“Hacer un libro para niños es todo menos sencillo”: Marcela Escovar
La creadora del proyecto de promoción de lectura Picnic de Palabras, Marcela Escovar, lanzó su primera colección de literatura infantil, “Arribabajo”, en compañía del colectivo Corocoro. Los cuatro libros que componen la colección están pensados para llegar a la ruralidad colombiana y como semillas de bibliotecas en casa.
Andrea Jaramillo Caro
¿De dónde salió la colección “Arribabajo”?
Nació de pensar en una forma de extender la experiencia de Picnic de Palabras. Esta es una experiencia de lectura en lugares no convencionales, donde ponemos libros de literatura infantil para compartir con familias en plazas o parques. Arrancámos en el parque Alcalá, y desde ahí surgió la pregunta: ¿qué pasaría si hacemos una colección? Primero pensamos en un libro, y esta idea ha estado en desarrollo desde hace seis años. En 2021, en alianza con Picnic, trabajamos con la Fundación Gratitud y fuimos a Soacha. Hubo un niño que se enamoró perdidamente de un libro y no lo pidió como regalo, sino que se ofreció a comprarlo. Fue muy poderosa la experiencia de ver cómo el niño escogió al libro y el libro lo escogió a él. En ese momento salió la idea de la colección.
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¿En qué consiste la colección?
La primera idea fue hacer un libro para niños, para los que es difícil acceder a esos que tenemos en Picnic, y podérselos entregar, pero con un valor agregado. Porque la idea no es regalar, sino hacer un ejercicio de preguntarles cuánto tiempo te tomó estar aquí, desde que saliste de tu casa hasta que hicimos un taller de lectura, y que te digan una hora, dos horas, tres horas, y son por esas horas que les vamos a dar los libros, entonces aquí nada se regala. Todo el tiempo estamos haciendo un intercambio. Con el niño de Soacha lo que pasó fue que al final le di el libro, porque él a mí me dio también una información, que fue mostrarme que él estaba dispuesto a pagar por ese libro, y esa experiencia puntual es la que termina como decantando lo que va a ser este proyecto.
¿Cómo se inició el proceso de creación?
Hablé con un amigo que se llama Dipacho, que es un autor de libros para niños, y le comenté la idea de hacer libros de excelentísima calidad y que salgan a buen costo para poderlos poner en la ruralidad. Él fue quien sugirió ir más allá de un solo libro y volverlo una colección. Él es parte de un colectivo llamado Corocoro, y ahí trabaja, desde 2020, con otros tres autores de libros para niños, que son Gastón Hauviller, que es argentino; Carlos Riaño, que es profesor de la Nacional, y Carlos Díaz Consuegra. Nos reunimos y les presenté el proyecto y empezamos a planear, a pensar en costos. Al principio nos cuestionamos qué pasaría si nos inventamos unos libros que sean en blanco y negro que inviten a los niños a quererlos intervenir, si les da, si les nace, porque además hay muchos libros muy divinos que parecen obras de arte y que son obras de arte, pero son todo menos para rayar. Pensamos en estos libros como una invitación a que los niños se apropien de ellos, los personalicen, se inventen historias...
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¿Qué fue lo más desafiante y lo más satisfactorio de todo este proceso?
Lo más desafiante fue pensar que esto es posible, pensar que una idea se puede volver realidad, creo que siempre va a ser lo más difícil, siempre va a ser para mí el mayor desafío. Y la mayor satisfacción fue cuando ellos me entregaron las versiones finales de los libros, no podía creerlo, fue demasiado emocionante ver cómo nos conectamos. Ver cómo algo que parecía tan simple, igual es un reto, hacer libros para niños es muy difícil y una de las consignas con ellos fue que los libros debían ser divertidos, que los niños quieran volver a leer, donde se sientan identificados y donde se sientan inspirados a contar sus propias historias, porque al final eso es lo que buscamos aquí, que sea un proyecto, no queremos ser un libro más, en una biblioteca más, sino que nos imaginamos este proyecto como semillas de bibliotecas en casa.
¿Cuál es la importancia de llevar la literatura infantil a la ruralidad?
Lo veo como un granito de arena que suma, porque en la ruralidad pasan cosas maravillosas también, está el niño que sabe ordeñar una vaca y uno no. Uno va a la ruralidad, y esos niños tienen mucha información de la cual uno es analfabeto, creo que también es claro y es importante señalar que no es que ellos no sepan leer, ellos tienen sus formas de leer, nosotros tenemos nuestras formas de leer, y lo que queremos es crear una conversación para que eso que para ellos es su vida cotidiana, también es para nosotros una historia, y para lo que a nosotros es nuestra vida cotidiana también puede ser una historia para ellos. En realidad, lo que esto busca es inspirar en ellos el deseo de contar sus historias, de que ellos tienen historias para contar, para compartir, y que ese compartir es un lugar de encuentro con la familia. Compartir un libro permite empezar a hablar de cosas que de pronto no hablaríamos espontáneamente.
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Para usted, ¿cuál es el valor de la literatura infantil?
Para mí es el alimento para el alma, desde dos lugares: desde las palabras y desde las imágenes. Las ilustraciones nos conectan con nuestro universo visual interior y nos ayudan a imaginar. Siento que la literatura infantil debería ser para todos, aunque diga infantil, porque apela de forma muy “sencilla”, porque hacer un libro para niños es todo menos sencillo, apela a lo esencial. Esto es fundamental para mí, porque hablamos de lo esencial, hay un libro llamado Ramón Preocupón, que habla de las preocupaciones, y es una nota porque es validarle la emoción al niño para darle herramientas para que se autogestione, sin que sea ese el mensaje. La literatura infantil es, para mí, el corazón de la literatura, si uno pudiera hacer como un universo, creo que la literatura infantil está en el centro y de ahí uno lo conecta con otros tipos de libros, porque siento que ahí empieza todo.
¿De dónde salió la colección “Arribabajo”?
Nació de pensar en una forma de extender la experiencia de Picnic de Palabras. Esta es una experiencia de lectura en lugares no convencionales, donde ponemos libros de literatura infantil para compartir con familias en plazas o parques. Arrancámos en el parque Alcalá, y desde ahí surgió la pregunta: ¿qué pasaría si hacemos una colección? Primero pensamos en un libro, y esta idea ha estado en desarrollo desde hace seis años. En 2021, en alianza con Picnic, trabajamos con la Fundación Gratitud y fuimos a Soacha. Hubo un niño que se enamoró perdidamente de un libro y no lo pidió como regalo, sino que se ofreció a comprarlo. Fue muy poderosa la experiencia de ver cómo el niño escogió al libro y el libro lo escogió a él. En ese momento salió la idea de la colección.
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¿En qué consiste la colección?
La primera idea fue hacer un libro para niños, para los que es difícil acceder a esos que tenemos en Picnic, y podérselos entregar, pero con un valor agregado. Porque la idea no es regalar, sino hacer un ejercicio de preguntarles cuánto tiempo te tomó estar aquí, desde que saliste de tu casa hasta que hicimos un taller de lectura, y que te digan una hora, dos horas, tres horas, y son por esas horas que les vamos a dar los libros, entonces aquí nada se regala. Todo el tiempo estamos haciendo un intercambio. Con el niño de Soacha lo que pasó fue que al final le di el libro, porque él a mí me dio también una información, que fue mostrarme que él estaba dispuesto a pagar por ese libro, y esa experiencia puntual es la que termina como decantando lo que va a ser este proyecto.
¿Cómo se inició el proceso de creación?
Hablé con un amigo que se llama Dipacho, que es un autor de libros para niños, y le comenté la idea de hacer libros de excelentísima calidad y que salgan a buen costo para poderlos poner en la ruralidad. Él fue quien sugirió ir más allá de un solo libro y volverlo una colección. Él es parte de un colectivo llamado Corocoro, y ahí trabaja, desde 2020, con otros tres autores de libros para niños, que son Gastón Hauviller, que es argentino; Carlos Riaño, que es profesor de la Nacional, y Carlos Díaz Consuegra. Nos reunimos y les presenté el proyecto y empezamos a planear, a pensar en costos. Al principio nos cuestionamos qué pasaría si nos inventamos unos libros que sean en blanco y negro que inviten a los niños a quererlos intervenir, si les da, si les nace, porque además hay muchos libros muy divinos que parecen obras de arte y que son obras de arte, pero son todo menos para rayar. Pensamos en estos libros como una invitación a que los niños se apropien de ellos, los personalicen, se inventen historias...
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¿Qué fue lo más desafiante y lo más satisfactorio de todo este proceso?
Lo más desafiante fue pensar que esto es posible, pensar que una idea se puede volver realidad, creo que siempre va a ser lo más difícil, siempre va a ser para mí el mayor desafío. Y la mayor satisfacción fue cuando ellos me entregaron las versiones finales de los libros, no podía creerlo, fue demasiado emocionante ver cómo nos conectamos. Ver cómo algo que parecía tan simple, igual es un reto, hacer libros para niños es muy difícil y una de las consignas con ellos fue que los libros debían ser divertidos, que los niños quieran volver a leer, donde se sientan identificados y donde se sientan inspirados a contar sus propias historias, porque al final eso es lo que buscamos aquí, que sea un proyecto, no queremos ser un libro más, en una biblioteca más, sino que nos imaginamos este proyecto como semillas de bibliotecas en casa.
¿Cuál es la importancia de llevar la literatura infantil a la ruralidad?
Lo veo como un granito de arena que suma, porque en la ruralidad pasan cosas maravillosas también, está el niño que sabe ordeñar una vaca y uno no. Uno va a la ruralidad, y esos niños tienen mucha información de la cual uno es analfabeto, creo que también es claro y es importante señalar que no es que ellos no sepan leer, ellos tienen sus formas de leer, nosotros tenemos nuestras formas de leer, y lo que queremos es crear una conversación para que eso que para ellos es su vida cotidiana, también es para nosotros una historia, y para lo que a nosotros es nuestra vida cotidiana también puede ser una historia para ellos. En realidad, lo que esto busca es inspirar en ellos el deseo de contar sus historias, de que ellos tienen historias para contar, para compartir, y que ese compartir es un lugar de encuentro con la familia. Compartir un libro permite empezar a hablar de cosas que de pronto no hablaríamos espontáneamente.
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Para usted, ¿cuál es el valor de la literatura infantil?
Para mí es el alimento para el alma, desde dos lugares: desde las palabras y desde las imágenes. Las ilustraciones nos conectan con nuestro universo visual interior y nos ayudan a imaginar. Siento que la literatura infantil debería ser para todos, aunque diga infantil, porque apela de forma muy “sencilla”, porque hacer un libro para niños es todo menos sencillo, apela a lo esencial. Esto es fundamental para mí, porque hablamos de lo esencial, hay un libro llamado Ramón Preocupón, que habla de las preocupaciones, y es una nota porque es validarle la emoción al niño para darle herramientas para que se autogestione, sin que sea ese el mensaje. La literatura infantil es, para mí, el corazón de la literatura, si uno pudiera hacer como un universo, creo que la literatura infantil está en el centro y de ahí uno lo conecta con otros tipos de libros, porque siento que ahí empieza todo.