Gustavo Zalamea y “El reverso del decorado”
Una retrospectiva de la obra artística de Gustavo Zalamea, que incluye cuadros de gran formato, instalaciones e intervenciones de carácter político, un trabajo realizado a lo largo de cuatro décadas. La muestra estará abierta al público hasta el 10 de octubre en la galería La Casita, en Bogotá.
Novalis
El espacio y el tiempo han sido, desde siempre, dos de los modos mayores de entendimiento construidos por la cultura humana. Con Einstein, en la primera mitad del siglo XX, el espacio-tiempo ha servido de marco conceptual central para la física moderna. Con Grothendieck, en la segunda mitad del siglo XX, el espacio-número ha provisto las bases de la matemática contemporánea. La obra del artista plástico colombiano Gustavo Zalamea (1951-2011) se inscribe en esta última multiplicación de dimensiones espaciales y temporales, que caracteriza la invención en todos los campos de la razón y de la imaginación en las últimas décadas.
La presente revisión de la obra de Zalamea recoge las múltiples ramificaciones del espacio y los elusivos intersticios del tiempo que el artista exploró detenidamente.
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La proliferación de su visión se conjuga con una conciencia grave de nuestro lugar en el mundo, pues, como recuerda Julián, su padre gustaba repetir el dicho Ovidiano según el cual “el tiempo devora todas las cosas”. Adentrándose en la amplitud del espacio e internándose en la fragilidad del tiempo, el ser humano requiere construir entonces herramientas de orientación. En esa dirección, Zalamea propuso una extensa obra plástica, combinando una compleja geometría multidimensional, una variada intuición sensible y una comprometida acción política como forma esencial de supervivencia allende nuestra frágil condición humana.
La exposición de La Casita es la primera muestra de envergadura dedicada al Maestro Zalamea después de su prematura desaparición en Manaos, hace 12 años, al término de un recorrido artístico por el Amazonas. En medio de los devoradores cauces del tiempo, la obra de Zalamea tal vez pueda llegar a ser una de las pocas que sobrevivan unas cuantas décadas. La revisión actual es una buena ocasión para calibrar su hondo potencial.
Los trabajos exhibidos se incluyen dentro de una muy alta inteligencia artística, entendiendo la inteligencia como una sofisticada red de estratos visionarios, sensibles, conceptuales, reflexivos, críticos, proyectivos, comunitarios. En cada uno de esos registros, Zalamea produjo notables estructuras artísticas: telas utópicas, grabados delicados, armazones teóricas, mapas imaginarios, intervenciones políticas, instalaciones grupales, orientaciones académicas. Con justicia, los curadores han decidido enfatizar el fragmento principal de esa variada multiplicidad, es decir, la producción pictórica de Zalamea a lo largo de cuatro décadas.
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En sus pinturas, Zalamea se adentra, como pocos, en los insondables temas del espacio (profundidad y levedad, localidad y globalidad) y del tiempo (caducidad y permanencia, fragilidad y potencia). La selección mostrada en La Casita incluye algunos de los primeros pasteles y vinilos de los años setenta, algunos de sus óleos “geográficos” de los años ochenta, diversos objetos escultóricos, collages, obras gráficas, videos, y, sobre todo, sus grandes series de óleos y lápices de las décadas 1990 y 2000.
El mar en la plaza, Mujeres, Interiores, Combates, Naufragios, Juicios finales y el Homenaje a Obregón, reflejan la búsqueda de Zalamea por expresar la constante presencia de “violencia y poesía en conflicto” (son sus términos) que se incrusta en la sociedad colombiana.
Por un lado, en un sostenido diálogo con los Maestros románticos (Géricault, Blake, Böcklin), las visiones fantásticas multiplican el espacio, rompen nuestras perspectivas seguras, exploran quiebres y ramificaciones de la geometría, nos adentran en entornos inquietantes, múltiplemente atravesados por formas suaves y ángulos agudos. Por otro lado, la crítica de las instituciones es permanente, con una invención incisiva de metáforas sobre la catástrofe (inundación, naufragio, combate, juicio), donde todo tiempo lleva a peor.
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En medio del desastre, la ácida inscripción de instancias individuales en violentas coyunturas gubernamentales que les destrozan solo puede llegar a ser salvada mediante la acción poética. El montaje de la exposición resalta los tratamientos del espacio y del tiempo en la obra de Gustavo Zalamea. Reveses, inclinaciones, giros, diagonales (“El reverso del decorado”) ofrecen nuevas vistas de los trabajos expuestos, enriqueciendo, gracias a una cuidada disposición externa, su multiplicidad geométrica interna.
A lo largo de diversas ramificaciones, residuos y reflejos en la materialidad de La Casita, emerge entonces una nueva vida de las obras (la Vita Nuova dantesca), que ofrece un nuevo tiempo externo, donde se entrelazan los incesantes diálogos pasado-presente y los registros del tiempo interno devorador de todas las cosas, plasmados por el artista. La entrada a la exposición nos enfrenta de lleno con el revés: sin acceder aún al recto del imponente tetráptico El Combate (1998) –con San Jorge y el Dragón, de Carpaccio, y La balsa de la medusa, de Géricault– nos enfrentamos a su verso, e intuimos por transparencias sus potentes trazos al óleo y lápiz, donde un bravío mar negro tiende a engullir el Congreso, convertido en reflejo del naufragio del Titanic.
Caminando luego por la exposición, surge una inclinación hacia las obras geográficas de los ochenta, donde se despliegan algunas de las visiones multi-estratificadas del artista. Después de unos cuantos giros en La Casita, llegamos a otro revés, donde campea el Premio Nacional del XXX Salón Nacional de Artistas (1986), con el artista en su estudio, en medio de los marcos de sus bastidores, inventando una compleja interrelación entre abstracción y naturaleza.
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Cerca, el extraordinario políptico Homenaje a Alejandro Obregón (1992), dispuesto con un sorprendente ángulo recto, explora las elusivas profundidades de luces y penumbras. En contraposición, girando hacia el lado opuesto del montaje, se nos presenta en una esquina, en ángulo recto, un díptico del Naufragio (1998- 99), donde Zalamea, en una de sus imágenes icónicas, se representa a sí mismo mientras dibuja su visionario universo de catástrofes.
Avanzando luego en diagonal aparecen un tríptico de El mar en la plaza (1999), otros fragmentos de naufragios y geografías (con la espléndida serigrafía Plaza de Bolívar en verde, 1980), y un acceso a algunos de sus últimos videos (2007-09). Con esto, recorremos brevemente el primer espacio de la exposición, donde las importantes y originales intervenciones de los curadores consiguen ofrecernos múltiples ecos, reverberaciones, contrapuntos entre las obras expuestas.
Es de resaltar cómo el montaje es particularmente sensible a aquello que usualmente no vemos (inmersión en “nuestros ojos ciegos” según Tarkovski), es decir, a la emergencia de los procesos de creatividad, siempre borrosos y sinuosos (inmersión en una “perspectiva invertida” según Florenski). El caminar por el lugar ofrece constantes sorpresas, nuevos puntos de vista, magníficas iluminaciones, inesperadas asociaciones. La vida misma de las obras se potencia gracias a la vida del lugar material donde se exponen. El segundo espacio de la exposición es igualmente fascinante, organizado en un vaivén anticronológico entre diversos temas de Zalamea (mujeres, sueños, vinilos políticos, piezas escultóricas).
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Un aparente desorden no es tal, y el objetivo de los curadores se consigue plenamente: miramos con ojos nuevos, re-visionamos, revisitamos, una obra considerable, extremadamente rica y diversa, atravesada por los grandes temas de la imaginación poética y la (sin)razón política que han fraguado nuestro entorno en el periodo 1970-2010. “El reverso del decorado” ofrecido en La Casita merece ser la ocasión para una nueva revaloración del artista, posiblemente uno de los más profundos, imaginativos, reflexivos y comprometidos de su generación.
El espacio y el tiempo han sido, desde siempre, dos de los modos mayores de entendimiento construidos por la cultura humana. Con Einstein, en la primera mitad del siglo XX, el espacio-tiempo ha servido de marco conceptual central para la física moderna. Con Grothendieck, en la segunda mitad del siglo XX, el espacio-número ha provisto las bases de la matemática contemporánea. La obra del artista plástico colombiano Gustavo Zalamea (1951-2011) se inscribe en esta última multiplicación de dimensiones espaciales y temporales, que caracteriza la invención en todos los campos de la razón y de la imaginación en las últimas décadas.
La presente revisión de la obra de Zalamea recoge las múltiples ramificaciones del espacio y los elusivos intersticios del tiempo que el artista exploró detenidamente.
Le sugerimos leer: Un diccionario que explica la relación del alcohol y las artes
La proliferación de su visión se conjuga con una conciencia grave de nuestro lugar en el mundo, pues, como recuerda Julián, su padre gustaba repetir el dicho Ovidiano según el cual “el tiempo devora todas las cosas”. Adentrándose en la amplitud del espacio e internándose en la fragilidad del tiempo, el ser humano requiere construir entonces herramientas de orientación. En esa dirección, Zalamea propuso una extensa obra plástica, combinando una compleja geometría multidimensional, una variada intuición sensible y una comprometida acción política como forma esencial de supervivencia allende nuestra frágil condición humana.
La exposición de La Casita es la primera muestra de envergadura dedicada al Maestro Zalamea después de su prematura desaparición en Manaos, hace 12 años, al término de un recorrido artístico por el Amazonas. En medio de los devoradores cauces del tiempo, la obra de Zalamea tal vez pueda llegar a ser una de las pocas que sobrevivan unas cuantas décadas. La revisión actual es una buena ocasión para calibrar su hondo potencial.
Los trabajos exhibidos se incluyen dentro de una muy alta inteligencia artística, entendiendo la inteligencia como una sofisticada red de estratos visionarios, sensibles, conceptuales, reflexivos, críticos, proyectivos, comunitarios. En cada uno de esos registros, Zalamea produjo notables estructuras artísticas: telas utópicas, grabados delicados, armazones teóricas, mapas imaginarios, intervenciones políticas, instalaciones grupales, orientaciones académicas. Con justicia, los curadores han decidido enfatizar el fragmento principal de esa variada multiplicidad, es decir, la producción pictórica de Zalamea a lo largo de cuatro décadas.
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En sus pinturas, Zalamea se adentra, como pocos, en los insondables temas del espacio (profundidad y levedad, localidad y globalidad) y del tiempo (caducidad y permanencia, fragilidad y potencia). La selección mostrada en La Casita incluye algunos de los primeros pasteles y vinilos de los años setenta, algunos de sus óleos “geográficos” de los años ochenta, diversos objetos escultóricos, collages, obras gráficas, videos, y, sobre todo, sus grandes series de óleos y lápices de las décadas 1990 y 2000.
El mar en la plaza, Mujeres, Interiores, Combates, Naufragios, Juicios finales y el Homenaje a Obregón, reflejan la búsqueda de Zalamea por expresar la constante presencia de “violencia y poesía en conflicto” (son sus términos) que se incrusta en la sociedad colombiana.
Por un lado, en un sostenido diálogo con los Maestros románticos (Géricault, Blake, Böcklin), las visiones fantásticas multiplican el espacio, rompen nuestras perspectivas seguras, exploran quiebres y ramificaciones de la geometría, nos adentran en entornos inquietantes, múltiplemente atravesados por formas suaves y ángulos agudos. Por otro lado, la crítica de las instituciones es permanente, con una invención incisiva de metáforas sobre la catástrofe (inundación, naufragio, combate, juicio), donde todo tiempo lleva a peor.
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En medio del desastre, la ácida inscripción de instancias individuales en violentas coyunturas gubernamentales que les destrozan solo puede llegar a ser salvada mediante la acción poética. El montaje de la exposición resalta los tratamientos del espacio y del tiempo en la obra de Gustavo Zalamea. Reveses, inclinaciones, giros, diagonales (“El reverso del decorado”) ofrecen nuevas vistas de los trabajos expuestos, enriqueciendo, gracias a una cuidada disposición externa, su multiplicidad geométrica interna.
A lo largo de diversas ramificaciones, residuos y reflejos en la materialidad de La Casita, emerge entonces una nueva vida de las obras (la Vita Nuova dantesca), que ofrece un nuevo tiempo externo, donde se entrelazan los incesantes diálogos pasado-presente y los registros del tiempo interno devorador de todas las cosas, plasmados por el artista. La entrada a la exposición nos enfrenta de lleno con el revés: sin acceder aún al recto del imponente tetráptico El Combate (1998) –con San Jorge y el Dragón, de Carpaccio, y La balsa de la medusa, de Géricault– nos enfrentamos a su verso, e intuimos por transparencias sus potentes trazos al óleo y lápiz, donde un bravío mar negro tiende a engullir el Congreso, convertido en reflejo del naufragio del Titanic.
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Es de resaltar cómo el montaje es particularmente sensible a aquello que usualmente no vemos (inmersión en “nuestros ojos ciegos” según Tarkovski), es decir, a la emergencia de los procesos de creatividad, siempre borrosos y sinuosos (inmersión en una “perspectiva invertida” según Florenski). El caminar por el lugar ofrece constantes sorpresas, nuevos puntos de vista, magníficas iluminaciones, inesperadas asociaciones. La vida misma de las obras se potencia gracias a la vida del lugar material donde se exponen. El segundo espacio de la exposición es igualmente fascinante, organizado en un vaivén anticronológico entre diversos temas de Zalamea (mujeres, sueños, vinilos políticos, piezas escultóricas).
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