Hildegarda de Bingen, o escribir desde la religión
Hildegarda de Bingen (1098-1179) fue una religiosa que traspasó las reglas de la Edad Media al ser una de las primeras en escribir libros, ser predicadora, compositora, lideresa monacal y abadesa de uno de los conventos más importantes del Sacro Imperio Romano Germánico.
Mónica Acebedo
Entramos en la Edad Media en “Plumas transgresoras”, con el cristianismo como eje de todos los aspectos de las artes y la vida en Occidente. Iniciamos con una ruptura evidente en la producción literaria: Hildegarda de Bingen (1098-1179), una religiosa de la baja Edad Media que no solo desafió los mandatos religiosos al atreverse a escribir, sino que también fue autora de libros sobre temáticas que van más allá de lo meramente teológico, por ejemplo sobre medicina y remedios naturales. Además de sus escritos, fue de las primeras predicadoras -ya que había obtenido un permiso especial de la Iglesia-, fue compositora de música, fundó conventos, llevó a cabo exorcismos -actividad exclusiva de hombres-, fue lideresa monacal y abadesa de uno de los conventos más importantes del Sacro Imperio Romano Germánico.
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Entramos en la Edad Media en “Plumas transgresoras”, con el cristianismo como eje de todos los aspectos de las artes y la vida en Occidente. Iniciamos con una ruptura evidente en la producción literaria: Hildegarda de Bingen (1098-1179), una religiosa de la baja Edad Media que no solo desafió los mandatos religiosos al atreverse a escribir, sino que también fue autora de libros sobre temáticas que van más allá de lo meramente teológico, por ejemplo sobre medicina y remedios naturales. Además de sus escritos, fue de las primeras predicadoras -ya que había obtenido un permiso especial de la Iglesia-, fue compositora de música, fundó conventos, llevó a cabo exorcismos -actividad exclusiva de hombres-, fue lideresa monacal y abadesa de uno de los conventos más importantes del Sacro Imperio Romano Germánico.
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En pleno auge del Medievo, las únicas personas que tenían acceso a las letras y al conocimiento eran las del clero. Las sociedades medievales germanas permanecieron sin acceso a la escritura, incluso por más tiempo que en el sur de Europa, pero se consagraron como grandes continuadores de la educación. Sostiene Laetitia Boehm: “(…) El objetivo de la educación cristiana fue siempre ascético y en ningún momento puramente intelectual, que presupusiera unas facultades literarias o científicas” (Historia de la literatura, Akal, 1989, V 2, p. 150). En ese sentido, resultan aún más transgresores los escritos de esta mujer que debía estar concentrada en llegar a la unión perfecta con Dios.
Según ella, sus escritos correspondían a un simple dictado, ya que cuando era pequeña recibía una especie de destellos de luz y una voz que le explicaba los coros de los salmos, los evangelios y otros libros del Antiguo Testamento. “Desde que era niña (…), y todavía hoy, he experimentado siempre en mi interior la fuerza y el misterio de esas secretas y misteriosas facultades de visión. En el tercer año de mi vida vi una luz tan intensa, que hizo temblar mi alma, pero como todavía era demasiado pequeña, no la podía expresar”.
Explicaba que la voz del cielo le decía: “Oh frágil mujer, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe lo que ves y escuchas”. Hildegarda al comienzo se negaba, porque, de acuerdo con las enseñanzas de San Pablo, una mujer no podía predicar ni hablar en público, mucho menos escribir, pero luego enfermó e interpretó dicho mal como un castigo por no obedecer los mandatos divinos, y por eso decidió empezar a escribir (Women who write are dangerous, Abbeville Press Publishers, 2018, p. 46, trad. libre). Posteriormente, el papa Eugenio III la visitó y la reconoció como una auténtica profetisa.
Su principal obra está compuesta por una trilogía: Scivitas (Conoced los caminos), un texto de teología dogmática o una interpretación de la redención de los seres humanos y el conocimiento de los caminos de Dios. También escribió Liber meritorum vitae (El libro de los méritos de la vida), sobre teología moral; Liber divinorum operum (El libro de las obras divinas), una cosmología sobre el universo y la fisiología humana tendiente a demostrar la existencia racional de Dios: “Y en verdad soy la vida íntegra, que no ha sido esculpida en piedra, ni brotó frondosa de las ramas, ni radica en la potencia humana: antes bien, todo lo que vive tiene sus raíces en Mí (Dios). Pues la racionalidad es la raíz, en ella florece la Palabra que resuena”. De otra parte, fue autora de Lingua ignota, en la que presenta un alfabeto nuevo. Ha sido considerada como la primera lengua artificial. Compuso, además, poesía y obras musicales.
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En el tema científico escribió Liber simplicis medicine o Physica, una manual de medicina y de las propiedades curativas de las plantas y animales, y otros elementos de la naturaleza. “La lavanda es caliente y seca, ya que tiene un poco de savia. No sirve al hombre para comer, no obstante que tiene un fuerte olor. El hombre que tiene muchos piojos, si huele lavanda frecuentemente, los piojos morirán. Su olor clarifica los ojos, porque contiene en sí las virtudes de las especias más fuertes y de las más amargas. Por eso también aleja muchísimas cosas malas y los espíritus malignos salen aterrorizados por ella”.
En suma, así estuviera convencida de su condición de profetisa o se la hubiera inventado para poder obtener la gran cantidad de beneficios que solo se otorgaban a pocos, lo cierto es que fue una pluma sumamente transgresora y una de las primeras “intelectuales” del mundo medieval. En realidad, fue muy hábil para manejar las estructuras existentes, porque nunca desafió el mandato divino entregado exclusivamente a los hombres. Desde la reclusión del convento, Hildegarda expresó una voz personal, íntima y a la vez divina, ya que aseguraba ser una simple copista y obediente mandataria: “Lo que vio y escuchó”. Varios de sus manuscritos directamente registrados de tablillas de cera se encuentran en buen estado.