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Germán Bula: “Vivimos en tiempos en los que caen estructuras sociales e idolatrías”

Germán Bula, profesor y escritor, presenta hoy su libro “Apuntes filosóficos y diario de sueños”, a las 6:00 p.m. en la U. de La Salle.

Andrés Osorio Guillott
27 de septiembre de 2024 - 05:31 p. m.
Germán Bula hace parte de la Red de Docentes de Filosofía de Educación Básica y Media, de Alternative Perspectives and Global Concerns y de la Sociedad Colombiana de Filosofía.
Germán Bula hace parte de la Red de Docentes de Filosofía de Educación Básica y Media, de Alternative Perspectives and Global Concerns y de la Sociedad Colombiana de Filosofía.
Foto: Archivo Particular

Cuéntenos cómo surgió la idea de escribir este libro

Los “apuntes” fueron naciendo por sí solos, antes de que existiera la intención de escribir un libro. Creo que fueron motivados por las limitaciones de la escritura académica: había ideas filosóficas que quería expresar, pero que no se dejaban expresar en el lenguaje llano e impersonal del ensayo académico. Con el confinamiento del COVID-19, que a mí, afortunadamente, me brindó tiempo para el trabajo literario y la reflexión, llegó la convicción de que valía la pena compartir mis juegos del pensamiento, y me puse a construir un libro, creando un marco literario en donde cupieran armoniosamente.

¿Cuál es la relación que tiene usted con los sueños y por qué fueron importantes para este libro?

Personalmente (y es una de esas cosas que un académico serio no debería decir) yo pienso que los sueños pueden ser muy importantes para la vida. No como un fantasioso “corte a comerciales” sino como una ventana a nuestra interioridad, y quizás a aquello que trasciende nuestra interioridad. Muchas culturas, desde el Islam hasta los indígenas de Norteamérica, distinguen entre sueños inspirados y los sueños sin importancia; estos últimos no son sino una presentación desordenada de las experiencias en vela. Pero los primeros pueden darnos claridad sobre decisiones vitales, o mostrarnos un camino que no sospechábamos. Como en el libro quería mostrar cómo la filosofía atraviesa la propia subjetividad (en lugar de ser un montón de tesis flotando en el vacío), quise que los apuntes se estructuraran en torno a sueños del protagonista.

La sensación del fin del mundo y escribir para “dar testimonio”. ¿Por qué le interesa esta visión o esta noción de la condición humana?

Creo que vivimos en tiempos apocalípticos, en el doble sentido de “revelación” y “fin del mundo. Vivimos en tiempos en que se caen, al mismo tiempo, nuestras estructuras sociales y nuestras idolatrías. En tiempos así, no cabe el pensamiento estratégico que calcula dos jugadas al futuro, sino un pensamiento que busca, ante todo, la lucidez.

El filósofo trabaja con el viento en la espalda o a algo parecido a agacharse a limpiar las malezas de un jardín. ¿En qué cree que trabajan los filósofos o la filosofía en este presente?

Justamente porque el nuestro es un tiempo apocalíptico, hay mucha “basura mental” que hay que deshacer, mucha paja que nos contamos para no ver el mundo de frente. Al mismo tiempo, los tiempos de crisis hacen patentes muchas cosas que no se ven tan claras en tiempos más tranquilos.

Si bien hay varios pseudónimos, hablemos de algunos pensadores que aparecen en el libro: Simone Weil, Miguel de Unamuno, Italo Calvino, Wittgenstein, Descartes… ¿Por qué esos referentes?

Algunos, como Ítalo Calvino, están por puro favoritismo, porque me gustan como autores. Otros tienen citas que apuntalan algunas ideas cruciales en el texto. En casos como el de Weil, Wittgenstein o Descartes, quería citarlos de una forma inusual; destacar pensamientos más numinosos, más direccionados hacia el misterio, de los que normalmente se circulan.

Oriol Pell incluso se lo pregunta: ¿por qué escribe escribir con pseudónimos?

La respuesta de Pell es esta: la máscara me libera porque es una segunda máscara, que cancela, como una doble negación, la máscara que siempre llevamos puesta. El pseudónimo libera el pensamiento de las constricciones de la propia identidad, ese pesado ídolo que cargamos para todas partes.

“Más bien sospecho que no existe religión posible que no sea, mayormente, una fábrica de idiotas”. ¿Cuál es su postura frente a la religión y su papel en el ser humano? ¿Ha cambiado en algo con el paso del tiempo?

Esta posición es de Otto, no mía. Ahora bien, me parece una perspectiva que vale la pena. Antes pensaba que la “mala religión” (la que lleva al fanatismo, a la estupidez política, etc) se curaba con laicismo. Hoy creo que lo único que la podría curar sería la “buena religión”. Creo que necesitamos compromisos espirituales fuertes: hoy hay que luchar por la Tierra, por la dignidad humana, por el futuro de nuestra especie. Creo que los principios abstractos (como la justicia) no bastan para darnos el compromiso requerido. De esa buena religión hay brotes; y Dios quiera que puedan florecer.

¿La filosofía o la academia en general están llenos de esos “sabelotodo arrogantes”? Lo pregunto por dos textos, pero podría relacionarlo con uno en el que Otto Falsch afirma que: “Por cada virtud existe un vicio que la parodia”, y un ejemplo de ello es que “a la inteligencia la imita la pedantería”.

Para quien trabaja cargando cajas en una bodega, los males de espalda son un riesgo laboral. Del mismo modo, para el académico, la pedantería es un riesgo que es parte de su quehacer; y me incluyo entre los académicos. No me interesa señalar a este o aquel; más bien cultivar una actitud que esté en guardia contra este riesgo permanente (así como el trabajador de la bodega tiene que recordar siempre alzar con las piernas y no la espalda).

Hablemos de la decepción de todas las generaciones: ¿en qué momento usted notó que el mundo seguiría siendo “tan violento y estúpido como siempre”? ¿Cómo combaten la esperanza de otro mundo o la aceptación de que será así sin importar las circunstancias?

Para mí fue el tema ambiental. Los argumentos para hacer transición a energía solar y de viento eran clarísimos a mediados de los noventa. Yo, ingenuamente, pensaba que sólo era cuestión de que la gente entendiera tales y tales principios de ecología, de química de la atmósfera, etc. El choque que cada generación optimista siente es el choque con que la naturaleza humana es más compleja, más oscura y telúrica, de lo que un ingenuo intelectualismo sugiere.

¿Está de acuerdo con Otto Falsch en que no hay mayor pérdida de tiempo en el campo de la erudición que la filosofía de la historia?

No; esto es una expresión de decepción, y de frustración con un optimismo excesivo. Pero creo que es inevitable buscarle hilo conductor a este zaperoco, y de pronto de este esfuerzo sale una que otra cosa útil.

Yin Wen-Tao habla de cómo los reinos “mueren por viejos, por flacos o por gordos”, pero sobre todo se refiere a los peligros de los generales y los ministros, de la burocracia. Hablemos de su reflexión con respecto a este tema.

Las burocracias son inerciales; más allá de conservar los burócratas ricos o magros privilegios, la lógica de la burocracia es una de permanecer. Si un problema es causado por una estructura burocrática, nunca se piensa en disolverla, sino en añadir una burocracia nueva para resolver los problemas que genera la primera. Los procedimientos sancionados pasan de ser medios para lograr fines a ser fines en sí mismos (por ejemplo, hay situaciones en las que todo el mundo reconoce que la mejor decisión sería tal y tal pero no se puede hacer porque el sistema no deja, o el formato no deja o cosas por el estilo). Bien mirado, nuestro respeto por las instituciones por sobre los fines a los que se supone que sirven es una forma de idolatría.

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Pedro Juan Aristizábal Hoyos(86870)Hace 3 horas
Qué bien Germán Ulises. Un baño de filosofía y literatura queda muy bien en este espacio
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