Gioconda Belli: hacerse amiga del exilio, pero nunca del olvido
La autora, quien ganó ayer el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, vive exiliada en España sin nacionalidad nicaragüense, que perdió este año por decisión del gobierno de Daniel Ortega.
Danelys Vega Cardozo
Quizás el miércoles 15 de febrero no irrumpió con sorpresa a Gioconda Belli. Tal vez lo que hubo fue tristeza al darse cuenta de que ella, y otros 93 nicaragüenses, llevaban a cuesta cargos de “traición a la patria”. Ya no solo era el exilio, ahora también era la ausencia de nacionalidad, la condena que Daniel Ortega le había dado a través de un fallo proferido por el Tribunal de Apelaciones de Managua en cabeza de su presidente: Ernesto Rodríguez. Ante aquella situación prefirió hacerse amiga de la prudencia. Calló ese día, pero al siguiente no aguantó. A las 5:16 a.m. llegaron los primeros versos y a las 5:22 escribió los últimos. Durante la noche, una hora antes de que el reloj le avisara que ese día ya era cosa del pasado, compartió la versión completa de lo que más temprano había sido fragmentado: su poema Nicaragua.
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Quizás el miércoles 15 de febrero no irrumpió con sorpresa a Gioconda Belli. Tal vez lo que hubo fue tristeza al darse cuenta de que ella, y otros 93 nicaragüenses, llevaban a cuesta cargos de “traición a la patria”. Ya no solo era el exilio, ahora también era la ausencia de nacionalidad, la condena que Daniel Ortega le había dado a través de un fallo proferido por el Tribunal de Apelaciones de Managua en cabeza de su presidente: Ernesto Rodríguez. Ante aquella situación prefirió hacerse amiga de la prudencia. Calló ese día, pero al siguiente no aguantó. A las 5:16 a.m. llegaron los primeros versos y a las 5:22 escribió los últimos. Durante la noche, una hora antes de que el reloj le avisara que ese día ya era cosa del pasado, compartió la versión completa de lo que más temprano había sido fragmentado: su poema Nicaragua.
“Tantas veces me he propuesto olvidarte/ como si fueras un amante cruel de esos que le cierran a uno/ la puerta en las narices/ o uno de aquellos que cuanto más se aman/ más olvido prodigan/ pero nada de lo que hago lo consigue/ viene el verdor, la lluvia, el viento/ el revoloteo de los papeles en las calles/ el roble derramando sus flores como cáscaras de seda en las aceras/ el rostro del chavalo con el trapo/ su sonrisa que cruza y trasciende la pobreza/ viene el atardecer sobre el perfil puntiagudo del volcán a lo lejos/ las nubes derramando pintura roja y púrpura sobre el cielo/ el hablar deslenguado rápido juguetón de la gente/ y todo lo que maldigo y desdigo de vos se me deshace/ y me irrumpe el amor como si me corrieran caballos en el pecho/ y te contemplo atravesada de ceibos y corteses/ de madroños caobas y palmeras/ y te amo patria de mis sueños y mis penas/ y te llevo conmigo para lavarte las manchas en secreto/ susurrarte esperanzas/ y prometerte curas y encantos que te salven.
Palabras digo puesto que son ellas la argamasa de mi vida/ y a punta de palabras te imagino una y otra vez renacida/ genial, despojada de cuanta polilla te corroe día a día los cimientos. / Arranco de tu pelo a los que te venden te roban y te abusan/ te cuento cuentos en la esquina de mi almohada/ te arropo y te tapo los ojos/ para que no veas los verdugos que llegan a cortarte la cabeza. / Tierra/ Paisaje/ Yo moriré/ Morirán mis angustias/ pero vos seguirás/ anclada en el mismo lugar/ acurrucando mis memorias y mis huesos”.
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Desde 2021, sus huesos habían sido dejados en el exilio antes de que alguien pudiera obligarlos al destierro. Aquella determinación vino acompañada de pérdidas: una casa en Managua y en su interior dos perros (Macondo y Caramelo), que temía la relegaran al olvido, en donde las caricias ya no tuvieran efectos y los olores no evocaran recuerdos. Su decisión no cambiaría hasta que la realidad política de Nicaragua no fuera distinta, hasta que Daniel Ortega abandonara el poder, el problema es que no lo había hecho en 16 años y 139 días.
En realidad, su situación actual no era más que una escena de una vieja película, cuya trama central no varía con el tiempo: la mujer, la poeta, que debe abandonar su tierra, su Nicaragua, porque en ella su vida corre peligro. A sus 25 años, durante la dictadura somocista, la recibió el suelo mexicano y más tarde el costarricense. Hoy, a sus 74, es el suelo español quien la acoge, a pesar de que para 2021 la palabra “exilio” le sonara extraña, como una posibilidad lejana.
Pero en mayo de ese mismo año, la posibilidad se transformó en realidad mientras se encontraba en Estados Unidos visitando a sus hijas. Por aquella época le empezaron a llegar noticias poco alentadoras. Le dijeron que estaban “encarcelando a mucha gente en Nicaragua: amigos míos, candidatos electorales, un tuitero, etc.…y me dicen que no vuelva, que me van a capturar”, recordó en 2022 para la agencia de noticias EFE. Los meses fueron pasando, pero la angustia no pasó, para agosto se animó a confesar que no sabía qué iba a ser con su vida, que ella no tenía donde vivir. A falta de control y certeza, lo que emergieron fueron palabras, palabras que configuraron un poema: Despatriada.
“No tengo dónde vivir. / Escogí las palabras. / Allá quedan mis libros/ Mi casa. El jardín, sus colibríes/ Las palmeras enormes/ Las apodadas Bismarck/ Por su aspecto imponente. / No tengo dónde vivir. / Escogí las palabras. / Hablar por los que callan/ Entender esas rabias/ Que no tienen remedio. / Se cerraron las puertas/ Dejé los muebles blancos/ La terraza donde bailan volcanes a lo lejos/ El lago con su piel fosforescente/ La noche afuera y sus colorines trastocados/ Me fui con las palabras bajo el brazo/ Ellas son mi delito, mi pecado/ Ni Dios me haría tragármelas de nuevo. / (…) Me fui con mis palabras a la calle/ Las abrazo, las escojo/ Soy libre/ Aunque no tenga nada”.
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Y casi sin nada llegó en febrero de 2022 a España para exiliarse. Su única compañía fueron dos maletas. “Estoy bien triste porque yo estoy también en el exilio, como mi amigo Sergio Ramírez. A mí también me tienen en una lista. Ellos quieren que yo llegue para apresarme, condenada”, dijo tres meses antes para El País. Pero ni las cadenas ni la nacionalidad arrebatada serían suficientes para quitarle a Nicaragua, como aseguró algún día su compatriota Ramírez: “Quitarle el país a alguien es una cosa completamente absurda. Te pueden hasta despellejar, pero tú país no te lo quitan ni aunque te dejen en carne viva. El país está bajo la piel, está en los huesos, en la sangre. Creo que ni siquiera si te quitan la vida te quitan el país”.
Y no solo es el exilio lo que la une a Sergio Ramírez, porque durante los años 70 ambos se opusieron a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y apoyaron al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que luchó para derrocar del poder a Somoza, como lo lograron finalmente en 1979. Tras el triunfo, Gioconda Belli retornó a su país. A su regreso, se mantuvo cercana al FSLN e incluso ocupó cargos oficiales. Ella fue testigo del gobierno transitorio que vivió Nicaragua y que tomó el nombre de Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, en donde fungió como coordinador Daniel Ortega, quien para ella “es un presidiario. Tiene la cárcel en su corazón, no tiene una mirada amplia ni compasiva. Cuando uno está en la cárcel sobrevive y hace cualquier cosa. Estuvo de los 22 a los 29 años en prisión y de ahí salió con un profundo trauma que le afectaba mucho. Le gustaba encerrarse. Tenía un pequeño cubículo en la Casa de Gobierno, donde se recluía para estar solo. Le daba claustrofobia la libertad, tenía muy pocos amigos”.
Porque la era oficial sandinista bajo la presidencia de Ortega se inició el 10 de enero de 1985 y culminó el 25 de abril de 1990, aunque en realidad lo que continuó fue una pausa de casi 17 años, pues el 10 de enero de 2007 subió de nuevo al poder. “La de Somoza fue una dictadura horrible, diferente a esta, pero esta es igualmente cruel, y a veces hasta más cruel. La característica de este tiempo en Nicaragua es la crueldad, la falta de compasión”, fueron las palabras que pronunció algún día Belli para El País.
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Aunque piense que la compasión esta ausente en su país, no puede decir lo mismo de otros Estados que le han brindado la mano, que no solo le han ofrecido una vivienda, como la que tiene en España, sino hasta una nacionalidad, como la chilena que aceptó pocos días después de que le quitaran la nicaragüense. “Si hay otro país que siento con todo mi corazón como cercano es Chile”. Cuatro días antes había destruido un documento, que poco tenía que decirle acerca de ella; con unas tijeras se deshizo del pasaporte nicaragüense en un canal de televisión. “Este pasaporte lo voy a romper en directo porque quiero dejar claro que yo no soy este documento. Soy Gioconda Belli, poeta nicaragüense, y cuando la historia haya olvidado a estos tiranos yo todavía voy a estar en mis libros como poeta de mi país”.