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Abdón Porte, el Indio, fue un jugador uruguayo que se suicidó en 1918 en la mitad de la cancha del estadio de Nacional de Uruguay so pretexto de que ya no era más titular del equipo al que le dio gloria, brillantez y múltiples títulos. Aún hoy hay una valla en una tribuna en la que se lee: “Abdón Porte, por tu sangre”. Un acontecimiento noticioso se convirtió en el tema del cuento escrito por Horacio Quiroga, quien leyó la noticia y, como todo lo volvía suicidio fantástico, escribió Juan Polti, half-back, el primer cuento dedicado al fútbol en América Latina y que recrea la historia de Porte con algunas reflexiones que aluden a la fama, a la idea de progreso, a la poca o nula formación que tienen algunos futbolistas, y hace varias metáforas con el héroe griego y sus caídas y recaídas.
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Más tarde, Eduardo Galeano, en El fútbol a sol y sombra, escribe un texto que tituló Muerte en la cancha y hace referencia a esta historia de Abdón Porte. Esta hipertextualidad literaria es una representación simbólica de esa soledad, angustia y tragedia de lo que significa ser suplente, es decir, un espacio para el desasosiego, un no lugar u otro lugar para rumiar odios, rencillas y asombros que dicen de lo humano de manera simple. El banquillo es una patria rota que visitan los jugadores desde un exilio que no admite tranquilidad.
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Algunos directores técnicos comienzan sus discursos en el camerino con frases tan manidas como: “En mi equipo no hay titulares ni suplentes porque todos somos titulares, importantes, fundamentales”. Pura ficción porque hasta quienes hacen rotaciones constantes, no hacen cambios con algunos jugadores. Los suplentes se saben suplentes desde el primer día que asisten al entrenamiento y, otros más realistas, llegan con el peto de suplentes antes de comenzar el calentamiento. Principio de realidad, lo llaman algunos, pero otros, más resignados, guardan la esperanza de jugar, aunque sea el tiempo de reposición.
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El banco es frío como la muerte, el banquillo es un infierno, una grisácea penumbra que duele por habitarlo sin esperanzas posibles. Patadas a los tarros de agua, a las sillas que se acomodan para los suplentes, alaridos y madriadas para todo el mundo, menos para ellos mismos: se trata de reacciones muy naturales en el fútbol porque nadie se quiere salir de ese cuadrado que llaman cancha porque entrar y salir de titular es un himno de victoria, un reconocimiento por estar entre los elegidos, los llamados a una cena que degustan pocos porque los suplentes son más. He visto jugadores que escupen, se escupen y escupen a otros, una especie de grito a la desesperación por no entender que únicamente pueden jugar once. El cuento de Alejandro Dolina se llama El tipo que pasaba por ahí. Recomendado.