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                                                                                                                                Gonzalo Arango: la obra del olvido

                                                                                                                                Y de pronto, paulatinamente, la voz de Gonzalo Arango comenzó a transformarse en la voz de los “rebeldes sin causa” y a entreverarse con los escándalos y el espectáculo, y también, recogidos los muertos de la tempestad, a extinguirse.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer Juventud y política en Colombia

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Gonzalo Arango encabezaba aquella lista. Era consciente de ello, y por eso les había escrito a sus jueces, que eran los hombres del viejo sistema, y los críticos y los periodistas del viejo sistema, “ustedes, por estar leyendo la crónica social… las recetas de cocina y el manual para portarse bien en sociedad… por estar alelados mirando la televisión o las estrellas… y baboseándose con las poesías a miss universo… ustedes, los poetas que fabrican sobre el diccionario de rimas un poema quincenal… (…) ustedes, los críticos de arte y literatura que han leído la citolegia y a kant, y que confunden a gonzaloarango con un paciente de la sicología, a garcilaso con don blas de lezo, la unión libre de bretón con la unión nacional de ospina pérez, un ataque al corazón con la crisis de la poesía… ustedes, en general, no saben nada de nada… y tienen una idea falsa de lo que es el nadaísmo cuando piensan que somos la amenaza material del orden burgués…”.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Del “orden burgués” al que se refería Arango hacían parte los políticos y los empresarios y sus hijos, por supuesto, pero también muchos periodistas, críticos, poetas, escritores y artistas que vivían de y para la burguesía. Como decía Hermann Hesse en El lobo estepario, buscaban, “en vez de libertad, comodidad; en vez de fuego abrasador, una temperatura agradable”. La comodidad y la temperatura agradable la hallaban a la sombra del poder y de los “poderosos”, con quienes se encontraban y transaban en cocteles y fiestas en los que se decidía, entre tantas otras cosas, qué se publicaba y qué no, a quién se premiaba y a quién no.

                                                                                                                                Gonzalo Arango se conjugaba en pasado y como maldición, igual que a los Nadaístas. Sus osadías, sus golpes de opinión, como cuando fueron a comulgar a la Basílica de Medellín, habían provocado a la sociedad y llamaban la atención hacia sus figuras, no hacia sus obras. “Nosotros fuimos a comulgar en un día muy solemne: la clausura de la Gran Misión. Lo hacíamos como una prueba íntima a la que sometíamos nuestro nadaísmo. ¿Soy capaz de ir a comulgar o no? Pero como entramos a la Basílica en grupo y como teníamos el pelo largo y como la gente nos conocía… cuando comulgamos salimos al atrio. Éramos Alberto Escobar, Diego León Giraldo, Jaime Espinel, Luis Darío González, Antonio Restrepo, Darío Lemos y yo, Eduardo Escobar. Gonzalo no estaba. Cuando salimos, la gente armó una gran confusión. Unos decían que sí habíamos comulgado. Otros decían que no podíamos haber comulgado porque éramos ateos. Se formó un gran malentendido. El hecho es que terminamos presos y excomulgados. Para nosotros fue aterrador porque el Senado de la República, la Asamblea de Antioquia, la organización de madres católicas, la cofradía del Niño Jesús… todo el mundo escribía a El Colombiano exigiendo que nos castigaran ejemplarmente. Los testigos habían visto horrores: unos decían que habíamos danzado sobre las hostias. Otros, que las habíamos metido entre unos libros y las habíamos escupido. Finalmente, uno de los principales testigos reconoció que había visto la escena desde unos 40 metros y que estaba borracho”.

                                                                                                                                Los golpes y los escándalos se sucedían cada vez con mayor frecuencia. Un día, saboteaban un congreso de escritores católicos, y al otro, irrumpían en una iglesia, o escribían sus proclamas en papel higiénico. Eran artistas en su actuar y en el arte de la provocación en tiempos en los que el arte era canónico tirando a sagrado. Arango había escrito en el 57: “se ha considerado al artista como un ser más cerca de los dioses que del hombre. A veces como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura. Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Le sugerimos leer María Jimena Duzán: “Si se acaba el periodismo, se acaba el Estado de derecho”

                                                                                                                                Él creía en lo humano, le quitaba arandelas místicas o divinas al arte y al artista, y estaba convencido de que para transformar al mundo era urgente transformar al individuo. La suma de uno más uno daría cien, y mil, y millones. Por eso escribió Manos unidas:

                                                                                                                                Una mano

                                                                                                                                más una mano

                                                                                                                                no son dos manos

                                                                                                                                Son manos unidas

                                                                                                                                Une tu mano

                                                                                                                                a nuestras manos

                                                                                                                                para que el mundo

                                                                                                                                no esté en pocas manos

                                                                                                                                sino en todas las manos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso decía y volvía a decir que “El hombre nuevo no surge por decreto de Estado.

                                                                                                                                Tiene que nacer de cada uno. ¿Cómo? Haciendo sacrificios del ego, matando al hombre viejo que impide el renacimiento. Recuerden: sin muerte no hay resurrección". Y por eso, también, lo llamaron “profeta”, pero mientras sus compañeros le decían profeta con cierto grado de convicción, y sus lectores y seguidores, con devoción, los titiriteros y títeres del sistema lo hacían con sarcasmo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Era y fue su más efectiva manera de restarle credibilidad a sus palabras, aunque de cuando en cuando aparecieran textos que reivindicaran sus posturas, como uno de Juan Lozano en el que decía, en palabras de Dasso Saldívar, que a Colombia le hacía falta “su honestidad intelectual, su vocación pacífica, su formidable y atormentada franqueza, su visión crítica sobre Colombia y su devoción por el amor”. Gonzalo Arango fue crítico y punzante, y retrató realidades que, en su tiempo, hicieron que lo llamaran “loco”. Pasados los años, sin embargo, aquellas realidades se multiplicaron, y la cuota de sangre que derramaron unos y otros y otros y otros y todos fue cada vez mayor.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cuando escribió su Elegía a Desquite, lo condenaron porque dijeron que le había hecho apología a un “bandolero”, y la condena se convirtió en olvido, más allá de que sus palabras y los hechos que las provocaron se repitieran por los años de los años, hasta hoy: “Los soldados que lo mataron en cumplimiento del deber le capturaron su arma en cuya culata se leía una inscripción grabada con filo de puñal. Sólo decía: ‘Esta es mi vida’-decía-. Nunca la vida fue tan mortal para un hombre. Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”.

                                                                                                                                Colombia no respondió ninguna pregunta. Ni siquiera lo intentó. No le importó. Y Desquite resucitó una y mil veces, y siguió resucitando todos los días.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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