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La edición del 31 de agosto de 1946 de la revista New Yorker tuvo 150 páginas que contenían un único artículo, escrito por John Hersey. Donde usualmente iba una columna de opinión estaba una nota de los editores de la revista que decía: “A NUESTROS LECTORES. Esta semana, The New Yorker dedica todo su espacio editorial a un artículo sobre la destrucción casi total de una ciudad por una bomba atómica, y lo que le sucedió a la gente de esa ciudad. Lo hace con la convicción de que pocos todavía no hemos comprendido el increíble poder destructivo de esta arma, y todos podrían tomarse un tiempo para considerar las terribles implicaciones de su uso. Los editores”.
Juan Gabriel Vásquez tradujo al español las 30,000 palabras que escribió Hersey en su visita a Japón en mayo del 46 y en el prólogo que preparó cuenta que la idea para esta historia se gestó desde una preocupación por la sociedad y la pérdida de las cualidades humanas con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
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“Lo único claro es que el libro vino a llenar una laguna. […] Solo una minoría en Estados Unidos se paró a pensar que debajo de la bomba había gente. Hersey lo hizo. Se trató, por supuesto, de una conspiración”. La conspiración de la que habla Vásquez fue orquestada por el director ejecutivo de The New Yorker, William Shawn, quien desde que cayeron las bombas mostró preocupación por la ausencia de humanidad en los relatos de Hiroshima. Con el gobierno estadounidense limitando el acceso a la información y la mayoría de los medios de comunicación reportando la destrucción de la ciudad o la nube en forma de hongo, el editor quiso mostrar la otra cara de la moneda. Desde el aire, desde ese avión que desató el infierno en tierra, no se veían los rostros ni las vidas de las personas que murieron y de las que sobrevivieron, pero a un altísimo costo.
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John Hersey se propuso, a menos de un año de la explosión, pasar tres semanas en la tierra del sol naciente, que utilizó para observar e investigar los efectos que la bomba tuvo sobre la población. Los números y estadísticas, a diferencia de muchos de los recuentos en su momento, no tienen un papel protagónico en el relato del periodista, sino las seis vidas en las que se concentra: el reverendo Kiyoshi Tanimoto, la señora Hatsuyo Nakamura, el doctor Masakazu Fujii, el padre alemán Wilhelm Kleinsorge, el doctor Terufumi Sasaki y la señorita Toshiko Sasaki.
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Un antes, un durante y un después se presentan en las páginas de Hiroshima con énfasis en lo que su autor vio, olió y sintió durante su permanencia en Japón y sus entrevistas a sus personajes. Las descripciones gráficas de las heridas y los muertos el lector las puede sentir a través de las experiencias de los seis protagonistas. Causó un impacto tal que en pocas horas ya se habían agotado las 300,000 revistas impresas ese día. Albert Einstein intentó comprar mil ejemplares de esta edición para enviar a otros científicos y se le considera una de las mejores piezas de periodismo de la historia. La primera semana de septiembre de 1946 una copia de segunda mano se vendió por 120 veces el precio original de la revista. Para conmemorar los 70 años de esta historia, la BBC escribió: “Fue una pieza radical de periodismo que dio una voz vital a quienes solo un año antes habían sido enemigos mortales”.
Los cuatro capítulos se enfocan en contar el antes, el durante y el después del suceso. Cualquiera que haya visto películas de acción y haya escuchado el estallido de las bombas que en ellas utilizan creería que lo primero que pasaría en el caso de una bomba atómica sería un fuerte estruendo, pero lo que le dijeron a Hersey fue algo completamente diferente. El primero de estos capítulos, “Un resplandor silencioso”, presenta a cada uno de los personajes y lo que estaban haciendo a las 8:15 de la mañana, hora en la que cayó la bomba, cuando vieron una luz cegadora que el doctor Terufumi Sasaki describió como “un resplandor, un flash fotográfico gigante”.
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En “El fuego”, Hersey relata los momentos inmediatamente posteriores a la explosión y cómo cada uno de los seis sobrevivientes intentaba ayudar a otros a su alrededor y salvarse a sí mismos. “Los detalles están siendo investigados” cuenta los acontecimientos de los días pasados después de la explosión y da una aproximación a la devastación y una posible explicación al malestar que los seis entrevistados vieron y sintieron. En ese momento no se sabía mucho sobre envenenamiento por radiación. Hiroshima dio una aproximación a los efectos en la salud que esta arma de destrucción masiva supuso para los japoneses. El libro finaliza con “Matriarca y mijo salvaje”, doce días después del ataque y con la guerra finalizada, un repaso por los eventos que vivió cada uno de los seis personajes los meses antes de hablar con Hersey.
Las recompensas de un secreto bien guardado
La idea de William Shawn y el escrito de John Hersey se desarrollaron en total secreto. En la redacción de la revista, los editores no supieron qué era lo que se estaba gestando. Sin embargo, Shawn sabía que sería algo grande e impactante. Las únicas dos personas que vieron el artículo, antes de su publicación, fueron Shawn y Harold Ross, quienes editaron el producto final. Los editores de la revista y miembros de la redacción estaban confundidos, según el relato de Steve Rothman en 1997, ya que no recibían respuesta a ninguna de sus preguntas y tampoco se les daba retroalimentación sobre sus notas.
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Sin embargo, los esfuerzos por mantener el proyecto en secreto dieron frutos, pues no pasaron ni seis meses antes de que se tomara la decisión de publicarlo como libro. Pero lo que más resalta de lo que reveló Hersey, en su estilo plano de escritura, es el impacto que tuvo en los lectores. Arthur Squires, uno de los científicos que participó en el Proyecto Manhattan, que dio origen a la bomba atómica, le escribió a un amigo que “Lloré mientras leía el relato del New Yorker de John Hersey sobre lo que les sucedió durante el último año a seis personas que tuvieron la suerte de sobrevivir a Hiroshima. Me llena de vergüenza recordar el espíritu de juerga... cuando volvíamos del almuerzo y encontrábamos a otros que habían regresado con los primeros extras anunciando el bombardeo de Hiroshima. Esa noche tuvimos una cena con champán arreglada apresuradamente, unos cuarenta de nosotros; ... [sentimos] alivio por la relajación de la seguridad, orgullo por nuestra parte en el fin de la guerra e incluso orgullo por la eficacia del arma. Y en ese mismo momento, las víctimas de la bomba vivían un horror indescriptible (o, mejor dicho, descriptible solo en el estilo de reportaje simple y directo utilizado por Hersey). No nos dimos cuenta. Me pregunto si no lo hacemos todavía”.
Cuarenta años después de la publicación inicial se añadió un último capítulo titulado “Las secuelas del desastre”. Hersey volvió a Hiroshima para buscar a estas seis personas en un ambiente diferente y contar cómo habían enfrentado los obstáculos que les dejó el desastre. Unos eran aún perseguidos por las imágenes de esos días y otros continuaron sufriendo de los efectos de la radiación y las heridas visibles que les dejó el ataque. “Todavía se preguntan por qué vivieron cuando tantos otros murieron. Cada uno de ellos cuenta con muchos pequeños elementos de la casualidad o la voluntad —un paso dado a tiempo, una decisión de entrar, tomar un tranvía en lugar del siguiente— que lo salvaron. Y ahora cada uno sabe que en el acto de supervivencia vivió una docena de vidas y vio más muerte de la que nunca pensó que vería. En ese momento, ninguno de ellos sabía nada”, escribió Hersey.