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“Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos del domingo pasado”. John Benjamin Toshack
En el Decálogo del perfecto cuentista, Horacio Quiroga sugiere que: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. Podríamos hacer una parodia con el fútbol y decir que los técnicos no deben escoger su alineación desde el imperio de la emoción, pero ¿cómo exigirle al entrenador que haga esto sin tener en cuenta sus emociones, la de los jugadores, sus familias y los hinchas?
El fútbol no es neutro, es pasional, enfermizo y virulento. No de otra forma se explican comportamientos, reacciones, actitudes y decisiones cuando de ser hincha de un equipo se trata. Fiebre en las gradas, de Nick Hornby, sostiene que: “Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”. Este autor confiesa abiertamente su fiebre por el Arsenal, el equipo de sus amores y por el cual daría su vida porque se trata de una afiliación afectiva, sagrada y, además, incomprensible porque cuenta anécdotas que ponen al fútbol en el mismo nivel del amor, de la vida, de las pasiones humanas. En alguna oportunidad aplazó su propio matrimonio porque al día siguiente jugaba el Arsenal y, posteriormente, en su noche de bodas, el matrimonio no se “consumó”, como se dice coloquialmente, por cuanto al día siguiente volvía a jugar el “equipo amado”. ¿Exageraciones? No. Existen seres humanos que anteponen esta fiebre por un equipo ante todo lo demás.
En una clase de Fútbol y Literatura, un estudiante les confesó a sus compañeros que no recuerda el día del cumpleaños de su mamá, pero se sabía de memoria las fechas más memorables, triunfos y derrotas, del Nacional y que le marcaron la vida. ¿Irracional? Es posible que respondamos inmediatamente que sí, pero hay comportamientos que se presentan sin rubor porque se trata de defender los colores de un equipo. En algún cuento brasilero se puede leer la anécdota de un papá y un hijo que van al estadio a ver jugar a la selección pentacampeona y olvidaron los boletos. El hijo se devolvió por ellos y encontró a su madre con un hombre en la cama. Salió corriendo a decirle al padre que había visto a su madre con otro señor en plenos amoríos. El papá le respondió inmediatamente: “Hijo, no te preocupes porque te tengo una noticia peor: hoy no juega Zico”. ¿Inexplicable? Digan lo que digan los hinchas actúan emocionalmente y a estas emociones le añaden cábalas, creencias, brujerías, hechizos y demás yerbas que nada tienen que ver con la racionalidad. El fútbol es bello porque es apasionantemente emocional.