Héctor Abad Faciolince: "La literatura produce un efecto benéfico, estético y sanador"
"Una bolita plateada" es el primer cuento infantil que publica el escritor antioqueño. En el libro se narra la historia de un objeto mágico que una abuela le muestra a su nieta: la bolita plateada con la que Abad Faciolince se permitió “una fuga hacia el lado más irracional de la existencia". Entrevista sobre el libro, la esperanza, el escepticismo, la escritura y la forma en la que estos conceptos se cruzan con el presente.
Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
Hay quienes dicen que la vida es una serie de milagros. Que más allá de lo que pueda explicar, demostrar o comprobar la ciencia, hay un “no sé qué” que además de paz, da resultados. Hay otros que, en cambio, solo se fían de lo que les dice la razón. Los escépticos a los que la magia no les convence, deben convivir con los de la fe ciega o los sueños ilimitados. En ese cruce de creencias y operaciones matemáticas se pasa la vida. En ese cruce también hay puntos medios: los que leen artículos científicos y siguen las instrucciones de los expertos, pero que de vez en cuando acuden al ritual, y se escapan del realismo para flotar en la posibilidad de que sí haya una pisquita de magia que ayude a cargar la existencia.
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Hay quienes dicen que la vida es una serie de milagros. Que más allá de lo que pueda explicar, demostrar o comprobar la ciencia, hay un “no sé qué” que además de paz, da resultados. Hay otros que, en cambio, solo se fían de lo que les dice la razón. Los escépticos a los que la magia no les convence, deben convivir con los de la fe ciega o los sueños ilimitados. En ese cruce de creencias y operaciones matemáticas se pasa la vida. En ese cruce también hay puntos medios: los que leen artículos científicos y siguen las instrucciones de los expertos, pero que de vez en cuando acuden al ritual, y se escapan del realismo para flotar en la posibilidad de que sí haya una pisquita de magia que ayude a cargar la existencia.
Podría decirse que Héctor Abad Faciolince se ubica en ese punto medio. Sus decisiones se deben a la razón, a la suya y a la de los expertos sobre lo que se deba decidir. Sin embargo, en 2018 publicó un libro infantil llamado “Una bolita plateada”, en el que se permitió “una fuga hacia el lado más irracional de la existencia y a una cierta aceptación de que hay cosas que la razón no sabe bien por qué ocurren, pero tienen un efecto real".
Este libro cuenta la historia de la abuela Cilia y su nieta Ce. La primera, que era una niña de siete años, pasaba mucho tiempo con su abuela, que ya había cumplido 77. Después de muchos ratos entre libros, juegos, recetas y siestas, llegaron a un tema que comenzó a colarse entre la imaginación y el inconsciente de la niña: una bolita plateada que su abuela tenía. Una bolita que, por ejemplo, no había dejado que cuando la abuela era una niña igual a Ce, llorara por la ausencia de su padre. Una bolita que en su interior, supuestamente, guardaba un tesoro, pero que ella jamás había visto. Una bolita que siempre la acompañó, sobre todo en los momentos difíciles. Una bolita misteriosa que, con el pasar de los años, permaneció intacta.
Con ayuda de las ilustraciones de Johana Bojanini, el libro de Abad Faciolince se parte en dos: por medio de los colores, la realidad deja de ser el foco. Se le da paso a la superstición, la magia y el misterio.
En “Una bolita plateada” hay un montón de pasado. Una historia desconocida para la niña que la intriga, la emociona y que no la deja ni dormir. Hay también preguntas sobre la fe, la esperanza y la confianza. En este libro, que fue escrito para niños, también hay preguntas que podrían confundir a los adultos…
¿De dónde salió esta historia?
Yo tengo muy poca imaginación. En todas mis historias hay un origen biográfico o de la experiencia. Mi mamá es huérfana. Tiene 95 años y una cajita metálica que, desde siempre, a mí me fascinó. Una cajita con llave donde ella guarda muchos recuerdos y entre esos está una bolita plateada que antes de que su papá muriera en un accidente, se la estaba haciendo con papelitos de confites, los que se ven metálicos. Ella, cuando yo era un niño, me decía que ahí había un tesoro, pero que nunca lo había abierto. Cuando el libro se publicó, varias personas, sobre todo mayores, me dijeron que esa tradición existía en sus hogares.
Este es su primer libro de literatura infantil…
Este cuento lo escribí hace más de diez años. Lo había mandado a una editorial y ahí me dijeron que le cambiara el punto de vista. Me sugirieron eso. A mí, francamente, me dio pereza. Es que cuando a uno le dicen que cambie el punto de vista, es igual a que le digan que el libro está malo, entonces me dije: "Bueno, debe estar malo", y lo guardé. Después pasó mucho tiempo y los amigos de Mesa Estándar me dijeron que querían ampliar un poco los temas que generalmente publican: diseño, fotografía, arquitectura. Que querían meterse con una colección infantil. Yo les dije que tenía un cuento y ellos lo publicaron.
¿Ha escrito más? ¿Cómo se siente con esta voz?
Dos cuentos infantiles más que están inéditos. Curiosamente no los escribí cuando mis hijos eran niños, que es cuando debí haberlos escrito. No me salían. Los escribí ahora que tengo más edad de abuelo que de padre. El único libro publicado es este. Me gusta mucho la literatura infantil, me gustan las fábulas, los cuentos tradicionales. Nunca lo había ensayado. Era una voz que no dominaba o que no domino, y que no estaba tan seguro de tener.
Lo que hay al interior de la bolita es un misterio. Hay una frase en el libro: “Es mejor no averiguar nunca lo que se encierra en el corazón de la bolita, y tampoco en el corazón de las personas”. Ce, la niña, no entendió la frase. Yo tampoco…
(Risas) Yo creo que hay dos actitudes ante la vida, que son también las actitudes que podrían tener personas distintas ante la bolita: hay gente que, definitivamente, quiere descubrir lo que hay adentro y no aguantaría. Desbarataría la bolita para mirar. Eso les podría producir una satisfacción porque encontrarían algo o una decepción porque no encontrarían nada. También está la actitud de Cilia, la de la abuela, y es la de nunca haber querido saber qué había ahí dentro. Esa es una actitud mágica: mientras la bolita no se abra, nunca habrá tocado fondo en su vida, en sus necesidades. Con el corazón de las personas también: hay gente a la que le gusta hurgar en los otros: saber hasta los últimos motivos y recovecos de la mente de los demás, y gente que más bien se limita a mirar los actos de las personas sin tratar de indagar en las motivaciones, en lo que hay detrás de cada acto. Se limitan a aceptar los hechos.
Y estas actitudes tienen que ver con la solemnidad con la que se manipula la bolita o se hacen los rituales. Con la forma en la que, para comprobar y asegurarse, hay algunos que hurgan sin descanso y otros que simplemente confían…
Sí, son actitudes ante la vida que tienen esa solemnidad que mencionas al, por ejemplo, sacar y guardar la bolita. Tiene que ver con ciertos rituales que son supersticiosos, pero que sin ellos a los seres humanos nos costaría mucho más darle valor a las cosas. Ese ritual concede cierto valor. Es como vestirse bien para cierta ocasión, como despedir a un muerto o como poner la mesa. Todos esos rituales no están desprovistos de sentido. Los seres humanos tenemos una mente un poco mágica por escépticos que seamos. Esos rituales nos ayudan a sobrellevar la vida.
Por estos días muchas personas se preguntan por la forma en la que nos narraremos una vez pase la crisis y los que estemos jóvenes ya seamos viejos. Pensé en esto por la forma en la que Cilia le contaba las historias de su pasado a Ce…
Las situaciones duras de la vida, a nivel individual o a nivel colectivo, generan muchas historias. Con lo que estamos pasando ahora me acordaba de la mamá de mi suegra, es decir, la abuela de mi esposa, que contaba que ella se había quedado huérfana muy joven porque en 1918 su madre se había muerto de lo que en Italia llamaron “La española”, la gripe española. También recuerdo que cuando era muy niño, mi papá hablaba de una epidemia de polio. Me contaba que él se había ido hasta Santo Domingo, un pueblo de Antioquia, a hacer una campaña con una vacuna que acababan de inventar en Estados Unidos y que él había sido el primero en ensayar en miles de personas en el mundo.
Y ahora nosotros seremos los que contaremos cómo logramos superar el momento difícil que marcó la historia…
Todo lo que estamos viviendo se va a convertir en historia y en relato. Eso es bonito. Una experiencia tan fuerte, que nos afecta tanto psicológicamente, que nos cambia tanto la forma de vida y nos deja una huella que no se borra, nos dejará muchos cuentos de cuando tuvimos que vivir encerrados. Tiene que ver con el momento en el que empezamos a percibir mejor la realidad y a dejar de ser niños. Cuando nos damos cuenta de que había mundo antes de nuestro nacimiento y de que va a haber mundo después de nuestra muerte. Es un universo que no podemos conocer por la experiencia, sino que hay que imaginárselo. Fuera de la bolita, es el tema fundamental de este cuento.
Cuando se comienza a hablar de la bolita plateada hay un cambio en el libro: las ilustraciones, que comienzan llenas de color, cambian a un fondo azul con trazos blancos que podrían narrar la mente de la niña envuelta entre magia y misterio…
Ese fue un gran acierto de Johana Bojanini, la ilustradora. Ella percibió así el cuento: cuando apareció la bolita la historia cambió y decidió manejarlo abandonando los colores. Del tono más realista empezó a hacer una ilustración más alucinada. Yo soy un escritor muy inconsciente. No me doy cuenta de cómo pasan las cosas en lo que escribo, pero la lectura que ella hace del cuento y el cambio de ilustración, además de la lectura que haces tú, me gustan mucho. Tienen que ver con el cambio entre el realismo a una cosa que es abstracta. Hay un sueño que yo he tenido muchas veces: una bola gigantesca que tiene algo de luna, algo de plata. Yo observo esa luna gigantesca durante el sueño y nunca entiendo qué es, entonces creo que ese sueño está reflejado en esa bolita, que tiene un origen realista con la que mi mamá tiene. Cuando yo presenté este libro le mandé a hacer a una joyera de aquí de Medellín, que se llama Cata Patiño, dos bolitas de plata con algo adentro, una para cada hijo mío. Se las entregué en el lanzamiento del libro como un objetivo mágico y un objeto real.
¿Cómo está enfrentando esta crisis? Su reflexión es racional o también se permite creer en la magia o la fe por algo o alguien superior…
Yo, precisamente por una disciplina y un control de mi mente, prefiero una respuesta basada en los expertos, en la ciencia, en lo que calculan los epidemiólogos basados en cálculos, curvas y matemáticas. Trato de leer los textos más científicos y más precisos que se puedan encontrar. Eso tiene que ver con la formación de mi papá que era salubrista, higienista, epidemiólogo y que daba la materia de bioestadística en la universidad. Para él, la cifras, la respuesta racional y científica, era la que podría salvar más vidas. Yo creo en eso y así vivo. Sin embargo, me lavo las manos casi ritualmente, le doy al lavado de manos una constancia que no tiene mucho que ver con lo que he tocado, sino que es un ritual que se repite. No creo y me produce casi una sonrisa que me asombra y me gusta, ver a mi mamá repitiendo una y otra vez la bendición del papa. Eso le da mucha alegría y mucha esperanza de vivir. A mí no, a mí me produce asombro. Yo no puedo creer que la bendición sirva para nada, pero al mismo tiempo a mi mamá le sirve. Ella está sola, aislada, no la podemos visitar. Aunque ella lee también noticias serias, le sirve más la bendición del papa que muchos artículos.
¿Y usted no tiene algo parecido?
Yo también tengo algo mágico que no es que me cure, pero me relaja: el trabajo. El trabajo que yo hago es con palabras: el trabajo de leer, que en realidad es una dicha, y el de tratar de escribir, que ahora me cuesta mucho. Ahora estoy traduciendo, entonces me dedico a encontrar las palabras precisas, y decirlas es algo de una tradición muy mágica, del conjuro de que las palabras tienen que ser exactas para que funcionen. Aunque no creo en eso como curación, sí sé que la literatura produce un efecto benéfico, estético y sanador en el sentido de alegría poética o satisfacción estética. Dentro de eso hay incluso consejos muy antiguos, como uno que encontré en el viejo diccionario de la lengua castellana de Covarrubias. Ahí, en la palabra peste, él da un montón de consejos y remedios absurdos. Después habla de los remedios espirituales (ruegos, procesiones, ejercicios para aplacar los enojos de dios), y luego llega a algo que finalmente me convence: "Y de los remedios corporales sea el primero estar con buen ánimo, sin temor ni miedo, porque al que más se pega este mal, es al medroso". Puede que no sea exactamente así, pero la gente que vive muerta de miedo, y algunos ahora tienen mucho miedo, terminan muy mal aconsejados.
¿Tiene miedo?
Yo me angustio bastante viendo las noticias, me entristezco por toda la gente que se muere o por todas las personas que están sufriendo económicamente al no poder trabajar, pero en cuanto a lo que hago por mí o lo que aconsejo que mis hijos hagan, es seguir los consejos de los que más saben del tema: científicos y médicos epidemiólogos.
Hay personas que dicen estar sorprendidas por su reacción ante la crisis. Que no entienden lo que pasa ni se entienden a ellos mismos. Usted dijo que, por ejemplo, escribió sus diarios para no enloquecer. También dijo que escribirlos le ayudó a entenderse. ¿Escribir nos ayudaría a todos ahora?
El arte, en general, tiene un gran poder (no me gusta la palabra, pero la voy a usar) terapéutico. He tenido la experiencia de observar cómo reaccionan ante situaciones muy duras de la vida las personas que tienen algún arte. Yo tenía el plan de escribir la biografía del pintor Fernando Botero. Hablé varias veces con él y también con una de sus esposas, la mamá de Pedrito, que se mató en un accidente cerca de Sevilla. La mamá, que es una señora admirable y muy querida, no tenía ningún recurso artístico y su única idea obsesiva era el suicidio. Botero, en cambio, se dedicó a pintar a Pedrito febrilmente durante años. José María Perea, un escritor español que estaba escribiendo una novela, contó en el prólogo de esa obra que se llama "Peñas arriba", que al final, en su manuscrito, hay una cruz roja y una fecha. Esa imagen separa totalmente su pasado de su presente. No sabe cómo terminó de escribir esa novela porque mientras lo hacía, su hijo, que se llamaba Juan Manuel, se suicidó. Pero terminó la novela.
De alguna manera con la música, la pintura y la escritura, algunos se ayudan a entenderse y llevar los momentos más difíciles de la vida. Para mí es el arte, pero a lo mejor otros encuentran soporte en las matemáticas o en ejercicios financieros. Lo digo porque no quisiera poner al arte por encima de todo.