Goethe y la realidad como fuente de la poesía
En el libro “Conversaciones con Goethe”, el poeta alemán Johann Peter Eckermann plasma largas jornadas con el autor del Fausto. Allí, ambos autores comentan sobre la filosofía y el arte que permean sus versos y su obra.
Andrés Osorio Guillott
¿De qué se nutre la poesía? ¿De dónde surge la inspiración de un verso? ¿Quién merece entonces esa vena que alimenta el corazón del poeta? ¿Es la poesía un arte que se halla en la cúspide de los pensamientos o es todo aquello con lo que convivimos?
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¿De qué se nutre la poesía? ¿De dónde surge la inspiración de un verso? ¿Quién merece entonces esa vena que alimenta el corazón del poeta? ¿Es la poesía un arte que se halla en la cúspide de los pensamientos o es todo aquello con lo que convivimos?
“¡Que no se me diga que la realidad carece de interés poético, porque precisamente en ello se revela el verdadero poeta: en que tienes inspiración suficiente para descubrir en cualquier objeto común un aspecto interesante! La realidad ha de dar el motivo, el punto de referencia, el verdadero núcleo. Convertirlo en un objeto lleno de belleza y de vida, es cosa del artista”, le dijo Goethe a Eckermann, un poeta contemporáneo que llegó a su obra tiempo después de haber leído a Friedrich Gottlieb Klopstock y a Friedrich Schiller.
Eckermann llevaba en su interior la sensibilidad del poeta, la que lleva a una sed insaciable de curiosidad y a una aparente imposibilidad de satisfacción o comodidad con las creaciones, con las letras que son el resultado de la visión de lo exterior y que terminan siempre en un estado de lo inefable, obligando así a repensar el idioma, las pasiones y lo ya escrito. El autor nacido en Winsen, una ciudad situada entre Hamburgo y Luneburgo, logró enlodarse de poesía al poco tiempo de enaltecer las tropas alemanas que estuvieron en las guerras napoleónicas. La impresión de sus versos y la divulgación de todos ellos en el pueblo trajo la enhorabuena de los aplausos y de nuevas amistades que no buscaban la exaltación de su ego sino la creación de caminos y voces que construyeron el laberinto que lo llevó al feliz término de encuentros y desencuentros con Goethe, un escritor al que leyó una y otra vez, y en el que cada ventura significó “un gozo que no podía describir con palabra. Tuve una sensación como si empezase a despertar, como si comenzase a ganar la verdadera conciencia de la vida, y me parecía hallar, reflejado en ellas, un mundo interior desconocido hasta entonces”.
Goethe contó siempre con un acceso a la cultura gracias a su padre. Lenguas, medicina, química, poesía, música y literatura griega fueron fuentes de conocimiento para el alemán que empezó por hacer una narrativa romántica y terminó acercándose más a los relatos clásicos. Ese deambular entre el equilibrio de las formas que rigen el mundo, que se asocia en Goethe con una experiencia estética sobre el ideal de la belleza humana, y ese terreno soluble de los sentimientos que primaron en el romanticismo alemán configuraron la obra del autor. Así, con el despertar de consciencia de Eckermann, este último se dio a la tarea de buscarlo. En el libro que da cuenta de la relación de ambos autores, el relato de sus cavilaciones y complicidades arranca en junio de 1823, época en la que el autor de Fausto ya había publicado la mayoría de su obra, gozando entonces con la admiración de todo un pueblo que vio en su poesía un tiempo de nuevos paradigmas.
El triunfo del artista, si es que así lo buscan o lo llaman, es lograr que la cotidianeidad sea el principio de la obra, que aquello que nos resulta familiar por ser tan rutinario sea el centro de varios insumos que construyen una narración que trasciende también ese tiempo y espacio. Eso lo tenía claro Goethe, que en los primeros días junto a Eckermann, que sería después su secretario, le dijo que : “El mundo es tan profuso y rico , la vida tan diversa, que nunca faltarán motivos para escribir versos. Pero es menester que sean poesía de circunstancias, es decir, la realidad ha de dar siempre motivos y material”.
Preguntarse por los orígenes más fidedignos de las obras literarias es un vicio inherente de todo lector. Siempre habrá ese espacio para pensar cuál fue la vivencia del autor para recrear el relato, cuáles fueron sus referentes o su contexto. Y aunque habrá siempre algunos indicios o susurros, la verdad sobre el resultado de días y noches solamente la tendrá quien creó a los personajes y a la trama que los envuelve, a la narración en conjunto. De Fausto existen teorías previas, e incluso hay quienes la adaptan al poderío de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Sobre su obra máxima, Goethe le dijo a Eckermann que “el poeta ha de recurrir a la experiencia o a la tradición. Por ejemplo: en Fausto, estaba a mi alcance comprender por anticipado la sombría sociedad del vivir en el héroe, así como los sentimientos amorosos de Gretchen; sin embargo, para que yo pudiese decir: ‘¡Qué triste asciende el disco maltrecho, de la luna menguante, entre el ardoroso relente!’ era menester cierta observación de la Naturaleza. (...) Si por anticipado no hubiese llevado en mí el mundo, habría permanecido ciego con los ojos abiertos (...) La luz nos envuelve los colores; pero si no llevásemos luz y color en el fondo de nuestros propios ojos, no podríamos observar lo que está fuera de nosotros”.