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“El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. La única herida que recibió se la produjo él mismo, después de firmar la capitulación de Neerlandia. Lo único que quedó de todo eso fue una calle con su nombre en Macondo”. -Gabriel García Márquez
Cien años de soledad relata la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo de Macondo, que reúne el universo narrativo del autor. Antes de la publicación de la novela, ya había aparecido Macondo en su primera novela: La hojarasca (1955); también en el relato “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” (1950) y otros artículos llamados “Apuntes para una novela”, publicados en 1950 y 1951.
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Hay varias biografías de Gabriel García Márquez, incluida la escrita por él mismo: Vivir para contarla (2002). Pero, a mi juicio, uno de los mejores textos biográficos es Una vida (2008), de Gerald Martin, que, de hecho, como lo dijo el mismo Gabo, es una biografía “tolerada”. Es memorable la frase que le expresó el nobel colombiano a Martin: “Uno tiene tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta”. En esta nota de me refiero a los datos biográficos básicos: nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca (Colombia). Hijo de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Sus primeros años los vivió en casa de sus abuelos en su pueblo natal, luego terminó el bachillerato en el Colegio Liceo de Zipaquirá; estudió Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá, aunque no terminó. Empezó a trabajar de periodista después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en Bogotá, en 1948. Vivió en París, Barcelona y México; es uno de los representantes más importantes del boom latinoamericano. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982 “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente” (Academia Sueca). Murió el jueves 17 de abril de 2014 en Ciudad de México.
La novela está narrada en veinte capítulos que se agrupan en distintos planos espaciales: en primer lugar está el tiempo mítico, que incluye la fundación de Macondo; luego viene una parte que dialoga con la historia, como es la bonanza y prosperidad del pueblo, la llegada de la compañía bananera, las guerras e implicaciones políticas y, al final, retorna al espectro mítico con la desaparición del pueblo y la familia. Recordemos el argumento principal: José Arcadio Buendía y Úrsula son primos casados entre sí. Úrsula no quiere quedar embarazada, porque tiene miedo de que sus hijos le salgan “con cola de marrano”. Como la mujer no queda en cinta, los habitantes del pueblo costero cuestionan la hombría de José Arcadio Buendía. En una pelea de gallos en la que sale a relucir este tema, José Arcadio Buendía termina matando a Prudencio Aguilar y, en consecuencia, la pareja se ve obligada a abandonar el pueblo. Un grupo de personas los acompaña y terminan fundando juntos el pueblo de Macondo. La novela da cuenta de siete generaciones desde Úrsula y José Arcadio Buendía a partir del tópico del manuscrito encontrado. Se trata de unos pergaminos escritos en sánscrito por Melquíades, que solamente se podrán descifrar después de cien años y develan la historia de la familia. En esa medida se trata de un tiempo circular y una narración metaliteraria en la que las repeticiones de historias y nombres, la soledad, el incesto, la guerra y muchos más se convierten en motivos narrativos.
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La prosa garciamarquiana se caracteriza por una mezcla de realidad y fantasía; el relato de historias inverosímiles que no generan ningún tipo de asombro. Es decir, hace pasar lo fantástico y extraño por algo cotidiano: “Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la Bella, empezaba a elevarse”. Hay una fuerte influencia de la tradición oral. Por algo dijo él mismo: “Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas”. Muchos de los adjetivos que le sirven para escenificar sin describir Son célebres e inimitables: noviazgo crepuscular, sudor pálido, remanso melódico, chaleco anacrónico, ritual taciturno, lluvias aciagas, esquelas desatinadas, fiebre utilitaria, madrugada sin término, ternura caótica, lluvias prematuras, proclama altisonante, mirada dura, énfasis calmado, lucidez sobrenatural…”.
Concluyo con una cita de Mario Vargas Llosa en García Márquez: historia de un deicidio, donde el peruano analiza cuidadosamente la obra de Gabriel García Márquez y sintetiza el mundo estético del nobel colombiano: “Cien años de soledad es una novela total, en la línea de esas creaciones demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad real de igual a igual, enfrentándole una imagen de una vitalidad, vastedad y complejidad cualitativamente equivalentes. Esta totalidad se manifiesta ante todo en la naturaleza plural de la novela que es, simultáneamente, cosas que se creían antinómicas: tradicional y moderna, localista y universal, imaginaria y realista” (p. 477).
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