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Guillermo Cano: tinta viva

Se lanzará el libro de la editorial Aguilar en la Universidad Eafit de Medellín. Esta reseña surge de las convocatorias de El Espectador para blogueros.

Nicolás Pernett
16 de agosto de 2012 - 11:31 p. m.
Guillermo Cano inmerso en una de sus pasiones: los periódicos.  / Archivo El Espectador
Guillermo Cano inmerso en una de sus pasiones: los periódicos. / Archivo El Espectador

Yo tenía sólo seis años cuando asesinaron a Guillermo Cano Isaza, el 17 de diciembre de 1986. Todavía recuerdo la tristeza de mis padres por la muerte del director de El Espectador, el periódico que se leía en mi casa, y la indignación de mi hermano mayor, que arrojó una piedra contra la pared del patio con rabia por el homicidio. Yo no entendí muy bien lo que había sucedido, pero sentí, como todos los que crecimos en la década de los ochenta, que una sombra ominosa se cernía sobre Colombia paulatinamente.

La imagen que conservé de don Guillermo Cano fue entonces la de un mártir de la prensa que murió asesinado por atreverse a denunciar y a combatir lo que muchos otros no denunciaban o combatían por miedo o complicidad. Pero como suele pasarnos en nuestro país, sólo podía recordarlo por su sacrificio, por su inmolación, como si no hubiera vivido, sino que solamente hubiera muerto. Su caso no es el único. En Colombia nos hemos acostumbrado a recordar a nuestros ídolos por el momento de su caída, no de su cúspide. Ya sea inmortalizando a Jorge Eliécer Gaitán el día de su muerte, en lugar de recordarlo por su ejemplo de conciencia social y dignidad moral mientras vivió, o maldecir las derrotas deportivas sin valorar los procesos que han llevado a los éxitos. Es decir, parafraseando una canción de Joan Manuel Serrat, hemos cantado sólo al Jesús del madero y no al que anduvo en la mar.

Es por esto que ha sido tan gratificante leer el libro Tinta indeleble. Guillermo Cano. Vida y Obra. Desde la portada con su rostro sonriente, hasta el último texto suyo que la obra compila, una hermosa y sencilla apología de la Navidad y la lectura escrita varios años antes de su muerte, la obra nos pone en contacto con un hombre vivo, un ingenio estimulante y un sentido moral que laten a través de las páginas.

El libro es un tomo impecablemente editado de 650 páginas (en las que sólo encontré un error de datación de un artículo que aparece en la página 527) y en él se reúnen un estudio biográfico y dos análisis estilísticos sobre la vida, obra y pensamiento de Guillermo Cano, así como una completa antología de sus textos escritos entre 1944 y 1986.

El apartado biográfico, Una vida digna de ser vivida, escrito por Jorge Cardona Alzate, recorre la vida del heredero de la dinastía periodística de los Cano desde sus años colegiales hasta su muerte, a partir de una completa investigación y el testimonio de personas cercanas a él. La narración lleva fluidamente al lector a través de los 61 años que alcanzó a vivir don Guillermo, combinando acertadamente tanto los aspectos públicos como los privados del protagonista. Es difícil pensar en un cargo más público que el de director del diario liberal más importante del país en una época de trastornos políticos y violencia, pero la biografía de Cardona muestra cómo ése era sólo uno de los aspectos de su vida, y que para él fueron igualmente importantes los deportes y las veladas de cigarrillo y whisky con sus amigos, pero sobre todo su numerosa y cariñosa familia.

Como lo dice el título del capítulo, la vida de don Guillermo Cano fue una vida digna de ser vivida, y también de ser contada, por lo que esperamos que en el futuro aparezca otra obra dedicada exclusivamente a su biografía en la que se ahonde en aspectos tan interesantes y complejos como la relación con su padre, don Gabriel Cano, con quien codirigió el periódico durante más de dos décadas, o sus contactos y desavenencias con la élite política del país, a la que conoció de cerca.

Después del perfil biográfico se pasa a la exhaustiva recopilación de textos escritos por Guillermo Cano en cuarenta y dos años de vida periodística, y que constituyen el grueso de la obra. Conocido como director incansable y editorialista punzante, Guillermo Cano también fue un magistral cronista y un inteligente crítico, como lo demuestran sus textos de juventud, sus escritos para la sección “Día a día” o sus reportajes sobre eventos deportivos. Para alguien que no tuvo la ocasión de leer sus columnas cuando salían frescas y cuidadas a marcar el debate público del momento o simplemente a deleitar a los lectores del diario, acercarse a sus escritos en la obra Tinta indeleble, sin tener que sumergirse en archivos polvorosos, es una oportunidad feliz y enviciante.

Leyendo a Guillermo Cano uno se siente en un íntimo y sincero diálogo con quien escribe, alejado de las rimbombancias y erudiciones innecesarias que han caracterizado muchas de nuestras letras. Ya sea para describir las calles de un pueblo del Tolima o para atacar sin ambages a la clase política corrupta del país, Guillermo Cano usa un tono cercano y amable, compartiendo en sus escritos anécdotas ilustrativas, impresiones personales y dichos populares, lo que pone a su literatura al alcance de su público y propicia la relación tan entrañable que aún se siente al leerlo y que fue la misma que sintieron los lectores que lo lloraron con tanto dolor el día de su muerte. Por eso hablo de sus escritos en presente, porque ahí están, y todavía dicen.

En el ensayo El sentido profundo de lo cotidiano, introducción a la antología de textos narrativos, el periodista Carlos Mario Correa Soto analiza detalladamente la carpintería de la literatura de Guillermo Cano, comprobando que el heredero de la dirección de El Espectador llegó a donde lo hizo aprendiendo desde abajo el funcionamiento del periódico y puliendo su escritura desde la juventud. Tras estudiar las estrategias investigativas y trucos narrativos del director-cronista, Correa identifica lo que llama el “decálogo cronístico de Guillermo Cano”, en el que se incluyen, entre otros, la búsqueda persistente de los detalles y el respaldo de la lectura variada para informarse sobre el tema tratado. A este decálogo yo añadiría una de las cosas que más me impresionaron al leerlo: el genuino y contagioso sentimiento de asombro que transmiten sus textos, ejemplificado, entre otros, en sus crónicas sobre toros o en sus relatos de viajes.

Por esto, la obra Tinta indeleble. Guillermo Cano. Vida y obra es una lectura obligada para periodistas y editores de contenidos de los medios de hoy. Las enseñanzas en cubrimiento y redacción de las noticias, así como las iluminadoras reflexiones sobre el poder y los peligros de los medios en Colombia que soltó Guillermo Cano en sus numerosos escritos hacen falta hoy más que nunca en un país al que se le ha borrado paulatinamente el sentido de la información y el análisis y se le ha cambiado por la excitación básica del morbo y el entretenimiento.

En la última parte del libro, la comunicadora e historiadora de la prensa Maryluz Vallejo Mejía introduce la sección de editoriales y textos de opinión en un ensayo con el que traza los lineamientos más fuertes del pensamiento de Guillermo Cano. En una cosa en la que coinciden los análisis tanto de Correa como de Vallejo es en la asombrosa capacidad premonitoria de Guillermo Cano. Lo demostró en sus reportajes sobre las olimpiadas de Múnich 1972, en las que percibió las tensiones políticas que subyacían a los encuentros deportivos, aún antes del secuestro y asesinato de los deportistas israelíes, o en sus predicciones sobre el futuro del idioma español en un mundo dominado por los Estados Unidos. Pero fue en sus editoriales para su famosa sección “Libreta de apuntes”, que llevó de 1979 a 1986, en donde la capacidad premonitoria, la indignación combativa y la entereza moral de Guillermo Cano Isaza se hicieron más evidentes.

Leer sus opiniones sobre la sangrienta y a la larga inútil represión policial de los gobiernos de turno sobre los sectores más vulnerables, al mismo tiempo que campean los corruptos y los aliados del narcotráfico en los puestos más pudientes de la sociedad, es leer sobre la Colombia de hoy así como la de hace treinta años. El dolor en sus columnas por los desaparecidos y los secuestrados, de la derecha o de la izquierda, es hoy tan fuerte como en su momento. Y exigir la expedita acción de la justicia estatal y el rechazo de la ciudadanía a la degeneración moral del narcotráfico todavía es una necesidad de nuestra nación. Por estas razones, se puede decir que Guillermo Cano sigue siendo el editorialista más contundente del presente.

Don Guillermo Cano murió en un momento en el que en Colombia se querían cambiar las leyes de la República por las leyes de la mafia, y su asesinato fue uno de los pasos necesarios para llevar a cabo esa empresa. Sin embargo, leyendo sus artículos uno también se contagia de su sentimiento de que es posible revertir ese proceso en nuestro país. Así como al describir las “nefastas jornadas novembrinas” de 1985, en las que la violencia y la naturaleza arrasaron con Colombia, Guillermo Cano incitaba en la mayoría de sus artículos a levantarse y volver a construir lo destruido, a resurgir de las cenizas. En los tiempos en que vivimos, su convicción sobre la posibilidad de reconstruir la sociedad y su resistencia a caer en el convencimiento de que a este país se lo llevó el carajo siguen siendo un mensaje que debemos escribir con tinta indeleble.

Por Nicolás Pernett

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