Gotas de Rap, la historia olvidada
El documental “Gueto Boys: la historia de Gotas de Rap”, dirigido por Raúl Eduardo Ocampo, repasa la historia del grupo que lideró la primera ola del rap en el país, su íntima relación con el teatro y un impacto social que los llevó de gira por Europa siendo apenas unos niños.
Joseph Casañas Angulo
En el barrio algunos se olvidaron de la historia de Andrés. Sin embargo, sus amigos, los mismos con los que se reunía en la esquina del parque a hacer freestyle (rap) y a fumarse unos plones la tienen clara. La recuerdan. Ellos saben que a su parcero lo mataron porque él era el que organizaba la movida cultural del pedazo. Convocaba a los grafiteros, a los DJ, y a los manes que hacían break dance.
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En el barrio algunos se olvidaron de la historia de Andrés. Sin embargo, sus amigos, los mismos con los que se reunía en la esquina del parque a hacer freestyle (rap) y a fumarse unos plones la tienen clara. La recuerdan. Ellos saben que a su parcero lo mataron porque él era el que organizaba la movida cultural del pedazo. Convocaba a los grafiteros, a los DJ, y a los manes que hacían break dance.
A algunos les pareció que la calle se estaba llenando de pelaos peligrosos que hablaban feo y que cantaban una música rara. Inaudible. Eso manes, además, se ponen una ropa toda grande, como de ñero. Fijo son ladrones, decían. Entonces a la gente de bien le pareció que era el momento de “limpiar el barrio” y para hacerlo contrataron matones. Un día despareció Jackelín, otro Carlos y después Jimena hasta que le tocó el turno a Andrés, el rapero.
En la mañana a Andrés lo enterraron y en la noche sus amigos lo desenterraron. Como queriendo evitar que la muerte hiciera su trabajo. Se lo llevaron de rumba. Quisieron despedirlo con rap. De repente Andrés se despierta. Se siente perdido, desconcertado, absorto.
El rapero tiene entonces un diálogo con la muerte. Le pide que por favor no se lo lleve porque no quiere dejar a Julieta, su novia, ni a sus amigos, ni a su barrio y porque además no se quiere morir sin conocer el mar. La muerte, que suele ser implacable, le propone un trueque: le dejará conocer el mar y seguir viviendo para Julieta y el rap si entre todos le enseñan a hacer break dance, a freestyle y hacer grafitis.
Ese ese el argumento de Ópera Rap, el primer musical hecho con hip hop en Colombia. Los dramaturgos Patricia Ariza y Carlos Satizábal, de la Cooperación Colombiana de Teatro, dirigieron la obra que se estrenó en 1995. Jeyffer Tadeo Rentería (Don Popo), Yuri Alexander Muñoz (Inspector Fire), Carlos Gustavo Contento (Kontent Thu), Elizabeth Contento (Melissa), entre otros miembros de Gotas de Rap, agrupación fundante del rap en Colombia, protagonizaron aquella obra.
El documental “Gueto Boys: la historia de Gotas de Rap”, que se estrenó el pasado miércoles y es dirigido por Raúl Eduardo Ocampo, además de repasar la historia del grupo que lideró la primera ola de rap en Colombia, muestra cómo se integraron dos lenguajes que en apariencia no tienen nada que ver: el rap y el teatro. (Vea AQUÍ el documenta)
“La obra es una metáfora de lo que pasó y sigue pasando en Colombia. Una respuesta desde las calles y el arte a la violencia que vivimos. (…). Hacer una ópera de barrio, una ópera con rap fue como promulgar un recordatorio: la cultura no tiene dueños. La ópera no tiene dueños y el rap y los jóvenes que lo hacen tienen cosas que decir y denunciar”, dice Patricia Ariza para El Espectador.
Raúl Eduardo Ocampo, el director del documental, habla de las motivaciones del documental. “Además de un gusto que tengo por este grupo, me parecía importante rescatar el legado de Gotas de Rap como uno de los principales motores de la historia del rap colombiano. Gotas de Rap se atrevió a hacer música propia con instrumentación y letras propias en un momento en el que nadie más lo hacía. Le invitamos a leer: La alquimia musical de los Alcolirykoz
También quería entender cómo habían logrado fisionar las artes, por qué y cómo se habían atrevido a hacerlo y darle una mirada a esos procesos creativos”, dice.
El mediometraje, que se puede ver en el canal de YouTube de Reo Films, muestra el impacto social y cultural que tuvo Gotas de Rap y su vínculo telúrico el teatro.
“La gente se enloquecía por verlos. Una vez un pelao con un ladrillo en la mano me dijo: ‘yo quiero entrar a ver la Ópera Rap, pero no tengo plata’. Yo le dije, si sueltas ese ladrillo entras gratis. Soltó el ladrillo, entró y me dio las gracias. Eran unos verdaderos ídolos esos muchachos”, recuerda Patricia Ariza. Lo que no recuerda es cuántas veces se presentó la obra en Colombia, recuerda eso sí, que Ópera Rap pasó por el reconocido teatro Odín de Dinamarca, el Parlamento Europeo y varios teatros en Holanda, Bélgica e Inglaterra.
Justamente allí, en Londres, “El Escorpión”, la musaraña que hizo René Higuita en el mítico Estadio de Wembley el 6 de septiembre de 1995, tuvo a los integrantes de Gotas de Rap como testigos oculares de la jugada imposible, pues en ese momento estaban en su primera gira por Europa. Además: La Etnnia, el antídoto contra el miedo
“Alguien en Cancillería nos invitó a ver el partido. Teníamos las mejores entradas y nosotros estábamos ahí con tambores haciendo todo el ruido del mundo. Cuando Higuita hizo el Escorpión, no todos lo vieron. Yo sí. Pegué un grito descarnado, me preguntaron por la razón del grito y yo, muy emocionado, les dije que Higuita había hecho la jugada del comercial de Frutiño. Fue maravilloso” dice Don Popo.
El gestor cultural, que hoy está muy lejos de ser ese adolescente que conoció la fama a los 17 años, dice que la publicación del documental ha generado un interés desbordado por la reunificación de Gotas de Rap, quienes después de la muerte de Melissa en un accidente de tránsito en 1999, inició su acelerado camino a la separación.
“Este es el momento para volver a unirnos. No otro. Nuestro testimonio, acompañado por la música, puede ser un testimonio importante para la construcción de nuevos relatos como país. Aunque han pasado ceca de 30 años, las letras de Gotas de Rap siguen vigentes. Aún hay que seguir la violencia, el racismo, el machismo y el arte tiene el poder de transformar esas realidades”, finaliza Don Popo.
Ese fragmento del documental tiene el poder de revolcar los recuerdos. De traerlos al presente. Habla Melissa Contento. “Nosotros cantamos en contra del machismo, en contra del servicio militar obligatorio, en contra de la discriminación racial, del abuso de la autoridad con los jóvenes. De muchas cosas que como colombianos vivimos”.
De fondo suenan las cuerdas de una guitarra que se mezclan con el sonido un vinilo que un DJ mueve hacia adelante y hacia atrás sobre un tocadiscos. Es un scratch salvaje.
“En ese momento estábamos viendo la limpieza social. Pablo Escobar con sus bombas, asesinatos, el Cartucho. Comenzamos a ser la voz de todas esas cosas que la gente veía pero que nadie hablaba”, dice Carlos Contento, el hermano de Melissa.
Y ellos tampoco hablaron de eso, algo mejor, lo rapearon con una fuerza volcánica feroz. Lo denunciaron con música, una música que nada tenía que ver con las guabinas o los bambucos, una música que años antes había irrumpido y hecho cuna en uno los barrios más vulnerables de Bogotá. En Las Cruces. Allá a donde estaban llegando negros e indígenas desplazados por violencia.