Gabinetes de curiosidades: la naturaleza como parte de la cultura y la propiedad
Los gabinetes de curiosidades, los jardines botánicos y los museos de historia natural fueron expresiones de control humano sobre la naturaleza, espacios que permitieron transformar lo salvaje y desconocido en algo doméstico y familiar. La ciencia, el arte y el comercio confluyeron en un gran cometido de las élites europeas por acumular posesiones y mostrar su control global.
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El auge de la exploración geográfica en el Renacimiento europeo propició el comercio de objetos naturales y manufacturas provenientes de lugares remotos, un fenómeno que alimentó la creciente fascinación de las élites europeas por lo exótico. Los príncipes, cortesanos, comerciantes, algunos médicos, naturalistas o farmaceutas con poder adquisitivo comenzaron a mostrar interés por conocer y acumular diversos objetos provenientes de lugares lejanos que incluían animales (mamíferos, peces, reptiles, aves o insectos disecados); conchas, muestras de plantas, sus flores, frutos o semillas, rocas curiosas y fósiles; pero también artefactos, artesanías, antigüedades, armas y toda suerte de piezas etnográficas.
La necesidad de organizar y exhibir estas extrañas adquisiciones dio origen a los gabinetes de curiosidades. Estos Wunderkamern (cuartos de maravillas) pudieron ser inicialmente escaparates o pequeñas habitaciones. Con el tiempo, y en algunos casos, llegaron a requerir edificios completos y fueron el origen de grandes museos. Athanasius Kircher, Conrad Gessner, Ulisse Androvandi y Albertus Seba fueron algunos de los famosos naturalistas que crearon sus gabinetes.
La imagen que aquí compartimos corresponde a la portada del inventario del museo de curiosidades del médico y naturalista danés Ole Worm. Este grabado de 1655 refleja la diversidad de artefactos y criaturas que llamaron la atención de los coleccionistas europeos. Colgados en el techo vemos una canoa, posiblemente de origen norteamericano, y una diversidad de animales disecados: un oso y varios peces de aspecto monstruoso. En la pared del fondo hay arcos, flechas, remos y diversos utensilios y piezas etnográficas, incluso una suerte de maniquí que luce un vestido y utensilios de su cultura. Sobre la pared de la derecha sobresalen caparazones de tortugas gigantes, armadillos, cocodrilos, iguanas y pieles de reptiles, corales y artesanías; a la izquierda, una colección de cuernos, algunos muebles, ejemplos de trajes y lo que pueden ser souvenirs obtenidos en viajes o comprados a viajeros que llegaban de lugares remotos.
En medio de esta miscelánea de objetos, es evidente la intención de darle un orden a la colección: se aprecian cajones rotulados y el propósito de clasificar algunos objetos según su material o lugar de origen. Sobre una mesa en el centro del salón aparece un letrero que señala con claridad el nombre de su propietario “Musei Wormani Historia”. Es frecuente que los dueños de los gabinetes contrataran artistas para ilustrar y difundir de manera impresa la riqueza de sus colecciones. Parte del auge del género de pintura que conocemos como “naturaleza muerta” está asociado a la representación de lo exótico y de las posesiones materiales de la aristocracia europea. En este caso vemos cómo el artista se esfuerza en representar en detalle cada objeto con realismo, pero en su conjunto es evidente el afán por exaltar lo maravilloso y novedoso de la colección.
Por su misma rareza, los objetos y criaturas que llegaron al comercio europeo de otros continentes se convirtieron en suntuosas posesiones y, de manera similar a las obras de arte, las colecciones de lo extraño fueron exhibidas como símbolos de lujo y poder adquisitivo. Así como un príncipe solía ostentar su riqueza con una selecta colección de pinturas de afamados artistas, también, y de manera creciente, la posesión de objetos naturales extraños fue un elemento importante de distinción para la aristocracia europea. Podemos decir que en la Europa moderna la naturaleza del mundo se puso a la venta.
No tan distinto a lo que puede ocurrir hoy con nuestro gusto por exhibir en nuestros hogares obras de arte, antigüedades, piezas arqueológicas (muy posiblemente falsas), máscaras o souvenirs de viajes, que para muchos es una forma de hacer gala de riqueza o cultura.
La confección de una de estas colecciones implicaba no solo una obvia capacidad económica y gusto por lo novedoso, sino un arduo trabajo y estudio. Preservar, catalogar y exhibir animales o plantas, pieles, insectos, conchas, corales, huesos humanos o animales exige familiaridad con campos diversos de la historia natural, la geografía y la historia. Transformar objetos naturales en artefactos coleccionables, además, requiere conocimientos de técnicas de preservación, disecado de pieles, de aves o insectos. Clasificar minerales o fósiles o exhibir piezas etnográficas requería una cultura particular, de manera que sus dueños debieron mostrar su erudición en campos muy diversos de las ciencias naturales y humanas.
El conocimiento necesario para comentar y explicar el origen de estos objetos fue símbolo de distinción, de tal manera que los gabinetes fueron repositorios de un capital no solo comercial, sino también intelectual y cultural. Como en los museos, en estos espacios se combinan el comercio, el arte y la ciencia. Podemos decir que el coleccionismo de lo exótico, estrechamente relacionado con un proyecto mayor de apropiación y control del mundo natural, tuvo un impacto mayor sobre la cultura europea.
Muchas de estas colecciones privadas fueron vendidas o donadas a instituciones oficiales y fueron el inicio de grandes museos nacionales. Tras la muerte de Ole Worm, sus colecciones se integraron a las del rey danés Federico III. Un ejemplo notable fue el de Hans Sloan (1660-1753), médico, naturalista y coleccionista irlandés quien donó más de 70.000 artículos de su propiedad para nutrir las arcas del Museo Británico y del Museo de Historia Natural de Londres.
Los gabinetes de maravillas y sus catálogos, al igual que los museos y jardines botánicos, fueron una clara manifestación de la capacidad de dominio humano sobre la naturaleza, espacios que permitieron transformar lo salvaje y desconocido en algo doméstico y familiar. La historia de estos espacios nos permite apreciar las estrechas relaciones entre prácticas comerciales y científicas de la Europa moderna, al igual que entender el origen de los grandes museos europeos del siglo XVIII como templos de la cultura y el conocimiento, centros de acopio de posesiones y potentes expresiones de poder imperial.
Lectura recomendada:
Sobre la historia de los gabinetes de curiosidades recomendaría el trabajo de Paula Findlen, “Commerce, Art, and Science in the Early Modern Cabinet of Curiosities” (2022).