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En medio del claustro de la Merced, en el centro histórico de Cartagena, reposan las cenizas de Gabriel García Márquez y quien fue su esposa Mercedes Barcha. Allí, en el lugar donde cursó por algunos meses el programa de derecho, se erige un busto con el rostro del escritor. En este espacio de la Universidad de Cartagena, con sus arcos blancos y paredes amarillas que contrastan con el cielo, vigilado por una gata gris llamada Úrsula, fue donde vine a dar con otro escritor y periodista: Martín Caparrós. “Mi relación personal con García Márquez fue muy escasa, tuvo más que ver con su Fundación, que considero un gran aporte al periodismo en Latinoamérica”, aseguró el argentino, jurado de los Premios Gabo, en el marco del conversatorio “Contar la vida en América Latina: confesiones de un cronista”.
Aún hoy, tantos años después de leerlo por primera vez, su libro favorito de García Márquez es Relato de un náufrago, una obra que lo tomó por sorpresa debido a las grandes diferencias que tiene con respecto a Cien años de soledad. Los libros lo han acompañado toda su vida, de ellos ha nacido la pulsión de escribir: “Lo básico ha sido leer. Pretender escribir sin leer es como querer tocar la guitarra sin saber las notas. Leer le da estructura al pensamiento. A mí me regalaron libros desde muy chiquito y, sin duda, eso formó mi idea del mundo. Yo pienso en palabras, lastimosamente, cuando mencionan algo no se me vienen imágenes a la mente, lo hacen las palabras”, afirmó. Y aunque él mismo no es poeta, la poesía le parece decisiva, “entre otras cosas porque cuando escribo prosa trabajo con las unidades métricas del castellano, es muy probable que el texto suene mucho mejor así”.
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Los libros como origen de una carrera dedicada a las letras y también como salvavidas. “Ante el horror de la vida, la belleza del lenguaje”, oí alguna vez. De hecho fue la novela A la conquista de un imperio la que le hizo omitir un accidente de auto. Al estar inmerso en las páginas de Emilio Salgari, no notó lo sucedido hasta que la obra salió disparada por el hueco que antes ocupaba el parabrisas. “Si la lectura me salvó de vivir ese drama, debe servir para algo”, cuenta entre risas. En su concepto, el periodismo y la literatura van inevitablemente de la mano. “El buen periodismo es literatura tanto como una mala novela no lo es”, asegura. “No me tomo distinto la escritura de uno o de otro, no es que cuando voy a escribir literatura me convierto en un intelectual”, dice mientras levanta el mentón y se acomoda el bigote, posando como si reflexionara inmiscuido en la seriedad total.
Caparrós ha transitado por Latinoamérica y el mundo para contar las historias de su gente. Vagabundear y tomar buses sin saber su destino, para conocer evitando las predisposiciones. Hacerse con una cámara pequeña, para llegar a donde los grandes equipos no podían. Dejar de reconocerse primero como argentino y luego como latinoamericano. “No tenía conciencia latinoamericana, la empecé a tener cuando empecé a recorrerla para narrarla. Creo que hasta hace poco empecé a integrar la idea de ser latinoamericano, empecé a conocer, a armar redes”, afirma el autor de Ñamérica, en la que se explora la enigmática identidad de este subcontinente. Con “ñ”, porque su búsqueda excluye a Brasil, el único país que no se vale de esa letra. “Alguna vez estábamos con periodistas de siete u ocho países diferentes de América Latina y empezaron a hablar de algo que todos conocían: el Chavo del Ocho. Me impresionó que fuera algo común, que podían hablar de lo mismo, de cómo sus infancias estuvieron marcadas por este personaje. Y dije: ¿será que sí existe algo así como ‘América Latina’”?
¿Por qué es tan difícil la integración latinoamericana?
Yo creo que Europa tiene esa comunidad básicamente por miedo, es el resultado de la guerra más espantosa que hubo en la historia de la humanidad, pero aún así es un milagro subestimado. Nosotros nunca nos peleamos. Empezamos relativamente unidos por el reino español, con una misma cultura, mismas formas económicas y sociales. Luego cada país quiso establecer diferencias, para construir nacionalidades. Y, lamentablemente, creo que aún estamos construyendo esa identidad diferenciada. No estamos lo suficientemente seguros de lo que somos para encontrar una forma de reunirnos.
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Si nos une como Latinoamérica la figura del Chavo, ¿podría hacer lo mismo el fútbol?
Más o menos. Hay cierta idea de lo que sería el fútbol latinoamericano, pero que está cada vez más devaluada porque el fútbol de estos países está cada vez peor, porque lo que sí tenemos en común es que nos hemos convertido en exportadores de carne de futbolista, una materia prima que mandamos a que se consuma en otros lugares. Es lo mismo que hacemos en general con las economías. Pero además hay un síntoma que me parece clave sobre este asunto, que en nuestros países, donde mucha gente está al tanto de lo que pasa en las ligas europeas, no sabe lo que pasa en el país de al lado. En Argentina nadie sabe cómo va el campeonato chileno y estamos muy al tanto de cómo va el español. Entonces hay una desconexión muy fuerte.
Por la muerte de la reina Isabel, un hecho que usted cuestionó desde el punto de vista de celebrar su vida pese a todo lo que hay detrás de su reinado, se volvió a poner sobre la mesa el tema de la vigencia de la monarquía. ¿Qué piensa usted de ese sistema de gobierno y cómo se puede hablar de este frente a la democracia?
A mí me sorprende mucho que países que están entre los más “modernos” del mundo sigan sosteniendo la idea de la monarquía democrática. La monarquía es la negación de la democracia. Esta última tiene como base la igualdad de todos ante la ley, que no tiene que haber privilegios de cuna. En la monarquía en cambio es así, luego es la negación de la idea base de la igualdad democrática, pero siguen estando ahí y se dice que son símbolos que necesitan sus países para mantener una idea de unidad y de sí mismos, lo cual convierte esos países en tribus muy primitivas. Los símbolos han avanzado a lo largo del tiempo en pro de la abstracción... banderas, escudos, entre otros. Y lo que más me sorprende, en este caso, es que los grandes medios se dedicaron a contar todos los detalles del funeral sin hacer el menos análisis del imperio británico que la reina simbolizaba.
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Algunos escritores, como Javier Marías, han cuestionado los premios en la literatura. ¿Qué opina usted de ellos?
¿De ganarlos? No sé, no me interesa mucho. Ser jurado es otra cosa, pues te permite ver el estado de la cuestión, quién está escribiendo, sobre qué se está escribiendo.
Hablemos sobre cómo los activismos influencian lo que se escribe hoy tanto en periodismo como en literatura...
Sí influye. La muestra más clara de eso es que en este momento hay una nueva generación de escritoras latinoamericanas que, sin duda, muchas de ellas tienen mucho mérito, pero que probablemente no habrían alcanzado esa presencia pública como grupo si no fuera porque estamos en un momento en el que el movimiento feminista tiene mucha fuerza. Así como en los 60, en una época de mucha insurrección política, se armó esta idea del boom, que era la traducción literaria de ese momento político, la creación de sociedades distintas y todo eso, ahora se da algo semejante con nuestra traducción literaria del movimiento feminista. Y en prensa pasa lo mismo, los dos o tres temas que están más activos políticamente, como el feminismo y el medio ambiente, ocupan lugares en las páginas e influyen en lo que se busca y lo que se cuenta.
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