Guede Zaina, algunos efectos secundarios
Los textos de las canciones navegan fluidamente por las aguas que separan un territorio de otro. Son flotas migrantes por donde transitan libremente personas, amores, guerras y arañas.
Julia Díaz Santa
La palabra zaina es una píldora que engullí en los primeros años de mi infancia, empujada a sorbos, diluída en los extractos de dos canciones que sonaban en esa época. Una hablaba de potrancas indomables. Otra, de algo así como avisos y protecciones en medio de un complot.
Coreaba en silencio, a mis escasos ocho años, dos acepciones completamente distintas de un mismo vocablo. Zaína, en español, significa caballo de pelo castaño oscuro. Zaina, en el marco de las expresiones idiomáticas de origen africano, es traducido por algunos como araña.
Les sugerimos leer: Maruja Vieira, una vida dedicada a las letras
Eso último lo descifré hace poco. Cuando tuve que darle espacio a la indagación, gracias a que una de las canciones, Guede Zaina, empezó a sonar sin pausa en mi cabeza. Se trata de una guaracha cantada por Celia Cruz con la Sonora Matancera. Una especie de trabalenguas de 1952, instrumentada con trompetas, contrabajo, piano, tumbadora y algo más.
Paradójicamente, por mucho tiempo pensé que el estribillo también mencionaba la palabra yegua: “Quede Zaina yo te compro puyo pu yegua, uoy, uoy, quede zaina” (nótese que la G es remplazada por la Q en Quede, tal como aparece en las carátulas de los vinilos que hay en mi casa). Lo de yegua es un enlace automático con la otra Zaina de la infancia. Esa que no quería morder el freno y con la que cabalgamos, del pretérito imperfecto al futuro proyectivo, montados en la primera persona de su amaestrador. Esa que imagino libre aun, en medio del pasaje venezolano, melodioso y pastoril.
Podría interesarle leer: Gabriel Alzate: “Mis personajes están marcados por la urgencia de la vida”
No obstante, todo me sugería, desde los primeros años, que Guede Zaina no tenía nada que ver con caballos. En una revisión tardía de publicaciones, incluyendo el Diccionario Salsero de los amigos del colectivo Salsa sin Miseria, encontré esta letra: “Guede zaina, yo fe komplo pou yo touye mwen, woy woy, guede Zaina”. Una propuesta de texto en criollo haitiano que me permitió rastrear algunos vocablos como Guede, que aparece enlazado a la impronta del vodu en la cultura cubana y que haría alusión al grupo de divinidades de la muerte. Pero también Guede Z-araignee, referenciada por algunos como diosa araña. Un derivado del frances araignée, araña (recordemos que Haití es uno de los dos países de América donde el francés es idioma oficial).
Lo sugestivo fue que ese animal me llevó por viejas rutas. Recordé que Anansé, narrada por los ashantis, es el nombre de un arácnido protagonista de los cuentos de Ghana. Y que esa inscripción, con sus variaciones y relatos, se encuentra presente a su vez en el Caribe insular y continental, en el litoral pacífico colombiano, en la cuenca del Mediterráneo, entre otros.
Aún vigentes en áfrica occidental, esas crónicas ubican a la araña como puente entre lo divino y lo terrenal. Además, señalan que la elocuencia es uno de los atributos de Anansé, también llamada Anansy, Sis’ Nancy o Aunt Nancy.
Se me ocurrió entonces que Zaina y Ananzi, con zeta, podrían tener mucho más en común. Y con ese chisme armado, seguí por las líneas de la canción. La frase “yo fe komplo pou yo touye mwen”, de acuerdo a lo indagado, traduciría “hay un complot para matarme”. Así que Guede Zaraigne sería una deidad a la cual alguien le pide protección para evitar su asesinato por parte de los enemigos. Tal como lo dice el Diccionario Salsero.
Le sugerimos leer: La fotógrafa Cristina García Rodero: “La foto nace en el corazón y en la inteligencia”
Pero ¿a quién iban a matar? Me pregunté. Y entonces apareció una revelación como premio a toda una jornada de pesquisas: a Martha Jean Claude. Una de las versiones encontradas, aún no constada en ninguna bibliografía, sostiene que ella fue quien le dio la canción a Celia Cruz para interpretarla con la Sonora Matancera. La intensión no sería otra que dar un mensaje en clave, para que su familia supiera que había llegado con vida a su destino.
Ahora, lo que nadie pone en duda es que esa mujer, escritora, compositora, activista, salió de Haití y finalmente llegó a Cuba en los años cincuenta. Lo hizo en medio de amenazas, tras cumplir una pena en la cárcel. El motivo: estrenar una obra de teatro que no le gustó a Paul Magloire, el presidente de turno.
Esa historia, con sus certezas y fábulas, es fascinante. Y la voz de Martha Jean Claude apareció en el mismo vinilo en el que está Guede Zaina, a dúo con Celia Cruz. Juntas cantan la famosa canción Choucouné, un ave que me trajo confirmaciones y nuevos presagios musicales. Hube llegado, finalmente, a las costas de la canción haitiana. Y me avergoncé por desconocer la centenaria riqueza del arte y el folklore de esa isla agitada, poblada en principio por caribes y arahuacos, localmente llamados taínos.
Podría interesarle leer: “La luz que no puedes ver”
En este punto, debo disculparme porque todos estos viajes no son más que los efectos secundarios de esa píldora que engullí en los primeros años de mi infancia. Empujada a sorbos, diluía en los extractos de dos canciones.
Las secuelas se han recrudecido. Ahora, no solo experimento una elocuencia feroz, sino que he empezado a tener visiones. En una, este mundo fragmentado se presenta como una entelequia de quien nos mira con ocho ojos. En otra, nos veo a todos enredados en una síntesis de proteínas, compendio de hilos musicales y narrativos nacidos de las glándulas de hilado de una misma araña. Atendiendo recomendaciones, siento que debo pausar este cuento en la mejor parte.
La palabra zaina es una píldora que engullí en los primeros años de mi infancia, empujada a sorbos, diluída en los extractos de dos canciones que sonaban en esa época. Una hablaba de potrancas indomables. Otra, de algo así como avisos y protecciones en medio de un complot.
Coreaba en silencio, a mis escasos ocho años, dos acepciones completamente distintas de un mismo vocablo. Zaína, en español, significa caballo de pelo castaño oscuro. Zaina, en el marco de las expresiones idiomáticas de origen africano, es traducido por algunos como araña.
Les sugerimos leer: Maruja Vieira, una vida dedicada a las letras
Eso último lo descifré hace poco. Cuando tuve que darle espacio a la indagación, gracias a que una de las canciones, Guede Zaina, empezó a sonar sin pausa en mi cabeza. Se trata de una guaracha cantada por Celia Cruz con la Sonora Matancera. Una especie de trabalenguas de 1952, instrumentada con trompetas, contrabajo, piano, tumbadora y algo más.
Paradójicamente, por mucho tiempo pensé que el estribillo también mencionaba la palabra yegua: “Quede Zaina yo te compro puyo pu yegua, uoy, uoy, quede zaina” (nótese que la G es remplazada por la Q en Quede, tal como aparece en las carátulas de los vinilos que hay en mi casa). Lo de yegua es un enlace automático con la otra Zaina de la infancia. Esa que no quería morder el freno y con la que cabalgamos, del pretérito imperfecto al futuro proyectivo, montados en la primera persona de su amaestrador. Esa que imagino libre aun, en medio del pasaje venezolano, melodioso y pastoril.
Podría interesarle leer: Gabriel Alzate: “Mis personajes están marcados por la urgencia de la vida”
No obstante, todo me sugería, desde los primeros años, que Guede Zaina no tenía nada que ver con caballos. En una revisión tardía de publicaciones, incluyendo el Diccionario Salsero de los amigos del colectivo Salsa sin Miseria, encontré esta letra: “Guede zaina, yo fe komplo pou yo touye mwen, woy woy, guede Zaina”. Una propuesta de texto en criollo haitiano que me permitió rastrear algunos vocablos como Guede, que aparece enlazado a la impronta del vodu en la cultura cubana y que haría alusión al grupo de divinidades de la muerte. Pero también Guede Z-araignee, referenciada por algunos como diosa araña. Un derivado del frances araignée, araña (recordemos que Haití es uno de los dos países de América donde el francés es idioma oficial).
Lo sugestivo fue que ese animal me llevó por viejas rutas. Recordé que Anansé, narrada por los ashantis, es el nombre de un arácnido protagonista de los cuentos de Ghana. Y que esa inscripción, con sus variaciones y relatos, se encuentra presente a su vez en el Caribe insular y continental, en el litoral pacífico colombiano, en la cuenca del Mediterráneo, entre otros.
Aún vigentes en áfrica occidental, esas crónicas ubican a la araña como puente entre lo divino y lo terrenal. Además, señalan que la elocuencia es uno de los atributos de Anansé, también llamada Anansy, Sis’ Nancy o Aunt Nancy.
Se me ocurrió entonces que Zaina y Ananzi, con zeta, podrían tener mucho más en común. Y con ese chisme armado, seguí por las líneas de la canción. La frase “yo fe komplo pou yo touye mwen”, de acuerdo a lo indagado, traduciría “hay un complot para matarme”. Así que Guede Zaraigne sería una deidad a la cual alguien le pide protección para evitar su asesinato por parte de los enemigos. Tal como lo dice el Diccionario Salsero.
Le sugerimos leer: La fotógrafa Cristina García Rodero: “La foto nace en el corazón y en la inteligencia”
Pero ¿a quién iban a matar? Me pregunté. Y entonces apareció una revelación como premio a toda una jornada de pesquisas: a Martha Jean Claude. Una de las versiones encontradas, aún no constada en ninguna bibliografía, sostiene que ella fue quien le dio la canción a Celia Cruz para interpretarla con la Sonora Matancera. La intensión no sería otra que dar un mensaje en clave, para que su familia supiera que había llegado con vida a su destino.
Ahora, lo que nadie pone en duda es que esa mujer, escritora, compositora, activista, salió de Haití y finalmente llegó a Cuba en los años cincuenta. Lo hizo en medio de amenazas, tras cumplir una pena en la cárcel. El motivo: estrenar una obra de teatro que no le gustó a Paul Magloire, el presidente de turno.
Esa historia, con sus certezas y fábulas, es fascinante. Y la voz de Martha Jean Claude apareció en el mismo vinilo en el que está Guede Zaina, a dúo con Celia Cruz. Juntas cantan la famosa canción Choucouné, un ave que me trajo confirmaciones y nuevos presagios musicales. Hube llegado, finalmente, a las costas de la canción haitiana. Y me avergoncé por desconocer la centenaria riqueza del arte y el folklore de esa isla agitada, poblada en principio por caribes y arahuacos, localmente llamados taínos.
Podría interesarle leer: “La luz que no puedes ver”
En este punto, debo disculparme porque todos estos viajes no son más que los efectos secundarios de esa píldora que engullí en los primeros años de mi infancia. Empujada a sorbos, diluía en los extractos de dos canciones.
Las secuelas se han recrudecido. Ahora, no solo experimento una elocuencia feroz, sino que he empezado a tener visiones. En una, este mundo fragmentado se presenta como una entelequia de quien nos mira con ocho ojos. En otra, nos veo a todos enredados en una síntesis de proteínas, compendio de hilos musicales y narrativos nacidos de las glándulas de hilado de una misma araña. Atendiendo recomendaciones, siento que debo pausar este cuento en la mejor parte.