Una escritora del siglo pasado: entre el poder y el recato
A partir de la republicación de las novelas “Del colegio al hogar” y “Paulina”, de la escritora Herminia Gómez Jaime de Abadía (1861), analizamos la ambigüedad de esta escritora de principios del siglo XX: una conservadora que se atrevió a escribir novelas y ensayos sobre asuntos políticos. Además, una reflexión sobre la forma en que narraba a las mujeres y los temas tutelares de sus novelas.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Ni siquiera había que conformarse: los interesados en que la idea del “poder oculto” se metiera lentamente entre las venas de la sociedad lo lograron. No era resignación, era una suerte de consciencia: el trabajo de las mujeres era el de acompañar, esperar, formar y callar, todo esto detrás de la figura visible del hombre y de la familia. Éramos poderosas, pero no podíamos contarlo. Nuestra influencia era casi que una manipulación silenciosa. Un disfraz de dulzura y prudencia.
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Ni siquiera había que conformarse: los interesados en que la idea del “poder oculto” se metiera lentamente entre las venas de la sociedad lo lograron. No era resignación, era una suerte de consciencia: el trabajo de las mujeres era el de acompañar, esperar, formar y callar, todo esto detrás de la figura visible del hombre y de la familia. Éramos poderosas, pero no podíamos contarlo. Nuestra influencia era casi que una manipulación silenciosa. Un disfraz de dulzura y prudencia.
Ya sabemos de varias mujeres que no lograron callarse, así hubiesen querido. Como si su espíritu y personalidad las hubiese sobrepasado, tuvieron intenciones de obediencia y recato, pero les faltó fuerza para apocarse tanto. Ese pudo ser el caso de Herminia Gómez Jaime de Abadía, nacida en Tunja, en 1861. Fue institutriz, escritora, historiadora, cuentista y novelista. Publicó tres novelas: “Dos religiones o Mario y Frinea”, “Del colegio al hogar” y “Paulina”. A partir de la publicación de estos relatos, la contradicción de Gómez reflejó lo que significaba ser una mujer en su época, a pesar de sí misma.
En “Del colegio al hogar”, María, la protagonista, salió de su colegio a vivir con una tía que la esperaba (era su única familiar), y se encontró con una maraña de secretos y embrollos amorosos que la pusieron a prueba y le presentaron una serie de desafíos. En “Paulina”, una huérfana adolescente se hizo cargo de su hermano pequeño y se escapó de la casa dominada por su madrastra, para encontrar un futuro más amable, pero en el camino se encontró con parientes y obstáculos que le hicieron un poco más difícil el camino. Las dos mujeres en cuestión estaban solas. Sus movimientos de hogar y decisiones se debieron al poco respaldo con el que contaban. Tuvieron que luchar. Superaron cada reto, pero los compaginaron con las normas que las sometieron. Se resistieron al cortejo, pero anhelaron el amor.
“Paulina cumplió con los patrones literarios románticos: una mujer débil, enfermiza, nerviosa y desvalida encarnó el arquetipo de la Cenicienta y, adicionalmente, sufrió de catalepsia, condición que la puso en varias ocasiones en difíciles aprietos. No obstante, esa frágil Paulina tomó decisiones temerarias: huyó de su casa, escapó de un destino que no deseó —ser la sirvienta de su madrastra— e hizo todo lo posible por salvar el de su hermano, consciente de que era su única familia. Como Paulina, María, la protagonista de “Del colegio al hogar”, encarnó la debilidad femenina y, no obstante, se arriesgó a salvar la vida de un hombre desconocido lanzándole sus trenzas para que no se ahogara en un río. Ambas contaron con una característica esencial: eran huérfanas”, dijo en el prólogo de estas reediciones Laura Acero, profesional en Estudios Literarios y magíster en Creación Literaria.
Acero se interesó por la ambigüedad de la autora de estas novelas debido a lo transgresor que significó escribir, aconsejando no hacerlo: la escritora se quedó en la casa mientras sus protagonistas salieron a hacer, a vivir alternativas. Además, criticó las lecturas anacrónicas de este tipo de textos: consideró injusto juzgar a Herminia Gómez por haber sido conservadora en el siglo XIX, con una lectura desde el XXI. “No podemos juzgar una postura frente al mundo cuando toda una sociedad te está jalando hacia allá. Obviamente que son obras moralizantes y pretenden mostrarnos cuál es el deber ser, pero ser crítico implica leer sabiendo que no nos podemos quedar con el mensaje moralizante de la autora, sino que hay que mirar la forma y qué se está diciendo debajo”.
A pesar de lo conservador de su discurso y su cotidianidad, el elemento transgresor de su práctica al decidirse por escribir novelas y abrirse a algo más que su vida como esposa y madre convierten a Gómez en una autora ambivalente y, por lo tanto, misteriosa y rebelde, pero justificada a través de las “causas” de su discurso: insistencia en el sometimiento y el uso del poder femenino tras bambalinas.
Las mujeres protagonistas de las historias de la autora en cuestión eran vanidosas, chismosas y se escribían cartas contándose sobre sus acicalamientos, sus pretendientes y las vidas ajenas. No tenían padres; por lo tanto, no había vigilantes que inspeccionaran su comportamiento ni sus decisiones, pero sí tenían dinero, así que se daban el lujo de viajar y tener a su disposición personas que lo administraran y lo protegieran.
“Son novelas que te están diciendo que, si te portas bien, vas a terminar bien casada. Esa sería la lectura más primaria, pero debajo de eso es donde ocurre lo interesante. En las novelas todo se resuelve con unos giros increíbles, unos dramas de honor y, al final, la autora te dice: ‘Bueno, yo escribo esto mientras espero que llegue mi marido, porque, finalmente, yo también me casé y hago esto cuando la manito inquieta de mi niña me lo permite’”. Es decir, la clave de la felicidad femenina se dirige a casarse y tener hijos, y esa lectura superficial hay que mencionarla.
“Paulina, que lidia con una tía interesada y mezquina, descubre que a los hombres hay que disimularles los malos comportamientos y apreciar su posición o galantería como el regalo más abundante. María, por su parte, comprenderá la seriedad de los compromisos matrimoniales y las alianzas inquebrantables”, analizó Acero en su prólogo, destacando las interacciones de sus dos personas con respecto a los hombres.
Para las dos, María y Paulina, sus aspiraciones y las de sus contemporáneas estaban claras: conseguir esposos “dignos” que, económicamente, sostuvieran el hogar que ellas irían tejiendo desde la cotidianidad. Pero no estaban preparadas para la aspiración, así que todo a lo que “tenían derecho”, por cuenta de sus padres ausentes y la sociedad patriarcal que las dirigía, se fue consiguiendo en la medida de sus dificultades.
Acero concluyó destacando el interés que podía generarles a los lectores la búsqueda de raíces, en especial a las mujeres. “Nos encanta saber a dónde pertenecemos o cómo es que somos parte de una especie de linaje, de un linaje de escritores. Yo también quería encontrar el linaje de Herminia Gómez, que tiene que ver con las novelas de crecimiento, una manera de entender cómo se aprende algo. Hay un diálogo muy fuerte con la sociedad y el mundo masculino: ¿cómo me voy a enfrentar a ese aprendizaje? ¿Cómo voy a asumir o a dónde me van a conducir esos aprendizajes de la vida?”.