El Magazín Cultural

Gal Costa: el adiós a la diosa eterna de la música brasileña

Un melómano explica por qué la humanidad perdió a una de las más grandes cantantes, al nivel de Ella Fitzgerald, Mercedes Sosa, Édith Piaf y Aretha Franklin.

Petrit Baquero * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
13 de noviembre de 2022 - 02:00 a. m.
En esta imagen tomada  el 27 de febrero de 2008, la cantante brasileña Gal Costa posa en el Teatro Ariston de San Remo, por el 58º Festival de Música Italiano.
En esta imagen tomada el 27 de febrero de 2008, la cantante brasileña Gal Costa posa en el Teatro Ariston de San Remo, por el 58º Festival de Música Italiano.
Foto: AFP - TIZIANA FABI

Majestuosa, exuberante, maravillosa (maravilhosa), mítica… Esas palabras me llegan a la mente cuando pienso en Gal Costa, la grandiosa cantante brasileña que murió el 9 de noviembre de 2022 por la mañana en su casa de São Paulo. Y digo esto porque Gal representaba, para mí, lo que en algún momento me imaginaba de Brasil: sensualidad, naturalidad, creatividad, exotismo, libertad, talento, misterio, erotismo, mestizaje, belleza, rebeldía y calidez, todo reunido en una mujer que se hizo grande como musa, ícono y, sobre todo, figura activa y creadora de la bossa nova, la Tropicalia y la música popular brasileña (MPB), con todo y lo que esta simplificación implica, entre muchas más cosas, en diferentes momentos y contextos durante casi sesenta años. (Recomendamos: Homenaje de Petrit Baquero a la salsa, a “Siembra prodigiosa”).

Con su partida, Brasil está de luto y la humanidad pierde a una figura majestuosa y una de las más grandes cantantes —cantoras— de su historia, pues estaba, sin duda, al nivel de Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Mercedes Sosa, Édith Piaf, Aretha Franklin, Elis Regina (su compatriota, también majestuosa) o de cualquier otra de las mejores que se puedan nombrar en el mundo, marcando una época, creando un estilo que siguieron miles de artistas y permaneciendo en el imaginario colectivo de varias generaciones con una influencia siempre chévere, siempre positiva, siempre (o casi siempre) rebelde y siempre llena de optimismo por lo que vendría, a pesar de los aciagos tiempos que inevitablemente llegan. Mejor dicho, Gal Costa, la recordada Gracinha, como la llamaban en sus primeros años, fue parte de ese Brasil que, a pesar de la represión que rondaba y que, sorprendentemente, unos cuantos añoran, se convirtió en símbolo, con su bella sonrisa, su abundante cabellera, sus labios rojos y, por supuesto, su majestuosa voz, de un nuevo mundo que no olvidaba de dónde venía, pero miraba hacia el futuro, y hacia uno muy chévere. (La noticia de la muerte de Gal Costa).

Por esto, sus seguidores, que somos muchos en todas partes, nos sentimos huérfanos con su muerte física, pues la veíamos —la vemos— como una figura inmortal, de esas que parece —claro, para los que llegamos después— que siempre estuvieron ahí y estarían por toda la eternidad. De hecho, su partida se siente sorpresiva, a pesar de sus 77 años, pues se encontraba activa, dando conciertos por varios lugares del mundo y grabando álbumes de alta calidad, dejando ver que, a pesar del paso de los años, su mirada frente al mundo permanecía joven y lista para defender las causas en la que siempre creyó, que —valga la pena decirlo— son las mismas en las que yo creo.

Su impronta es, además, la de una de las figuras más relevantes de aquel Brasil que, desde el arte —música, teatro, moda, cine, pintura, literatura…— se opuso a la represión y la censura estatal (ya fuera en la dictadura, ya fuera con sus nostálgicos, tan empoderados en los años más recientes) dejando presentes manifiestos de libertad; cantando, compartiendo, creando y proponiendo proyectos artísticos y políticos que demostraban que, desde el arte, era posible pensar el mundo abiertamente. así los poderes establecidos hicieran todo lo posible por impedirlo, ¿y qué mejor que hacerlo con la figura majestuosa de una mujer llena de juventud, gracia, talento e inquietudes que, además, manifestaban plenamente el hedonismo bahiano y carioca, y la rebeldía contracultural que, en algún momento de la historia, se convirtió en la norma y no la excepción?

Maria da Graça Costa Penna Burgos, conocida como Gal Costa, nació en Salvador de Bahía, el 26 de septiembre de 1945. Ella contaba que cuando su madre, Mariah Costa Penna, estaba embarazada, le ponía “música clásica” para que el niño que venía en camino creciera con sentido estético y talento musical para convertirse en un gran “guitarrista clásico”; pero resultó que nació una niña dotada de talento que se enamoró de la música popular, demostrando que, de todas formas, los sueños de su madre se hicieron realidad, y con creces. En este proceso, Gal fue creciendo con influencias musicales que provenían de la vieja tradición bahiana y lo que sonaba en la radio que, en ese entonces, pasaba canciones de Anísio Silva, Dalva de Oliveira, Luiz Gonzaga, Orlando Silva, Jackson do Pandeiro y Miltinho, entre otros, además de lo que veía en el cine, al que iba con su madre.

Y todo parecía ir derechito , pero este camino tuvo un antes y un después cuando la muy joven Gracinha escuchó en la radio la extraña “batida” de guitarra, acompañada de la voz suave y muy afinada de João Gilberto, interpretando “Chega de Saudade”, canción compuesta por los legendarios Antonio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes. Con esto, Gal tuvo claro que quería no solo cantar sino ser parte de esa nueva música que rápidamente llamaron “bossa nova”, y que era realmente nueva con sus armonías, “batidas”, formas de cantar, melodías y sonoridades, lo cual también contaron muchos de sus compañeros generacionales que quedaron “abducidos” por ese mundo que les transmitía João de manera tan especial. Total, las cosas fluyeron rápidamente, pues la gente empezó a hablar de una joven y bella mujer que cantaba maravillosamente, lo cual llevó a que, en una reunión en una casa en Salvador de Bahía, Gal conociera a João Gilberto, quien la acompañó en varias canciones y, al finalizar, le dijo: “Gracinha: voce e a maior cantora do Brasil” (y, para mí, tuvo toda la razón).

Ya en esos momentos, la joven Gal era una figura en ascenso —debutó el 22 de agosto 1964 en la inauguración del Teatro Vila Velha, en Salvador de Bahía—, que formaba parte de un combo de gente maravillosa, entre los que estaban Caetano Veloso, Gilberto Gil, María Bethânia y Tom Zé, quienes, además de plantear nuevas percepciones estéticas en las que, sin perder la conciencia —ni el sentimiento— de la multiplicidad de realidades del Brasil, miraban hacia el mundo con todos los procesos rebeldes y transformadores que se oponían a la rigidez conservadora y anquilosada que siempre ha existido, pero que se radicalizaría con la ascensión de una dictadura militar que, poco a poco, se fue haciendo cada vez más dura. Fue en ese contexto donde, con sus hermanos del alma y parceiros musicales, Gal se consolidaría como una de las líderes de ese grupo de bahianos que llegó con todo a Río de Janeiro haciéndose sentir desde la música, el teatro, la literatura, el cine, la plástica y muchas cosas más, siendo “Tropicalia” el nombre con el que se bautizó esa mirada renovadora y ecléctica que no olvidaba de dónde venía, pero que, a la vez, estaba imbuida por los caminos de la psicodelia, la búsqueda de otros estados de conciencia y la creación como forma de liberación artística, cultural y política (porque todo es parte de lo mismo, y ella lo tenía claro).

Lea la semblanza completa en www.elespectador.com La impronta de este movimiento (y de otros que, compartiendo el mismo espíritu, plantearon cosas similares) fue tan importante que cambió la historia de Brasil, ese inmenso país, tan cercano y lejano a la vez; tan parecido y tan distinto al nuestro, y tan exuberante, diverso y complejo, con sus aportes, en los que había a la vez cosmopolitismo y apego por las raíces; belleza estética y rompimiento de los moldes establecidos; samba y rock, hipismo “sucio” y glamour “sofisticado”; violencia y paz; fuerte represión y acciones libertarias (en el sentido original –y chévere— del término), y todo al tiempo, todo de forma sorprendente y todo de manera impactante.

Gal es entonces símbolo y parte de una generación inolvidable de creadores de la música brasileña como sus coterráneos Caetano, Gil, Bethânia y Zé, además de Chico Buarque, Milton Nascimento, Jorge Ben, Djavan, Tom Zé, Moraes Moreira, Miucha, Maria Creuza, Toquinho, Edu Lobo, Nara Leâo, Elis Regina, Paulino da Viola y muchos, muchos más, que son ahora figuras míticas que actuaron como artistas conscientes de su papel transformador en el mundo y agentes activos de los procesos de cambio, ya fuera en su país o en cualquier otro lugar.

Y lo hizo como una intérprete maravillosa, con una voz aguda, un timbre hermosísimo —como un cristal, le decían— y una afinación perfecta, sumadas a una gran capacidad interpretativa que era, al mismo tiempo sensual, sofisticada y con mucho swing, que la hicieron ser, para mí y para muchos, la mejor cantante del Brasil (con el perdón de Elis Regina, quien dijo alguna vez que las únicas grandes cantantes de su país eran ella y Gal), algo que no es cualquier cosa en una de las potencias musicales del mundo.

Las primeras grabaciones de Gal Costa, bautizada así en 1966 por sus amigos que también la llamaban “Gau”, a instancias del productor Guilherme Araújo, comenzó con la clara influencia de João Gilberto en el canto en sencillos como “Eu vim da Bahia”, de Gil y “Sim, foi voce”, de Caetano (de 1965), que eran firmados todavía como “Maria da Graça”, y álbumes como Domingo (de 1967), en compañía de Caetano Veloso. Después, con una creatividad efervescente, continuó avanzando con aproximaciones muy brasileñas, muy cariocas y muy bahianas al rock, al funk y a otras tendencias musicales de la “música joven” internacional, donde demostró que su majestuosa voz podía ser potente y fuerte, así como delicada y dulce, en discos como Gal Costa (1969), Gal (1969), Legal (1970) y el álbum en vivo Fa-Tal - Gal A Todo Vapor (1971), así como el importantísimo Tropicália ou Panis et Circensis, un trabajo colectivo que planteó directamente todas las apuestas estéticas del movimiento del que formaba parte.

Fue en esos tiempos en que Gal fue la cabeza de la contracultura brasileña, al tiempo que sus camaradas Caetano, Gil y, más tarde, Chico Buarque partían al exilio (los primeros a Londres y el otro a Roma) por las amenazas de la dictadura. Esto le permitió defender las propuestas de un grupo de artistas e intelectuales manifiestas en canciones poderosas, un modo de vestir que generaba escándalo y el combate a la censura que, si bien no estaba claramente presente en las letras de los discos que ella grababa (a diferencia de las de Chico, Gil y Caetano, entre otros), sí lo fue en una actitud en la que el cuerpo era un instrumento más de libertad, pese al escándalo que eso le generaba a unos cuantos.

Por esa época se popularizó un lugar en las playas de Leblon que resultó siendo conocido como las “Dunas de Gal”, formadas en 1972 cuando se construía un ducto gigantesco hacia el mar, que generó un espacio particular, con pequeñas montañas y el océano al frente que bien pronto se transformó en un espacio compartido por artistas, intelectuales y jóvenes rebeldes que veían a Gal como su diosa y musa inspiradora, pero, a la vez, protagonista activa de todo lo que allí se vivía. Y eso es fundamental en toda su historia, pues no se trató simplemente de una bella y talentosa mujer —una musa— que movió las fibras de un montón de personajes que había a su alrededor (lo que también pasó), sino de un sujeto activo que se movilizaba conscientemente en pos de defender las concepciones del mundo en las que creía y siguió creyendo hasta el final de su vida.

Ese espíritu rebelde y contestatario, pero también hedonista y feliz, continuó durante los años 70, cuando Gal Costa era uno de los nombres fundamentales del panorama cultural brasileño, con álbumes como India (1973), Cantar (1974), Gal Tropical (1979) y Gal canta Caymmi (1976), en homenaje al gran compositor bahiano. También participó en el álbum en vivo Doces Bárbaros – ao vivo (1976), en compañía de sus hermanos del alma Caetano, María Bethânia y Gilberto Gil, e incursionó en la televisión grabando el tema principal de la telenovela Gabriela (1975), protagonizada por la también bellísima Sonia Braga (con quien yo, cuando era muy niño, la confundía) y apareciendo en la telenovela Dancin Days, también protagonizada por Braga, que aquí en Colombia fue muy famosa (y donde, creo yo, la vi por primera vez).

Claro que el tiempo pasa y lo que en algún momento es rompedor puede verse como parte de un pasado que no quiere cambiar, lo cual a veces se ve reflejado en las posturas de algunos artistas con sus predecesores (y, por supuesto, sucesores). Esto pudo pasar con Gal, quien, si bien se mantuvo, durante los años 80, en los primeros puestos de popularidad, lo hizo entrando a los confines de la música popular brasileña o simplemente MPB (como las compañías discográficas empezaron a llamar a una amalgama inmensa de tendencias) que, en esos tiempos, había sido domesticada por la gran industria, convirtiéndola en música “correcta” y defensora del statu quo. Además, su enorme celo con su vida privada hizo que en ocasiones fuera vista como lejana de las nuevas tendencias artísticas que inevitablemente —y ojalá que siga siendo así— rompen con el pasado, así le deban todo o casi todo a los que estuvieron antes. Esto generó críticas al señalar que Gal se había vendido al sistema, pues se le vio apareciendo en los escenarios glamurosa, elegante y hermosa (también salió desnuda en la revista Status), aunque sin negar que presentaba álbumes de gran calidad como Aquarela do Brasil, Fantasía, Minha Voz, Baby Gal, Profana, Bem Bom… que la consolidaron como la mejor intérprete de las canciones de Tom Jobim (o eso era lo que él decía), quien la presentaba públicamente como “la flor más bella del Brasil”. Claro que también grabó con el siempre rebelde —y jamás domesticado— Tim Maia su éxito “Un día de domingo” (1985), que la mantuvo vigente y siempre abierta a todo tipo de posibilidades artísticas. Además, las presentaciones de Gal siguieron siendo exuberantes, pues, además de su voz maravillosa y su indiscutible belleza mestiza, tenía una gracia (gracinha) que la hacía sentirse muy cercana al público, con una sonrisa hermosa y cálida, unos gestos sensuales que transmitían comodidad y unos movimientos que expresaban bastante libertad.

Gal Costa tuvo en los siguientes años apariciones impactantes, como cuando, en 1994, cantó “Brasil”, de Cazuza, con una chaqueta abierta mostrando los senos, lo cual todavía hoy a algunos les parece escandaloso; se reunió de nuevo en 2004 con sus amigos bahianos para presentar de nuevo a los Doces Bárbaros, continuó de gira por varios lugares del mundo y siguió grabando álbumes con diferente éxito en la audiencia (Plural, Gal, O Sorriso do Gato de Alice, Mina d’Água do Meu Canto, Acústico MTV — ao vivo, Aquele Frevo Axé, Gal Costa Canta Tom Jobim Ao Vivo, Bossa Tropical, Gal de Tantos Amores, Todas as Coisas e Eu y Hoje). Y tuvo, por supuesto, momentos de mayor y menor popularidad, alternando con jóvenes figuras que apelaban a otras sonoridades, estéticas y expresiones, aunque muchas veces mirando hacia lo que Gal y sus contemporáneos hicieron.

Fue por esa época cuando se convirtió en madre, adoptando a Gabriel, un niño que se volvió su adoración y que la alejó un tiempo de los escenarios, a los cuales regresó con todo el ímpetu de la gran artista que todos reclamaban.

De hecho, en los últimos tiempos, muchos jóvenes artistas empezaron a redescubrir sus discos “clásicos”, maravillándose con unas posturas estéticas aún atractivas actualmente, pues demostraban que la rebeldía juvenil de entonces sigue siendo vigente. Esto lo reflejó Gal en sus últimas grabaciones como Recanto (2011), Estratosférica (2014), A Pele do Futuro (2018) y Nenhuma Dor (2021), en las que, sin perder su esencia y espíritu, asumió nuevas sonoridades que la hicieron continuar de manera exitosa con sus presentaciones en todo el mundo y que, a la larga, eran la continuación de un trabajo que comenzó décadas atrás con su mirada joven, libre y consciente hacia el universo. De hecho, Gal continuó apelando a lo que siempre hizo desde el comienzo de su carrera: abarcar distintos lenguajes, viejos y nuevos, y de distinta procedencia, y adaptarlos a su voz única y maravillosa en los que inmortalizó canciones de sus entrañables Caetano Veloso, Tom Jobim, Chico Buarque, Milton Nascimento, Gilberto Gil, Adriana Calcanhoto, Dorival Caymmi, Luiz Melodia, Roberto y Erasmo Carlos; Djavan, Cazuza, Tim Maia, Herbert Vianna, Moreno Veloso y muchos más.

Pero el tiempo pasó, incluso para ella, y su voz empezó a ser mucho más “terrenal”, pues si bien seguía siendo buena, ya no era majestuosa y cristalina, al punto que, en ocasiones, ya con más de setenta años, me pareció verla incómoda en el escenario (nunca la vi en vivo, solo en DVD y YouTube). No obstante, Gal continuó ofreciendo espectáculos de alta calidad, no solo por su vasto repertorio, sino también por sus nuevas canciones que eran, de verdad, muy interesantes. Además, tenía tablas y la experiencia no se improvisa, por eso, aunque ya no fuera “perfecta” ni llegara a los tonos de antes, era un privilegio tenerla al frente cantando, proponiendo y, simplemente, existiendo.

También continuó activa en sus declaraciones públicas, en las que manifestó un rechazo tajante y claro a lo que significaba el gobierno de Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura militar con nulo conocimiento de los derechos humanos y poco respeto por los pensamientos diferentes a los suyos. Por esto, su apoyo a Lula en la más reciente campaña presidencial fue activo, a pesar de lo que eso podría significar en un país —un mundo— polarizado que reacciona violentamente frente a quienes manifiestan posiciones políticas diferentes, algo que ya han padecido varios artistas que han sido insultados por sus opiniones. A pesar de esto, Gal continuó firme, sustentándose en su trayectoria y en todo lo que había sido su vida, siendo muy activa en sus redes sociales y manifestando una personalidad abierta, solidaria y contundente que sabía que el camino del odio nunca será bueno. Además, seguía viendo hacia el futuro, ya que quería hacer muchas cosas todavía, lo cual corroboró en una entrevista al mencionar su miedo a la muerte, pues “todo mundo tem medo da morte, eu tenho medo da morte, mas quero fazer coisas ainda. Tenho vontade, desejo… É bom para mim!”.

Pero nada ni nadie es eterno y Gal Costa, la más bahiana, carioca y universal cantora de tantas generaciones del Brasil; la diosa majestuosa de la música brasileña, la que se inició en el candomblé con la mítica Mae Menininha y cantó su amor por los orixás; la amiga de Caetano, Gil, Bethânia, Chico, Milton, Adriana…; la que fue símbolo del desparpajo bahiano, líder del Río de Janeiro contracultural, hedonista y rebelde, y habitante del São Paulo más caótico y urbano, donde vivió sus últimos años, ha muerto un lluvioso miércoles.

Y se fue la mujer que se comprometió con los que querían cambiar al mundo de manera solidaria; la sensual y maravillosa artista que fue el sueño de muchos en todo el mundo; la que con sus posturas rebeldes le hizo frente a la dictadura y gritó, cincuenta años después: “¡Fora Bolsonaro!”. Y, sobre todo, partió una mujer que hizo del mundo algo mucho más bello de lo que era antes, lo cual no es cualquier cosa. Mejor dicho, se fue —se nos fue— Gracinha, la bacana, legal, fatal, tropical, plural, fenomenal, joven, bella, brasileña y maravillosa Gal, pero nos queda su vida y obra para nunca jamás olvidarla.

¡Por siempre y para siempre miss mexe Gal!

* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Autor de El ABC de la mafia: radiografía del cartel de Medellín (Planeta, 2012), La nueva guerra verde (Planeta, 2017) y Manual de derechos humanos y paz (CINEP/PPP, 2014).

Por Petrit Baquero * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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