vivían. “Ella nos ayudó mucho a reflexionar y saber que no debíamos pensar todo el tiempo en las cosas malas, había algunos niños que necesitaban exteriorizarlo”. Weisberg recordó que su maestra los ponía a pintar cosas que tuvieran delante de ella y, como podía, encontraba los materiales para que pudieran pintar. Poco antes de cumplir 45, en 1943, Dicker-Brandeis arriesgó su vida para poder exhibir el trabajo de sus alumnos. Logró montar una muestra en los sótanos del barracón de niños y al terminar las guardó junto con las otras piezas que sus estudiantes habían realizado.
Pero estas lecciones no durarían para siempre. En octubre de 1944, fue transportada a Auschwitz-Birkenau, donde fue asesinada tres días después. Como ella, muchos de sus alumnos sufrieron el mismo destino. Sin embargo, la maestra de arte tenía un as bajo la manga, guardó con mucho cuidado unas 4.500 hojas de papel que contenían los dibujos de sus alumnos y así mantuvo la memoria de los niños a los que enseñó y cimentó su legado. Actualmente estas se exhiben en el Museo Judío de Praga.
“Recuerdo haber pensado en la escuela cómo crecería y protegería a mis alumnos de las impresiones desagradables, de la incertidumbre, del aprendizaje esporádico... Hoy solo una cosa parece importante: despertar el deseo hacia el trabajo creativo, convertirlo en un hábito y enseñar cómo superar las dificultades, que son insignificantes en comparación con la meta por la que te esfuerzas”, escribió Dicker-Brandeis a un amigo en 1940.
“Ella amaba enseñar arte, pero nunca soñó que estaría compartiendo su conocimiento en la habitación 28 a los niños en el campo de concentración nazi de Terezín. Un lugar donde para un niño pequeño, una vez identificado al mundo en un poema notable llamado: “Nunca vi otra mariposa”, incluso encontrar papel para pintar era difícil. Pero cada día los niños de la habitación 28 pintaban. La mayoría eran deportados a Auschwitz, pero algunos alumnos de Friedl Dicker-Brandeis, la profesora de arte de Terezín, sobrevivieron para contar sus extraordinarias historias”, decía un discurso del Centro Simon Wiesenthal en un homenaje a la maestra en 2001.
Al ser deportada al campo de concentración le advirtieron que habría un límite de peso para sus pertenencias. Mientras otros llenaban sus maletas con elementos valiosos, ropa o herramientas del diario, Dicker-Brandeis decidió llevar apenas unos artículos de vestimenta y en el espacio sobrante empacar materiales de arte para cumplir el propósito que continúa marcando su legado.
Cuando la muerte la alcanzó, en 1944, en Auschwitz, había entregado los últimos años de su vida a otorgar un escape momentáneo a través del arte y el dibujo a los niños que habían sido llevados al campo de concentración checo. Con su trabajo guardó unos 4.500 dibujos que sus alumnos realizaron, unos que soñaban con el mar y otros que dibujaban lo que veían día tras día. Hoy muchos de estos se encuentran en el Museo Judío de Praga.
Su nombre no era Friedl. Fue conocida en principio como Frederika Dicker. Fue estudiante de la escuela Bauhaus, pero poco se conoce de su trabajo como artista antes de la guerra. Nació el 20 de julio de 1898 en Viena y desde joven encontró la pérdida y la tragedia. A pesar de que su madre falleció cuando ella apenas tenía cuatro años, su creatividad y pasión por el arte comenzaron a crecer junto con ella.
A pesar de que su camino la llevaría a estar intrínsecamente relacionada con las artes, su familia no podía ofrecerle las mismas oportunidades que otros tuvieron, pero su situación no impidió que se inscribiera en cursos de fotografía antes de llegar al departamento textil de la Escuela de Artes y Oficios, donde recibió clases de Franz Cizek y Johannes Itten. Dicker se unió en 1916 a la escuela privada de este último, quien veía el arte como “la transferencia del movimiento interior del alma, pero el fin del arte era el progreso espiritual”, según el artículo de Elena Makarova en el Archivo Judío de Mujeres.
La joven artista no se detuvo ahí. Mientras estudiaba con Itten conoció a Franz Singer y Anny Wottiz, dos amigos y compañeros con los que desarrollaría varios proyectos. En 1919, siguió a su maestro para estudiar en la escuela Weimar Bauhaus hasta 1923. Fue esta experiencia la que marcaría el resto de su carrera artística. “El director de la Bauhaus, Walter Gropius, elogió más tarde ‘la naturaleza multifacética de sus dones y su increíble energía’, y afirmó que ‘ya en su primer año comenzó a enseñar a los principiantes’”, según escribió Makarova.
Cuando finalizó sus estudios, Dicker fue a parar a Berlín, donde construyó junto a Singer su Taller de Bellas Artes. Los trabajos sobrevivientes de este período incluyen cubiertas de libros, juguetes y prendas. Sin embargo, no hizo su vida en Berlín, pues regresó a Viena en 1925, donde comenzó a trabajar con Anny Wottiz. En 1926 retomó su relación laboral con Singer al establecer otro taller en esa ciudad austríaca. Con este nuevo prospecto comercial comenzó a diseñar apartamentos, casas y tiendas de lujo, y al mismo tiempo desarrollaba proyectos sociales como jardines infantiles, anticipándose a su labor en Terezín como profesora de arte y, en ocasiones, figura materna. De acuerdo con Makarova, en 1931 empezó su carrera de docencia en Viena. Sin embargo, fue arrestada tres años después por actividades comunistas.
Cuando se casó con Pavel Brandeis, en 1936, continuó trabajando en Viena, hasta que dos años más tarde decidió mudarse con él al norte de Praga. Allí comenzó el principio del fin. Con las nuevas leyes antijudías sus exhibiciones disminuyeron en número y frecuencia, aunque continuó trabajando como diseñadora, mientras ejercía como profesora de arte para los hijos de familias judías.
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Cuando la futura maestra de Ela Weisberg llegó a Terezín, en diciembre de 1942, esta ya había perdido a parte de su familia y sido separada de su madre. En el barracón de niños, Dicker-Brandeis encontró su nuevo hogar. Según recordó su alumna, “personas famosas comenzaron a enseñarnos, no oficialmente: una de ellas era Friedl Brandeis. Ella amaba nuestra habitación, estaba allí casi todos los días. Nos emocionaban los momentos con ella y saber qué quería que pintáramos”.
Dicker-Brandeis y su esposo nunca tuvieron hijos. Sin embargo, su tiempo en el campo de concentración le permitió a la artista formar esos lazos con sus estudiantes al hacerse la pregunta: “¿Cómo puede un niño hacer frente a tal realidad?”. Su respuesta la encontró en el arte y el dibujo. Enseñó a cientos de niños e incluso diseñó disfraces para los niños en dos ocasiones para puestas en escena que organizaban en Terezín para mostrar como fachada al mundo exterior.
“Como profesora de arte en Terezín, Friedl vio que su objetivo era restaurar el mundo interior sacudido de los niños. Usó un sistema Bauhaus modificado para desarrollar la concentración emocional a fin de compensar el caos del tiempo y el espacio. En su trabajo con los niños, fusionó todos sus recursos: su personalidad carismática, gran energía, métodos de enseñanza innovadores, habilidades artísticas refinadas y una visión profunda de la psicología infantil”, escribió Makarova.
Así, la artista desarrolló una terapia artística sobre la cual afirmó en una intervención en un seminario para docentes en el campo: “¿Por qué los adultos quieren hacer que los niños sean como ellos lo más rápido posible?… La infancia no es una etapa preliminar e inmadura en el camino hacia la edad adulta. Al prescribir el camino a los niños, los alejamos de sus propias habilidades creativas y nos alejamos de la comprensión de la naturaleza de estas habilidades”.
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Con los pocos materiales que había logrado empacar, Friedl Dicker-Brandeis se convirtió en un bálsamo y un conducto para que los niños entendieran la realidad que vivían. “Ella nos ayudó mucho a reflexionar y saber que no debíamos pensar todo el tiempo en las cosas malas, había algunos niños que necesitaban exteriorizarlo”. Weisberg recordó que su maestra los ponía a pintar cosas que tuvieran delante de ella y, como podía, encontraba los materiales para que pudieran pintar. Poco antes de cumplir 45, en 1943, Dicker-Brandeis arriesgó su vida para poder exhibir el trabajo de sus alumnos. Logró montar una muestra en los sótanos del barracón de niños y al terminar las guardó junto con las otras piezas que sus estudiantes habían realizado.
Pero estas lecciones no durarían para siempre. En octubre de 1944, fue transportada a Auschwitz-Birkenau, donde fue asesinada tres días después. Como ella, muchos de sus alumnos sufrieron el mismo destino. Sin embargo, la maestra de arte tenía un as bajo la manga, guardó con mucho cuidado unas 4.500 hojas de papel que contenían los dibujos de sus alumnos y así mantuvo la memoria de los niños a los que enseñó y cimentó su legado. Actualmente estas se exhiben en el Museo Judío de Praga.
“Recuerdo haber pensado en la escuela cómo crecería y protegería a mis alumnos de las impresiones desagradables, de la incertidumbre, del aprendizaje esporádico... Hoy solo una cosa parece importante: despertar el deseo hacia el trabajo creativo, convertirlo en un hábito y enseñar cómo superar las dificultades, que son insignificantes en comparación con la meta por la que te esfuerzas”, escribió Dicker-Brandeis a un amigo en 1940.