“He tratado de expandir mi visión del Caribe”: Felipe Núñez Mestre
El escritor colombiano, quien recientemente ganó el premio Casa de las Américas de La Habana, con su compendio de cuentos “Todos Somos Islas”, será uno de los invitados en la primera feria del libro en Valledupar, que se hará en junio.
Alberto González Martínez
De toda la conversación, lo que más me timbró fue cuando Felipe dijo que el capitalismo nació en el Caribe. Lo detuve y le dije que ahondara en su hipótesis. Citó un libro llamado “La hidra de la revolución” y lo explicó diciendo que somos la primera fábrica del mundo, por ser el primer lugar donde llegaron los europeos. La cuestión ya tenía más sentido.
Acaba de ganar, con su primer libro de cuentos “Todos Somos Islas”, el premio de Casa de las Américas de La Habana. “Son historias que se adentran en zonas tenebrosas de la realidad latinoamericana, con eficacia narrativa, intensidad y ritmo, personajes muy bien perfilados psicológicamente y lenguaje de amplio registro que no evade lo coloquial popular”, dice el acta redactada por los jurados.
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Es abogado de una universidad militar y está a punto de graduarse de una maestría en periodismo de la Universidad de los Andes, después de dejar varios posgrados. Una actitud algo “rebelde”, palabra con la que definió la literatura de los más grandes artistas de su ciudad natal.
Es de Valledupar y ahora vive en Bogotá. Antes pasó por ciudades del Caribe colombiano y por Buenos Aires. A los veinte años escribió su primer cuento serio, “Abrakadaber”, premiado por la Fundación La Cueva y ahora, que define su obra como un collage de los lugares donde ha estado, habla con El Espectador de las cosas que le importan.
¿Su obra se sitúa en algún género o cómo la califica?
Me gusta mucho el género negro. Me adhiero a la literatura caribeña como tradición, por esta cuestión de la exageración y ese roce entre lo real maravilloso. Son cuentos que causan terror, pero por ciertos niveles de violencia porque son personajes marginados. “Por quien doblan las campanas” abre con un epígrafe del poeta John Donne, que dice, “nadie es una isla en sí mismo”, a partir de ahí me interesaba una reflexión sobre la soledad. Uno podría pensar que estar solo es decisión, pero siento que en algunos casos la realidad impone la soledad a los individuos y cuando estás solo, pierdes capacidad de agremiación. Por eso quise que los personajes vieran obligados al robo, al delito.
¿En qué lugar se desarrollan estos cuentos?
Nací en Valledupar, viví en Barranquilla, en Montería, en Bogotá y en Buenos Aires, entonces la ciudad en donde ocurren todos los cuentos es una ciudad que no tiene nombre. Lo que hice fue un collage de las ciudades que me importan. Era importante que ese lugar tuviera al mar Caribe, que hubiera un zoológico y que hubiera algo transversal a todos los cuentos, que es un cementerio de barcos. Es una ciudad metafórica.
¿Qué similitudes encuentra entre el Caribe colombiano y el antillano?
En la oralidad, la fantasía, el carnaval, la preocupación por el mar, que es una preocupación por el origen, la imposición del idioma imperial, la fragmentación del diálogo, que tengamos con los poetas antillanos más es común que con los poetas de otros sitios.
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¿Qué importancia tiene el Grupo de Barranquilla en todo el Caribe?
Siento que su importancia es compartida y demasiada amplia. Son importantes ellos, pero también los poetas de Martinica, Césaire me parece uno de los poetas más importantes del continente, como también Frantz Fanon, Derek Walcott, la obra caribeña de Saint-John Perse, Jamaica Kincaid, que es de Antigua y Barbuda. Cuando uno refiere a la importancia de ciertos grupos, parece que lo otro no fuera importante. Y en el Caribe Colombiano está Candelario Obeso y García Márquez, que me parece un gran escritor, pero es solo una mirada. Lo que siempre he tratado de hacer es expandir mi visión del Caribe.
El cineasta siempre busca pasar del corto al largo, en la literatura no siempre se pasa del cuento a la novela ¿en su caso la busca?
Creo que soy narrador. He hecho periodismo, cuento y atisbos de novela. En estos momentos estoy escribiendo una mucho más consciente porque tuve un fracaso de novela en la pandemia. Entonces no los veo tan distintos, como género lo son, pero no me parece que una sea la consumación de la otra, porque uno podría pensar en cuentistas fabulosos como Borges, que no necesitó hacer ese tránsito. No me parece una cosa consecuencia de la otra. Me interesan también el ensayo, me interesan los géneros narrativos. Por eso estoy elaborando una novela, pero no porque lo vea como el siguiente paso.
Nació en Valledupar, ¿cómo ve la cultura en esa ciudad?
Creemos en Valledupar que el vallenato es el ombligo del mundo. El vallenato es hegemónico y eso es lo que permite que existamos personas que militamos la cultura desde lugares no hegemónicos. Creo que nuestra cultura es rebelde, a pesar de todo. Nuestros grandes exponentes en la literatura, la pintura son rebeldes. Si ves a Diana López, a Loncho (Alonso Sánchez Baute) y Celso Castro son obras rebeldes. No sabes si te están insultando o te están condenando o retando a ver las cosas desde otra perspectiva.
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De toda la conversación, lo que más me timbró fue cuando Felipe dijo que el capitalismo nació en el Caribe. Lo detuve y le dije que ahondara en su hipótesis. Citó un libro llamado “La hidra de la revolución” y lo explicó diciendo que somos la primera fábrica del mundo, por ser el primer lugar donde llegaron los europeos. La cuestión ya tenía más sentido.
Acaba de ganar, con su primer libro de cuentos “Todos Somos Islas”, el premio de Casa de las Américas de La Habana. “Son historias que se adentran en zonas tenebrosas de la realidad latinoamericana, con eficacia narrativa, intensidad y ritmo, personajes muy bien perfilados psicológicamente y lenguaje de amplio registro que no evade lo coloquial popular”, dice el acta redactada por los jurados.
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Es abogado de una universidad militar y está a punto de graduarse de una maestría en periodismo de la Universidad de los Andes, después de dejar varios posgrados. Una actitud algo “rebelde”, palabra con la que definió la literatura de los más grandes artistas de su ciudad natal.
Es de Valledupar y ahora vive en Bogotá. Antes pasó por ciudades del Caribe colombiano y por Buenos Aires. A los veinte años escribió su primer cuento serio, “Abrakadaber”, premiado por la Fundación La Cueva y ahora, que define su obra como un collage de los lugares donde ha estado, habla con El Espectador de las cosas que le importan.
¿Su obra se sitúa en algún género o cómo la califica?
Me gusta mucho el género negro. Me adhiero a la literatura caribeña como tradición, por esta cuestión de la exageración y ese roce entre lo real maravilloso. Son cuentos que causan terror, pero por ciertos niveles de violencia porque son personajes marginados. “Por quien doblan las campanas” abre con un epígrafe del poeta John Donne, que dice, “nadie es una isla en sí mismo”, a partir de ahí me interesaba una reflexión sobre la soledad. Uno podría pensar que estar solo es decisión, pero siento que en algunos casos la realidad impone la soledad a los individuos y cuando estás solo, pierdes capacidad de agremiación. Por eso quise que los personajes vieran obligados al robo, al delito.
¿En qué lugar se desarrollan estos cuentos?
Nací en Valledupar, viví en Barranquilla, en Montería, en Bogotá y en Buenos Aires, entonces la ciudad en donde ocurren todos los cuentos es una ciudad que no tiene nombre. Lo que hice fue un collage de las ciudades que me importan. Era importante que ese lugar tuviera al mar Caribe, que hubiera un zoológico y que hubiera algo transversal a todos los cuentos, que es un cementerio de barcos. Es una ciudad metafórica.
¿Qué similitudes encuentra entre el Caribe colombiano y el antillano?
En la oralidad, la fantasía, el carnaval, la preocupación por el mar, que es una preocupación por el origen, la imposición del idioma imperial, la fragmentación del diálogo, que tengamos con los poetas antillanos más es común que con los poetas de otros sitios.
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¿Qué importancia tiene el Grupo de Barranquilla en todo el Caribe?
Siento que su importancia es compartida y demasiada amplia. Son importantes ellos, pero también los poetas de Martinica, Césaire me parece uno de los poetas más importantes del continente, como también Frantz Fanon, Derek Walcott, la obra caribeña de Saint-John Perse, Jamaica Kincaid, que es de Antigua y Barbuda. Cuando uno refiere a la importancia de ciertos grupos, parece que lo otro no fuera importante. Y en el Caribe Colombiano está Candelario Obeso y García Márquez, que me parece un gran escritor, pero es solo una mirada. Lo que siempre he tratado de hacer es expandir mi visión del Caribe.
El cineasta siempre busca pasar del corto al largo, en la literatura no siempre se pasa del cuento a la novela ¿en su caso la busca?
Creo que soy narrador. He hecho periodismo, cuento y atisbos de novela. En estos momentos estoy escribiendo una mucho más consciente porque tuve un fracaso de novela en la pandemia. Entonces no los veo tan distintos, como género lo son, pero no me parece que una sea la consumación de la otra, porque uno podría pensar en cuentistas fabulosos como Borges, que no necesitó hacer ese tránsito. No me parece una cosa consecuencia de la otra. Me interesan también el ensayo, me interesan los géneros narrativos. Por eso estoy elaborando una novela, pero no porque lo vea como el siguiente paso.
Nació en Valledupar, ¿cómo ve la cultura en esa ciudad?
Creemos en Valledupar que el vallenato es el ombligo del mundo. El vallenato es hegemónico y eso es lo que permite que existamos personas que militamos la cultura desde lugares no hegemónicos. Creo que nuestra cultura es rebelde, a pesar de todo. Nuestros grandes exponentes en la literatura, la pintura son rebeldes. Si ves a Diana López, a Loncho (Alonso Sánchez Baute) y Celso Castro son obras rebeldes. No sabes si te están insultando o te están condenando o retando a ver las cosas desde otra perspectiva.
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