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Desgracia fue publicada en 1999 y ganó el Booker Prize. Se trata de una novela cuyos hechos tienen lugar después del apartheid en Sudáfrica. La temática se centra en temas raciales, a partir de una trama que intercala lo sociológico con la ficción. El abuso sexual, la paternidad, la academia y la compleja realidad que vive el país son ideas fundamentales de la novela. Writers, Their Lives and Works se refiere a la escritura del autor así: “Coetzee describe su método de escritura como un intento de producir nuevos preceptos y formas narrativas. Sus relatos se caracterizan por ser ambiguos, esquivos y con preocupaciones lingüísticas posmodernas. Sus narradores se presentan, deliberadamente, como personas no fiables que muestran versiones contradictorias de las historias. Mientras gran parte de la literatura sudafricana en tiempos del apartheid partía de la política y el realismo social, Coetzee buscó rivalizar con la historia. En sus novelas la historia persigue al presente con autobiografía, ficción y ensayos con el fin de crear narrativas que trasciendan el tiempo y el espacio” (DK, 2018, traducción libre).
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John Michael Coetzee nació en Ciudad del Cabo el 9 de febrero de 1940. Su padre fue abogado y su madre, maestra de escuela. Creció en un ambiente multicultural, en medio del bilingüismo (inglés y afrikáans), aunque su educación fue siempre en inglés. Estudió en las universidades de Ciudad del Cabo y Texas. Fue profesor en la Universidad de Nueva York. Desde 1971 dictó clases en la Universidad de Ciudad del Cabo por muchos años. La gran mayoría de su obra reclama justicia social. Ganó dos veces el Premio Booker: en 1983 por Vida y época de Michael K, la historia de un luchador por la libertad en un país en guerra; y en 1999 por Desgracia. También ha publicado varios libros de ensayos, como Doblando el cabo: ensayos y entrevistas (1994). Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2003.
El protagonista de la novela, el profesor David Lurie, de 52 años, enseña Métodos de Comunicación en la Universidad Técnica de Ciudad el Cabo, aunque lo que a él le gusta es ser profesor de Literatura. Se ha divorciado dos veces y se ha apartado de su hija, Lucy, desde hace años. David solicita con frecuencia los servicios de Soraya, una prostituta de quien eventualmente se enamora y quiere formalizar la relación, pero la mujer lo rechaza. Esta negativa lo deja muy molesto y, por eso, seduce a una secretaria del departamento para el que trabaja, a la que poco después ignora. Finalmente, se obsesiona con una alumna, Melanie, a quien persigue constantemente e insta a que lo acepte: “¿Por qué? Porque la belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla”. Termina abusando de ella en extrañas circunstancias, que él considera como una especie de diálogo literario, pero en el fondo sabe que se trata de un acto en contra de la voluntad de su alumna: “Un recuerdo lo invade: el momento en que, en el suelo, le subió a la fuerza el jersey y desnudó sus pechos pequeños, nítidos, perfectos. Por primera vez ella levanta la vista; su mirada se encuentra con la de él y en un destello lo ve todo. Confusa, baja de nuevo la mirada”. Luego de denuncias y procesos por parte de la universidad, se ve obligado a renunciar. Decide buscar a su hija, Lucy, en la finca donde ella vive, con varios animales, donde se instala y empieza una nueva vida. En algún momento unos maleantes atacan la finca y agreden a su hija Lucy. De allá vienen una serie de acontecimientos que presentan la relación entre padre e hija, que muestran además la violencia racial que azota el país africano.
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Vale la pena resaltar la fuerza de los personajes de la novela, la profundidad psicológica de cada uno de ellos, las escenas sexuales, las pasiones violentas y desmesuradas de los seres humanos, los nacionalismos, el odio racial, el maltrato animal (que está muy presente en la obra de Coetzee), pero, sobre todo, se trata de una novela que, a pesar de haber sido escrita hace más de veinte años, sigue tan vigente como lo fue en el momento de su publicación. Muestra la vulnerabilidad del ser humano, una sexualidad incontrolable, casi animal donde colonialismo y violación se ponen al mismo nivel. De la misma manera, el arrepentimiento, la angustia por los errores cometidos, pesar de su arrogancia: “Los demonios tampoco lo dejan a él en paz. Tiene pesadillas propias: se hunde en un lecho de sangre, o jadeando, gritando sin que salga un solo sonido de sus labios, escapa corriendo del hombre que tiene la cara como un halcón, como una máscara de Benín, como un Tot. Una noche, a medias sonámbulo, a medias enloquecido, arranca de cualquier manera las ropas de la propia cama e incluso da la vuelta al colchón, buscando alguna mancha”.
En suma, se trata de una novela que, a partir de un lenguaje cuidadosamente construido, realza múltiples problemas sociales: lucha de clases, discriminación, racismo y una nación que trata de reconstruirse después del apartheid. Es cruda, dura, triste, devastadora, pero deja un sin número de reflexiones que retratan a la humanidad, aunque al final el autor parece tratar de decirnos que hay lugar a la redención.