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Para darle continuidad a estas columnas referidas a los futbolistas suicidas, quiero compartir con los lectores un listado de jugadores que se ahorcaron por múltiples razones y que, como ya he dicho, decidieron ir a hacer sus toques y goles a otro peladero futbolístico. Un caso relevante es el de Justin Fashanu, el primer jugador inglés en declararse públicamente homosexual, a pesar de las solicitudes que le hizo su hermano para que no lo publicara. Nació el 19 de febrero de 1961 en Hackney, Londres. Tras la separación de sus padres quedó huérfano con su hermano John. Inicialmente fue boxeador y, después, futbolista. En ese momento el racismo era uno de los grandes problemas que tenían que enfrentar los jugadores negros. Cuando tenía 17 años, Justin Fashanu ya era la figura del Norwich City y fue llamado a la Selección de Inglaterra Sub-21. Una curiosidad: fue el primer jugador negro transferido por un millón de libras. En marzo de 1998 un adolescente de 17 años lo acusó de abuso sexual. Dos meses después, su cuerpo fue hallado ahorcado en un garaje de Londres. En el mismo lugar encontraron una carta del jugador que decía: “Me he dado cuenta de que ya he sido declarado culpable. No quiero dar más preocupaciones a mi familia y a mis amigos. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida; al final en él encontraré la paz que nunca tuve”. Actualmente se celebra en su honor, cada 19 de febrero, el Día internacional contra la homofobia en el fútbol. Otros jugadores que se ahorcaron fueron: Carlos Montoya, jugador colombiano, del América, quien entró en una especie de angustia existencial por unas deudas que adquirió. Dejó de ir a los entrenamientos, fue recluido tres días en una clínica de reposo y, cuando volvió a las prácticas, atinó a decir: “Se me acabaron las ilusiones”. Un día antes habló con su papá, quien dijo que lo había visto bien y que no entiende la razón de esta decisión. Tenía una niña de seis años, Helen. Mirko Saric, jugador argentino, con descendencia croata, se suicidó el 4 de abril de 2000, a los 21 años de edad, después de varios intentos de suicidio por causa de los bajones deportivos y de enterarse de que el hijo que esperaba su esposa, no era suyo. Su madre lo encontró ahorcado con una sábana. ¡Se suicidó a los 21 años! Es increíble que un joven de 21 años haya tomado esta decisión tan asombrosamente inesperada, pero es menester estar en sus guayos para conocer sus honduras y afecciones. De esta misma forma murieron los escritores Gérard de Nerval y Foster Wallace. No se trata de un juicio de valor porque, más bien, es un dilema ético, de esos que no se resuelven con más reflexiones sobre las reflexiones de otros. La vida de cada ser humano es tocada por los hados que juegan a la ruleta para que unos ganen y otros pierdan, pero, sabemos, todos salimos derrotados. Caer es la cosa para los jugadores que abrazan la gloria sin saber qué hacer con ello, como en el cuento de Horacio Quiroga titulado Juan Polti. Tal vez por ello hay quienes consideran que la vida “sería muy buena si no fuera todos los días”. O, mejor, que uno se pueda suicidar y no morirse de verdad. ¿Paradojas de la literatura?