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Cargaba en su mano la cabeza degollada del lobo, que aun con los ojos abiertos parecía observar con cierta desconfianza la situación.
Consumido por la celebración el héroe perdió la noción de sus propios pasos. Estos ya no retumbaban contra las piedras, las rosas que recubrían el suelo disipaban el sonido y lo hacían sentir como si flotara entre la multitud. La realidad se hacía cada vez más tenue. Con cada paso veía mas cerca el olimpo donde sería coronado por sus actos y pasaría a unirse a los dioses en el firmamento como una conglomeración de estrellas inmortales.
Tan absorto estaba que no se dio cuenta de que la multitud lo había dejado tiempo atrás y él caminaba divagante ya llegando al borde de la ciudad. Al acabarse el empedrado tropezó cayendo colina abajo.
La cabeza del lobo fue a parar encima del guerrero enterrándole los dientes en la tráquea acabando con su vida de manera instantánea. Y así fue como murió el héroe, entre las fauces de un lobo muerto que desde el comienzo miraba con recelo la gloria.