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Soy un ciudadano colombiano; hijo, esposo, hermano y tío. Alguien comprometido. Servidor público en el sentido más amplio de la palabra. Fiel, leal, alegre, inocente, curioso, juicioso, conciliador, diplomático, en ocasiones puedo frustrarme con facilidad.
Le temo al rebaño, al gris, a no marcar diferencia y pasar desapercibido. Le tengo miedo al olvido, porque somos efímeros. Me gustan los legados, la historia. Me obsesionan las biografías. Odio la violencia con todo mi ser. No tolero los extremos, ni la falta de diálogo.
Pienso que la pereza es el peor negocio en la vida. Voy día a día, pero planeo a cinco, quince y veinte años. Para mí cada paso solo significa algo si hay uno siguiente, porque voy con la filosofía de los pequeños escalones, con la de no atormentarme con metas imposibles.
Orígenes- Rama paterna
Hay un rasgo que marca la historia de la rama paterna, y es el ser una familia de provincia. Mi abuelo, Eduardo Cifuentes, nació en Pasto y sus padres en San Pablo (Nariño), pero vivió la mayor parte de su vida en Popayán.
Provenía de una familia muy rica del Cauca, solo que su abuelo murió de forma trágica, lo mató una mula de una patada en el estómago, y sus hijos no supieron aprovechar la herencia que recibieron. Esta situación generó en mi abuelo un rasgo que lo definió, posteriormente a mi papá y a mí, y es el de llevar a cuestas los sueños de nuestros antepasados.
Mi abuelo vivió en esta bipolaridad de quien crece en medio de la riqueza y la deja de tener. Fue un gran soñador, dedicado a su familia. De inteligencia prodigiosa y un sentido del humor fino. Nunca dejó de comprar la lotería y hacía cálculos con la fortuna que se ganaría, pues la tenía destinada en detalle. Nunca le faltó generosidad. Puede parecer romántico, pero fue frustrante porque él nunca se la ganó y vivía de esa plata, que no tenía y que tan solo se imaginaba que iba a llegar. Todos sus proyectos de vida, muchos exitosos, otros menos, estuvieron siempre marcados por esa infinita capacidad de soñar con los ojos abiertos. Pero, a veces, hasta las ideas más brillantes hay que aterrizarlas.
Fue un gran referente para sus hijos. Le obsesionaba el bienestar, lo que lo llevó a armar proyectos sobre bases efímeras, muchas veces sobre humo. Se demoró muchos años en graduarse como ingeniero civil, no por falta de capacidad, sino por esa arrogancia que acompaña a las grandes inteligencias. Siempre pensó que lo nombrarían gobernador o en alguna posición de poder.
Vivió atormentado por los fantasmas del pasado, buscaba proveer a su familia, pero contrastaba con la realidad que vivieron sus hijos en medio de una sobreviniente pobreza. Se casó muy joven con mi abuela, apenas siendo estudiante universitario. Hay rasgos psicológicos que no logro entender en profundidad, pero que marcaron a su descendencia.
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Mi papá y mis tíos son todo lo contrario. Nunca dejaron de trabajar ni de estudiar, son muy conscientes del tener y del perder, como si hubieran llevado una vida diferente. Heredaron un legado lleno de cultura, antepasados destacados como Delio Cifuentes y Demetrio y Belisario Porras -uno de los primeros presidentes de Panamá. Heredaron también la visión soñadora, porque mi papá lo es y proyecta en grande, pero es mucho más aterrizado gracias al equilibrio que le imprimió su mamá.
Mi abuela, Luz María Muñoz, hija del ganadero y hacendado conservador Manuel María Muñoz, fue mucho más pragmática, cariñosa y dedicada a su familia. Fue el centro gravitacional de la casa, el polo a tierra, quien aterrizaba las cosas, guardaba la plata, pagaba las cuentas, trabajaba. A lo largo de su vida y ya superadas las crisis económicas, mi abuela montó una fábrica de cueros en la que confeccionó chaquetas. Fue muy próspera.
Supo siempre que en la educación estaba el futuro de sus hijos, el que no podría garantizarles a través de una herencia. Su padre, Manuel María, no consideró dejar herencia alguna pues en su visión conservadora consideraba que la herencia podía pervertir los valores de la familia.
Se fueron trasladando al barrio de La Candelaria, en Bogotá, a la casa de mi chuzno, Delio Cifuentes, matemático y astrónomo cuya placa aún se encuentra en el observatorio del Palacio de Nariño. Estudiaron en los Andes con créditos del ICETEX y muchas veces no contaron con plata para las fotocopias, entonces para leer el material iban a la Luis Ángel Arango, de la que mi papá fue su asiduo visitante. Todos se hicieron profesionales y han sido muy exitosos en sus carreras.
Su padre
Eduardo Cifuentes, mi papá, es un modelo a seguir, una de las personas más inteligentes, dedicadas, comprometidas, éticas que conozco. Es de pocas palabras, pero en su austeridad comunicativa siempre ha estado ahí con afecto.
Tiene un componente racional y prospectivo muy fuerte. Vive en el mundo de las ideas, es un intelectual que ha hecho una carrera impresionante, a pulso. Comenzó como abogado en la Superintendencia Bancaria, hoy Superintendencia Financiera, sin que le gustara particularmente el derecho bancario ni el privado, pero era su única opción. Su esfuerzo y tesón lo llevaron a ser vicepresidente del Banco de Colombia.
En las noches cultivó su sueño de dedicarse al derecho constitucional hasta que, a sus treinta y seis años, tuvo la oportunidad de ser ternado para la Corte Constitucional y quedó como magistrado, luego fue su presidente. Fue así como comenzó su carrera pública, que ha sido muy exitosa. Actualmente es el presidente de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
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Es alguien sin tacha, su mayor activo es su buen nombre porque nunca ha estado involucrado en un escándalo. Siempre ha sido reconocido por su rigor, por su ética, por su sensibilidad ante lo social. Se ha dedicado al desarrollo de los derechos humanos. Lo acompaña una vocación pública muy grande, pero no en lo político.
Rama materna
Mis abuelos eran campesinos con poca educación, como en general lo eran los jóvenes de la década de los cuarenta, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Originarios de la región de Mantua, Italia. Mi abuelo, Vito Ghidini, nació en San Giovanni del Dosso, es músico, un acordeonero que desarrolló su profesión siendo mayor, porque en sus primeros años de juventud fue obrero. De niño padeció el hambre de la guerra. Recuerda el sonido de los bombardeos y las oscuras y frías noches de invierno metido con su familia en las cunetas para evitar morir en los ataques. Mi abuelo ha sido siempre un trabajador curioso e incansable. Todavía corta su pasto, pinta su casa, va al mercado en bicicleta, usa Twitter, Facebook, WhatsApp, hace videollamadas, monta sus videos musicales en las redes sociales.
Mi abuela, Loredana Saccomandi, nació cerca de Ferrara, es la mata del cariño, la típica mamá italiana dedicada a su familia. Sufrió la muerte de su propia mamá cuando tenía pocos meses de nacida, luego su papá se volvió a casar, sumando así nueve hijos.
Creció los primeros años en ese desamor mientras su padre, mi bisabuelo, luchaba en la guerra. Recuerda mi abuela, uno de los más felices días de su infancia que, después de no saber nada de su padre, lo vio llegar con los pies ensangrentados. Había dejado del ejercito italiano y había atravesado Italia a pie para volver a su casa, con sus tres hijas y tres hijastros. Mi abuela se casó muy joven, tenía tan solo dieciséis años.
Con mi abuelo vivió en Busto Arsizio, ciudad industrial. Al principio, cuando llegaron a la ciudad, padecieron de muchas dificultades. Mi abuelo trabajaba en doble turno. Mi abuela se dedicaba a labores domésticas. Allí nació mi tío Cloves.
Sin luz y sin servicios, todos los días mi abuelo llevaba en su bicicleta una “damigiana” de agua. Escaseaba la comida, pero el impulso por sobrevivir y esa tenacidad que ha marcado a mis abuelos los llevó a mejorar sus condiciones, poco a poco, hasta el punto de que unos años después adquirieron un pequeño establecimiento de comercio, luego otro, y al pasar de los años, todo ese esfuerzo y capacidad incansable de trabajar les permitió una estabilidad económica que llevó a mi abuelo a dedicarse a su pasión: la música. Los últimos años laborales tocó el acordeón en diferentes hoteles en Suiza y eso le generó mayores ingresos.
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Su mamá
Cuando nació mi mamá, Viviana Ghidini, las condiciones ya eran un poco mejores para la familia. Estudió gracias a la visión de mi abuela, que hizo todo para que así se diera.
Mi mamá, hiperactiva, bulliciosa, temperamental y extremadamente amorosa, es quien aterriza las emociones, es la niña de mis ojos, mi confidente, mi mejor amiga. Uno no puede cantar cariños ni dosificar amor, pero siempre he sido muy apegado a mi mamá. Se hizo psicóloga cuando nosotros ya habíamos nacido. Trabajó en el Colegio Italiano como profesora de preescolar desde el año 77, luego llegó a ser la directora de primaria.
Padres
Mis papás se conocieron en Londres a través de sus mejores amigos. Los dos muy distintos, él un hombre aplomado y ella muy inquieta. Ya cuentan más de cuarenta años de matrimonio. Mantuvieron una relación epistolar durante dos años, inicialmente en inglés, luego en español, también en italiano.
Mi papá viajó nuevamente a Europa por algún motivo y se quedó tres semanas en la casa de mi mamá. Fue ahí cuando surgió la historia de amor porque hasta sus suegros lo quisieron. Aunque dudaron en recibirlo, lo hicieron, pero le cortaron el pelo y lo afeitaron.
Mi mamá no quería estancarse en su pueblo ni llevar una vida sin futuro. Mi papá le significaba proyectos, le resultaba exótico, tropical, en un momento en el que Latinoamérica vivía revoluciones. Se juntaron la urticaria que le producía a mi mamá quedarse atada a un pueblo de mentalidad cerrada, con las historias del otro lado del mundo que estaba colmado de cambios.
Así, sin decirle nada a mi papá, mi mamá un día viajó a Colombia, llegó al aeropuerto en Bogotá desde el que llamó a la casa de él. Como mi papá estaba en cine, la llamada la recibió mi tío Juan Gabriel.
Se casaron, sin decirle a mis abuelos maternos. Lo hicieron en Panamá, dado que mi mamá no contaba con los papeles que requería en Colombia. El único testigo fue mi abuela Luz María. Pero los abuelos maternos apoyaron económicamente a mis padres recién casados y con su ayuda pudieron adquirir su primera vivienda.
Infancia
Crecimos bajo los principios de lealtad, el actuar ético y moral, con papás incorruptibles. Somos dos hijos. Francesca, mayor cinco años, a sus doce sufrió una extraña enfermedad que ataca al sistema inmune, entonces la trataron en Italia. Es una mujer positiva, alegre, sonriente, hace meditación trascendental y yoga. Es abogada, está casada y tiene dos hijos, Martín y Eloisa. Es un ejemplo de vida, tenacidad y optimismo. La admiro cantidades y nos queremos enormemente.
Por mi parte, podría decir que soy tranquilo como mi papá y pasional en mis ideas como mi mamá; como ella soy cariñoso y con un gran sentido familiar. Mi plan preferido es sentarme cinco horas a cocinar con ella.
Disfruté a mi mamá también en el colegio y a mi papá en la universidad, porque fue decano de la Facultad de Derecho de los Andes cuando yo era estudiante.
Cuando niño no fui un gran lector, esto por oposición a mi papá que me invitaba casi obsesivamente a leer, mientras yo prefería jugar como lo hacían todos los otros niños de mi edad. En algún momento empezaron a salir unos folletos de la Segunda Guerra Mundial en el periódico El Tiempo que me llamaron la atención porque mi papá cada noche, antes de acostarme, me leía sobre estos temas, lo que marcó mi destino pues concentré mis estudios y mi carrera profesional a entender el conflicto armado.
Los fines de semana disfrutamos de la pequeña y humilde finca de barandas rojas, paredes blancas, techos de teja de barro en La Mesa, con su gran árbol de guayabas. En mi casa nunca hubo una acción de un club, pues nuestro compartir fue en familia.
Cada verano visitábamos a mis abuelos en Italia. Ellos, como herederos de la posguerra, han considerado que un niño sano es un niño que come, entonces nos atendían con quesos, pasta, panes, con todo un rito alrededor de la mesa. Nos daban tantos helados como antojo sintiéramos. Pero esto hizo que me subiera de peso de manera importante, lo que me generó matoneo en el colegio.
Más allá de eso, tuve una infancia muy feliz, crecí rodeado de amor, en medio del diálogo y sin conflictos familiares.
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Colegio Italiano
Siempre fui buen estudiante. En mi colegio sentí la afinidad cultural que vivía en mi casa con mi mamá y con mis abuelos en Italia. El Colegio Italiano brinda unas bases de cultura general enormes, permite elegir la línea de estudio y yo decidí historia, filosofía, arte y lenguas.
En un verano, cansado del matoneo, decidí hacer dieta, lo que coincidió con la pubertad en la que uno crece y se adelgaza. Pero lo interioricé en mi adolescencia, afectándome, porque muchas de mis inseguridades tienen su origen ahí.
Ya en bachillerato comencé a tener más amigos, fui más sociable, disfruté mi juventud libremente, pero sin excesos, esto por temor a caer en las drogas, como ocurrió con varios de mis más cercanos.
Tuve el sueño de estudiar Derecho en la Bocconi, en Milán, que exige un resultado del bachillerato superior a un determinado puntaje que, para lograrlo, me obligaba a mantener un promedio altísimo. Fue así como desde octavo y hasta once me esforcé por lograrlo.
Una vez graduado, viajé a Canadá a estudiar inglés y al regreso, a comienzos del 2003, comencé en los Andes, donde hice un grupo de amigos magnífico. Cuando tuve que presentar el examen en la Bocconi no lo pasé porque por puro desconocimiento no lo preparé; me relajé y en la vida uno siempre tiene que estar preparado. Nunca dejar las decisiones importantes al azar.
Orden público
Se vivía una situación de orden público muy delicada en Colombia, los años de mayores amenazas de paramilitares y guerrilla, y mi papá en esa época era Defensor del Pueblo, lo que nos generó mucho riesgo, amenazas constantes, intimidaciones y miedo.
Un día contesté el teléfono de la casa, preguntaron por mi papá, y quien estaba buscando a mi papá era Carlos Castaño. Sin escolta se reunió con él para mediar por la liberación de secuestrados, denunció al ejército por decisiones extrajudiciales y a la guerrilla por todos los abusos cometidos durante el conflicto. Mi papá cumplió con su cargo de manera valiente. Fue el primer funcionario que viajó a Bojayá.
La gente lo recuerda con admiración porque, en una época de mucho miedo y violencia, era el único que denunciaba. Una vez llegó a un pueblo y un pescador lo abrazó. Le dijo: “Permítame doctor. Abrazarlo a usted es como abrazar al Estado”. Alguna vez lo bajaron del atril durante una conferencia porque detectaron la presencia de insurgentes en el salón, ahí nos dimos cuenta de que su vida corría peligro.
Recuerdo que ubiqué mi escritorio frente a la ventana de mi cuarto y no me sentía tranquilo hasta no ver cuando llegaba la caravana de escoltas con mi papá, porque él recibió constantes amenazas.
Algunos meses antes de terminar su período surgió la posibilidad de irnos del país y la tomamos. El palo no estaba para cucharas y había amenazas de todo tipo. Mis papás se fueron a París, donde mi papá trabajó en la UNESCO, mientras que yo viví con mis abuelos y estudié cerca de Milán por año y medio.
Decidimos regresar al país cuando a mi papá le ofrecieron la decanatura de los Andes, porque él tuvo siempre el impulso de volver. Yo estaba en un punto de quiebre importante, era el segundo mejor de mi clase, estudiaba becado, pero me animó el miedo a ser parte del rebaño, a no desarrollarme a plenitud.
Universidad de los Ande
Durante mi carrera fundé, junto con un grupo de maravillosos colegas, el primer periódico de la Facultad, Al Derecho, que cuenta dieciséis años.
Hicimos debates políticos, participamos en manifestaciones en contra de la violencia. Nunca nos callamos. Ante la indiferencia, lo único que queda es elevar la voz y nunca bajar los brazos. En un país que cuenta a sus víctimas por millones, el arma más letal es la indiferencia social. Como si taparse los ojos alguna vez hubiera servido para cambiar la dura realidad.
Un año antes de graduarme, mi papá me sugirió hacer un co-terminal que consistía en añadir un par de semestres más a la carrera y sacar una maestría. Al comienzo no me llamó la atención, pero decidí adelantarla.
Trabajé por algunos semestres en el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) y luego un año en la Corte Constitucional. Aquí crecí profesionalmente de manera importante.
Universidad de Nueva York
A mediados del 2010 gané una beca completa de la Universidad de Nueva York, donde hice la maestría en Derecho Internacional. Vivir en un lugar como este a los veintitrés años significa muchísimo para un joven, pero también forjó mi estructura académica y profesional volcada a la justicia transicional.
Recuerdo encontrarme frente al computador decidiendo las materias que iba a tomar. Tenía dos listas, una de contratos, sociedades, fusiones, adquisiciones, las que toman quienes quieren ganar plata. Por el otro, derechos humanos, justicia transicional, derecho penal internacional, y constitucional, por vocación. A último segundo opté por las que me motivaban.
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Holanda y Londres
Una vez graduado, viajé a Holanda donde trabajé en la Corte Penal Internacional. Estando allí me ofrecieron trabajo en una firma de abogados de Londres. Trabajé allá un tiempo, pero no me identifiqué con la vida de firma, entonces decidí regresar al país.
Por más gratificante que fueran esos años de estudios y trabajos en el exterior, siempre he sabido que mi único destino es y será Colombia. Con este país guardo una extraña relación de amor y de frustración. Pero me puede más el compromiso y el impulso por verlo superar sus dificultades y rescatar todo lo bueno que tiene esta tierra. Por más oportunidades que haya por fuera, Colombia es mi hogar y mi propósito vital.
Unidad de Víctimas
En la Unidad de Víctimas comenzó mi reto profesional grande, que ha tenido una lógica mística y que se ha dado de manera secuencial. En el 2012 fui nombrado director de gestión interinstitucional, cargo en el que tuve la función de coordinar las cuarenta y ocho unidades a nivel nacional, las entidades a nivel territorial y los grupos de participación de víctimas del conflicto armado.
Esta experiencia me dio un baño de realidad, el hablar con las víctimas, conocer sus historias, pero también el ver las ineficiencias del Estado, la burocratización de algo tan humano como es el reconocimiento de sus derechos básicos.
Fiscalía General de la Nación
Por dos años fui asesor del fiscal general Eduardo Montealegre, con quien me formé en los temas de derecho penal y de derechos humanos en la Fiscalía General de la Nación.
Departamento Nacional de Planeación
En el 2015 apliqué a un cargo en el Departamento Nacional de Planeación, donde fui nombrado subdirector de justicia y gobierno, algo atípico porque esta es una entidad casi que enteramente de economistas.
Revisé políticas públicas, proyectos de inversión, manejo de presupuesto. Tuve una conexión inmediata con el cargo. A las dos semanas debí proyectar la política pública penitenciaria del país después de diseñarla. A los tres meses fui ascendido a director de Justicia, Seguridad y Gobierno, cargo que amé y del que aprendí muchísimo. Aprender a formular y evaluar las políticas públicas en un país que muchas veces es víctima del vaivén de las pasiones políticas, es algo extremadamente gratificante y constructivo.
Entendí la importancia de decidir con base en evidencia, sobre la responsabilidad que recae en la función pública de cara a las ingentes necesidades de millones de colombianos.
Planeación Nacional es, sin lugar a duda, un laboratorio de país extraordinario. Estando allí comencé un doctorado en la Universidad de Roma, viajando un par de semanas cada tres meses.
Secretaría de Transparencia
Sin buscarlo, recibí una llamada de Palacio, era de parte del presidente Juan Manuel Santos. No lo conocía, ese día fue la primera vez que le di la mano. Me invitó a ser secretario de transparencia y debía vincularme desde el lunes siguiente. Un año después se acabó el gobierno y por ende mi vinculación.
No fue una tarea fácil. En un país donde el primer escándalo de corrupción registrado data de 1526, hacerle frente a un cáncer tan maligno como lo es la corrupción sigue siendo una tarea titánica. Conocí de primera mano el funcionamiento del Estado y todos los vicios que lo acompañan. Fue un cargo lleno de retos y dificultades, pero una escuela de realidad sin parangones.
Harvard
Desde mis cuatro años, mi papá me ponía letreros de Harvard en la mesa de noche, pues él siempre quiso estudiar derecho en esa universidad. Cumplí su sueño, el mismo que ya se había convertido en el mío, quizás por ósmosis o quizás porque Harvard es sin lugar a duda la meca para quienes se quieren dedicar al servicio público.
En junio de 2018, dos semanas después de casarme, viajé para hacer la maestría en administración pública. En marzo, durante la maestría, me gradué del doctorado, y en junio la terminé para regresar al país. El 2019, entonces, me vio graduar tanto de la maestría como del doctorado. Creo que ya cumplí con mi cuota de estudios.
Campaña Carlos Fernando Galán
Me vinculé a la campaña de Carlos Fernando Galán como voluntario para la Alcaldía de Bogotá, quien desafortunadamente perdió en contienda con Claudia López. Admiro el discurso moderado y el compromiso con los temas como la seguridad y la justicia, la defensa de la paz y la lucha contra la corrupción. Creo que cualquier proyecto político debería orientarse en ese sentido.
Universidad del Norte
A los quince días de las elecciones me llamaron de la Universidad del Norte para que dictara clases como profesor de planta en Derecho Internacional, Derechos Humanos y Justicia Transicional con sede en Barranquilla, ciudad donde vivo actualmente.
La “Arenosa” me adoptó con todo su cariño. A la Universidad del Norte y a Barranquilla les tendré siempre una enorme deuda de agradecimiento y un cariño infinito.
Esposa
Conocí a Natalia López, mi esposa, en la Fiscalía, cuando estaba recién graduada de la universidad. Natalia es abogada con maestría en derechos humanos y derecho internacional. Actualmente trabaja en la Corte Constitucional.
La vida me puso en el camino a la persona más excepcional que haya conocido. Un amor consciente y generoso que nos impulsa mutuamente al desarrollo de nuestras propias pasiones. Un amor que suma, no uno que resta. Natalia es mi pilar y eje gravitacional.
REFLEXIONES
¿Cómo se proyecta?
Tengo una vocación pública, como se evidencia en mis columnas del periódico El Tiempo. Me proyecto en lo público llegando al escalón más alto, me formé para eso y lo sigo haciendo.
¿Dónde está su paz?
El primer gesto de paz está en la palabra. Mi paz está al lado de mi esposa y en la satisfacción de mis realizaciones.
¿Dónde están sus demonios?
Tengo muchos. Estos son el esguince de la racionalidad.
¿Cómo maneja la frustración?
Depende del momento. Inmediatamente, me doy el lujo de sentir dolor. Cuando despierto, lo transformo en motivación, porque no me dejo caer.
¿Qué hay en sus silencios?
Ideas.
¿Cómo acalla sus ruidos?
Hablando.
¿Cuáles son sus mayores talentos?
Soy rápido para entender, empático y me duele la gente
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