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El productor y director Luis Montealegre estudió cine desde el 2005 hasta el 2010 en la Universidad de Buenos Aires de la mano de Raúl Perrone, aunque antes de sus estudios académicos se formó como cinéfilo en la sala de Cine en Cámara de Pereira. Años más tarde se fue a Argentina y realizó su primer cortometraje independiente llamado Subiendo al hombro. Un año después hizo su segundo trabajo, Arre caballo, premiado por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico de Colombia, gracias a que se produjo y rodó en Pereira.
En 2011 fue asistente de series de televisión en Bogotá, trabajos que no llenaron sus expectativas, así que optó por sacar adelante sus proyectos como productor que dieron origen a tres documentales “Gabo y sus años de soledad en Bogotá”, “Un mundo de Gabo”, dirigida por Lisandro Duque, y “Otra patria distinta”, que nació durante la estadía del equipo en México produciendo la serie por encargo de Mercedes Barcha, quien no lo financió, pero facilitó información a la que pocos habían tenido acceso.
Actualmente, Luis Montealegre produce y dirige una miniserie de ficción llamada Ritmo bestial, que se compone de seis historias autoconclusivas alrededor de la salsa en Bogotá. También tiene pendiente otro proyecto sobre Gabriel García Márquez, una película de ficción para la que su equipo busca financiación llamada El reportero, basada en El Chocó que Colombia desconoce, reportaje que el Nobel hizo para El Espectador a finales de los años cincuenta; y basada también en García Márquez: el viaje a la semilla, la biografía escrita por Dasso Saldívar. Este proyecto cuenta además con la asesoría de William Ospina.
¿Cómo llegó a García Márquez?
Por una invitación. En 2015 produje el videoclip Tres huevitos, un éxito rotundo en redes sociales. Este se hizo viral y nos empezaron a escribir un montón de personas. El más influyente fue un amigo, William Ospina, quien me dijo “Luis, ese videoclip está buenísimo; tú deberías producir un documental que a mí me sugirieron hacer”. Me invitó a que lo dirigiera y así fue que hicimos Gabo en sus años de soledad en Bogotá, un documental que iba tras los pasos de ese Gabo joven estudiante de derecho que escuchaba en las tertulias a León de Greiff y empeñó su máquina de escribir. Nos fuimos detrás de esa Bogotá del centro donde estaba el café la Plaza para tratar de evocar la ciudad en sus años cincuenta y, efectivamente, el trabajo funcionó. Ese fue el trampolín para que me invitaran a ser coproductor y director de la serie Un mundo de Gabo, un proyecto más ambicioso del Canal Capital.
Me dijeron que ya que estaba tan cerca a William (Ospina) y podía investigar datos sobre la vida de Gabo en México, me encargara de hacer todo lo de allá, y de allí surgió el impulso para producir Otra patria distinta. A William le encantó, a Lisandro, a los amigos, a la gente de la televisión. Ahí fue donde me dijeron que teníamos que hacer otro proyecto y yo dije que sí, porque es un honor trabajar con gente tan brillante, lo que además me da mucha responsabilidad. Me sugirieron que hiciéramos una película de ficción, Ahí fue cuando William me dijo “Mira, esta es la idea importante, la idea que se tiene que contar de Gabo”, la de su época de reportero en la que viajó al Chocó a cubrir una noticia que era falsa y terminó volviéndola real con ayuda de la población, los líderes comunitarios. Terminó siendo algo muy divertido y crítico que movió las decisiones del gobierno.
Cuénteme sobre el anteproyecto de Otra patria distinta. ¿Qué resultó fácil y qué no lo fue?
El anteproyecto fue encontrarme con un material que yo ya había grabado. Un montón de material al que ahora había que buscarle una estructura porque no fue que yo lo hubiese dirigido desde la planificación, sino que teníamos que ir en búsqueda de unos temas, sumar unas grabaciones a partir de un material, darle una estructura en el montaje y buscar en qué nos íbamos a concentrar: un poco en la vida de Gabo, en la lectura de un poeta, un poco en la relación con sus amigos, en ese viaje por las casas donde escribió Cien años de soledad, su estudio y, en particular, algo que me pareció muy curioso, en la relación de él con un barbero, de la que poca gente sabe. García Márquez vivió aproximadamente cuarenta y siete años en Ciudad de México, imagínate todas las relaciones que se construyeron, todas las anécdotas, lo que fue esa situación desde los primeros años difíciles hasta los últimos, ya consagradísimo como un hombre muy brillante.
Después de tener todo esto, el montaje llevó tiempo: la edición, buscar las imágenes, construir la música, todo la postproducción. Fue un reto bastante complejo de tiempo y decisiones, primero por la financiación y además porque había que darle la estructura. Es un documental con cortes televisivos, que se produjo de una manera muy sencilla con un equipo muy reducido, pero terminarlo fue algo más dispendioso por recursos económicos, ya que esto te ayuda a definir los equipos desde el editor, el compositor de la música, que hizo un trabajo muy agradable, me gustó mucho, y el montajista y todo lo que es el diseño sonoro, la corrección de colores y el diseño de crédito. Todo eso fue un poco complejo en términos de financiación.
Este es un documental, principalmente, de estructura por el concepto de patria, porque el objetivo es recorrer los lugares que García Márquez recorrió en esa “patria distinta” y porque vive en varias casas en México, el hotel Bonampak la calle Renan, la calle Ixtáccihault, la casa en la calle La Loma. Teniendo en cuenta esto ¿de qué forma decidió contar el relato?
Todo esto se hizo gracias a la investigación de amigos que fueron cercanos a Gabo en Ciudad de México. Uno de ellos es Eduardo García Aguilar, el otro es Dasso Saldívar, que en el capítulo de México, de su libro Viaje a la semilla, habla de todas estas casas, lugares y calles. Esa era la guía. Nuestra tarea fue ir a buscarlos, hacer el trabajo de campo y acceder a ellos. El reto fue más ingenioso. Todas estas casas están en Ciudad de México, desde la que recibió a Gabo muy humilde buscando una oportunidad hasta la última, la de la época de bonanza en una de las zonas más caras de la ciudad. Pero nunca vivió tampoco en suburbios. La calle Renan, que fue la primera, es un barrio residencial, tranquilo, de clase media. Ya con el paso del tiempo su calidad de vida fue mejorando y terminó en La calle del Fuego.
Se estructuró gracias a muchas cosas: los datos de Dasso Saldívar, la investigación y la cercanía con los bares en donde se reunían los intelectuales. De eso nos enteramos por Eduardo García Aguilar: él vivió muchos años en México y compartió con Gabo. También por la cercanía a los amigos y la familia. Sin duda, William Ospina ayudó mucho, no porque nos hubiera conectado, sino porque solamente con nombrar que él estaba implicado en el proyecto, las puertas se abrieron. A William Ospina lo quieren mucho en la casa García Barcha. Y claro, está Jorge Sánchez Sosa, que fue el productor de las películas de Gabo, quien nos vinculó con los grandes amigos que aún están vivos.
Bajo esa mirada desde lo arquitectónico, ¿Otra patria distinta debe interpretarse desde lo estructural (usted tiene la voz poética de William Ospina, las imágenes de las ciudades conforme el ritmo avanza que contrastan al mismo tiempo con los subtítulos que van lanzando datos objetivos), o se puede arriesgar algún otro enfoque?
Lo que tratamos de hacer es, como se ve en el documental, mostrar los lugares por donde pasaba García Márquez. Por ejemplo, hay una foto muy famosa de él cuando está joven en la que está delante de un ángel dorado que vemos ahí, la plaza principal de Ciudad de México, a parte de la plaza de la República, a pocas cuadras. Allí le tomaron fotos que son históricas y famosas. Fueron hasta portadas de revistas. Lo que hicimos fue recorrer esas calles. Todas las imágenes corresponden a esa Ciudad de México, que era la sorpresa que nos encontrábamos al estar grabando de una manera muy artesanal y buscando en el montaje un juego sugerente de lo que pasaba con lo que veíamos.
Están todas las casas en las que él vivió y las de los amigos, que incluso siguen viviendo en esos lugares. La de Iván Restrepo es en la que sucedían las grandes tertulias, la de Elena Poniatowska es en la que ellos se veían, la casa del Fuego es donde vivió muchísimos años, la de la Loma 19 es donde escribió Cien años de soledad y la estación del tren que fue en la que lo recibió Álvaro Mutis cuando llegó de New York. Mutis los ubicó en el hotel Bonampak y les dijo “Estén acá mientras yo les voy buscando casa”. Este documental fue un intento por seguir los pasos de Gabó y explorar la idiosincrasia mexicana.
¿Qué tanta influencia hay en Otra patria distinta del García Márquez escritor, periodista y cineasta?
Me influyó que García Márquez fue un tipo muy trabajador y disciplinado. Tenía unas jornadas muy enfocadas de escritura, también un carácter social muy interesante y una personalidad muy divertida y amena. Solo me dije “Hombre, qué bueno ser así”. Seguramente era un tipo muy cálido y familiar. Él se conectó mucho con su núcleo, con ese amor por sus hijos, por su esposa. Creo que lo que puedo tomar, que no parte de una inspiración sobre García Márquez sino que es más un trabajo de campo en el que está toda esta información, se graba, se estructura… y ya conociéndolo digo “¡Qué tipo tan brillante!”, de una gran imaginación. Cuando pude conocer más de él como ser humano entendí por qué fue tan brillante, famoso y querido. Poseía unos atributos muy difíciles de encontrar.
Después de hacer todo esto, de seguir inmerso en García Márquez y ahora en el nuevo proyecto con un Gabo más joven, creo que es admirable. En términos generales, admiro su sensibilidad, la forma en la que veía el mundo, el juego de palabras, su creatividad en la construcción de títulos, su humor, el gusto por la poesía y por el cine. El cine que le tocó no es el mismo de ahora, es el de esa Ciudad de México de los años sesenta donde conoció un productor que le dio trabajo en una revista de variedades. Este fue uno de sus primeros empleos y allí decidió que firmaría como García Márquez.
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Usted tuvo la fortuna de contar con el testimonio del barbero Pietro antes que este falleciera en 2016, ¿Cuánto tiempo se tomó entre la filmación y la edición final del documental? ¿Por qué no vemos a Mercedes García Barcha en él? ¿qué dijo ella sobre el proyecto?
Esto se grabó en el año 2016. Todo fue con permiso de doña Mercedes. Realmente tuvimos la fortuna de que en su momento nosotros fuimos a Ciudad de México solo con las direcciones de las casas y los bares, pero acceder a los amigos y a la casa donde vivían, era un gran reto. Gracias a contactos nos acercamos. Mandamos correos y nos dijeron que no, pero como sabían que éramos un equipo colombiano que estaba en Ciudad de México, hicieron concesiones y a los pocos minutos doña Mercedes aceptó por medio de su asistente Mónica Alonso, que me dijo “Luis, tienen permiso para grabar. Yo de verdad no entiendo: miles de personas piden este permiso y a todos les dicen que no. Tienen mucha fortuna, así que vente para acá”. Y eso hicimos.
El primer día grabamos como si se fuera a acabar el mundo. Cuando Mónica vio que estábamos afanados, nos dio la posibilidad de ir al día siguiente, así que de un permiso que nos dieron para tres horas, acabamos en tres días. Y no solo a grabar, sino también a tomar café y a charlar con los asistentes, que nos contaron muchísimas experiencias. Obviamente con el respeto de que nos habían dado ciertos accesos, no podíamos, por ejemplo, sacar los libros: en ellos García Márquez dejó muchas anotaciones de sus lecturas. Eso fue lo único que Doña Mercedes nos limitó, pero sí nos dejaron hacer las tomas de los objetos personales y las fotos.
Estando allí también nos compartieron los contactos de los amigos más cercanos y más antiguos que estaban vivos. Fue entonces que le pedí a Mónica que me pusiera en contacto con el barbero. Me puso a prueba preguntándome el nombre y yo le dije “Don Pietro”, y abrió una agenda y dijo que me pasaría el teléfono porque doña Mercedes lo permitió, otra vez; ella definitivamente es la madrina en ese sentido. Nos pasó el contacto del barbero y él accedió a darme la entrevista por doña Mercedes: a él también lo buscaron miles de periodistas, pero era muy hermético. Primero preguntó de donde veníamos, habló con Mónica y al fin dijo “Venga sentémonos y yo les cuento”. Tuvimos mucha fortuna de que se relajara y nos contara muy cálidamente su amor por Gabo y su relación durante veinticinco años. Ese aspecto me pareció que era muy felliniano. Después nos sacó su álbum personal con recortes de periódicos donde hay una foto de él afeitando a García Márquez.
Cuando terminamos de grabar en casa de los amigos, la asistente nos preguntó cómo nos había ido y nos dijo “Doña Mercedes manda a decir que le hagas un documental”, y yo, después de todo el acceso que nos dio, me comprometí a editarlo, terminarlo y enviárselo cuando estuviera listo. Después, por azares de la vida, de recursos, de compromisos que llegan y te obligan a parar procesos, se demoró. Cuando lo terminamos, doña Mercedes murió, así decidimos dedicarle el documental por su generosidad, compañía y confianza. Una de las cosas que he aprendido gracias a todo mi trabajo alrededor de Gabo es que si no hubiera existido esa señora, tampoco habría existido García Márquez.
¿Cómo se decidió la música de Otra Patria distinta?
Yo siento que García Márquez era muy Fellini. Lo digo por ese realismo mágico, por el humor jocoso. La música se decidió por el deseo de darle un ritmo cálido al documental. El tono divertido y tierno lo trasmiten las bandas sonoras de Fellini, que es Nino Rota. Esa fue la referencia. Algo así tenía que ser la música que le gustara a Gabo. Música que es bolero, son guitarras y ranchera. La música de Nino Rota es muy bella en ese sentido, muy circense y onírica. Me dije que era precisa porque Gabo es muy onírico. Era lo que se buscaba. Aquí la trabajamos con un compositor, Andrés Cárdenas, quien nos orientó en todas estas ideas y finalmente con su equipo se puso a crear. Quedamos muy satisfechos con el resultado.
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¿Qué concepto tiene del García Márquez cineasta? Sobre todo después de ver “Tiempo de morir”, “El gallo de oro” y “Edipo alcalde”, películas en las que él fue guionista y codirector.
Es complejo porque él lo que quiso fue ser guionista, nunca director. Lo que quiso fue, acompañado de esa experiencia de la literatura, llevar historias al cine. Tal vez, como dice Jorge Sánchez, todos desean hacer películas ambiciosas. Pero lo que más quería Gabo era hacer películas que dejaran una sensación de amor hacia la vida, de cariño. Tiene que ver con que haya circunstancias difíciles con productores que no tiene determinada visión. Tiene que ver con lo económico, con que la dinámica del cine en ese entonces era de muchísimo retos y con que las películas fueran tan comerciales y hechas por productores usando su propio dinero.
Cuando se hacen películas que no son exitosas, tienes el reto de componer ideas y, además, cuando las personas ya han leído el libro, se imaginan cosas distintas en la película, así que corres el riesgo de que tengan sus reparos, algo que es entendible. Tal vez lo más importante de eso es que en ocasiones los directores no fueron precisos para plasmar una obra mucho más poderosa, pero sí hay casos de películas que resultan incluso mejores que las novelas. Creo que las películas mejor logradas de Gabo son Milagro en Roma, de Lisandro Duque, y El año de la peste.
¿Qué le quedó por fuera del documental? ¿Qué le hubiera gustado incluir pero no lo logró?
Yo me arrepentí de algo que hubiera sido muy poderoso: llamé a Arturo Ripstein y le dije: “Hola, don Arturo, ¿cómo está?”, y él respondió “¿Con quién hablo?”, y yo le dije “Soy de la producción del documental”, y preguntó “¿Sobre qué es el documental?”, y yo le dije "Es que estamos entrevistando a los amigos de García Márquez», y él dijo “!Otra vez García Márquez! ¿No se cansan de hablar de él? ¡No, no me jodan! ¡Estoy muy ocupado!”, y me colgó el teléfono. Yo me dije “¡Juepucha, por qué no grabe esto!”, y es que esta es una relación que existió. Ellos trabajaron juntos, fueron muy cercanos y también necesitaba que alguien hablara mal de él (Risas).