La literatura erótica suele confundirse con la simplona rasgadura del ropaje. O con la primitiva fricción de los sexos. Los avezados en el lenguaje libidinoso se esfuerzan en las descripciones hiperbólicas: genitales de espléndidos tamaños o profundidades insospechadas. Lugares comunes todos que degeneran en una torpe imitación de la sexualidad.