Gustavo Petro: “El arte es lo que perdura”

La literatura que formó a Gustavo petro. Algunas de las conversaciones con sus hijos y los momentos críticos que superó con frases de escritores o filósofos que tomó como guías. El volumen de la música que escuchaba en momentos de estrés. El arte para el nuevo presidente de Colombia.

Laura Camila Arévalo Domínguez
20 de mayo de 2022 - 02:00 a. m.
Gustavo Petro, candidato a la presidencia por el Pacto Histórico, considera que los discursos son la forma más artística de la política y que la lectura es la herramienta más efectiva para el aprendizaje.  / Mauricio Alvarado
Gustavo Petro, candidato a la presidencia por el Pacto Histórico, considera que los discursos son la forma más artística de la política y que la lectura es la herramienta más efectiva para el aprendizaje. / Mauricio Alvarado
Foto: Mauricio Alvarado / El... - Mauricio Alvarado

Cuando Gustavo Petro quiere relajarse, busca música: tiene CD que ha comprado durante viajes y que le gustan por provenir de cualquier parte. Sube el volumen. A veces suena música obrera italiana y los vidrios retumban. No suele ser muy agradable para los demás, para su familia, pero sus momentos de estrés se acumulan. En ocasiones son tantos, que es difícil saber cuándo está tensionado. Los suyos lo comprenden. Así demuestran su generosidad: tolerando las vibraciones a causa de la “música del mundo” que haya elegido para ese día o dejándolo a solas con sus árboles.

Es probable que ahora considere que estos momentos para despejarse son un lujo o un símbolo de que su suerte cambió, mejoró. Puede que le alivie sentirse en casa y con la opción de refugiarse en su biblioteca, que según su hija Sofía Petro, nunca será suficiente para los libros que compra o le regalan.

Según cuenta el candidato en su libro Una vida, muchas vidas, su lucha ha sido constante y la resistencia se la debe a sus convicciones. Eso lo dice mucho, que está convencido. Antes, hace años, convivió entre soledades demasiado ruidosas, como el título del libro de Bohumil Hrabal, y hubo días en los que se vistió con lo poco que le cupo en un morral para no encartarse mucho. Su posesión más preciada llegó a ser un colchón.

“En un momento, me agarraron la cabeza y la colocaron justo debajo de una de las llantas de un camión. Enseguida un soldado disparó un fusil. Yo me dije: ‘Ahora sí me mataron’. Tirado allí, en el pavimento, sentí el roce en los labios del beso que me había dado Mary Luz, la que sería mi primera esposa. Pensé que ese beso sería la última sensación sobre la tierra y me alisté a morir”, escribió Petro. Y esta es una de muchas historias en las que cuenta que ha tenido que prepararse para la muerte. Estas situaciones las superó gracias a una fuerza obtenida después de momentos con autores que le hablaron de la dignidad, la muerte, el amor, el tedio, la derrota y la melancolía.

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Gustavo Petro le tiene una confianza, una fe especial a los libros. Dice que tiene que ver con la forma y los métodos con los que le enseñaron, con los que lo educaron: tuvo un papá lector y espectador asiduo de cine. Su abuelo fue poeta.

En su libro también cuenta que en la adolescencia ya leía Las confesiones, de Jean Jacques Rousseau; libros sobre Roma, Grecia e historia universal, además de novelas como Miguel Strogoff, de Julio Verne, o Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski. De hecho, el texto escrito por el candidato se inicia con una historia sobre un regalo de su padre: Cien años de soledad. Cuenta que lo leyó con una sensación de cercanía, con olores y sonidos que no entendía, pero que le resultaban familiares. Después descubrió que esa conexión con el Caribe se debía a su origen, que además de ayudarle a entender la magnitud de la obra de García Márquez, le facilitó la comprensión de sus propias raíces.

Gustavo Petro estudió en el Colegio Nacional San Juan Bautista de La Salle de Zipaquirá, la misma institución a la que fue García Márquez, y la misma época en la que comenzó a leer El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Es probable que sus libros de adolescencia hubiesen sido la referencia para inculcarle la lectura a sus hijos, que, por lo menos en el caso de Sofía, tuvo el efecto contrario: a pesar de que desde que fue una niña le habló de los valores de la lectura, decidió regalarle libros “muy grandes” que a ella la espantaron. Los juegos del hambre y demás best sellers de la época en la que tuvo 13 años fueron los que lograron seducirla.

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Cuando se distanciaban por los viajes de cada uno, se llamaban. Esas conversaciones comenzaban sin convencionalismos y el “cómo estás” no abría la charla. Petro preguntaba por la lectura de su hija: título del libro, autor, capítulo y qué había pasado a la altura de la página a la que había llegado. Cuando aún tenía tiempo, hacía actividades sobre las lecturas del momento, pero eso comenzó a reducirse con el pasar de los años, el crecimiento de su hija y la exposición de toda la familia.

“La vida es una constante lucha de tensiones que quisieran ser eternas. Esta es una de tus primeras batallas”, le escribió Petro a Sofía cuando se graduó del colegio. Antes de que eso pasara, ella o alguno de sus hermanos le pidieron ayuda con alguna tarea y él nunca dio respuestas, entregó libros. Cuando le exigieron explicaciones, respondió que los descubrimientos más importantes tendrían que resolverlos por sí mismos. Que si además lo hacían a través de lecturas, los aprendizajes quedarían grabados.

La familia Petro se ha mudado “mil veces” y los reflectores van en aumento. Sofía no recuerda ninguna charla de preparación antes de una campaña para algún cargo público, ni mucho menos para esta: el entrenamiento ha sido la vida, que a ella la recibió con una carga política ya construida. No gozaba del protagonismo, más bien lo padecía, pero concluyó: “Esto es lo que tengo, esto fue lo que me tocó. Este es mi padre”, y ahora lo usa para visibilizar a lideresas sociales. Le ayudó leer El olvido que seremos, un libro que sacó de la biblioteca de su papá y se llevó para Francia. Se sintió cercana a la historia que contó Héctor Abad Faciolince sobre las amenazas a su padre y la sensación de que una tragedia así no le ocurría a su familia, así como ella creía que a su papá nadie lo estaba amenazando y que mucho menos se atreverían a matarlo. ¿Por qué harían eso? Si es una buena persona, si no ha hecho nada malo, pensaba. Y entendió que, aunque no había sufrido la tragedia que sí soportó el escritor antioqueño, ella requería una fuerza que sabía que solo encontraría abriendo libros.

No sabremos, o no por esta vez, cuáles son las obras más importantes para Gustavo Petro: el candidato no se reunió con El Espectador para la invitación a este especial sobre cultura, pero sí algunos de los que su hija le ha robado de la biblioteca: una edición especial de La divina comedia, algunos clásicos de Shakespeare, El cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón, entre otros. Han sido varios robos. Sofía se ríe y confiesa que cuando él se da cuenta, le abre la conversación sobre lo que leyó de ahí y lo que ese libro leyó de ella.

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Para Petro, su creación más artística son los discursos. En la plaza pública encuentra plenitud y recuerda que este ejercicio le quedó sembrado como un arte gracias a Andrés Almarales y Alfonso Jacquin, integrantes del M-19 que murieron en la toma del Palacio de Justicia. Los admiraba como oradores y reconocía en ellos la influencia de García Márquez. Para él, entre la tarima y las personas ocurre la magia, y esa es la que producen las palabras. Entendió que ese fue el secreto de Almarales y Jacquin, y lo incorporó. Supo que los objetivos claros sobre lo que quería decir eran importantes, pero que “el corazón daba la forma, la entonación y la combinación de palabras que fluyen sin estar previamente construidas y van siendo captadas por el corazón y no solo por las mentes”.

De sus características, de su cotidianidad, dice que le gustaría atenuar su orgullo. Que duerme desnudo y no le gusta la leche. Que sí le gusta la carne con ají. Que es mentira que le gusten los zapatos Ferragamo y que se los pone porque se los regalan: por el rumor de que le gustaban, los obsequios de esa marca se popularizaron. De sus referentes, señala que Rafael Uribe Uribe es uno de los políticos colombianos con los que más se ha identificado por ser un parlamentario solitario y por su “constante derrota”. Que admira a José María Melo, presidente de facto de la República de Nueva Granada durante la Guerra Civil de 1854, y que sí, ha leído mucho sobre filosofía, economía y en alguna entrevista mencionó las ideas del italiano Antonio Negri, pero que jamás ha descuidado a Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Alejo Carpentier y, de nuevo, García Márquez. Dice mucho que es un garciamarquiano incurable.

Igual que el lenguaje le importa y que el frenesí y la pulsión por lo instantáneo son una amenaza que no es artística ni respetuosa con las palabras. Que aún se entrega a “la melancolía que no ha dejado de sentir cada vez que escucha canciones de Silvio Rodríguez” y a las ideas de Michel Foucault. Que para que un cambio político sea sostenible y duradero se necesita un cambio cultural y que, si llega a ser presidente, su apuesta será la de una “sociedad sensible”. Que la cultura es lo que nos define como seres humanos y que por eso no se trata solamente de las artes y las tradiciones, sino de la vida, y que la vida, para él, será el centro de su gobierno. Dice que, realmente, el arte es lo único que perdura.

Propuestas culturales del Pacto Histórico

De acuerdo con la información de campaña, las acciones culturales que se proponen desde el Pacto Histórico, cuyo candidato presidencial es Gustavo Petro, se organizan en ocho ejes. El primero, promover en los territorios acciones y estrategias encaminadas al desarrollo de una cultura de paz; segundo, integrar el arte en la educación pública; tercero, priorizar las autopistas digitales para mejorar el acceso a la cultura digital; cuarto, garantizar la equidad en sus distintos ámbitos para fomentar una justicia cultural. Entre las propuestas también están: hacer asequibles y democráticos los espacios para el arte y la cultura, una reforma estructural del Ministerio de Cultura, migrar de la economía naranja a una mirada humanista de los procesos productivos y creativos, y radicar un paquete de leyes que protejan las prácticas culturales.

Según la información del Pacto Histórico, las propuestas tienen su origen en artistas del Pacífico, víctimas del conflicto, jóvenes de las primeras líneas, maestros, entre otros.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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