Gabriel García Márquez cuenta cómo Gina Lollobrigida venció a Sofía Loren (I)
Publicamos la primera de las tres crónicas que el Nobel de Literatura colombiano escribió para el Espectador, como corresponsal desde Italia, inspirado en la actriz italiana Lollobrigida, fallecida esta semana.
Gabriel García Márquez / Especial para El Espectador
Sin disparar un tiro, Gina gana a Sofía Loren su primera batalla
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Sin disparar un tiro, Gina gana a Sofía Loren su primera batalla
Roma, diciembre de 1955
Acabo de regresar de una tumultuosa manifestación, con gritos subversivos, encontronazos y policías. No era una manifestación política, pero dudo mucho de que hubiera sido más borrascosa si hubiera sido una manifestación política. Se trataba, simplemente, del regreso de Sofía Loren después de su conflictivo viaje a Dinamarca, donde dejó con las rosas preparadas a la nobleza y el cuerpo diplomático en sala plena.
Cuando se conoció en Roma la noticia de su regreso, más de 2.000 personas se concentraron en el andén número 5 de la Estación Terminal —que es tal vez la más hermosa estación de Europa— a esperar con febril impaciencia la llegada del «Scandinavian Express». El arribo del tren estaba anunciado para las 21.15 y la multitud lo esperaba desde las 20, pero en un viaje largo no es fácil que los puntuales trenes de Europa sean estrictamente puntuales. Y el «Scandinavian Express», con Sofía Loren adentro, había salido de Oslo dos días antes. (Recomendamos: Las críticas de cine de García Márquez sobre Lollobrigida).
Al principio, se creyó que la multitud esperaba a la actriz para tributarle una tempestuosa ovación. Los periódicos de Italia se habían ocupado de las declaraciones que le atribuyó en Londres el Sunday Graphic, y no era extraño que 2.000 personas hubieran viajado a la Estación Terminal con el propósito exclusivo de manifestar su solidaridad con la actriz más fotografiada del año y contra la cada vez menos fotografiada Gina Lollobrigida. Pero la verdad era exactamente al revés.
Cuando el tren se detuvo en el andén número 5 y Sofía asomó su rostro naturalmente feroz por la ventanilla del vagón dormitorio (el cuarto después de la locomotora) la intención de la multitud quedó perfectamente definida. Alguien, que parecía ser el vocero de las 2000 personas, gritó en un trepidante dialecto romano:
«¡Anda a medirte con Gina, si es que tienes tanto coraje!».
Sin disparar un tiro
Naturalmente, porque no era una manifestación preparada, algunos admiradores de Sofía se encontraban en la estación. Uno de ellos le regaló un ramo de rosas despedazadas por la multitud. Un marinero, con sus 155 centímetros metidos dentro de su uniforme, trató de nadar por encima de la muchedumbre vociferante y alcanzó a gritar: «Sofía, soy de Pozzuoli, tu pueblo». Pero ya la actriz, con su grueso abrigo de pieles, distinto de aquél de piel de tigre que es su favorito, había tenido que cerrar la ventanilla para evitar una andanada más concreta y expresiva que las palabras.
No es difícil encontrar una explicación a aquel desapacible recibimiento. Hace una semana, probablemente ese público vociferante que la esperó en la Estación Terminal habría ido a manifestarle su simpatía, a ponerse de parte suya en «la guerra de las medidas», que es desde hace dos años una sorda guerra subterránea y que la publicación del Sunday Graphic —auténtica o apócrifa— convirtió en una sangrienta guerra declarada.
Pero el ambiente de Sofía Loren en el pueblo italiano cambió en dos días, cuando se conoció la noticia de que la actriz había dejado con los crespos hechos a los nobles y diplomáticos de Oslo. El pueblo italiano quiere que se sepa en el exterior que es un pueblo bien educado, que sabe portarse bien en una fiesta y la actitud de la actriz ha hecho surgir un sentimiento que puede calificarse como una gran vergüenza nacional. Sin disparar un tiro, Gina empezó ganando la guerra, que apenas comenzada.
El cuento de la balsa
Dentro del automóvil de Sofía, un redactor de Il Messaggero había logrado tomar asiento. La policía logró abrirle paso a la actriz a través de una muchedumbre vociferante que por primera vez en los últimos meses no estaba tratando de desnudarla en la calle. Entre los relámpagos de las bombillas fotográficas y los truenos de las preguntas que le soltaban los periodistas por todos lados, la exuberante napolitana logró llegar a su automóvil.
Allí, mientras era conducida a su casa, donde la esperaba su madre —una señora que cuando era joven se parecía a Greta Garbo cuando Greta Garbo era joven—, Sofía explicó a Il Messaggero cómo había sido el incidente de Oslo. «He aquí —dijo la actriz, a bordo del automóvil conducido por el director de cine Basilio Franchina— la historia de aquel día: en las primeras horas de la mañana asistí a un recibimiento y estreché no se cuántas manos entusiastas. Alrededor de las once asistí a una visita al museo de Kan Tiki, donde se conserva la balsa que siguiendo no sé bien qué corriente arribó no sé bien a qué lejano país, la Polinesia, según me parece. Fue una visita interesante: me explicaron todas las cosas relacionadas con la balsa, como si yo misma hubiera tenido que embarcarme para una empresa semejante y me estuvieron dando instrucciones pormenorizadas».
El molino de Oslo
El atolondrado tránsito de Roma, en este otoño intempestuosamente cálido, estaba esta noche más atolondrado que de costumbre. El cortejo de automóviles, lleno de gente del cine y de periodistas, tenía que abrirse paso trabajosamente, a través de las calles bordeadas de grandes árboles pelados. Parecía un funeral. Y en el primer automóvil, un largo Cadillac negro con algo de carroza fúnebre, Sofía Loren seguía tratando de justificar su actitud en la funesta noche de Oslo.
«Abandonamos la balsa un poco antes del mediodía —explicaba—. Para meternos en una interesantísima visita a las casas de los vikingos y de allí pasamos a otra recepción ofrecida por un diario de Oslo. Todo esto ocurría, naturalmente, en medio de una multitud de entusiastas, pero discreta, y yo quería tener para todos una sonrisa y para cada uno un apretón de manos. Fue así cómo, sin haber tenido tiempo de comernos siquiera un sandwich, pasamos al estreno de Carroussel Napolitano, con asistencia del príncipe regente y, después, a una segunda proyección del mismo film para otra clase de espectadores que también reclamaban mi presencia. A las 23.30 llegué exhausta al hotel Bristol, donde se ofrecía una cena en mi honor. Comí agotada, sin apetito y me fui directamente a mi habitación, rendida hasta los huesos».
¿No lo sabía?
Lo que ocurrió después, en esa funesta noche de Sofía Loren en Oslo, ha sido difundido en todo el mundo por los corresponsales de la prensa extranjera. Se ha publicado incluso el relato de un episodio, que parece un tanto exagerado: cuando Sofía decidió bajar a la sala de recepción, con dos horas de retraso, alguien se le acercó con un ramo de rosas y le dijo: «Usted es una mujer hermosa, pero nosotros preferimos las nuestras».
Y es probable que, en realidad, haya sido exagerado este episodio, pues quienes conocen a la actriz aseguran que de haber ocurrido las cosas como se cuentan, Sofía habría armado un escándalo allí mismo, en presencia de la nobleza, de los dirigentes del ski escandinavo, que ofrecían la fiesta, y de toda la diplomacia. Entre los últimos, el embajador de Italia, que esa noche se bebió, revuelto con champaña, el trago más amargo de su vida.
Sin embargo, Sofía se salió por la tangente en el punto culminante de su explicación. «¿Qué iba yo a saber —explicó— que todavía me estaban esperando y que allí estaban nada menos que los diplomáticos consultando sus relojes?». Pero la verdad parece ser que la actriz lo sabía y que todos los italianos presentes en la fiesta habían golpeado a la puerta de su habitación, rogándole que bajara a la sala del hotel.
Lo que cuesta un desplante
El incidente es grave para Italia, porque en Oslo se estaba celebrando una semana del cine italiano, con objeto de estimular el consumo de esa producción en el país. Para eso fue llevada Sofía Loren. Y es grave, además, porque se creó una delicada situación diplomática y también, además, porque Italia vive del turismo y todos los años, en el verano, 70.000 turistas noruegos vienen a ver las ruinas del imperio romano, con un rollo de dólares en el bolsillo. Sofía Loren tenía razón en su agotamiento, pero su actitud le puede costar una fortuna a la cuarteada industria cinematográfica italiana. Y a la próspera industria del turismo con los millones de italianos que viven todo el año de vender curiosidades turísticas durante tres meses.
Para Venecia en especial, que es una ciudad sin industria y sin comercio, el desplante de la actriz puede ser una catástrofe. En todo el mundo se dice que en Venecia hay góndolas poéticas y gondoleros que cantan al resplandor de la luna, porque los turistas lo han divulgado por todo el mundo. Pero la verdad es que ahora, terminado el verano, las góndolas están guardadas en un depósito lleno de bolitas de naftalina. Y los románticos gondoleros, con la romántica voz colgada de un clavo detrás de la puerta, están comiéndose la plata que se ganaron en los meses anteriores y esperando que vuelva otra vez el verano. Por culpa del inoportuno cansancio de la actriz, es posible que el año próximo 70.000 noruegos no vengan a pasear en góndola, de acuerdo con la amenaza de la radio de Oslo.
Con el metro en la mano
La publicación de Sunday Graphic habría pasado a segundo plano si no hubiera sido por el inmediato escándalo de Oslo. Los periódicos aficionados al escandalístico género literario inventado por los productores de cine, habían agarrado al vuelo la pelota. Pero los periódicos serios pensaban otra cosa. Habían olido el tocino: en Europa se está anunciando el próximo estreno de Pane, amore e…, en el cual Sofía sustituyó a Gina, y que fue el origen de la rivalidad. Sin embargo, mientras Sofía saca de un hueco su dorada zapatilla número 39, para meterla en otro hueco más hondo, se está demostrando que aquélla es una rivalidad unilateral. Gina no tiene ningún interés en la controversia.
Por otra parte, se pensaba que «la guerra de las medidas» había sido técnicamente planeada por un productor americano, que se disponía a hacer una pócima explosiva con las dos actrices metidas, revueltas y formuladas en cucharaditas cada diez minutos en una sola película. Pero el incidente de Oslo puso las cosas de otro color; ahora no es cuestión de saber quién tiene dos centímetros más en qué parte, sino que es una cuestión nacional. Cuando a alguien se le ocurrió que Sofía podía ser una muchacha fotogénica, ya a Gina le habían puesto un patriótico nombre, que los italianos toman patrióticamente en serio: «La Gina nacional». Aunque no fuera más que por eso, Gina tenía ya la batalla ganada, después de haber representado a Italia en diferentes partes del mundo, muriéndose de cansancio.
A Sofía no le convenía declarar la guerra. Pero el caso es que la declaró y ahora ha llegado la hora de hacer balance. Gina empezó ganándola, con el comportamiento de su rival en Oslo. Y la seguirá ganando sin necesidad de decir una palabra, sin necesidad de abandonar su hermosa residencia de vía Apia Antica, a cuya puerta hay dos enormes leones de piedra que conversan con los visitantes. El triunfo de Gina puede pronosticarse, incluso con la cinta métrica en la mano.
* Espere mañana: “Gina, un símbolo nacional”.