Gloria Castro: “Los conflictos de Colombia dejan poco tiempo para el arte”
En el marco de la COP16 en Cali, el Festival Internacional de Ballet no solo celebra el arte, sino que también resalta la interconexión entre la biodiversidad cultural y la defensa del planeta. Gloria Castro, su directora, a quien se le conoce como “la dama del ballet”, habla sobre esta edición, el oficio de ser bailarín en Colombia y el lugar del cuerpo y la sensibilidad al danzar.
Samuel Sosa Velandia
¿Cree usted que el artista actúa en este mundo con una sensibilidad distinta a la de cualquier otro?
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¿Cree usted que el artista actúa en este mundo con una sensibilidad distinta a la de cualquier otro?
No es que el artista sea distinto a los demás, pero sí desarrolla una sensibilidad que lo hace vibrar con el contexto social, con aquello que hace resonancia en su interior. Esa es parte de la actitud que uno desarrolla frente al mundo en este camino.
El FINBA es una muestra de que en Colombia se ha instituido un lugar para el ballet, que no era una tradición. ¿Cómo ha sido labrar ese camino?
Sí, en Colombia no existía una tradición del ballet. En Cali había algo pequeño que, con los años, fue creciendo por el trabajo departamental que sostuvo una institución como Bellas Artes. Allí estaba la Escuela Departamental de Danza, que luego se convertiría en Incolballet, una institución educativa, pública y artística. De esa escuela han salido personas que han logrado grandes cosas. Eso me ha enseñado que uno no puede lamentarse, sobre todo al ver las realizaciones de los muchachos, que me llenan de alegría y emoción.
Hablemos del oficio de ser bailarín en un país como Colombia.
No es fácil, pero hay que abrirse el camino con convicción, disciplina y pasión. Mis alumnos son jóvenes que cambiaron totalmente el rumbo de sus vidas y de sus familias. O sea que sí se puede, pero hay que mantener con claridad las metas y saber cuáles son los caminos. Yo tengo mucha fe en Colombia; si no la tuviera, no me habría quedado aquí, me habría ido. Pero estoy absolutamente convencida de que los colombianos somos personas supremamente fuertes, creativas y sabemos conquistar las cosas cuando queremos. No nos detiene nadie, vamos avanzando. Sigo con la fe y la defensa de la profesionalización del arte de la danza.
La profesionalización no siempre garantiza la regulación del trabajo, porque para eso se necesitan esfuerzos del Estado. ¿Cómo ve este panorama?
Colombia es un país lleno de conflictos, y son tan grandes que a los gobiernos no les da el tiempo para pensar en el arte, pero no es porque haya una insensibilidad total, pues estamos viendo tantas tareas que están saliendo adelante. Por ejemplo, lo que el presidente Petro hizo con Sonidos para la paz. Y aunque el trabajo sea complicado, siempre hay personas, en cualquier campo del arte, que están dispuestas a dar el máximo para sacar adelante su trabajo. El arte tiene que permanecer; tiene que ser parte fundamental de una sociedad para que exista cohesión y armonía.
Muchos de los estudiantes que han triunfado en la danza han salido del país. ¿Cree que emigrar sea necesario para alcanzar el “éxito”?
Salir es importante porque puedes relacionarte y ver el mundo para obtener una visión más amplia sobre él. En la danza siempre hay una gran movilidad de los bailarines, pero el país debe ser el centro al cual ellos puedan regresar, como va a ocurrir en el festival, donde estarán estudiantes que llegan de diversas partes del mundo. Yo creo que los caminos no se cierran, sino que los cerramos nosotros mismos.
¿Y cuál cree que es la virtud de los bailarines colombianos en el mundo?
Es difícil la lucha que hay que dar, pero los bailarines que han salido de Colombia y han regresado han podido mostrarles a los demás cómo pueden seguir soñando y formándose. La lucha máxima es que tengamos maestros. Los intérpretes son importantes, pero son más importantes los maestros; sin ellos, no hay formación ni profesionalización.
Hablemos de lo que parece obvio, pero es fundamental en este oficio: el cuerpo, la actitud estética que asume un bailarín ante la vida...
Como bailarines, tenemos que convertir nuestro cuerpo en el instrumento sensible de la danza; por lo tanto, hay que formarlo. Un violinista no tocaría un violín desafinado. Nuestro cuerpo es lo que nos permite transmitir ideas en el escenario. Y creo que no hay mucha diferencia entre la vida cotidiana y artística: debemos cuidar el cuerpo como nuestro instrumento. A diferencia de otras artes, en la danza el arte y el artista somos uno mismo. Por ejemplo, un pintor hace su obra y el cuadro queda ahí, solo.
Algunos se sorprenden o cuestionan los sacrificios físicos que implica el ballet: dedos sangrando, heridas sin curar, dietas estrictas...
Para mí, la danza no es una forma de trabajo, sino una forma de vida, que lo hace todo diferente. Cualquier cosa que tú hagas no es un sufrimiento o un sacrificio, es una entrega. El arte no te permite decir que unas veces juegas y otras veces no. Esto es como si fuera un monje.
Ya dijo que los bailarines son iguales a cualquier persona, pero ¿qué cree que deberíamos aprender de la danza?
Los músicos se determinan en el tiempo; otros, en el espacio, y nosotros nos definimos en ambos, pues tenemos que manejarlos en los trajes, los gestos y nuestra corporalidad. Tenemos una consciencia del movimiento y nuestro cuerpo como instrumento sensible.
¿Cómo se integrará el festival en la agenda de la COP16?
Cuando la Secretaría de Cultura de Cali nos llamó para que organizáramos el festival dentro del marco de la COP, nos tocó cambiar toda la programación para encontrar la relación entre ambos eventos. Ahí nosotros pensamos que debíamos trabajar sobre la biodiversidad cultural, que fue la base de todo. Definimos el lema “Al ritmo de la tierra” y elegimos el pajarito Tororoi, que es un ave que descubrieron hace poco en los farallones de Cali, el cual, durante el cortejo, baila y mueve todo su plumaje de derecha a izquierda. Con esto definido, comenzamos a organizar la programación artística y académica, que destaca la diversidad étnica, la multiculturalidad e interculturalidad que se dan en los distintos territorios. El festival contará con una inauguración que resaltará la comunidad afro, además de tres obras destacadas: “Espíritu de pájaro”, que celebra las culturas indígenas; “Botero”, y una obra del Ballet Metropolitano de Medellín. También se presentará el Dance Theatre Harlem, cuyo fundador luchó por la inclusión de bailarines afroamericanos en el ballet clásico.
En este proceso de repensar el festival, ¿cuál es la relación que encuentra entre el baile, el territorio y la naturaleza?
Todo está centrado en la programación del festival. Esta semana tendremos nuestro componente educativo, en el que estarán especialistas en biodiversidad y agricultura, que además son investigadores y defensores del cambio climático, como José María Borrero Navia y Rafael Contreras Rengifo, quienes hablarán sobre la naturaleza en la ciudad y la agrodiversidad. Luego, por ejemplo, en el arreglo musical del estreno, que se va a llamar “Vamos todos unidos”, hecho por Juan Manuel Collazos, incluimos a nuestro pajarito Tororoi. La presencia de algunas agrupaciones también es la muestra de la diversidad cultural de cada región, así como la exaltación de nuestros valores y el trabajo de la gente que investiga y busca diferentes materiales para representarnos.
Este año el festival se encargará de mostrar que el arte no solo es para la gestión del placer, sino que se trata de un vehículo que moviliza ideas y propicia debates y conversaciones...
Por supuesto, porque nosotros no estamos aislados; vivimos en este contexto. La defensa planetaria es un asunto de todos. El aire que respiramos y el sol bajo el que vivimos en esta ciudad nos obliga y nos inspira a asumir un carácter completamente distinto. Yo estoy convencida de que, si nosotros tenemos la posibilidad de expresarnos y de comunicarnos con los otros, seremos mejores ciudadanos, y el arte abre ese camino de autodefinición, pero también de movilización de esas ideas que terminan uniéndonos con los demás.
A lo largo de estos años, ¿cuáles han sido los aciertos y desaciertos del festival? ¿Qué cosas han cambiado?
Hemos aprendido muchísimo. Lo bueno es que hemos cometido muchos errores y somos capaces de corregirlos en cada edición. Este año me he sentido sumamente tranquila porque el equipo que conforma el festival se ha logrado consolidar. Aunque no es fácil estar en medio de toda esta dinámica que produce la COP16, tenemos claro qué es lo que tenemos, hacia dónde vamos y qué es lo que vamos a hacer. La fuerza de este evento está en quienes lo hacen y trabajan aquí, porque también se tejen relaciones humanas extraordinarias.