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“Tierras propicias al bárbaro brote, tierras que vuelcan el fondo del alma y abren la jaula a los pájaros negros de los torvos instintos, pero tierras recias, corajudas, buenas también para el esfuerzo y para la hazaña”, Rómulo Gallegos.
Por el contenido y el estilo pareciera una novela decimonónica, ya que incorpora el discurso fundacional y propende por la construcción de identidad tan necesaria en el momento en el que se afianzaban los países latinoamericanos como naciones independientes. No obstante, fue publicada originalmente en 1929 por el expresidente venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969). Incorpora el mismo eje temático de La Vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera (1888-1928), y Don Segundo Sombra (1926), del argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927), al expresar la tradicional oposición entre la civilización y la barbarie, y de sentar una tendencia novelística que combina el realismo, el modernismo, el costumbrismo y el indigenismo.
Afirma Domingo Miliani en la edición de Cátedra de esta novela: “Rómulo Gallegos es el novelista del sigo XX venezolano sobre quien se ha escrito más copiosamente. Sea porque la novela galardonada en España le ensanchara el camino a la fama, o porque su condición de novelista y presidente de la República lo inmolara con el derrocamiento en 1948, su figura fue agigantándose en prestigio y respeto no solo en Venezuela, sino en el resto de América Latina” (Doña Bárbara Cátedra, 2014, p. 11). En efecto, se trata de una obra que denota un conocimiento sociológico profundo de la nación, de sus numerosas influencias culturales, de los efectos de la colonización, de las clases sociales y, en general, del proyecto nacional que arrastra la historia no solo venezolana, sino de toda América.
Rómulo Gallegos Freire nació en Caracas el 2 de agosto de 1884. Fue empleado de ferrocarriles, senador, ministro de Educación y presidente de Venezuela en 1947, pero derrocado al año siguiente por una junta militar. Ya desde 1913 se había dado a conocer como escritor con una colección de relatos. Publicó varias novelas, pero la crítica coincide en señalar a Doña Bárbara como la más representativa de su obra, probablemente porque su finalidad narrativa va más allá de lo literario e incluye una ambición de cambio social, en donde la educación y la justicia se convierten en pilares esenciales para su proyecto lectivo y civilizador.
El argumento de la novela es el siguiente: Doña Bárbara es una mujer de ascendencia indígena que lleva a cuestas un pasado doloroso. Es dueña de una hacienda llamada El Miedo, que le había arrebatado previamente a la familia Barquero. Luego, poco a poco, se va quedando, a punta de impartir el terror en la llanura venezolana, con muchas de las tierras de sus vecinos: “Dicen que es una mujer terrible, capitana de una pandilla de bandoleros, encargados de asesinar a mansalva a cuantos intenten oponerse a sus designios”.
Santos Luzardo, otro de los personajes principales, regresa a la zona después de haber terminado sus estudios en Caracas, a donde había partido escapando de un pasado violento con los vecinos y con su familia (su padre mató a su hermano). A su regreso pretende solucionar las disputas de tierras de forma civilizada, de acuerdo con la ley. Marisela, la hija de doña Bárbara y de Lorenzo Barquero, vive con su padre alcohólico, ya que su madre la ha ignorado y desechado. Santos Luzardo decide rescatarla y darle educación. A lo largo de la narración nos encontramos con episodios permanentes en los que se enfrenta la civilización a la barbarie: Santos Luzardo representa la educación, la ciudad, la justicia y la ley. Doña Bárbara, en cambio, es el símbolo de lo agreste, el campo, la injusticia, la corrupción e incluso la brujería. Esta lucha entre dos fuerzas opuestas dialoga con el papel de la mujer como madre y como amante a partir de sentimientos ambivalentes: ternura y odio, belleza y fealdad, sensualidad y repulsión.
Los personajes son meros tipos: no tienen profundidad psicológica, ya que representan los ejemplos de lo que el escritor está tratando de mostrar. En ese sentido, el intelectual escribe para un público culto, y para eso utiliza patrones de los habitantes del campo que no tienen acceso a la educación y a la cultura. La novela involucra un discurso político, geográfico, sociológico y antropológico, y expresa temas como la falta de libertad, el latifundismo, la traición, el racismo, la mirada del otro y el caudillismo.
La obra utiliza un lenguaje muy oral: “(…) Sus descendientes, llaneros genuinos de ‘pata en el suelo y garrasí’, que nunca salieron de los términos de la finca, la fomentaron y ensancharon hasta convertirla en una de las más importantes de la región, pero multiplicada y enriquecida la familia, unos tiraron hacia las ciudades, otros se quedaron bajo los techos de palma del hato, y a la apacible vida patriarcal de los primeros Luzardo sucedió la desunión y esta trajo la discordia que había de darles la trágica fama”.
En suma, Doña Bárbara representa la eterna lucha entre el bien y el mal, desde una perspectiva muy maniqueísta que presupone la relación directa entre la maldad y la barbarie, y la bondad y la civilización. Parte de un discurso narrativo costumbrista, realista, detallado, pero sobre todo didáctico. Es una obra fundamental para entender la construcción de las naciones latinoamericanas, las diferencias de clases, el hambre y las dificultades sociales que se perpetúan en el tiempo.