Friedrich Nietzsche en el convento de Pforta
En esta segunda entrega sobre Friedrich Nietzsche, a propósito de que este 15 de octubre se cumplen 180 años de su nacimiento, repasamos algunos aspectos que lo forjaron mientras estudiaba en la Escuela Regional de Pforta, y la creación de una especie de hermandad bautizada “Germania”, integrada por él y dos amigos de la infancia, Wilhelm Pinder y Gustav Krug.
Fernando Araújo Vélez
Poco antes de cumplir 14 años, el alumno Friedrich Wilhelm Nietzsche fue enviado con una beca a la Escuela Regional de Pforta, un internado que la gente llamaba convento, y al cual ingresó con un examen poco meritorio. Fue inscrito en el grado más bajo, el “Untertertia”, como le decían, y llegaba del Instituto Catedralicio de Naumburg. Las asignaturas que cursaría en Pforta eran muy distintas a las que había visto antes, y tuvo que esforzarse al máximo para mejorar su conocimiento del griego, por ejemplo. En Pforta, Nietzsche se levantaba a las cuatro de la mañana y estudiaba hasta entrada la noche. De vez en cuando se lamentaba por sus problemas de visión, que venían de tiempo atrás. Sus tías le recomendaban que se echara gotas de aguardiente de trigo.
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Poco antes de cumplir 14 años, el alumno Friedrich Wilhelm Nietzsche fue enviado con una beca a la Escuela Regional de Pforta, un internado que la gente llamaba convento, y al cual ingresó con un examen poco meritorio. Fue inscrito en el grado más bajo, el “Untertertia”, como le decían, y llegaba del Instituto Catedralicio de Naumburg. Las asignaturas que cursaría en Pforta eran muy distintas a las que había visto antes, y tuvo que esforzarse al máximo para mejorar su conocimiento del griego, por ejemplo. En Pforta, Nietzsche se levantaba a las cuatro de la mañana y estudiaba hasta entrada la noche. De vez en cuando se lamentaba por sus problemas de visión, que venían de tiempo atrás. Sus tías le recomendaban que se echara gotas de aguardiente de trigo.
Un año más tarde, a comienzos de 1858, le escribió a su amigo Wilhelm Pinder para explicarle cómo se había sentido. Decía que los miedos de la angustiosa noche lo habían trastornado. En sus propias palabras, citadas por Werner Ross en su libro Friedrich Nietzsche, El águila angustiada, “ante mí apareció, lleno de presentimientos, el futuro envuelto en velos grises. Por primera vez me tenía que alejar de la casa de mis padres por una larga, larga temporada. Me enfrentaba a peligros desconocidos; la despedida me había producido miedo y temblaba al pensar en mi futuro. Además me preocupaba el inminente examen, del que me había hecho mentalmente un cuadro horrible”. Pforta le parecía más una cárcel que cualquier otra cosa.
Pasados los años, y según las cartas que le enviaba a su madre, Franziska, a su hermana, Elisabeth, y de vez en cuando a sus tías, sus días comenzaban a las cuatro de la mañana. “A las cinco y veinticinco se llama por primera vez a la oración y a la segunda vez hay que estar ya en la capilla. Aquí, antes de que llegue el maestro, los inspectores cuidan de que haya silencio… Entonces aparece el maestro acompañado del fámulo, y los inspectores dicen si los bancos están completos. Entonces suena el órgano, y después del corto preludio, se entona un canto matutino. El maestro lee un trozo del Nuevo Testamento, a veces también un canto religioso, reza el padrenuestro, y el estribillo pone punto final a la reunión”.
Antes de las comidas se bendecía la mesa y se entonaban cantos en latín, y a las nueve de la noche todos los alumnos debían estar en sus habitaciones. Pforta era un modelo de disciplina, estudios y carácter. Nietzsche, de acuerdo con Ross, “sufría en silencio y exteriormente se sometía”. Cada día que pasó allí tuvo más claro que el conocimiento se lograba con esmero, y que la diversión, o los rumores, o las conversaciones vacuas, no hacían parte de su plan. Le preocupaba que lo apartaran de sus pensamientos. Como escribió al comienzo de su internado, “La idea de que a partir de ahora nunca podré entregarme a mis propios pensamientos, sino que seré apartado de mis ocupaciones predilectas por mis compañeros de clase”.
Durante los seis años que estuvo en El convento, Nietzsche se mantuvo en los primeros lugares. Nadaba, estudiaba, conversaba con sus compañeros de vez en cuando, y en dos ocasiones se atrevió a hacer algunas bromas que le costaron severos castigos. Una, cuando se atrevió a escribir un informe irónico sobre el estado de las luces del centro. “En el auditorio las lámparas difunden una luz tan mortecina que los alumnos se sienten tentados a utilizar su propia luz”, escribió. La otra fue a los 18 años, cuando se fue de juerga con algunos nuevos amigos y se bebió cuatro jarras de cerveza. El castigo en ambos casos fue bajar de lugar en la jerarquía académica. Ante sus imposiciones, le dijo a su madre en una carta que merecía un castigo, y que esperaba que se le aplicara.
De acuerdo con Werner Ross, “hasta que abandonó Schulpforta en septiembre de 1864, Nietzsche fue de manera ininterrumpida un alumno disciplinado y finalmente el primero de su clase, lo máximo que se podía conseguir en este convento. Escribía largos estudios para los maestros de alemán y de latón y extensos poemas para las fiestas del centro, representó el papel de un conde en el teatro de carnaval y, tras superar un cursillo, bailó como era de ley”. Ocasionalmente, cantaba en el coro de la escuela, y a menudo vigilaba a sus compañeros. Solía tomar partido por los alumnos de los grados más avanzados en casos de disputas, e incluso, de los profesores Estaba entonces absolutamente convencido de que había que seguir al pie de la letra las leyes.
“La norma principal es que uno se forme regularmente en todas las ciencias, artes y competencias, y hacerlo de manera que el cuerpo y el espíritu vayan de la mano”, escribió. En reiteradas oportunidades, algunos de sus compañeros lo criticaban. Decían que no tenía espíritu de cuerpo. Pese a sus críticas y a que no tenían mayor relación con él, consideraban que era un genio, y así lo decían. Mientras hablaban de él, Nietzsche seguía desarrollando sus ideas, o mejor, rompiendo con lo establecido y creando un nuevo mundo, y en ese nuevo mundo los principales protagonistas eran sus antiguos amigos de infancia, Wilhelm Pinder y Gustav Krug, con quienes se escribía largas cartas, y a quienes convidó a hacer parte de un grupo “esencial” al que bautizarían como “Germania”.
“No sabemos cómo surgió esta amistad entre los tres. Con toda seguridad que en ella intervinieron las respectivas familias”, señaló Ross, y explicaba que “la abuela Nietzsche era amiga de la señora Pinder, consejera privada y madre de Wilhelm. Los dos hijos de la jurista constituían el tipo de amistades selectas que la madre de Nietzsche deseaba para él”. A su vez, tantos los padres de Wilhelm Pinder como los de Gustav Krug, consideraban que Friedrich Nietzsche era ideal para hacerles compañía a sus respectivos hijos. Aunque hacía más de 10 años que el padre de Nietzsche, Karl Ludwig Nietzsche, había fallecido, nadie que lo hubiera conocido olvidaba que había sido el párroco de Rócken, y que su cargo lo había recibido directamente de manos del rey de Prusia, Federico Guillermo IV.
Las relaciones entre Pinder, Krug y Nietzsche eran serias. Solemnes. Jugaban a ser escritores y músicos, y a cambiar el mundo. Tenían 15 años cuando Nietzsche los reunió y les comentó que tenía una gran idea, una idea que atravesaría los tiempos y que tendría que ir más allá de sus simples vidas: crear una hermandad. Días más tarde se fueron de excursión y fundaron su grupo, al que llamaron “Germania”. “Cada uno de ellos debía hacer un envío mensual: poesía, composición, ensayo ilustrado. Habría una caja colectiva para adquirir obras poéticas y partituras (…). De acuerdo con los estatutos, los tres se criticaban mutuamente, pero mientras los otros dos adoptaban medidas de precaución, Friedrich se lo tomaba en serio, blandía el látigo y atacaba implacablemente”.