La escritora Hebe Uhart, una de las cuentistas más importantes de Argentina, según algunos críticos literarios. / Cortesía Cámara Colombiana del Libro
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Hebe Uhart es una escritora sui géneris. Prefiere hablar de los animales y no del reconocimiento. Le preguntan qué significa para ella que Rodolfo Fogwill, renombrado escritor argentino, haya dicho que “Uhart es la mayor cuentista argentina contemporánea”. “Nada”, responde. Que nunca ha escrito pensando “tengo que escribir un cuento hermoso”. Que escribe sin pensar en los amigos. Para los amigos, mejor, los asados que hace en la parrilla de su edificio.
Fue por esa reserva que en la mayoría de sus 50 años como escritora se habló poco de ella. En Argentina fue durante mucho tiempo una referencia oculta, un gusto secreto para círculos cerrados de lectores. Ahora es una figura obligada para hablar de la literatura en ese país. En Colombia apenas la estamos descubriendo.
“¿Y qué significa la escritura para usted?”, vuelven a preguntar. Ella la compara con un matrimonio de medio siglo que simplemente hace parte de su vida, que a veces le da placer y otras problemas. “Es una especie de rara artesanía”, concluye.
Uhart prefiere los pueblos chicos porque son más abarcables. Prefiere viajar. Y allá, en cualquier zona rural que haya decidido investigar, graba el habla local que se ha ido perdiendo por la urbanización y la escolarización. Luego escribe un cuento o una crónica para constatar esa forma de expresión, sin dejar de crear su propio lenguaje literario.
Por esas inmersiones como escritora desarrolló un poder lingüístico, un oído privilegiado. El escritor Elvio Gandolfo opina sobre Uhart que su modo de mirar produce un modo de decir. Ese estilo es hablar de lo más normal como si fuera extraño, de los detalles, la vida doméstica y de personajes comunes que viven cosas trascendentes. Es una narradora que parece ver todo por primera vez y, por medio de sus letras, nos hace sorprender como si también fuésemos extraños en este mundo.
Hace años tocó este tema con el cuento Memorias de un pigmeo. Cuenta, en primera persona, el mundo que desconoce. ¿Cómo diríamos “televisor” si nunca hubiéramos visto uno? Tal vez creando significados a partir de esa mirada del aborigen que llega a la ciudad.
Historias mínimas
¿Cuáles son las historias mínimas de su propia vida? Que alguna vez escapó por amor. Que si un escritor quiere hablar del amor tiene que buscar ese detalle concreto, como enamorarse de alguien porque toca el piano con dos dedos, “qué sé yo”. Que la literatura no son los grandes temas, como el amor, la muerte y la libertad, sino los detalles. “Hay que escribir sobre imágenes, no sobre ideas”.
Enciende un cigarro y a su alrededor habrá algún rastro de los gatos que fueron y de los hijos que no. En su casa de infancia no había libros, pero estaban las historias que le contaba su mamá. En esta los hay por mil. Textos de Simone Weile, Juan José Morosoli, Erskine Caldwell, Saki, Chéjov, Rubem Braga, Alicia Steimberg, Isidoro Blaisten… Dice que prefiere a Felisberto Hernández que a Jorge Luis Borges, porque prefiere la intimidad a la lucidez.
Hebe Uhart escribe como un ejercicio de depuración para quedarse con la frase que más comunica: “ahora vivo sola y me parece que no quiero novio, pero tal vez las ganas sean una costumbre como cualquier otra”, afirma en Querida mamá, una misiva para confesar, para que el personaje adquiera conocimiento de sí mismo.
Para la creación de sus personajes Uhart no parte de una idea abstracta, sino de un ser concreto, de una imagen, de unos gestos y contexto. Por eso es necesario que el escritor sea un “mirón”. También ha dicho que “un chismoso es un escritor sin pulir”.
Su mundo es pequeño y en él habitan personajes particulares: “limpiaba con los labios metidos hacia dentro, en un gesto que deformaba su boca, como si ésta, en vez de ser un medio de comunicación hacia afuera, le mandara mensajes internos a su cabeza”, como describe en Mudanzas.
Sus personajes no están idealizados, sino que nos decepcionan, como las personas de carne y hueso. No hay concesiones. Por ejemplo, en Cosas que pegan, cosas que no pegan la escritora suplanta la voz de una mujer superficial: “Y no, no nací para pobre. ¿Y qué? Preguntale si les gusta a los pobres esperar un colectivo cagados de frío”. Luego irá encontrando su profundidad, sentido, lógica.
En Guiando la hiedra seguimos la rutina de una mujer acomodando sus plantas, plantas que son la metáfora de la vida: “algunas personas, con una base mezquina, adquieren unas frondosidades que impiden ver su real tamaño”. Es un análisis del personaje en ese paseo por el jardín: “antes mis pensamientos me enamoraban; yo quería lo que pensaba; ahora pienso lo que quiero”. Luego nos provoca: “desestimo totalmente los argumentos ecologistas; si el planeta se destruye dentro de doscientos años, me gustaría resucitar para ver el espectáculo”. Eso es Hebe Uhart: una provocadora que nos hace mirar dos veces lo que pensábamos que ya conocíamos, como el jardín, la casa o el “pigmeo” que acaba de llegar a la ciudad.
Por Juliana Muñoz Toro
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